"Soy como el escorpi¨®n"
El 8 de enero de 2006 amaneci¨® sacudido de viento y lluvia, despu¨¦s de una noche larga de tormenta. Para m¨ª, hab¨ªa llegado el momento de comenzar otro libro, cumpliendo as¨ª un ritual que ya no me atrevo a romper.
Ten¨ªa preparada la investigaci¨®n para algo situado en el Caribe a finales del siglo XVIII cuando son¨® el tel¨¦fono y la voz de Carmen Balcells, mi agente, me lleg¨® de Santa Fe, un pueblito de cabras locas donde pretende pasar sus a?os de madurez, para pedirme que le leyera la primera frase. Se le suelen olvidar las nueve horas de diferencia entre su casa y la m¨ªa; de primera frase, nada todav¨ªa. "?Otra novela hist¨®rica? No, ni?a. Escribe sobre tu familia, que para eso te sobra material (...)",me pidi¨® la madraza, quien ha o¨ªdo los cuentos de mi tribu por a?os y tiene la teor¨ªa de que los dramas me caen en la falda, como regalos de las musas.
No era una idea descabellada, porque desde que se public¨® Paula, en l994, la gente suele interesarse por mi familia. A veces voy por la calle y alguien me ataja para preguntarme a boca de jarro si Ernesto encontr¨® consuelo en su viudez, si Nico ha tenido m¨¢s hijos, c¨®mo est¨¢ el t¨ªo Ram¨®n o si mis hijastros se enderezaron, y yo me quedo con la duda de qui¨¦n ser¨¢ ese desconocido tan amistoso que no logro situar en los recuerdos. Me ha tocado contestar muchas cartas de lectoras interesadas en saber si me he repuesto de la muerte de mi hija. Les explico que la tristeza es como un animal manso, que de vez en cuando me da un zarpazo, pero en general nos llevamos bien. No necesito forzar la imaginaci¨®n para sentir la presencia de Paula, me sorprendo cont¨¢ndole cosas, tal como har¨ªa si pudi¨¦ramos hablar por tel¨¦fono. La sugerencia de Carmen Balcells ser¨ªa un respiro, algo que podr¨ªa escribir de un tir¨®n, como una conversaci¨®n con Paula. Y ¨¦se fue el comienzo de La suma de los d¨ªas, un libro que ahora nadie quiere llamar una memoria, porque suena a mamotreto de literato agotado, pero no s¨¦ qu¨¦ otro nombre darle a este relato que resume y entrelaza las vidas de mis hijos, nietos, parientes y amigos. Cuando lo comenc¨¦ no sospechaba que ser¨ªa el libro m¨¢s dif¨ªcil que me ha tocado escribir, porque expone las vidas de la gente que m¨¢s quiero. Con Paula no tuve ese conflicto, porque era sobre mi hija y yo; ella no iba a leerlo, y lo que se refer¨ªa a su marido y el m¨ªo hab¨ªa sido aprobado por ellos.
La ¨²nica manera de no perderme en mi propia exageraci¨®n es escribir los acontecimeintos del d¨ªa
Al enterarse de que estaba escribiendo sobre nuestra peque?a tribu en California, la primera pregunta de mi hijo fue, naturalmente, qu¨¦ necesidad hab¨ªa de ventilar los asuntos privados ante la curiosidad ajena. El di¨¢logo fue m¨¢s o menos as¨ª:
Yo: No te preocupes, Nico, no lo leer¨¢ casi nadie.
Nico: Entonces, ?para qu¨¦ lo escribes?
Yo: Porque es mi naturaleza, como el escorpi¨®n de la f¨¢bula, el que muerde al sapo que lo ayuda a cruzar el r¨ªo. Lamento que tengas una escritora en tu familia, hijo.
Nico (ecu¨¢nime): Hay cosas peores, vieja.
La naturaleza del escorpi¨®n, ¨¦sa es la explicaci¨®n. Los escritores escribimos, no podemos dejar de hacerlo, es nuestra naturaleza. Lo que no escribo se me olvida y es como si no lo hubiera vivido. Los d¨ªas pasan muy r¨¢pido y los hechos se agolpan, no hay tiempo de entenderlos o resolverlos, apenas alcanzo a tomar aire cuando ya estoy en otra cosa; s¨®lo la escritura me permite detener esa carrera desatada y, palabra a palabra, con la mayor calma, repasar los hechos y ordenarlos. Empiezo con las piezas del puzle desparramadas sobre la mesa y en el lento ejercicio diario de escribir voy colocando cada pieza en su sitio hasta completar el dise?o. As¨ª fue en 1993, cuando escrib¨ª Paula. Despu¨¦s que esparcimos las cenizas de mi hija en un bosque, sent¨ª que hab¨ªa cumplido mi cometido de cuidarla mientras viviera y sostenerla en su muerte; mi futuro se presentaba como una sucesi¨®n de d¨ªas sin un prop¨®sito. Mi familia y mis amigos no me abandonaron: Nico me puso a sus hijos en los brazos para mantenerme ocupada; Willie, mi marido, me llev¨® de viaje; los amigos se turnaban para acompa?arme, pero fue mi madre quien lleg¨® con la soluci¨®n m¨¢s sabia. "Escribe, para que entiendas que la ¨²nica salida de Paula era irse de este mundo", me dijo, y me entreg¨® m¨¢s de cien cartas que yo le hab¨ªa enviado a Chile durante ese a?o de agon¨ªa. La escritura me salv¨®. Durante un a?o le cont¨¦ a mi hija de su pa¨ªs, sus antepasados, su ni?ez, su marido, lo que le hab¨ªa sucedido en aquel hospital madrile?o y c¨®mo su familia la hab¨ªa cuidado hasta el final en la casa. Hice un viaje al interior del alma y volv¨ª m¨¢s fuerte.
Escrib¨ª Paula para no morirme de pena, y el resultado fue un libro descarnado que me sirvi¨® de catarsis, pero m¨¢s de alguien me pregunt¨®, incluso mi madre y mi agente, por qu¨¦ quise publicarlo. Casi todos los escritores tenemos necesidad de compartir nuestras p¨¢ginas. Escribimos para que nos lean, por supuesto, pero en mi caso se suma el que soy una incurable exhibicionista. Mis personajes son reflejos de m¨ª, viven las aventuras que no me atrevo a emprender, hablan, aman y mueren por m¨ª. Este exhibicionismo llega a extremos absurdos: creo que lo que no cuento nunca pas¨® y, por extensi¨®n, si repito una fantas¨ªa varias veces, termino creyendo que sucedi¨®. Adem¨¢s, cada vez que cuento algo lo modifico, y al cabo de un tiempo resulta que se parece muy poco a la versi¨®n original. Willie dice que tengo cincuenta explicaciones de c¨®mo nos conocimos y que todas son verdad. Estoy consciente de este problema -Freud le debe haber puesto nombre y seguramente tiene algo que ver con envidia del pene-, pero no he querido consultar a un psiquiatra porque es mi ¨²nica fuente de ingresos: contando y contando me gano la vida. Para m¨ª, no tiene sentido narrar sin un interlocutor; no escribo para m¨ª, nunca he llevado un diario, prefiero mandarle una carta a mi madre. Ella me devuelve las cartas al final del a?o y as¨ª se ha acumulado una monta?a de polvorienta correspondencia en un armario de mi casa. Esas cartas cotidianas nos han mantenido unidas, a pesar de que siempre hemos vivido separadas, y me sirven para preservar una versi¨®n fresca de los hechos. La ¨²nica manera de no perderme en el laberinto de mi propia exageraci¨®n es escribir los acontecimientos del d¨ªa, antes de que yo misma los cambie en el entusiasmo de relatarlos. Gracias a esa correspondencia con mi madre pude escribir Paula y La suma de los d¨ªas con la confianza de que me aproximaba lo m¨¢s posible a la verdad.
Al escribir entiendo y le doy forma a mi propia vida. No tengo secretos interesantes, no he cometido nada que otros no hayan hecho antes, creo que puedo escribir cualquier cosa de m¨ª, pero en La suma de los d¨ªas se trataba de mi familia, y eso era muy delicado. A veces he dicho que si debo elegir entre una buena historia y herir a un pariente, elijo la historia, pero es broma. No med¨ª la magnitud de la tarea hasta el final, pero supe desde el comienzo que deb¨ªa ser cuidadosa, especialmente con los ni?os, para que no se convirtieran en personajes de novela, fijos para siempre en un rol, como casi le sucedi¨® a Ernesto, quien despu¨¦s de la publicaci¨®n de Paula fue por a?os el viudo de mi hija. En el proceso de escribir este libro descubr¨ª que cada uno de los protagonistas ten¨ªa su versi¨®n, que no era igual a la m¨ªa ni a la de otros. Procur¨¦ respetarlos, pero no pod¨ªa mochar la historia, limarle las aristas o pintarla en colores pasteles. La realidad suele ser m¨¢s rica que cualquier engendro de mi imaginaci¨®n, por lo mismo consider¨¦ que en ciertos casos tendr¨ªa que omitir algo, pero no deb¨ªa tergiversar los hechos para dar en el gusto a los quisquillosos, s¨®lo lo hice para afinar el texto. Como narradora, me interesan el suspenso, el ritmo, los momentos luminosos y los m¨¢s oscuros, la filigrana de las relaciones humanas, pero trato de evitar las grandes zonas grises y los detalles fastidiosos. En un libro como ¨¦ste importa menos la fecha exacta de un acontecimiento que la atm¨®sfera: ?era verano?, ?hab¨ªan abierto los tulipanes?
Cuando termin¨¦ el manuscrito comprend¨ª que no pod¨ªa envi¨¢rselo a mi agente sin que lo leyeran las personas que aparec¨ªan con sus nombres en esas p¨¢ginas. La mayor¨ªa de ellos no habla castellano, as¨ª es que deb¨ª hacer traducir el libro al ingl¨¦s. Pas¨¦ varios meses ociosa, en ascuas, esperando, mientras la traductora volaba sobre las teclas de su computadora en Missouri. Un d¨ªa lleg¨® el libro y pude circularlo en la familia en dos idiomas. Despu¨¦s, uno a uno, los miembros de mi familia me enfrentaron. Algunos llegaron con el manuscrito rayado de punta a cabo con tinta roja; otros, con algunas observaciones t¨ªmidas al margen, y m¨¢s de alguno, en l¨¢grimas o furioso. En el caso de mi nuera, Lori, el libro nos sirvi¨® para profundizar a¨²n m¨¢s la rara amistad que nos une. Con mi hijastro, Harleigh, tuve una batalla que dur¨® varias sesiones agotadoras, y por ¨²ltimo me acus¨® de chuparle la sangre como un vampiro para apoderarme de su historia, en vista de lo cual llegamos a un acuerdo justo: lo saqu¨¦ del libro. Fue una l¨¢stima, porque es bastante pintoresco. Con Nico tuve largas conversaciones en las que recordamos los escollos del pasado. Mi hijo ha aprendido a tolerar mi manera novelesca de ver y de contar la vida, pero en lo referente a su divorcio quiso refrescarme la memoria. Por suerte, ¨¦l hab¨ªa guardado unas cartas que intercambiamos en esa ¨¦poca, cuando est¨¢bamos los dos tan atorados de emociones que ten¨ªamos que recurrir a los mensajes escritos para entendernos.
Despu¨¦s de reescribir las 400 p¨¢ginas por lo menos cuatro veces, di el libro por concluido. Lo hab¨ªa comenzado con la idea de relatar al correr de la pluma, pero empec¨¦ a tirar del hilo y se fue desenredando una madeja interminable de sentimientos. Tuve que indagar en los secretos de cada miembro de mi tribu y finalmente cuestionar en serio mi papel de matriarca, porque he vivido tratando de protegerlos, pero comprend¨ª que ¨¦sa es tarea de los dioses. No los he salvado de dolores, separaciones ni p¨¦rdidas, s¨®lo he podido servirles de testigo. Durante diecisiete meses, ¨¦ste fue el tema principal en las reuniones familiares. Todos tuvieron oportunidad de exponer su punto de vista y llegamos a la conclusi¨®n de que no nos pondr¨ªamos de acuerdo sobre el pasado, pero no importaba, porque est¨¢bamos de acuerdo en seguir juntos en el futuro. Entretanto, el circo continuaba, los ni?os crec¨ªan, nuestra existencia cambiaba y r¨¢pidamente La suma de los d¨ªas empez¨® a sonarnos como historia antigua. Por el camino fueron surgiendo an¨¦cdotas que a m¨ª se me hab¨ªan olvidado y ya era muy tarde para a?adirlas, pero las he ido anotando para usarlas dentro de diez o quince a?os, en caso de que se me ocurra volver a sumar los d¨ªas.
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