El caos en la ayuda agrava la situaci¨®n en Per¨²
El socorro no llega a las zonas rurales, donde una poblaci¨®n desesperada se siente abandonada
El Carmen es un pueblecito pegado al Pac¨ªfico que repite la escena de los lugares afectados por el terremoto del mi¨¦rcoles: calles obstruidas por las casas derrumbadas, una plaza con una iglesia muy da?ada, tiendas de campa?a y sof¨¢s en la calle ocupados por hombres y mujeres que esperan que algo suceda. El Carmen forma parte de una mir¨ªada de peque?as poblaciones que ven pasar de cerca la ayuda destinada a otras zonas pero reciben muy poco, o nada. El desorden en el reparto de la ayuda y la ola de fr¨ªo han dejado a las zonas m¨¢s aisladas en situaci¨®n desesperada, sin agua, luz o alimentos. "Somos los olvidados, los renegados", murmura Humberto.
El caos en el reparto de ayuda a las decenas de miles de afectados por el terremoto de Per¨² y la descoordinaci¨®n en la labor de los equipos de rescate est¨¢n provocando una lluvia de cr¨ªticas, tanto de las v¨ªctimas como de las organizaciones internacionales que se han movilizado. Mientras los suministros fluyen hacia zonas como Pisco, donde el presidente Alan Garc¨ªa ha montado un cuartel general y hace apariciones diarias en la televisi¨®n, varias comarcas rurales han quedado olvidadas y sus habitantes carecen de agua, electricidad y, a veces, de alimentos desde hace d¨ªas.
"?Qu¨¦ ayuda nos llega a nosotros? Somos los olvidados", se lamenta un hombre
Y donde hay ayuda, reina la desorganizaci¨®n. Como muestra, ayer, en el aeropuerto de Pisco, 47 personas y un avi¨®n de material del Samur llegados desde Espa?a permanec¨ªan varados sin que nadie les indicara d¨®nde establecerse. "Hemos pasado aqu¨ª la noche y gracias a que la Cruz Roja ecuatoriana nos ha dejado mantas", relata Roberto Rubio. En la ciudad, hay bomberos de algunos pa¨ªses que trabajan por su cuenta, sin orden alguna. "Yo dir¨ªa que la organizaci¨®n es m¨¢s bien mala", opina un bombero espa?ol. Por otro lado, un grupo de expertos catalanes en labores de rescate desplazado a Pisco ha decidido regresar a Espa?a al no encargarles las autoridades ninguna tarea, informa Efe.
La situaci¨®n en las zonas rurales es desesperada. En zonas de dif¨ªcil acceso por la destrucci¨®n de las infraestructuras la poblaci¨®n se siente olvidada, como en Chincha. Ernesto Yalta es un dirigente de la localidad lime?a de San Miguel que ha llegado a El Carmen con algo de ayuda... y un equipo de seguridad. "Todav¨ªa no hay luz y anoche se escuchaban disparos", reconoce. "Mucha gente se aproxim¨® a la plaza porque hemos instalado un grupo electr¨®geno y se sienten m¨¢s seguros". Tambi¨¦n han colocado un televisor que, aunque apagado, congrega a media docena de j¨®venes. "?Por qu¨¦ s¨®lo ayudan a Pisco? ?Es porque est¨¢n all¨ª los periodistas?", se queja una mujer de color que agita un fuego en plena calle para calentar una sopa en una perola. "?D¨®nde est¨¢ la polic¨ªa?", reclama.
Seg¨²n la polic¨ªa, los tiros son obra de los 400 presos fugados del penal de Tambo, situado apenas a un par de kil¨®metros. Unos forajidos que van camino de convertirse en una leyenda urbana en todo Per¨² y a los que se atribuye autom¨¢ticamente cualquier desm¨¢n que sucede en las zonas afectadas por el se¨ªsmo. La c¨¢rcel est¨¢ situada junto al mar al final de un polvoriento camino. En realidad es una antigua f¨¢brica de pescado reconvertida en prisi¨®n. Tres de sus muros est¨¢n totalmente derrumbados y los polic¨ªas, a imitaci¨®n del resto de la poblaci¨®n, han sacado fuera de la c¨¢rcel sus camas y all¨ª permanecen todo el d¨ªa. Las puertas est¨¢n abiertas. Dentro y perfectamente visibles desde fuera quedan algunos presos que consideran que es mejor esa vida que la del exterior. Sin luz y sin vigilancia podr¨ªan irse cuando quisieran. "Entrar ah¨ª para los civiles es peligroso", advierte uno de los uniformados.
San Jos¨¦, El Guayabo, Hoja Redonda... Son nombres de poblaciones donde sus habitantes pasan la noche al ras y nadie puede decir el n¨²mero de v¨ªctimas. Todas confluyen desde el mar en Chincha, la ¨²ltima gran poblaci¨®n antes de llegar a Pisco, a unos 250 kil¨®metros al sur de Lima. "El alcalde ni se ha dejado ver por aqu¨ª, es como si no existiera", asegura Janet ?valos, due?a de una poller¨ªa en el distrito chincheno de Grossio Pando. ?valos est¨¢ en la plaza instalada con sus cosas. De la tienda no queda nada. Justo enfrente, una polic¨ªa teclea en una m¨¢quina de escribir. La comisar¨ªa tambi¨¦n est¨¢ destruida y los cinco polic¨ªas que deben atender a 20.000 personas no dan abasto para recibir reclamaciones, especialmente por saqueos durante la noche y falta de comida y mantas. "Aqu¨ª cuando cae la noche es la tristeza. Ganas o pierdes si amaneces", explica Humberto Sarabia, due?o de una cester¨ªa mientras su mujer, Marcelina, cocina en plena calle y advierte que hoy ya no tendr¨¢ m¨¢s alimentos. "?Qu¨¦ ayuda nos llega a nosotros? Somos los olvidados, los renegados", murmura Humberto.
Los ni?os juegan a lo que ven hacer a sus mayores. Un grupo trata de construirse una casa con cuatro palos y un pl¨¢stico ante la mirada de Edgar Olivares, uno de los cinco polic¨ªas que no puede utilizar el coche patrulla porque no hay gasolina. Olivares afirma que est¨¢n llegando "refuerzos" desde Lima, pero en Grossio Pando no se ve ninguno.
No es as¨ª hacia el centro de Chincha, donde se ven m¨¢s uniformados. Tambi¨¦n es cierto que el presidente Alan Garc¨ªa acaba de visitar la ciudad y de lanzar una bater¨ªa de promesas. Cuando se va, miles de personas guardan una disciplinada y sinuosa fila en la plaza de Armas hasta un cami¨®n de reparto de ropa y alimentos. Los gritos y silbidos se multiplican cuando alguien quiere colarse, elevando la temperatura del lugar vigilado por un n¨²mero de polic¨ªas claramente insuficiente para controlar a una masa descontrolada llegado el caso. El proceso de reparto es exasperantemente lento y es realizado por un grupo de boy scouts bajo la mirada de un m¨¦dico llegado desde Lima. Se trata del doctor Jimmy Yuscamaite, quien reconoce que no habr¨¢ suficiente para todos.
El problema es que ayuda hay, pero no llega. Los peruanos se han volcado con las v¨ªctimas del terremoto. Durante el fin de semana la carretera que conduce a la zona del se¨ªsmo se ha llenado de veh¨ªculos privados llenos de ropa, agua y comida por iniciativa de particulares que quieren llevar el alivio ellos mismos. Una iniciativa que, en opini¨®n de los que saben, provoca el efecto contrario al deseado, y crea un caos en las comunicaciones y el reparto.
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