Madrid, besar llorar
?A qui¨¦n no le gusta besar por las calles? No hay nieve en las aceras, ni se llena de paraguas a menudo, pero esta ciudad es tan buena como cualquier otra para besar, y tambi¨¦n para llorar. Todo lo dem¨¢s, tendr¨¢, con el tiempo, una importancia relativa. Todas las guerras y sus estatuas ser¨¢n finalmente vencidas. De lo propio no quedar¨¢ huella.
Y eso que Madrid es la ciudad de mi infancia, la de los pollitos vivos que compramos en la plaza de Roma, para matarlos despu¨¦s de fr¨ªo tras un ba?o que, visto con la distancia y la sabidur¨ªa de la edad, pod¨ªamos muy bien habernos ahorrado. Pero la infancia desaparece en la ciudad, cubierta de besos. Las esquinas se olvidan de los bancos y las citas, de las peleas. ?Por qu¨¦ alzaremos tanto la voz! Como se olvida cruelmente el enamorado de todos los desconocidos y hasta de algunos amigos. Se van los muertos de la ciudad y queda nada m¨¢s el recuerdo de los besos y las l¨¢grimas. Las joyer¨ªas se llenan de regalos para nadie, los libros que no se leen duermen tranquilos. Tampoco nos necesitan. De aquel que sali¨® de casa pensando en verla, nadie volvi¨® a hablar. Qu¨¦ m¨¢s da si no am¨® lo suficiente, si ya no puebla estas calles como un ciudadano justamente enamorado. Qu¨¦ elegante y orgulloso se le vio salir entonces.
Se puede llorar y besar en cada rinc¨®n sin que nadie se sonroje
Se puede llorar y besar en cada rinc¨®n de Madrid, sin que nadie se sonroje. Se besan las l¨¢grimas futuras, y se lloran los besos ya perdidos. Y as¨ª se va condenando el futuro, en estas calles, llenas de atardeceres y cielos hermosos y esas cosas que acompa?an a los besos pero no son los besos. Se derrumban los grandes almacenes, los estadios de f¨²tbol, la moda, los pasteles, toda forma de elegancia insignificante, de grotesca importancia. Se derrumban los t¨²neles, los museos, el arte y las ferreter¨ªas. Los alcaldes, los reyes, los desfiles y las banderas se inclinan humillados. La Navidad no se recuerda, ni se recuerdan las fuentes del verano. Y al final, sobre este suelo que pisamos, no quedan m¨¢s que los besos que dimos y las l¨¢grimas que los cubrieron. Y tal vez la esperanza de besar, aqu¨ª mismo, de nuevo.
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