'Negro sobre blanco', la m¨²sica hecha teatro
Pocas pr¨¢cticas musicales pueden presentar una alianza tan compleja entre la pujanza, el atractivo y, a la vez, la borrosidad como el denominado teatro musical. Un concepto formulado en la cresta de la ola del triunfante vanguardismo de los sesenta; aunque poseedor de m¨²ltiples antecedentes en la agitaci¨®n del dada¨ªsmo, el futurismo, el racionalismo de la Bauhaus, el surrealismo y el happening, y esto sin entrar en los jardines establecidos de la ¨®pera o la danza. En realidad, es un g¨¦nero tan enraizado en el siglo XX que resulta parad¨®jica, cuando no enojosa, la necesidad de redefinirlo cada vez que emerge. Porque, ?qu¨¦ es el teatro musical? Dejando de lado las manifestaciones gen¨¦ricas de cualquier cosa que suceda en un escenario, el teatro musical, contextualizado como un modo de la vanguardia, y ahora ya de la posvanguardia, define una floraci¨®n de espect¨¢culos que buscan extraer aquello que de teatro tiene la m¨²sica, o m¨¢s exactamente la pr¨¢ctica del concierto.
El teatro musical constituye un territorio inestable donde nunca se conoce bien cu¨¢les son los l¨ªmites
De entre sus predecesores m¨¢s ilustres, es obligado citar al germano-argentino Mauricio Kagel; sin olvidar algunas experiencias de los pioneros de la musique concr¨¨te en Francia, el italiano Sylvano Busotti o el grupo Zaj en Espa?a. Con el tiempo, la coexistencia, no siempre c¨®moda, entre happening, performance y teatro musical ha terminado por desalentar a aquellos que precisan de etiquetas para acomodarse a las pr¨¢cticas del arte nuevo. Y sin embargo..., a cada desfallecimiento del g¨¦nero le segu¨ªa inexorablemente una resurrecci¨®n que, eso s¨ª, consegu¨ªa mostrarse como una invenci¨®n. Esto explica tanto la vitalidad del g¨¦nero como su peri¨®dica difuminaci¨®n. Y nos lleva, adem¨¢s, a una pregunta: ?tan pertinaz reaparici¨®n no nos estar¨¢ diciendo que constituye una necesidad secreta, una energ¨ªa oscura del impulso hacia lo nuevo en m¨²sica?
Ya venerables figuras de la m¨²sica del siglo XX (de Stravinski a Cage) nos hab¨ªan advertido de que la escucha sin la visi¨®n es algo insatisfactorio, y el concierto, en su estatismo extremo, es una incitaci¨®n constante a la indulgencia hacia lo que vemos. Pero adem¨¢s, el siglo pasado ha estado marcado por experiencias de masas que han determinado con nitidez fracturas en la escucha, es el caso del cine, la radio y los medios de reproducci¨®n mec¨¢nica de la m¨²sica. En el cine, la m¨²sica se ha situado en el plano de la metanarraci¨®n, como algo que estaba ah¨ª, en el ¨¢mbito de una ficci¨®n imaginaria. Pero es, sobre todo, la escucha a trav¨¦s de altavoces la que ha trastornado el espacio de la m¨²sica, ya que ¨¦sta se ocultaba en un no lugar, lo que la transmuta en algo colocado simb¨®licamente en nuestra propia conciencia. El teatro musical restituye ese lugar perdido oblig¨¢ndonos a ver la acci¨®n musical, el hecho mismo de tocar y de estar en el escenario de los int¨¦rpretes. Y si el teatro musical no ha constituido un acontecimiento central en las pr¨¢cticas de la m¨²sica nueva es debido a su alto coste; coste econ¨®mico, desde luego, pero tambi¨¦n energ¨¦tico y de invenci¨®n. No es que componer teatro musical sea m¨¢s dif¨ªcil que crear una partitura, es que constituye un territorio inestable donde nunca se conocen bien los l¨ªmites.
Si en la en¨¦sima resurrecci¨®n del teatro musical (la de las ¨²ltimas dos d¨¦cadas) existe un nombre consagrado y, si se me permite, paradigm¨¢tico, ¨¦se es el del alem¨¢n Heiner Goebbels (1952). Su trayectoria musical ha sido ecl¨¦ctica (jazz, rock, improvisaci¨®n en sus inicios juveniles), pero completa, hasta llegar a ser solicitado por la mism¨ªsima Filarm¨®nica de Berl¨ªn y su director Simon Rattle en 2003. Su nombre brilla como el h¨¦roe reciente del teatro musical actual, un teatro musical al que no le falta la precisi¨®n y perfecci¨®n t¨¦cnicas de los modernos aparatos electr¨®nicos, el v¨ªdeo o la luz m¨¢s refinada; se mantiene, en cambio, fiel al principio de buscar la teatralidad de la experiencia concert¨ªstica de siempre, la del m¨²sico que suda la camiseta en un escenario. Goebbels vive en Francfort, ciudad que es sin¨®nimo de la mejor m¨²sica contempor¨¢nea de Alemania, todo esto gracias al prodigioso Ensemble Modern, un colectivo que hoy es un emporio constituido por su grupo faro, una academia de j¨®venes cuyo virtuosismo corta el aliento (academia que ha estado dirigida este ¨²ltimo a?o por el espa?ol Nacho de Paz) e incluso una orquesta que se re¨²ne un par de meses al a?o, la ¨²nica gran orquesta del mundo exclusivamente dedicada a la m¨²sica actual.
Decir que el Ensemble Modern y Heiner Goebbels han compartido recorrido hace poca justicia a su relaci¨®n. Se dice en Francfort que cuando el Modern ve flojear la entrada de sus conciertos recurre a algunos de sus montajes con Goebbels y, como un milagro, los llenos se recuperan. Para el Modern ha creado Goebbels algunos de sus mejores espect¨¢culos, pero quiz¨¢ el m¨¢s caracter¨ªstico sea Negro sobre blanco, obra que se autodefine como "pieza musical para dieciocho m¨²sicos del Ensemble Modern".
En escena, como en una especie de clase o sala de espera, los m¨²sicos van desgranando su problem¨¢tica relaci¨®n con el instrumento, pero tambi¨¦n aparecen como sujetos de unos textos que llegan de un no lugar, como si la literatura estuviera esta vez en el lugar que ha ocupado la m¨²sica durante todo un siglo. Esos textos son de Allan Poe (Shadow), Blanchot y Eliot, pero est¨¢n le¨ªdos (y reproducidos por grabaci¨®n fantasmag¨®rica) por Heiner M¨¹ller, el dramaturgo alem¨¢n desaparecido poco antes del estreno de esta obra (1995) y de la que se convierte en un emotivo sudario. Negro sobre blanco ha recorrido el mundo en sus once a?os de vida, se ha estrenado en m¨¢s de 60 ciudades y ha ganado premios de diversa ¨ªndole.
Los mimbres de Negro sobre blanco son tan excepcionales, empezando por la perfecci¨®n instrumental del Ensemble Modern y concluyendo por su fuerza evocadora, que se ha constituido en uno de los espect¨¢culos clave del cambio de siglo. Y, no obstante, es teatro musical en estado puro: nos interroga sobre el espacio de la m¨²sica, el estatuto de la representaci¨®n musical, las luces y sombras de la memoria y el papel de la cultura en el ejercicio est¨¦ril de mantener la presencia de los seres y obras que admiramos.
Nada nuevo, en el fondo, ya lo escrib¨ªan (negro sobre blanco) Allan Poe, Eliot o Blanchot, y lo ejercitan a diario los m¨²sicos formidables del Ensemble Modern cada vez que concluyen sus conciertos y sus instrumentos pasan a dormir a sus estuches. Y es que cuando evoca eficazmente el misterio, la vida se convierte en una representaci¨®n perfecta del arte (?o era al contrario?).
Negro sobre blanco. Naves del Espa?ol/ Matadero Madrid. D¨ªas 2, 3 y 4 de noviembre. www.mataderomadrid.com
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