'On the road'
Cuando en 1964 hice mi primer viaje a San Francisco estaba en plena ebullici¨®n la novela On the road, de Jack Kerouac, de cuya publicaci¨®n se cumple ahora el cincuenta aniversario. La estampida se hab¨ªa iniciado unos a?os antes desde Nueva York. Por todas las carreteras de California se ve¨ªan j¨®venes a bordo de cadillacs desvencijados o sacando el dedo en la cuneta, con vaqueros ra¨ªdos, botas podridas, camisas abiertas de le?ador y un saco de lona al hombro lleno de abalorios entre los que brillaba una navaja para fabricar amuletos de cuero o desollar iguanas. Parec¨ªa que el demonio hab¨ªa reventado a aquellos j¨®venes por dentro. Cambiaban de oficio cada semana huyendo, dorm¨ªan en el punto del camino donde les pillara el sue?o y se apareaban bajo los olmos o en medio de campos de alfalfa o en los retretes mugrientos de las estaciones del ferrocarril. Su pensamiento consist¨ªa en caminar. Eran a la vez libres y descoyuntados, metidos en la tarea de improvisar su existencia, de estar en todas partes y en ninguna. Reci¨¦n llegado de una Espa?a gris marengo y de maestros escol¨¢sticos con un for¨²nculo en el pescuezo qued¨¦ admirado ante la libertad que ten¨ªan estos j¨®venes para inventarse a s¨ª mismos todos los d¨ªas a la salida del sol. Tal vez Dean Moriarty y Sal Paradise andaban caminando a¨²n por San Francisco con las manos metidas en el bolsillo trasero del pantal¨®n de aquellas chicas que iban descalzas por las aceras de Haight-Ashbury. De all¨ª comenz¨® a salir el humo de marihuana que inund¨® el mundo. Hab¨ªa que hacer algo. Por mi parte regal¨¦ el reloj, me quit¨¦ la corbata y me fui al sur, me tumb¨¦ en las praderas del campus de La Jolla y despu¨¦s llegu¨¦ a Tijuana, donde me hice retratar con sombrero mexicano junto a un burro pintado de cebra y com¨ªa calaveras de chocolate. En aquella ciudad de frontera los cabarets de strip-tease, las farmacias y los bares no ten¨ªan puertas. Los beatniks pasaban por all¨ª camino del golfo de Cort¨¦s para ver c¨®mo se apareaban felizmente las ballenas aunque su vida ag¨®nica no era nada comparada con el fragor de la balacera que en Tijuana pod¨ªa establecerse en cualquier esquina por una mala mirada. Lleg¨® un d¨ªa en que los beatniks dejaron de caminar. Algunos murieron y otros se hicieron bur¨®cratas. De las botas podridas de estos beatniks germinaron los hippies, pero fueron ellos los que convirtieron en filosof¨ªa, hace 50 a?os, esta locura en que se agita todav¨ªa el mundo: vivir consiste solo en huir detr¨¢s de un sue?o hasta reventar.
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