Temores y gustos
Estuve en una fiesta de Halloween, en el Okey, bar irland¨¦s en la frontera entre M¨¢laga y Granada, y me cruc¨¦ con tropas de ni?os nocturnos, pedig¨¹e?os, extranjeros y nacionales, bien distinguibles unos y otros a trav¨¦s del truculento disfraz. Los extranjeros se contentaban con manzanas y mandarinas, bizcocho con manteca, nueces. Me acord¨¦ de aquel poeta que ped¨ªa que di¨¦ramos nueces a los ni?os, para hacerlos felices, pero los peque?os espa?oles s¨®lo quer¨ªan dinero, las mandarinas les daban literalmente asco. La importancia de Halloween, nueva fiesta, se ve en que las televisiones empiezan a programar pel¨ªculas adecuadas, como las de romanos y Jesucristo en Semana Santa, y el s¨¢bado una cadena dedicaba la sesi¨®n de tarde al pavor japon¨¦s, Dark Water, y otra pon¨ªa Sleepy Hollow, de Tim Burton, sobre un cuento de Washington Irving, historia de un jinete sin cabeza que decapita a los vecinos de Sleepy Hollow.
El rito anual de los cementerios se ha convertido en diversi¨®n de infierno de feria o espect¨¢culo cinematogr¨¢fico real, y, en el alegre cine sangriento de los ¨²ltimos a?os, la ¨²ltima decapitaci¨®n siempre tiene que ser m¨¢s espeluznante que la anterior. Los seres terror¨ªficos, vampiros, lic¨¢ntropos o hermanos de Alien, eran contaminantes, infecciosos, pero ahora s¨®lo contagian la risa y la fiesta. Ya conozco a gente contraria a Halloween: un joven matrimonio prohibi¨® a su hijo asistir al baile de m¨¢scaras de v¨ªsperas de Todos los Santos por considerarlo un rito sat¨¢nico. Alguien les pidi¨® que explicaran esa rotunda idea, y la madre dijo que Halloween "no tiene fondo hist¨®rico en nuestra sociedad".
Cuando, con motivo del estreno en 1999 de la pel¨ªcula de Tim Burton, editaron en Espa?a Sleepy Hollow, lo acompa?aron de una novelizaci¨®n actualizada del relato que Irving escribi¨® en 1817, y demostraron c¨®mo han cambiado los gustos literarios. Por ejemplo: el primer cap¨ªtulo de la versi¨®n nueva empezaba con una frase-p¨¢rrafo: "Estaba muerto. De eso no hab¨ªa duda". Punto y aparte. La primera frase del cuento de Irving ocupa diez l¨ªneas, sin un solo punto: "En el seno de una de esas deliciosas calas que marcan con sus hendiduras la orilla este del Hudson, en ese caudaloso ensanchamiento del r¨ªo que los antiguos navegantes holandeses llamaban el Tappan Zee, y donde siempre..." Me detengo porque me falta todav¨ªa m¨¢s de la mitad para acabar la frase. Lo raro es que el cuento original ocupa 44 p¨¢ginas y la adaptaci¨®n al gusto de hoy 162. Se venden mejor los libros gordos.
Los gustos cambian. Washington Irving fue un escritor popular, aunque en sus tiempos el pueblo que sab¨ªa leer era muy escaso. ?Ha bajado el nivel? ?Ha subido? Pensando en los gustos, veo que la llamada Ley de la Memoria manda liquidar los recuerdos monumentales del franquismo, pero exime de cumplir la ley cuando concurran razones art¨ªstico-religiosas. El cumplimiento de la ley es una cuesti¨®n de gusto, de saber distinguir el arte, y no creo que esto pruebe la sensibilidad est¨¦tica de los legisladores. S¨®lo evidencia una vez m¨¢s la obsesi¨®n espa?ola frente a su Iglesia cat¨®lica, que disfruta de un trato de excepci¨®n en la Constituci¨®n, en el Estatuto andaluz, y en la ley que el Congreso aprob¨® el 31 de octubre.
Aqu¨ª el catolicismo es considerado un aparato del Estado, peculiar y temible. Tengo amigos que se escandalizan de la ostentaci¨®n franquista de la Iglesia cat¨®lica, pero yo encuentro educativo que la Iglesia mantenga y renueve sin fin su fidelidad a los gustos de guerra y posguerra, y pasee a la Macarena por Sevilla con el faj¨ªn del general Queipo de Llano, legendario por sus campa?as en la Guerra de 1936. Son detalles que resumen perfectamente la duplicidad hist¨®rica del catolicismo, entre la exaltaci¨®n de la violencia y la predicaci¨®n de humildad a los humildes.
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