Madrid, t¨²nel del tiempo
Unas 200 personas viven en n¨²cleos de casas de la posguerra a espaldas de la metr¨®poli
A Isabel, los andares apocados, los pies mordidos por las varices, le gusta ir a comprar el pan porque as¨ª se aleja de su vida. Ritual diurno: de la calle de Rodr¨ªguez Ja¨¦n a plaza de Castilla. A ella le parece una caminata. Pero Isabel marcha y arrastra los pies. Aunque le duelan tanto como el alma.
El Ayuntamiento s¨®lo tiene soluci¨®n para uno de esos 'pueblos', el del paseo de la Direcci¨®n
La capital no se ha podido 'tragar' estos n¨²cleos de los a?os 50. Se le han indigestado
Cuando llega a su casa, regresa a su vida. Cuatro paredes con humedades, por las que paga casi 300 euros al mes, a unos metros de las triunfales Torres KIO. En su calle apenas quedan una decena de vecinos en viviendas de los a?os cincuenta, de cuando el aluvi¨®n migratorio llen¨® Madrid de casas bajas como las de los pueblos de la Espa?a profunda. Resisten. Isabel, ya no. Dice que lleva pidiendo al Ayuntamiento un piso en condiciones desde 1985. Ese a?o muri¨® su marido. Y a ella se le fueron las esperanzas.
Unas 200 personas a¨²n viven en Madrid como en la posguerra. La gran urbe, que no para de estirar sus tent¨¢culos en forma de pisos de ladrillo visto, guarda peque?os no m¨¢s de un par de calles en su interior. Pueblos puros y duros, que en su momento construyeron sus moradores como soluci¨®n transitoria y de urgencia. Son los n¨²cleos del paseo de la Direcci¨®n, en Tetu¨¢n; Rodr¨ªguez Ja¨¦n, entre la plaza de Castilla y Chamart¨ªn; Las Carolinas, entre Puente de Vallecas y Pac¨ªfico, y la isla de Garc¨ªa Noblejas. La vida de esos pueblos se ha alargado demasiado. Hoy muchas de las casas son infraviviendas. La ¨²nica tienda que queda ha colgado el cartel de cerrado.
Pero el monstruo, d¨ªcese Madrid, no se ha podido tragar esos minibarrios. Se le han indigestado. El Ayuntamiento s¨®lo tiene soluci¨®n para uno de ellos, el del paseo de la Direcci¨®n, una docena de casas abrazadas a trompicones y una fuente en la que esperan los botijos. El Consistorio invertir¨¢ 176,5 millones de euros en adecentar la zona y construir¨¢ viviendas protegidas para alojar a esas personas. Isabel, de la calle de Rodr¨ªguez Ja¨¦n, sue?a con eso. Se queda con las ganas.
Algunos se sienten invisibles. Ejemplo: los vecinos de Las Californias, en el l¨ªmite entre el distrito de Retiro y Puente de Vallecas. Cinco calles, algunos yonquis como almas en pena, gitanas pizpiretas con pendientes de oro y una reforma a medio gas. Lleva as¨ª desde 1985, cuando el barrio pas¨® a ser propiedad del Ayuntamiento de Madrid, que tiene previsto construir un edificio de protecci¨®n oficial. "Yo ya no ver¨¦ los pisos", se queja Francisco, octogenario, con su sombrero, al fresco delante de su portal. Por lo menos, ya no hay tanta droga como hace unos a?os. Quienes persisten son las gr¨²as, como aves carro?eras, a punto de devorar este pueblo construido con las sobras de la capital.
Pero el zarpazo no llega. El Gobierno regional, con un proyecto de remodelaci¨®n de 30 barrios bajo el brazo, no incluye en su plan ni Las Carolinas ni los otros tres rincones que agonizan. El Instituto de la Vivienda de la Comunidad de Madrid (Ivima) s¨ª remozar¨¢, en cambio, los barrios del Alto del Arenal, Canillas, la UVA de Hortaleza y Fuencarral A y B. Cinco reductos de suciedad y grietas a m¨¢s no poder. Donde lo viejo resiste.
Lo viejo y lo nuevo. Una ant¨ªtesis en la que algunas inmobiliarias han descubierto un fil¨®n. En la calle del Marqu¨¦s de Viana, cerca del paseo de la Direcci¨®n, hay un cartel que anuncia la compra y el alquiler de solares. "Pago al contado", reza el cartel. Uno de los empleados de esa empresa, Rarga, informa de que la compa?¨ªa ha adquirido m¨¢s solares all¨ª."Si hay una casa se derriba. A la familia se le puede alojar en un bloque cercano. Y cuando el solar acoja un edificio, pueden volver", explica. El retorno de los nost¨¢lgicos.
Anastasio Acero vive en este minibarrio, de 12 familias, que para ¨¦l es su pueblo. Desde hace 50 a?os. Tiene 87, la dentadura hecha a?icos y unos botijos que acarrea desde la fuente. No dispone de agua corriente en casa. Se ducha con un barre?o. Cuenta que hace seis meses vinieron unos t¨¦cnicos del Ayuntamiento y le dijeron que ten¨ªan que derribar su terraza por unas grietas. All¨ª ten¨ªa el cuarto de ba?o. "Me pill¨® solo, en un momento tonto. ?Qui¨¦n manda contra ellos?". Ahora ha tenido que poner el v¨¢ter junto a su cama. Ya nada le sorprende. Suspira: "La guerra me destroz¨® la vida". No piensa irse de su casa. ?Y el agua corriente? Eso es lo de menos.
Esa vida de ermita?o cambia en el n¨²cleo de Garc¨ªa Noblejas, donde aguantan dos chatarrer¨ªas con los cachivaches amontonados en equilibrio. Sus 16 familias tienen todas las comodidades de hoy d¨ªa. Fernando y Marisa llevan ah¨ª 30 a?os, pero su casa est¨¢ remodelada. Tampoco quieren irse. Lo tienen todo cerca. El metro, el parque, los supermercados. El Madrid de hoy. El de las fatigas de la posguerra, el de las humedades, hace tiempo que lo enterraron.
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