Se apaga una voz divina
El tenor italiano Luciano Pavarotti muere en su casa de M¨®dena a los 71 a?os
Silencio e incredulidad reinaban ayer en M¨®dena. La ciudad donde naci¨® en 1935 el tenor Luciano Pavarotti, en el norte de Italia, acogi¨® la noticia de la muerte del cantante seg¨²n su estilo: educado, elegante y sin ruido. Fuera de los l¨ªmites de la discreta ciudad emiliana, el ¨®bito estall¨® como una bomba de proporciones similares a las de Big Lucy, apodo con el que era conocido en el mundo anglosaj¨®n el c¨¦lebre tenor.
Su dimensi¨®n medi¨¢tica ha propiciado que su muerte haya trascendido al mundo de la cultura para adquirir una inusitada dimesi¨®n universal en la que incluso los dirigentes pol¨ªticos, m¨¢s all¨¢ del italiano, expresaron su pesar. Nicol¨¢s Sarkozy fue, a las 11.00 horas, el primero; despu¨¦s se sumaron Vladimir Putin, George Bush, Jos¨¦ Manuel Dur?o Barroso (presidente de la Comisi¨®n Europea) o Ban Ki-moon (secretario general de la ONU). Incluso la banda que toca durante el cambio de guardia en el Palacio de Buckingham, en Londres, ayer interpret¨® una versi¨®n instrumental del aria Nessun dorma de la ¨®pera Turandot en homenaje al tenor.
Mientras se suced¨ªan las declaraciones de pesar de cantantes de ¨®peras, de directores de teatros l¨ªricos y directores de orquesta, y las televisiones y radios dedicaban programas y programas a recordar al tenor, la ciudad de M¨®dena realizaba por la ma?ana los preparativos de la capilla ardiente en el Duomo de la ciudad. A partir de las 19.00 la capilla fue abierta al p¨²blico para que los modeneses pudieran despedir a su vecino m¨¢s famoso. Los funerales de Estado se celebrar¨¢n el s¨¢bado en este mismo lugar.
Pavarotti falleci¨® en la madrugada de ayer en su casa a causa del c¨¢ncer de p¨¢ncreas que padec¨ªa, rodeado por su segunda esposa -Nicoletta-, sus cuatro hijas -Lorenza, Cristina, Giuliana y Alice-, su hermana Gabriela y sus amigos m¨¢s cercanos. Fue una larga agon¨ªa tras el empeoramiento de su salud a principios del pasado agosto. Hace unas semanas abandonaba el hospital y regresaba a su casa para pasar all¨ª sus ¨²ltimos d¨ªas. Toda Italia segu¨ªa su evoluci¨®n. "Ya lo s¨¦, es tonto, pero nunca te resignas a que pueda morir una persona tan grande", comentaba Monica Miccoleri, una estudiante de letras de 25 a?os, mientras ataba su bicicleta frente a la Catedral.
En su p¨¢gina web (www.lucianopavarotti.com), apareci¨® una declaraci¨®n del tenor que lo representa muy bien: "Creo que una vida para la m¨²sica es una existencia gastada maravillosamente". Hace algunos d¨ªas escribi¨® en la misma web una suerte de testamento espiritual en el que ped¨ªa al publico: "Espero ser recordado como un cantante de ¨®pera, es decir, un representante de una forma de arte que encontr¨® su m¨¢xima expresi¨®n en mi pa¨ªs, y espero adem¨¢s que el amor por la ¨®pera siga siendo de importancia central en mi vida".
A las 14.00 unos pocos ciudadanos se concentraron en la Plaza Grande para comer en alguno de sus elegantes caf¨¦s. En las charlas en voz baja el tema principal era ¨¦l: alguien contaba chistes acerca de su pasi¨®n por la comida; otros, an¨¦cdotas acerca de su proverbial car¨¢cter, un poco brusco. El retrato que resultaba de los corrillos en los bares era cari?oso e ir¨®nico, y es que Pavarotti habit¨® mucho su ciudad. Frecuentaba sus plazas, sus iglesias, sus restaurantes. En el verano, muy a menudo, regalaba conciertos a sus conciudadanos. Los modeneses lo describen como uno de ellos. "Disfrutaba mucho de las amistades. Le gustaba la vida, la buena compa?¨ªa y la buena comida, como a todos nosotros", dijo Armando Albertini, un chico de 33 a?os de traje azul y tono de voz baj¨ªsimo.
En el curso de la tarde el cielo se despej¨® y un sol caliente abraz¨® la Plaza Grande de M¨®dena. Los m¨¢rmoles del Duomo, en estilo rom¨¢nico y patrimonio de la humanidad, se hicieron rosas bajo la luz. La tranquilidad que exist¨ªa hasta entonces fue interrumpida por la llegada de los equipos de televisi¨®n, con furgonetas, c¨¢maras, reflectores. La atmosfera se hizo rara. "No voy a ir a la capilla ardiente", coment¨® Luigi Savona, de 42 a?os, mientras observaba la instalaci¨®n de una antena de televisi¨®n en la plaza. "Prefiero acordarme de Pavarotti, como lo vi en su concierto en el Parco Novisad de Modena hace algunos a?os".
Babelia
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