Hechos Probados
Todo se fragu¨® un 29 de febrero, ese d¨ªa que normalmente no viene en los calendarios. La ciudad de Avil¨¦s amaneci¨® cubierta de nieve, y Jos¨¦ Emilio Su¨¢rez Trashorras, un ex minero aficionado a las juergas con droga y a los coches caros, apareci¨® por Casa Tito con la intenci¨®n de desayunar. Acababa de despedir a unos ¨¢rabes que hab¨ªa conocido unos meses antes. Su vecino Rub¨¦n Iglesias, que ya estaba en el bar, se extra?¨® de verlo llegar tan desastrado, vestido con un ch¨¢ndal sucio, restos de barro en los bajos de los pantalones y pinta de no haber pegado ojo en toda la noche. Trashorras lleg¨® acompa?ado por un pobre diablo llamado Gabriel Montoya Vidal y conocido como El Gitanillo.
La c¨¦lula islamista, compuesta al menos por 22 personas, consigui¨® en Asturias la dinamita para el gran atentado
El 29 de febrero, la dinamita sacada de Mina Conchita qued¨® depositada en la casa de Morata de Taju?a
Testamento de uno de los suicidas: "Pido a Al¨¢ que me facilite el martirio y me una a vosotros en el para¨ªso"
"En el nombre de Dios, el Misericordioso. ?ste es mi testamento" (Abdallah, suicida de Legan¨¦s)
La Kangoo encontrada el 11-M y la bomba hallada en una mochila pertenec¨ªan a los mismos terroristas
El estudio del tel¨¦fono m¨®vil encontrado por el artificiero Pedro en la mochila llev¨® a la detenci¨®n de Zougham
La polic¨ªa emprendi¨® una desesperada carrera contrarreloj para encontrar a los culpables del 11-M
En el disco duro del ordenador hallado en Legan¨¦s aparecieron instrucciones terroristas bajadas de Internet
-Hemos estado de copas toda la noche -se justific¨® Trashorras ante su vecino.
Rub¨¦n dio por buena la explicaci¨®n, pero no se la crey¨®. "Jos¨¦ Emilio era muy pijo y se arreglaba mucho, sol¨ªa salir bien vestido, hasta de corbata. Por eso le llam¨¢bamos Tito Winnie".
En los coches que Trashorras vio partir viajaba un marroqu¨ª de 29 a?os, nacido en Taourit, un pueblo del Atlas, y al que llamaban Abdallah. Nada m¨¢s llegar a Madrid, y tras descargar la dinamita que hab¨ªan conseguido en Asturias, el tal Abdallah -cuyo nombre verdadero era Abdennabi Kounjaa- busc¨® tres cuartillas cuadriculadas y escribi¨® en ¨¢rabe:
-En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Este es mi testamento y espero que se lea con prudencia.
Abdallah ya present¨ªa que iba a morir. Su c¨¦lula islamista, compuesta por al menos 22 personas, acababa de conseguir la dinamita necesaria para perpetrar un gran atentado en Madrid. Adem¨¢s de Abdallah, trabajador ocasional en busca de papeles -lleg¨® a ser profesor de ni?os musulmanes en un pueblo de Navarra-, la c¨¦lula terrorista estaba integrada por los personajes m¨¢s dispares. Un traficante de hach¨ªs casado con una espa?ola que acababa de radicalizarse despu¨¦s de una temporada en una c¨¢rcel de Marruecos. Un economista que trabajaba en una inmobiliaria. Un mujeriego especializado en reparaci¨®n de lavadoras. Dos hermanos originarios de Tetu¨¢n apellidados Akcha. Un estudiante brillante, conocedor de varios idiomas, hijo de un notario de Nador. Un fontanero y alba?il especializado en chapuzas. Un atleta de medio fondo, inmigrante de segunda generaci¨®n, al que su padre hab¨ªa echado de casa por vago. Un carnicero de Lavapi¨¦s amigo de las discotecas, un marroqu¨ª que regentaba un locutorio en el mismo barrio, muy cerca de la carnicer¨ªa, y que tambi¨¦n reparaba m¨®viles y vend¨ªa tarjetas de prepago... Lo heterog¨¦neo del grupo no entorpec¨ªa sus planes terroristas, sino m¨¢s bien lo contrario. Todos -desde sus respectivas habilidades y niveles de formaci¨®n- buscaban un fin com¨²n, el mismo que Abdallah se esmer¨® en plasmar en su testamento, un texto que era tambi¨¦n una despedida:
-Para mi mujer: tu marido ha vivido a?orando este cometido, as¨ª doy gracias a Dios por haberme orientado por este camino. Te quiero decir que no hace falta que subas a Espa?a. Agradece a Dios que est¨¢s bien con tu familia. Ser¨ªa il¨ªcito que subieras. Cuida a tus hijos, ens¨¦?ales el Libro de Dios y la sunna del profeta de Al¨¢ (Dios reza por su alma) hasta que encuentres a tu Dios. Que sepas con certeza, que yo he dejado a mis hijos no por deseo m¨ªo, sino por cumplir una orden de Dios, el Todopoderoso y Alt¨ªsimo.
Aquel 29 de febrero no hab¨ªa sido un d¨ªa f¨¢cil para Abdallah. De hecho, cuando se puso a escribir, ya hac¨ªa muchas horas que estaba en vela y a¨²n le quedaban muchos p¨¢rrafos antes de concluir su despedida.
Nada m¨¢s llegar de Avil¨¦s, los terroristas descargaron el explosivo en un agujero previamente impermeabilizado de una finca de Morata de Taju?a (Madrid). El zulo hab¨ªa sido excavado por el alba?il del grupo, Otman El Gnaoui, siempre seg¨²n las instrucciones de uno de los l¨ªderes de la banda, un tipo flacucho y pendenciero, un camello de poca monta por las calles de Madrid hasta que se radicaliz¨® durante una temporada que pas¨® a la sombra en una c¨¢rcel de Marruecos. El Chino, que as¨ª le llamaban a Jamal Ahmidan por sus ojos peque?os y rasgados, se mov¨ªa a sus anchas por los bajos fondos, su h¨¢bitat natural en sus tiempos de traficante y ladr¨®n. Sol¨ªa gastar pasaportes falsos y una pistola siempre dispuesta por si los negocios se complicaban. Ese conocimiento del medio fue de gran utilidad para la c¨¦lula islamista. Otros en la banda, m¨¢s ilustrados, entend¨ªan de libros, de aleyas del Cor¨¢n, de ordenadores y de tel¨¦fonos m¨®viles, pero en la fase de preparaci¨®n del atentado todos depend¨ªan de ¨¦l. S¨®lo El Chino -un ex yonqui casi analfabeto- se las pod¨ªa ingeniar para encontrar 200 kilos de dinamita. Y sobre todo, para hacerse con los alijos de hach¨ªs suficientes para pagar su importe.
La operaci¨®n de intercambio se inici¨® varios meses antes, concretamente el martes 28 de octubre de 2003. Cuatro personas se sentaron a la mesa del McDonalds de Carabanchel, al suroeste de Madrid, justo enfrente del hospital G¨®mez Ulla. El primero era Su¨¢rez Trashorras, que quer¨ªa hach¨ªs para trapichear en Avil¨¦s. El segundo y el tercero, los integrantes de la c¨¦lula -El Chino y Rachid Aglif, el carnicero de Lavapi¨¦s- que buscaban la dinamita. La cuarta persona era el intermediario. El que puso en contacto a dos mundos tan distintos se llama Raf¨¢ Zouhier, un marroqu¨ª criado en Madrid y dispuesto a trabajar en lo que se encartara, sin remilgos, ya fuera de mat¨®n de discoteca o de stripper embadurnado de aceite, de atracador de joyer¨ªas o de confidente de la Guardia Civil. Los ¨¢rabes le propusieron a Trashorras que les suministrase una partida de 60 kilos de dinamita.
En una mesa cercana, Carmen Toro, por aquel entonces esposa en ciernes de Trashorras, y su hermano Antonio esperan junto a un amigo de Avil¨¦s el fin de la reuni¨®n.
En la mesa principal, los cuatro hombres hablan de dinamita. Trashorras sabe d¨®nde encontrarla. El lugar se llama Mina Conchita. ?l trabaj¨® all¨ª hasta que le concedieron una pensi¨®n de invalidez por esquizofrenia. La falta de control es absoluta. Adem¨¢s, Su¨¢rez Trashorras conoce a gente dentro, voluntades dispuestas a ser torcidas a cambio de un precio adecuado. El asunto promete. Los cuatro quedan en verse de nuevo.
La segunda reuni¨®n se produce un par de semanas despu¨¦s, a mediados de noviembre, en otro McDonalds de Madrid, esta vez en la zona de Moncloa. Trashorras, su prometida, Antonio Toro, Rachid Aglif, El Conejo, Jamal Ahmidan, El Chino, y Raf¨¢ Zouhier. Juntan dos mesas. Hablan de una deuda pendiente de hach¨ªs que el ex minero asturiano se compromete a pagar, en parte o por completo, con entregas de dinamita.
La primera entrega tiene lugar el 5 de enero. Un chaval de Avil¨¦s, Sergio ?lvarez, tambi¨¦n conocido como Amokachi, acepta el trato que le ofrece Su¨¢rez Trashorras: 600 euros a cambio de transportar en un autob¨²s de l¨ªnea hasta Madrid una bolsa cerrada con un candado. Sergio barrunta que la pesada bolsa -unos 40 kilos- esconde algo delictivo, incluso es probable que no desconozca que se trata de dinamita, pero cumple el encargo. En la estaci¨®n de M¨¦ndez ?lvaro entrega la carga a un marroqu¨ª de ojos achinados y regresa en el autob¨²s de l¨ªnea. Trashorras, en vez de pagarle con los 600 euros acordados, le entrega una bola de hach¨ªs de unos 200 gramos que Sergio y sus amigos se fuman esa misma noche, la noche de Reyes de 2004.
Trashorras recluta a¨²n a dos infelices m¨¢s para que bajen a Madrid con bolsas similares y con id¨¦ntica carga. Pero a la c¨¦lula de El Chino el ritmo de entrega le parece insuficiente. No puede esperar m¨¢s. Deciden subir ellos, recoger todo el explosivo de una tacada y volver a Madrid.
El s¨¢bado 28 de febrero un frente fr¨ªo estremeci¨® todo el norte de Espa?a, con viento, lluvia y nieve. Y justo esa tarde, Trashorras subi¨® a Mina Conchita en un coche acompa?ado por El Gitanillo. Les segu¨ªa otro veh¨ªculo, un Golf de color negro en el que viajaban El Chino, uno de los hermanos Akcha y Abdallah, el antiguo profesor de ni?os musulmanes, al que le faltaba un d¨ªa para comenzar a redactar su testamento en unas cuartillas:
-Para mis suegros: os confirmo que yo he dejado este mundo porque no vale tanto como vosotros pens¨¢is, y porque yo quiero encontrarme con mi Dios y que est¨¦ contento conmigo. Os pido cuidar a vuestra hija. No dej¨¦is que vaya a la tierra de los infieles. Vosotros no sab¨¦is d¨®nde est¨¢ el Bien. Guardaos vosotros mismos y a vuestros familiares del Infierno, si de verdad sent¨ªs responsabilidad hacia vuestra hija y sus ni?os. No os pong¨¢is tristes por despedirme, gracias a Dios me siento feliz en esta senda. Que la paz y la misericordia est¨¦n con vosotros.
Por el camino a la mina, Trashorras decide dar la vuelta y volver a casa. All¨ª recoge unas botas de monta?a y se las presta al Chino, que se hab¨ªa desplazado a Asturias con mocasines. Ya al pie de la mina, Trashorras y El Chino suben hasta la entrada de las galer¨ªas, donde los mineros suelen guardar la dinamita sobrante de las voladuras. Pasados tres cuartos de hora, regresan. Es entonces cuando Trashorras -en presencia de El Gitanillo- le recuerda a Ahmidan:
-Acu¨¦rdate de recoger la bolsa con las puntas y los tornillos, que se ha quedado 15 metros m¨¢s adelante.
Las puntas y los tornillos a los que se refiri¨® Trashorras aquella tarde actuar¨ªan como metralla de las bombas que el 11 de marzo estallaron en los trenes de Madrid. Jos¨¦ Luis S¨¢nchez, marido de Marion Cintia Subervielle, record¨® hace meses que cuando su mujer era un cad¨¢ver casi irreconocible tendido en el improvisado dep¨®sito del Ifema, le arranc¨® un clavo que se le hab¨ªa incrustado en el rostro.
Vuelven todos a Avil¨¦s. Los terroristas compran en un Carrefour seis mochilas, tres linternas, yogures, un cuchillo de cocina, un paquete de magdalenas y unos guantes. A la cajera que les atendi¨® se le qued¨® grabado el rostro de Ahmidan por la manera insidiosa de mirarla.
Es El Gitanillo quien los gu¨ªa esta vez a la mina. El menor se queda agazapado en el coche, entre unos arbustos, mientras los integristas, con las mochilas al hombro, suben alumbr¨¢ndose con la linterna que acaban de comprar. Lo hacen a trav¨¦s de un sendero estrecho que conduce a la mina. Tras recoger otra partida de dinamita, intentan emprender el regreso, pero se pierden en el laberinto oscuro de maleza, barro y nieve en que se ha convertido la monta?a. Al final, los terroristas logran dar con el camino de vuelta. Llegan al garaje del ex minero, donde sacan los explosivos de las mochilas y los meten en el maletero de uno de los coches. Y vuelta a por m¨¢s dinamita...
Ya al mediod¨ªa del d¨ªa 29 de febrero, los tres terroristas salen en direcci¨®n a Madrid. El Chino conduce el coche que abre la marcha. Los otros dos van detr¨¢s, con el maletero lleno de Goma 2 Eco. El Chino llama a otro miembro de la banda en Madrid, el alba?il-fontanero Otman El Gnaoui, y le ordena que suba a su encuentro y que le lleve su pistola. Se lo pide dos veces. La primera a las dos de la tarde. La segunda a las cinco menos cuarto, 10 minutos despu¨¦s de que la Guardia Civil le detuviera, le multara por exceso de velocidad y por no tener la documentaci¨®n en regla y le dejara marchar gracias a que el Chino exhibi¨® uno de sus carn¨¦s falsos.
Ya esa misma tarde, la dinamita qued¨® escondida en el agujero impermeabilizado que excav¨® el alba?il Gnaoui en una finca de Morata de Taju?a, casi una chabola, en la que hay cabras y gallinas, y que servir¨¢ a partir de ese momento de cuartel general de la c¨¦lula yihadista. Los explosivos est¨¢n a buen recaudo, secos. Los tel¨¦fonos m¨®viles que servir¨¢n de temporizadores, comprados. La fecha elegida, el 11 de marzo, dos a?os y seis meses despu¨¦s del 11-S, ya est¨¢ fijada. Abdallah sigue redactando su ¨²ltima carta. Sin pretenderlo, resume la mentalidad y la locura compartida de todos sus compa?eros:
-No os entristezc¨¢is. Juro por Al¨¢ que yo invoco a Dios y le pido que me facilite el martirio y que me una con vosotros en el Para¨ªso, as¨ª, vosotros tambi¨¦n invocad a Dios en todas las oraciones. No soporto vivir en este mundo, humillado y d¨¦bil ante los ojos de los infieles y los tiranos (...). Doy gracias a Dios que me llev¨® a este camino. Si Dios me predestina la c¨¢rcel, os dir¨¦ lo mismo que dijo el Shaykh Ibn Taimiyya: "?Qu¨¦ podr¨¢n hacer conmigo mis enemigos? Si me encarcelan ser¨¢ para m¨ª un retiro, si me destierran ser¨¢ un viaje, y si me matan ser¨¦ m¨¢rtir".
La ma?ana del 11 de marzo, los terroristas, que llegan a la estaci¨®n de Alcal¨¢ de Henares a bordo de una furgoneta Renault Kangoo, consiguen colocar 13 mochilas o bolsas cargadas de explosivos conectados a temporizadores para que estallen simult¨¢neamente. De las 13, estallan 10. La primera, a las 7.37 minutos. La ¨²ltima, a las 7.40. Esa bomba, la ¨²ltima bomba, fue colocada por el due?o del locutorio de Lavapi¨¦s, Jamal Zougam, en el cuarto vag¨®n de un tren que hab¨ªa salido a las 7.14 de la estaci¨®n de Alcal¨¢. Explot¨® cuando estaba parado en el and¨¦n de la v¨ªa 1 de la estaci¨®n de Santa Eugenia. 14 personas murieron en el acto. Hay heridos que salen de los trenes aturdidos y son¨¢mbulos, y s¨®lo tienen fuerzas para tumbarse en la grava, al lado de las v¨ªas, a la espera de que venga alguien y les arranque de esa pesadilla en la que acaban de ingresar.
Las noticias del horror empezaron a circular inmediatamente. Las emisoras de radio fueron transmitiendo al pa¨ªs -un pa¨ªs que 72 horas despu¨¦s celebraba unas elecciones generales-las cifras crecientes de la matanza. El resultado final, terrible, fue el de 191 personas muertas: 34 en la estaci¨®n de Atocha, 63 en la calle T¨¦llez, 65 en la estaci¨®n de El Pozo, 14 en la estaci¨®n de Santa Eugenia y 15 m¨¢s que se fueron muriendo en distintos hospitales de Madrid. Otras 1.857 personas resultaron heridas. Muchas de ellas a¨²n no se han recuperado. C¨®mo s¨ªmbolo tr¨¢gico del dolor est¨¢ el caso de Laura, en coma desde entonces. El d¨ªa de los atentados, Laura ten¨ªa 26 a?os. Su vida desde entonces no ha sido vida y, por si fuera poco, a su familia ni siquiera le queda el consuelo de que Laura, apartada criminalmente de la vida, se refugie al menos en un sue?o neutro. Porque Laura sufre. Lo cont¨® su hermano durante el juicio. "Se le ve en el rostro, por ejemplo cuando bosteza. Se pone roja. Tambi¨¦n sufre cuando vomita o cuando las enfermeras la mueven para lavarla. Se ve claramente, Laura sufre".
Sobre las 10 de la ma?ana del 11 de marzo, el conserje del n¨²mero 5 de la calle del Infantado, un edificio de Alcal¨¢ de Henares plantado justo enfrente de la estaci¨®n de Renfe, no deja de darle vueltas a la cabeza. Tres horas antes, cuando se dirig¨ªa al apeadero para recoger los peri¨®dicos gratuitos, hab¨ªa observado c¨®mo tres individuos se bajaban de una furgoneta, una Renault Kangoo de color blanco, y se dirig¨ªan a la estaci¨®n con mochilas o bolsas de deportes cargadas a la espalda. Al conserje, llamado Luis Garrudo, le llam¨® la atenci¨®n que aquellos individuos fueran muy abrigados, con gorros y bufandas, cuando no hac¨ªa tanto fr¨ªo. Aunque en un primer momento no relacion¨® su encuentro fortuito de la ma?ana con las explosiones que unos minutos despu¨¦s se produjeron, ahora ya no tiene duda. Se pone en contacto con el presidente de la comunidad de vecinos y ¨¦ste a su vez se lo cuenta a la polic¨ªa. En cuesti¨®n de segundos, los agentes rodean la Kangoo y establecen un per¨ªmetro de seguridad por si se trata de una trampa dejada a prop¨®sito por los terroristas para causar m¨¢s muertes.
Madrid es a esa hora un caos de muerte y destrucci¨®n, pero tambi¨¦n un ejemplo de c¨®mo una ciudad entera se vuelca en la ayuda de las v¨ªctimas. Polic¨ªas y sanitarios libres de guardia se presentan voluntariamente en comisar¨ªas y hospitales, los ciudadanos hacen cola para donar sangre, los taxistas apagan los tax¨ªmetros y se ponen al servicio de lo que haga falta, los conductores -avisados por la radio de lo que est¨¢ ocurriendo-atienden c¨®mo nunca lo hab¨ªan hecho la petici¨®n de las autoridades para que las calles queden expeditas.
Un gabinete de crisis se ha instalado en la sede del Ministerio de Agricultura, frente a la estaci¨®n de Atocha, y ya el juez Juan del Olmo y la fiscal Olga S¨¢nchez, de guardia esa ma?ana, est¨¢n bajando, junto al alcalde Alberto Ruiz-Gallard¨®n, las escaleras mec¨¢nicas de la estaci¨®n de Atocha. El espect¨¢culo de destrucci¨®n que est¨¢n a punto de contemplar jam¨¢s lo olvidar¨¢n en sus vidas.
La polic¨ªa, despu¨¦s de asegurarse con la ayuda de perros adiestrados de que la furgoneta no esconde ninguna trampa, la traslada al macrocomplejo policial de Canillas. All¨ª, expertos de Polic¨ªa Cient¨ªfica van vaciando la furgoneta. Obscenamente mezclados aparecen los objetos propiedad de Jos¨¦ Garz¨®n, el trabajador al que unos d¨ªas antes los terroristas sustrajeron la Kangoo, y los ¨²tiles necesarios para matar a 192 personas. "Un chaleco reflectante, dos tri¨¢ngulos de emergencia, dos bufandas, un slip, un sobre, una multa de aparcamiento, varias cintas de radiocasete -una de ellas, de la Orquesta Mondrag¨®n-, una factura de recambios, una cinta de casete con caracteres ¨¢rabes, una bolsa de basura de color azul semitransparente con siete detonadores industriales el¨¦ctricos y un extremo de un cartucho de dinamita pl¨¢stica de color blanco marfil con papel parafinado...". En dos de los detonadores, figura una etiqueta con la leyenda UEB DETONADOR ELECTRICO - BLASTING CAP - DETONATEUR ELECTRIQUE - Made in Spain/CE 0163 -.
Doce horas despu¨¦s, a las dos de la madrugada del 12 de marzo, en una comisar¨ªa de Vallecas, una agente de polic¨ªa en su primer d¨ªa de servicio abre una mochila de las recogidas entre los efectos de las v¨ªctimas en la estaci¨®n de El Pozo y se encuentra una bomba. Un experto en desactivaci¨®n de explosivos -el artificiero Pedro-se la lleva al cercano parque de Azor¨ªn.
- Met¨ª el dedo en aquella masa gelatinosa. Luego lo saqu¨¦. Ol¨ªa a almendras amargas.
Ser¨ªan las dos y media de la madrugada del viernes 12 de marzo. La bomba fue desactivada. El tel¨¦fono m¨®vil era un Mitsubishi Trium con dos agujeros en la carcasa de los que sal¨ªan dos cables de color azul y rojo que iban a un detonador de cobre, metido dentro de 10 kilos de dinamita pl¨¢stica. La mochila conten¨ªa adem¨¢s 640 gramos de tornillos y clavos para que funcionaran como metralla. La bomba no explot¨® porque uno de los cables que part¨ªan del tel¨¦fono estaba desconectado. Pero lo m¨¢s importante era que el detonador ten¨ªa una inscripci¨®n. UEB DETONADOR ELECTRICO - BLASTING CAP - DETONATEUR ELECTRIQUE - Made in Spain/CE 0163.
Exactamente la misma inscripci¨®n que el detonador encontrado en la furgoneta Kangoo encontrada junto a la estaci¨®n de Alcal¨¢ de Henares. La pista era buena.
La furgoneta Kangoo registrada por la ma?ana y la bomba desactivada a la madrugada siguiente pertenec¨ªan a los mismos terroristas. Ahora urg¨ªa investigar el tel¨¦fono m¨®vil que el artificiero Pedro hab¨ªa conseguido separar de la dinamita. El estudio del tel¨¦fono y de la tarjeta que conten¨ªa llevaron a la detenci¨®n de Jamal Zougam, un marroqu¨ª ya investigado por las polic¨ªas de varios pa¨ªses, el propietario del locutorio Nuevo Siglo en el barrio madrile?o de Lavapi¨¦s.
Por otra parte, los detonadores encontrados en la furgoneta Kangoo remiten a una empresa de explotaci¨®n minera de Asturias, Caholines de Merilles. El martes 16 de marzo, dos inspectores de polic¨ªa y un miembro del Centro Nacional de Intenligencia (CNI) se desplazan hasta la empresa y reclaman un listado completo de los trabajadores. Mientras lo estudian reciben un aviso de la comisar¨ªa central de Madrid confirm¨¢ndoles la pista asturiana: algunas de las llamadas efectuadas con las tarjetas telef¨®nicas relacionadas con Jamal Zougam remiten tambi¨¦n a Asturias.
El mi¨¦rcoles, los tres agentes visitan la comisar¨ªa de Avil¨¦s: all¨ª hay alguien que les est¨¢ esperando, que sabe que el cerco se estrecha y que tarde o temprano van a dar con ¨¦l. Se llama Jos¨¦ Emilio Su¨¢rez Trashorras y les habla a los polic¨ªas de tres marroqu¨ªes que vinieron a Asturias el 28 de febrero, el d¨ªa de la gran nevada. Sobre todo les habla de uno, del que m¨¢s conoce, Jamal Ahmidan, al que todos llaman El Chino pero que Trashorras denomina Mowgli porque, seg¨²n ¨¦l, se parece al ni?o de la pel¨ªcula de dibujos animados El libro de la selva.
Estos tres polic¨ªas constituyen la punta de lanza de todo un ej¨¦rcito de agentes, especialistas e investigadores espa?oles que trabajan para el mismo fin. Acaban de obtener el segundo de los nombres clave para descubrir y localizar a la banda terrorista. Ese mismo d¨ªa, un oficial de la Guardia Civil obtiene lo mismo, por s¨ª solo, sin ning¨²n esfuerzo, gracias a la llamada de un mat¨®n de discoteca que trabaja en lo que sale y que a veces act¨²a de chivato policial
"El Chino tiene detonadores, tiene... tiene... mandos a distancia, tiene, tiene Goma 2...". Le explica que despu¨¦s de haber pasado tres a?os en la c¨¢rcel, Ahmidan volvi¨® a Espa?a "ya con el rollo de Al¨¢, ?sabes lo que te digo?, o sea, ya no bebe nada de alcohol, ya no roba ni na... empez¨® a traficar, vino aqu¨ª a liarla, a liarla, te lo juro por mi padre, que es que vamos... estoy segur¨ªsimo que es ¨¦l". El guardia civil act¨²a como si no le creyese del todo. Y Zouhier a?ade, para convencerle: "Ese t¨ªo siempre hablaba del rollo del tel¨¦fono, no hablaba de detonadores, siempre hablaba del tel¨¦fono, de tel¨¦fonos, ?sabes? quer¨ªa saber c¨®mo se hac¨ªa ?entiendes? Lo de hacerlo con el tel¨¦fono".
La informaci¨®n llega tarde y es ya in¨²til. De hecho, los mandos policiales saben en ese momento que se enfrentan a una banda peligrosa que huye hacia delante con intenci¨®n de volver a matar, que conserva kilos de explosivos y que son capaces, en ¨²ltima instancia, de hacerse saltar por los aires si se ven cercados.
De hecho, el 2 de abril los terroristas intentan, infructuosamente, explotar una bomba al paso del AVE por Mocej¨®n (Toledo). Un vigilante les descubre mientras colocan el explosivo. Huyen, se esconden. La polic¨ªa rastrea minuciosamente las llamadas cruzadas de las tarjetas interceptadas en una desesperada carrera contra el reloj. Por fin, los encuentran. Se esconden en un piso de Legan¨¦s. Son las tres y media de la tarde del 3 de abril, casi un mes despu¨¦s de que Abdallah comenzara a escribir en las cuartillas:
-Para mis hijas: vuestro padre ha sido hombre de valores morales, y siempre ha pensado en el Yihad. Los dem¨¢s quer¨ªan intimidarme con el sufrimiento y la c¨¢rcel. No obstante, gracias a Dios, ?l me gui¨® para llevar a cabo aquel cometido. Os pido que se¨¢is devotos a Dios, y que sig¨¢is a nuestros hermanos, los muyahidines, all¨ª donde est¨¦n, tal vez form¨¦is parte de ellos. ?sta es la esperanza que yo deposito en vosotras, ya que la religi¨®n triunfa por la sangre y los sacrificios. No os aferr¨¦is mucho a esta vida. Qu¨¦ la paz est¨¦ con vosotras.
La polic¨ªa localiza el piso en la calle Carmen Mart¨ªn Gaite, en Legan¨¦s. A las cuatro de la tarde, uno de los integrantes de la banda, Abdelmajid Bouchar, el atleta de medio fondo al que su padre ech¨® de casa por harag¨¢n, descubre, al bajar la basura, que est¨¢n rodeados y echa a correr en direcci¨®n a la v¨ªa del tren, mientras grita para alertar a sus compa?eros. Un polic¨ªa sale detr¨¢s de ¨¦l sin conseguir darle alcance. "Corr¨ªa exactamente mucho", asegur¨® despu¨¦s el agente. Los compa?eros del huido se apostan en las ventanas y comienzan a disparar.
En el piso hay ocho integrantes de la banda. Entre ellos, El Chino y Abdallah. A las seis y veinte ya han decidido que no pasar¨¢n de esa noche. Optan por decir adi¨®s a su gente. Serhane El Tunecino, el economista que trabajaba en una inmobiliaria, uno de los cabecillas de la banda, llama a su madre a T¨²nez para despedirse de ella. Los hermanos Oulad hablan con su familia... Abdallah telefonea a su hermano. Es su segunda despedida, la primera est¨¢ escrita en unas cuartillas cuadriculadas.
-Para mis hermanos en el camino de Al¨¢, en cualquier lugar: mucha gente toma la vida como camino para la muerte. Yo he elegido la muerte como camino para la vida. Ten¨¦is que aferraros al Islam, por dicho y hecho, como actividad y yihad. El Islam no se reduce a unas cuantas oraciones en la mezquita, tal y como algunos piensan, sino que es una religi¨®n que abarca todo. Absteneos de seguir los extrav¨ªos de Sat¨¢n, de humillaros y de creer en las falacias de los d¨¦spotas, de modo que el mundo entero, tanto en Oriente como en Occidente, se est¨¢ riendo de vosotros. Maldecid a los tiranos y combatidlos con todo lo que ten¨¦is de fuerza, junto con sus lacayos, los (...) de los seres humanos. Que la maldici¨®n de Al¨¢ caiga sobre los injustos.
A las ocho y media, agentes del Grupo Especial de Operaciones (GEO) de la polic¨ªa cortan la luz, el gas y el agua del edificio, y conminan a los encerrados a rendirse. Media hora m¨¢s tarde, los polic¨ªas de ¨¦lite se parapetan en el rellano de la escalera, colocan una peque?a carga explosiva junto a la puerta del piso y la vuelan. Gritan a los terroristas que se entreguen, pero ¨¦stos les contestan: "Entrad vosotros, mamones". Los polic¨ªas lanzan gases lacrim¨®genos al interior del piso. Segundos despu¨¦s, uno de los terroristas activa el cintur¨®n de dinamita que se hab¨ªa colocado en la cintura. De la explosi¨®n mueren en el acto todos los miembros de la banda y uno de los geos, Francisco Javier Torronteras, que esperaba en la escalera, preparado para el asalto.
Durante tres d¨ªas, los investigadores rebuscan entre los restos del piso. Hallan pistas, pruebas y documentos que ayudan a desenmascarar a otros miembros de la banda. Entre otras cosas, aparecen pasaportes falsos y verdaderos, libros religiosos, papeles con n¨²meros de tel¨¦fono, cintas de v¨ªdeo en las que se ve a terroristas, con la cara cubierta y armados, reivindicando el 11-M. En el disco duro del ordenador hay ficheros reveladores llenos de manuales de instrucciones, algunos bajados de internet: "El gatillo para iniciar la yihad", "Los objetivos de la yihad", "introducci¨®n a la cultura militar" y otros documentos escritos para elaborar explosivos o para actuar en caso de resultar detenido.
En una de las listas de tel¨¦fonos se inclu¨ªa el nombre de Saed El Harrak, integrante de la banda y amigo del alma de uno de los suicidas. Cuando la polic¨ªa registr¨® la taquilla que El Harrak utilizaba en su trabajo, en la empresa Encofrados Rom¨¢n, encontr¨® una bolsa de deportes. En su interior hab¨ªa un sobre con unas hojas que su hermano en la fe Abdallah le hab¨ªa confiado cuando ya ten¨ªa la dinamita y empez¨® a sospechar que el final se acercaba. La primera frase dec¨ªa as¨ª:
-En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Soy Abdenabi Kounjaa. Este es mi testamento y espero que se lea con prudencia.
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