Irresponsabilidad y cabreo
- 1. En Catalu?a, la pol¨ªtica se ha convertido en una t¨¦cnica de autoexculpaci¨®n. Nadie es responsable de nada. Este verano ha sido muy ilustrativo. Infraestructuras b¨¢sicas para el funcionamiento del pa¨ªs han estallado, incapaces de soportar el aumento exponencial de la demanda en todos los campos, ante el estupor de los ciudadanos y la sorpresa de quienes tendr¨ªan que tener perfectamente medidas las necesidades del pa¨ªs. Los que gobernaron durante 23 a?os y fueron incapaces de preparar el futuro dicen que ellos ya no est¨¢n. Los que llevan ya cuatro a?os gobernando dicen que el problema es del pasado y que ellos hacen lo que pueden para repararlo. Y unos y otros coinciden en que toda la culpa es de Madrid. Un run-run de malestar sube desde una ciudadan¨ªa que se ha ido acostumbrando a delegar la cosa p¨²blica en los pol¨ªticos como si a ella no le concerniera ni le quedara otro derecho que el pataleo.
Son las adaptaciones al lugar de las actuales hegemon¨ªas ideol¨®gicas. Efectos colaterales del triunfo del poder econ¨®mico que ha conseguido imponerse al pol¨ªtico como fuente de normatividad social. Cada vez m¨¢s, el comportamiento de los ciudadanos viene determinado por las exigencias del dinero y no por la l¨®gica de los derechos y los deberes. El ciudadano vive condenado al castigo sis¨ªfico del consumismo que garantiza la frustraci¨®n permanente. La pulsi¨®n de consumir no tiene fin ni satisfacci¨®n. Cuando nos hacemos con el producto so?ado, hemos dejado de so?ar en ¨¦ste para empezar a so?ar en otro. Y as¨ª, en una espiral sin fin, ni premio. En esta situaci¨®n no hay espacio para la revuelta, s¨®lo hay lugar para el cabreo. La revuelta, como dec¨ªa Albert Camus, es un no constructivo que desde el momento de pronunciarse lleva un s¨ª incorporado. El cabreo se agota en s¨ª mismo. Es un no que acaba en la resignaci¨®n. En este marco, el pol¨ªtico se transforma de representante a chivo expiatorio. El cabeza de turco al que gritar cuando las cosas no funcionan, sea cual sea su grado de responsabilidad. Y ¨¦ste, incapaz de seguir al poder econ¨®mico que salta barreras sin que el poder pol¨ªtico consiga llegar a tiempo para marcar los l¨ªmites necesarios, reacciona de una manera doblemente equivocada: desplazando la responsabilidad hacia otros y convirtiendo a la eficiencia en la gesti¨®n en promesa principal, transformando as¨ª los medios de su acci¨®n en los fines de su proyecto pol¨ªtico.
- 2. La eficiencia deber¨ªa ser una obligaci¨®n, no un m¨¦rito o una promesa. Y una obligaci¨®n referenciada a unos objetivos: eficiencia, ?para qu¨¦? La reducci¨®n de la pol¨ªtica al mito de la eficiencia es la consecuencia de la traslaci¨®n de la hegemon¨ªa ideol¨®gica del dinero al campo de la pol¨ªtica. Y, sin embargo, la eficiencia es insuficiente en pol¨ªtica porque los fundamentos de la acci¨®n humana no son estrictamente racionales y la econom¨ªa del deseo de las personas y de los pueblos es muy compleja.
Durante mucho tiempo el nacionalismo ha funcionado como promesa, como pasi¨®n in¨²til que disimulaba la resignaci¨®n de fondo. Hasta que la realidad del pa¨ªs ha emergido en forma de crisis de funcionamiento y se han visto las consecuencias de una pol¨ªtica que ha mimado a los pueblos en nombre de la patria y ha olvidado, por ejemplo, las carreteras que deber¨ªan trabar el territorio. El nacionalismo dio voz a Catalu?a y con ello pareci¨® darse por satisfecho. Ante la acumulaci¨®n de problemas la moda es otro mito ideol¨®gico: la eficiencia, la pol¨ªtica centrada en los problemas cotidianos de los ciudadanos que, sin un proyecto que la articule, no quiere decir gran cosa m¨¢s que dejar y confiar en que las cosas fluyan de la mejor manera. Entre el discurso del nacionalismo y el discurso de la pol¨ªtica de lo cotidiano hay, eso s¨ª, un elemento com¨²n: la culpa siempre es de Madrid. Y en la medida en que, en parte, es cierto, es una obviedad que mientras la culpa siga siendo de Madrid las cosas seguir¨¢n mal.
- 3. Hay pocos ejercicios m¨¢s in¨²tiles y m¨¢s indecentes que el discurso de las responsabilidades colectivas, que es la mejor manera de que nadie sea responsable de nada. Cada cual es responsable de sus acciones y omisiones. No voy a entrar en las responsabilidades concretas de los problemas de este verano porque ya lo hice en otro art¨ªculo antes de vacaciones y porque me parece que est¨¢n bastante claras. Pero ahora que empieza una larga campa?a electoral y que, como acostumbra a ocurrir en estas circunstancias, la ciudadan¨ªa ser¨¢ objeto de todo tipo de halagos, perm¨ªteme que me revele contra el discurso -propio de la hegemon¨ªa ideol¨®gica actual- que presenta al espacio pol¨ªtico como un nido de v¨ªboras corruptas y a la sociedad como panacea de todas las virtudes.
Los pol¨ªticos surgen de esta sociedad. Y son los ciudadanos los que les han puesto donde est¨¢n, aunque sea a trav¨¦s de mecanismos susceptibles de ser sensiblemente mejorados. Como dec¨ªa Hannah Arendt, el individuo tambi¨¦n es responsable de sus obediencias. Y esto vale para todos: para las ¨¦lites pol¨ªticas, cuya tendencia a la servidumbre est¨¢ demostrada, y para la ciudadan¨ªa. Y en especial para eso que en Catalu?a se llama la sociedad civil, que tanto ¨¦nfasis recibe en determinados discursos pol¨ªticos y que tantos piropos merece de los dirigentes que vienen de Madrid. ?Qu¨¦ ha hecho la sociedad civil para la modernizaci¨®n de este pa¨ªs? La fuerza de un pa¨ªs no la dan s¨®lo sus representantes pol¨ªticos, la da el conjunto de la sociedad. Y el nivel de exigencia de ¨¦sta es muy determinante del comportamiento de sus dirigentes. El peso de Catalu?a en Espa?a y en el mundo no es algo que se pueda delegar en los dirigentes pol¨ªticos. Concierne a todos. La pol¨ªtica no es un juego en el que todos nos quitemos las responsabilidades de encima: los ciudadanos hacia los pol¨ªticos y los pol¨ªticos hacia Madrid. Lo que se echa de menos es un liderazgo. Y ¨¦sta es mi principal recriminaci¨®n al presidente Maragall. Lleg¨® en el momento id¨®neo para convocar al pa¨ªs a un proceso real de modernizaci¨®n, con amplia movilizaci¨®n como hizo siendo alcalde de Barcelona. Y prefiri¨® enzarzarse en una batalla estatuaria con las eternas disquisiciones sobre el ser de Catalu?a y de Espa?a de por medio. Con lo cual se acabaron perdiendo tres a?os m¨¢s. ?Le hubiera seguido el poder econ¨®mico catal¨¢n? No lo s¨¦. El precedente de los juegos no es alentador. La inversi¨®n de dinero aut¨®ctono fue m¨ªnima. Pero, ahora, ya no caben m¨¢s dilaciones. Que cada cual asuma sus responsabilidades: los pol¨ªticos y la sociedad civil.
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