Un pa¨ªs amenazado por el extremismo
El descontento por el apoyo de Musharraf a EE UU alimenta el odio y la violencia
El general Pervez Musharraf se hab¨ªa comprometido a garantizar la seguridad de Benazir Bhutto cuando la l¨ªder del Partido Popular de Pakist¨¢n (PPP) regresara de su autoexilio. Las medidas de seguridad tomadas eran extremas. Unos 20.000 polic¨ªas y 5.000 soldados hab¨ªan sido desplegados por Karachi, adem¨¢s de blindados y helic¨®pteros, pero la cruda realidad es que ni el jefe del Ej¨¦rcito y presidente del pa¨ªs es capaz de controlar la violencia que desgarra Pakist¨¢n.
El miedo a que la vuelta de Bhutto se convirtiera en un ba?o de sangre era palpable ayer en esta ciudad de 12 millones de habitantes, en la que con frecuencia las diferencias pol¨ªticas se dirimen a balazos. Los colegios, comercios y oficinas hab¨ªan cerrado sus puertas. S¨®lo ten¨ªa vida la zona en la que se hab¨ªan concentrado los dos millones de seguidores de la l¨ªder del PPP. El Gobierno local, temeroso de las eventuales represalias que pueda haber hoy, decret¨® esta madrugada otra jornada de puertas cerradas a cualquier actividad.
Ni el jefe del Ej¨¦rcito y presidente del pa¨ªs ha podido garantizar la seguridad de Bhutto
El vac¨ªo de poder pol¨ªtico que vive el pa¨ªs desde hace meses por los manejos del presidente para perpetuarse en el poder y su enfrentamiento con el Tribunal Supremo, que estos d¨ªas analiza la constitucionalidad de su reelecci¨®n por otros cinco a?os, han dado aire a la violencia que incendia Pakist¨¢n desde principios de a?o.
Las zonas tribales, fronterizas con Afganist¨¢n, se han convertido en refugio de miembros de Al Qaeda y radicales isl¨¢micos, tanto paquistan¨ªes como afganos, cercanos al r¨¦gimen talib¨¢n que gobern¨® en Afganist¨¢n hasta su derrocamiento por la coalici¨®n internacional liderada por Estados Unidos, en noviembre de 2001.
En esas zonas, el extremismo se nutre del descontento de los habitantes de los dos pa¨ªses por la presencia de tropas extranjeras en suelo afgano y la sumisi¨®n del llamado Busharraf, adem¨¢s del dinero procedente de la recuperaci¨®n experimentada en estos a?os por el cultivo del opio y el narcotr¨¢fico.
Todo apunta a que la pol¨ªtica de bombardeos en Afganist¨¢n de EE UU y Musharraf, su mejor aliado en la lucha contra el terror, conduce a un callej¨®n de violencia y odio que se extiende cada d¨ªa m¨¢s por este pa¨ªs de 165 millones de habitantes. Bhutto asegur¨® en el avi¨®n de vuelta que se empe?ar¨¢ en buscar una "salida negociada" al descontento tanto de las zonas tribales como de Baluchist¨¢n.
Esa provincia, fronteriza con Afganist¨¢n e Ir¨¢n, tambi¨¦n ha sufrido con crudeza en estos a?os la represi¨®n de Musharraf y el empleo de su maquinaria de guerra. Los llamados "da?os colaterales", es decir, los civiles muertos, se cuentan por cientos y hay cientos de desaparecidos.
Pero tal vez, lo que llev¨® definitivamente a una buena parte de los paquistan¨ªes a volverle la espalda a Musharraf fue su decisi¨®n de asaltar, en julio pasado, la Mezquita Roja de Islamabad. Muchos paquistan¨ªes aseguran que no comprenden por qu¨¦ el general no pact¨® con los radicales una salida. "Se dice musulm¨¢n y mata a j¨®venes musulmanes porque piden que las leyes del pa¨ªs se rijan por la sharia [ley isl¨¢mica]. No tiene perd¨®n de dios", declararon miembros de la oposici¨®n isl¨¢mica.
Estados Unidos, pese a ser el principal apoyo de Musharraf, tambi¨¦n parece consciente de la necesidad de cambiar el ritmo pol¨ªtico del pa¨ªs para evitar que la deriva de la violencia sea incontenible. De ah¨ª, el apoyo dado a Bhutto para que regresara y compartiera el poder con el general. Pero tal vez se ha tardado demasiado en comprender que la democracia, m¨¢s que el r¨¦gimen militar, puede frenar la descomposici¨®n del pa¨ªs.
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