Argumentos musicales
Quiz¨¢ porque est¨¢ muy cercano el D¨ªa de los Difuntos me he topado estos d¨ªas un par de veces con Don Juan. En la primera ocasi¨®n Don Juan aparec¨ªa en una pel¨ªcula de Ingmar Bergman que yo no hab¨ªa visto con anterioridad, y que es una aut¨¦ntica delicia. Se trata de El ojo del diablo, aunque tal vez el t¨ªtulo original, o al menos el m¨¢s adecuado, sea El orzuelo en el ojo del diablo.
En el inicio de la pel¨ªcula, Bergman cita un proverbio irland¨¦s: "La castidad de una muchacha es un orzuelo en el ojo del diablo". Y, en efecto, en su trama el diablo se ve afectado por un molesto orzuelo a causa de la existencia de una chica casta. Para remediarlo no se le ocurre otra cosa que enviar a Don Juan, condenado eternamente en el infierno, al mundo de los vivos para seducir a la muchacha. Don Juan -un Don Juan medio son¨¢mbulo, magn¨ªfico- acepta de mala gana y se hace acompa?ar en la aventura por su siervo, un Leporello viejo y trasnochado que tambi¨¦n pena en el infierno.
La m¨²sica es el ¨²nico arte que incluso puede soportar la llegada del convidado de piedra
Las cosas en la superficie no van como Don Juan, de acuerdo con su fama, hab¨ªa previsto. La muchacha accede finalmente a su compa?¨ªa, pero no como consecuencia de sus labores seductoras, sino por algo parecido a la compasi¨®n. Para empeorar el lance, Don Juan se da cuenta de que se ha enamorado de la que ten¨ªa que ser su v¨ªctima. Sin poder hacer ya nada m¨¢s, es reclamado de nuevo por el infierno y recibido por el diablo, quien, cumplidas las condiciones para la curaci¨®n de su ojo, se ha librado del enojoso orzuelo. El pobre Don Juan, enamorado y abandonado, siente, tras su regreso, que su castigo infernal es a¨²n mayor que antes. La respuesta del diablo es brutal (y muy bergmaniana): "No hay castigo suficiente para quien ama".
Durante toda la pel¨ªcula no pens¨¦ en otro Don Juan que en el de Mozart, acaso porque el propio Bergman fue siempre muy mozartiano y recordaba su espl¨¦ndida versi¨®n de La flauta m¨¢gica. Imagin¨¦ su Don Juan como el Don Giovanni de la ¨®pera tras pasar una buena temporada en el infierno. Es decir, calmada la arrogancia y convertido en candidato para sufrir de verdad mediante el enamoramiento.
Mi segundo encuentro reciente con Don Juan ha sido en el libro de Eugenio Tr¨ªas El canto de las sirenas (C¨ªrculo de Lectores, 2007), al leer el cap¨ªtulo dedicado a Mozart. Lo le¨ª muy pocos d¨ªas despu¨¦s de ver la pel¨ªcula de Bergman y me pareci¨® advertir una impl¨ªcita continuidad entre ambos tratamientos. En El ojo del diablo la pasi¨®n transgresora de Don Juan ha sido filtrada y atemperada por la estancia en el Hades, pero, aunque sea espectralmente, todav¨ªa se presenta con toda la fuerza de su dimensi¨®n tr¨¢gica y c¨®mica.
Y es esta misma dimensi¨®n la que analiza sobresalientemente Eugenio Tr¨ªas en su libro, colocando a Don Giovanni ya no s¨®lo en el centro de la obra de Mozart, sino en el coraz¨®n mismo de la entera historia de la m¨²sica. Resulta desde luego casi imposible identificar otra pieza art¨ªstica (en cualquiera de las artes) en la que fuerzas tan contrapuestas como las que est¨¢n en juego en esta ¨®pera choquen con tanta sutileza hasta converger en un equilibrio delicado y rico entre erotismo y espiritualidad. Tr¨ªas muestra con s¨®lidos argumentos musicales que los distintos puntos de tensi¨®n de la m¨²sica mozartiana confluyen, de una u otra forma, en Don Giovanni.
Argumentos musicales es, justamente, el subt¨ªtulo que acompa?a a El canto de las sirenas. Cuando la lectura del cap¨ªtulo dedicado a Mozart coincidi¨® azarosamente con la visi¨®n de la pel¨ªcula de Bergman yo ya hab¨ªa recorrido algunos de los apasionados argumentos expuestos en el texto de Tr¨ªas. Con posterioridad, al recorrer el resto, pude comprobar la importancia capital del libro como una suerte de interpretaci¨®n musical del relato que el hombre se ha hecho de s¨ª mismo. O de los mitos que, para interrogarse, se ha regalado.
En un libro de la extensi¨®n y de la ambici¨®n de El canto de las sirenas hay muchos momentos antol¨®gicos que nos ilustran acerca del destino de la m¨²sica occidental. Absolutamente sugestiva es, al inicio, la asociaci¨®n entre la m¨²sica de Monteverdi y el mito de Orfeo, con la particularidad de que los sucesivos componentes de este ciclo m¨ªtico (el poder de encantamiento, el descenso al subsuelo, el despedazamiento del h¨¦roe, la resurrecci¨®n) son expuestos como los atributos esenciales de la m¨²sica misma.
No menos aleccionadores son los argumentos musicales que da Tr¨ªas para contraponer teol¨®gica y filos¨®ficamente las dos Pasiones de Bach, o para fundamentar la radical originalidad de Haydn en su existencia mon¨®tona, o para situar la revoluci¨®n de Sch?nberg entre la balbuciente hondura de Mois¨¦s y la atropellada expresividad de Aaron.
Gran libro, El canto de las sirenas, que mi memoria, estoy seguro, guardar¨¢ vinculado a la pel¨ªcula de Bergman, aunque sea por este derecho soberano que tiene la memoria a ser arbitraria en sus vinculaciones. La m¨²sica es el ¨²nico arte que incluso puede soportar la llegada del convidado de piedra. Y mientras ¨¦ste llega, Don Juan siempre podr¨¢ cantar aquella propuesta de libertad que tanto nos gusta: Vivan le femmine, viva il buon vino!
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