El mito tr¨¢gico
A los 20 a?os de su temprana desaparici¨®n se la sigue recordando. Eso es poco frecuente cuando se trata de un int¨¦rprete, pero es que Jacqueline du Pr¨¦ se ha convertido en algo m¨¢s: un mito, a la vez tr¨¢gico y solar. Tr¨¢gico porque retirarse a los 28 a?os, en la cumbre de la carrera, a causa de una cruel arterioesclerosis m¨²ltiple que empez¨® priv¨¢ndola de sensibilidad en los dedos y acab¨® dej¨¢ndola clavada a una silla de ruedas, vuelve a resucitar el clich¨¦ rom¨¢ntico de la juventud truncada del que la historia de la m¨²sica es tan pr¨®diga: ver las vidas de Mozart o Schubert como ejemplos se?eros de brevedad. En el cine es el caso de James Dean. Pero es que Jacqueline du Pr¨¦ (Oxford, 26 de enero de 1945-Londres, 19 de octubre de 1987) no s¨®lo era joven cuando tuvo que retirarse. Ejerc¨ªa de joven, respiraba juventud por los poros de la piel: la fuerza, el temperamento, la libertad, la expresividad y, por encima de todo, esa sonrisa resplandeciente que luc¨ªa en sus recitales y conciertos y que le valieron el apodo de Smiley -el c¨¦lebre icono de la cara amarilla, creado en 1963 por el dise?ador gr¨¢fico Harvey Ball-, todo en ella remit¨ªa a frescura, rebeld¨ªa, desinhibici¨®n. El reverso justo de Glenn Gould, otro mito de la interpretaci¨®n de esos mismos a?os, pero oculto, obsesivo, enfermizo, misterioso, mis¨¢ntropo: Thomas Bernhard construy¨® su novela El malogrado sobre esta figura torturada.
Pese a no haber militado en el feminismo, ha sido un icono de la liberaci¨®n de la mujer
S¨®lo reconoci¨® como maestro a William Pleeth. Con Pau Casals no se entendi¨®
Si Gould encontr¨® en el disco su mejor forma de expresarse, a Du Pr¨¦ le daba igual actuar ante un micr¨®fono o con p¨²blico
A los 20 a?os de la muerte de Jackie -as¨ª la llamaban sus amigos- ha aparecido un nuevo DVD de Christopher Nupen, cineasta que ha seguido la mete¨®rica trayectoria de la artista: Jacqueline du Pr¨¦, a celebration of her unique and enduring gift (Allegro Films). Se trata de una recopilaci¨®n de materiales en parte ya conocidos por entregas anteriores, como Jacqueline du Pr¨¦ in portrait (2004), pero que contiene una entrevista in¨¦dita realizada el 13 de diciembre de 1980, un documento escalofriante, de 14 minutos de duraci¨®n, en el que la artista cuenta a qu¨¦ dedica su tiempo tras el fatal diagn¨®stico de la enfermedad. Fundamentalmente, explica, a la pedagog¨ªa: en otro corte, ya conocido, de ese mismo d¨ªa se la ve ayudando a un alumno a digitar y a poner los arcos del Concierto de violonchelo de Elgar, su gran pi¨¨ce de r¨¦sistance. "Desde hace 10 u 11 a?os ya no lo toco, pero puedo ayudar a editarlo", dice con naturalidad. Sus respuestas son breves y dejan paso a largos silencios que expresan una profunda fatiga. Pero lo que m¨¢s choca es su mirada: todav¨ªa clara y alegre cuando mira a la c¨¢mara, pero sombr¨ªa y vac¨ªa cuando la aparta del objetivo a cada final de frase. No se comprende hasta el final ese gesto desvalido, cuando Du Pr¨¦ dice que ahora ha sustituido los sonidos por las palabras, "los dedos por la boca", y que se ha aficionado mucho, por ejemplo, al teatro, y en ese momento Nupen le lanza una pregunta terrible: "?Puedes leer?", y ella contesta que no, que le leen los amigos, y entonces se comprende con pesar esa expresi¨®n vac¨ªa y fatigada. Le quedaban todav¨ªa siete a?os de vida. "Es dif¨ªcil reconstruir algo que valga la pena", a?ade m¨¢s adelante sin perder la sonrisa, y uno se queda at¨®nito ante la lucha desigual de la mujer contra el mal, de su voluntad de encontrar todav¨ªa est¨ªmulos cuando la vida le ha robado uno por uno los que hab¨ªan hecho de ella un prodigio art¨ªstico.
Pero m¨¢s all¨¢ de todo ese dramatismo, hay frases que, como destellos en la oscuridad, ayudan a penetrar en su temperamento. Por ejemplo, cuando explica, como de pasada, que nunca hab¨ªa encontrado diferencias entre "actuar ante un micr¨®fono o ante el p¨²blico. Todo sale de dentro". Ah¨ª, en esa frase, se condensa todo el mito antiGould, toda la intensidad de la artista extravertida, sincera, directa, amable, entusiasta, temperamental. Repasemos brevemente su biograf¨ªa.
Segunda hija de Derek du Pr¨¦, de profesi¨®n contable, y de la pianista Iris du Pr¨¦, Jacqueline, como buen proyecto de mito, tiene un momento fundacional de su pasi¨®n musical, repetido en todas las biograf¨ªas: a la edad de cuatro a?os oy¨® por la radio el sonido de un violonchelo y pidi¨® a su madre que le comprara un instrumento "como aqu¨¦l". Su madre atendi¨® a su demanda, y al a?o siguiente la ni?a entraba en la London Violoncello School, donde sus excepcionales aptitudes muy pronto se pondr¨ªan de manifiesto.
Entre 1956 y 1961 tuvo al que siempre consider¨® su ¨²nico maestro: William Pleeth. El v¨ªdeo regala im¨¢genes bell¨ªsimas de la relaci¨®n entre disc¨ªpula y profesor. Se les ve por ejemplo interpretando juntos el D¨²o para dos violonchelos de Offenbach, en actitud distendida y simp¨¢tica, pero a la vez con una compenetraci¨®n extraordinaria. En 1960 asisti¨® en Zermatt (Suiza) a una clase magistral de Pau Casals, pero no se entendi¨® bien con el mestre. La ni?a rebelde y desprejuiciada no se adaptaba a la gravedad de quien convirti¨® el violonchelo en un instrumento solista. M¨¢s tarde tambi¨¦n tom¨® clases en Par¨ªs con Paul Tortelier y en 1966 con Rostrop¨®vich en Mosc¨². Pero en lo sucesivo se referir¨ªa s¨®lo muy de pasada a esos magisterios: el antiautoritarismo que cristalizar¨ªa en mayo de 1968 era ya palpable en los estudiantes ingleses de principios de la d¨¦cada. Antiautoritarismo que se reconocer¨ªa adem¨¢s en alg¨²n que otro gesto visto, como sentarse entre los instrumentistas para acometer la parte solista del Concierto en do mayor de Haydn.
Jacqueline du Pr¨¦ ha sido tambi¨¦n un icono asociado a la liberaci¨®n de la mujer. No es que ella fuera especialmente militante, pero pocas mujeres antes de su llegada se hab¨ªan dedicado al violonchelo, por excelencia la voz masculina de la orquesta. Junto con Natalia Gutman, fue la responsable de que los conservatorios de la d¨¦cada de los setenta se llenaran de chicas dedicadas a este instrumento. Du Pr¨¦ fue una mujer de su ¨¦poca, llevaba minifalda y vestidos floreados al estilo hippy. Y re¨ªa, todo el tiempo re¨ªa: la seriedad asociada a la m¨²sica culta se derret¨ªa en sus proximidades. Hay una imagen grabada por Nupen muy significativa: Du Pr¨¦ en un compartimento de tren, cantando Tous les gar?ons et les filles, el gran ¨¦xito de Fran?oise Hardy, mientras se acompa?a con el violonchelo en pizzicato. Y luego vendr¨ªa la boda en Jerusal¨¦n con el pianista y director Daniel Barenboim en 1967, en la vigilia de la Guerra de los Seis D¨ªas. Ella no dud¨® en convertirse al juda¨ªsmo: por aquella ¨¦poca, el kibutz era todo un modelo de forma de vida alternativa.
El cap¨ªtulo de los amigos es otro de los que la alejan del solitario Gould, quien s¨®lo se confiaba a su prima en largu¨ªsimas conversaciones telef¨®nicas de madrugada. Du Pr¨¦ tuvo, en cambio, un c¨¢lido c¨ªrculo de amistades que ha quedado retratado en el c¨¦lebre quinteto de Schubert La trucha, interpretado en el Queen Elizabeth Hall de Londres en 1969, junto a Itzak Perlman, Pinchas Zukerman, Zubin Mehta y el propio Barenboim al piano. Durante los ensayos se ve a este ramillete de ases intercambi¨¢ndose los instrumentos o comparti¨¦ndolos (Mehta llevando el arco, Perlman con los dedos sobre el m¨¢stil) en un ambiente de franca camarader¨ªa. Para todos los estudiantes de m¨²sica de esos a?os esa Trucha hist¨®rica signific¨® una bocanada de aire fresco. Y una soberbia lecci¨®n de que la pr¨¢ctica camer¨ªstica es sobre todo un ejercicio de escuchar y responder en pie de igualdad. Como destacaba Barenboim en una de las cintas de Nupen, nadie como Jackie dominaba la "conversaci¨®n musical".
Otro de los t¨®picos de la vieja escuela que Du Pr¨¦ combati¨® con ah¨ªnco fue la pr¨¢ctica excesiva, la esclavitud impuesta al int¨¦rprete por el instrumento. Ella siempre dijo que manten¨ªa otros intereses, m¨¢s all¨¢ de la m¨²sica, y que su objetivo en esta vida era ser feliz. Zubin Mehta la compar¨® con un caballo salvaje que corre por las colinas del sur de Inglaterra. Esa imagen de libertad e independencia acompa?¨® a Du Pr¨¦ a lo largo de su demasiado breve carrera art¨ªstica.
Como Gould con las Variaciones Goldberg, Casals con las Suites de Bach o Alicia de Larrocha con la Suite Iberia de Alb¨¦niz, tambi¨¦n Du Pr¨¦ fue una artista ligada a una obra: el Concierto para violonchelo de Edward Elgar. Lo interpret¨® por primera vez con 17 a?os, en 1962, en el Royal Festival Hall, con la orquesta de la BBC dirigida por Rudolf Schwarz. En lo sucesivo lo toc¨® tambi¨¦n a las ¨®rdenes de Malcolm Sargent, John Barbirolli o Daniel Barenboim. ?Era perfecta su interpretaci¨®n de esta pieza? Quienes colaboraron con ella coinciden en que no, pero todos est¨¢n de acuerdo en que el patetismo que le imprime, combinado con momentos que ella misma define como de "rid¨ªcula alegr¨ªa", es absolutamente insuperable. Ten¨ªa un sentido del fraseo tan innato, personal y libre que adaptarse a ¨¦l no resultaba nada f¨¢cil. "A los mortales nos cuesta", observa Barenboim ante la c¨¢mara de Nupen, dando a entender que la facilidad de Du Pr¨¦ no pertenec¨ªa a este mundo.
Seguramente, esa asociaci¨®n de juventud con la melanc¨®lica p¨¢gina de Elgar fue un ingrediente importante en el nacimiento del mito Du Pr¨¦. Pero a ¨¦ste es preciso a?adir otros registros: sus tr¨ªos y sonatas de Beethoven con Barenboim y Zukerman son tambi¨¦n antol¨®gicos. "No daba lo que el p¨²blico esperaba. Se daba ella misma", explica Zubin Mehta en una de las grabaciones. Sin duda, esa virtud, muy rom¨¢ntica, fue lo que imprimi¨® a sus interpretaciones la calidez de la que hablan quienes tuvieron ocasi¨®n de escucharla en directo. Acaso en eso tambi¨¦n residi¨® cierto exceso en sus interpretaciones: la combinaci¨®n de "mente, coraz¨®n y est¨®mago", en expresi¨®n de Zukerman, no siempre consegu¨ªa mantener el equilibrio y a veces los portamenti se le iban de la mano.
Es cierto, no distingui¨® nunca entre actuar para el micr¨®fono o para el p¨²blico, de ah¨ª que sus grabaciones en estudio tengan una autenticidad dif¨ªcil de encontrar. Justo lo contrario de Gould, que en el disco descubri¨® un valioso medio para dar con la interpretaci¨®n que buscaba a base de editar las tomas. Ambos artistas se vieron envueltos en desagradables cuestiones extraart¨ªsticas: de Du Pr¨¦ se ventil¨® un romance con su cu?ado tras la separaci¨®n de Barenboim, romance que incluso fue llevado al cine. Gould muri¨® a los 55 a?os, como ¨¦l mismo hab¨ªa presagiado, lo que suscit¨® una larga controversia sobre las circunstancias en que dej¨® este mundo. Acaso ¨¦ste es el precio que todo mito debe pagar por serlo: que la vida emborrone en alg¨²n momento su alto compromiso con el arte. Por fortuna, ah¨ª est¨¢n las grabaciones. Las de Jacqueline du Pr¨¦ vuelven a estallar, 20 a?os despu¨¦s de su muerte, con la fuerza de una juventud perdida demasiado pronto. -
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