Beatos 'civiles'
En la madrugada del 3 de noviembre de 1915, hace ya noventa y dos a?os, mor¨ªa en Madrid Tom¨¢s Meabe, insigne poeta, periodista y pol¨ªtico bilba¨ªno a quien sus paisanos honramos, como a tantos, con los laureles del olvido, tal vez por no tener la fortuna de comulgar con la ideolog¨ªa dominante. Por si acaso alg¨²n joven de hoy sintiera el aguij¨®n de la curiosidad por saber algo de quien, al cabo, fue el fundador de las Juventudes Socialistas de Espa?a, es por lo que escribo esta parcial semblanza.
Meabe naci¨® el 15 de octubre de 1879 en el seno de una familia bilba¨ªna de posici¨®n acomodada y de tradici¨®n carlista. Milit¨® en su primera juventud, junto con sus hermanos Jos¨¦ y Santiago, en el incipiente nacionalismo vasco y perteneci¨® al c¨ªrculo ¨ªntimo de Sabino Arana, por quien sentir¨¢ toda su vida, a pesar de su distanciamiento pol¨ªtico, un profundo cari?o.
Su ideal fue: "Que digan de m¨ª los trabajadores: 'Es un compa?ero"
Ahora que se habla tanto de memoria y de m¨¢rtires, he aqu¨ª dos ejemplos laicos
El caso es que las tesis nacionalistas (Patria, Raza y Religi¨®n) difundidas por el peri¨®dico de Sabino La Patria, dirigido precisamente por Santiago Meabe, su hermano, resultan inhumanas (y anticristianas) para un hombre dotado de la capacidad emp¨¢tica de Tom¨¢s. "Ponte en su lugar. Siempre medita sobre esto: yo, en su lugar, ?qu¨¦ har¨ªa?, y cu¨¢ntos malos ratos y cuantas injusticias y cuant¨ªsimos errores te evitar¨¢s", escribe en sus diarios.
Inevitablemente, Tom¨¢s Meabe va abrazando las ideas del socialismo y terminar¨¢ por hacerse cargo de la direcci¨®n del semanario La Lucha de Clases, al que imprime un giro ardientemente pol¨¦mico, antinacionalista y anticlerical. Fueron famosos los art¨ªculos que, bajo el t¨ªtulo colectivo de "R¨¦plica" public¨® desde el 5 de julio al 20 de septiembre de 1902, en los que desmantelaba implacablemente los mitos sabinianos. Esta R¨¦plica significaba, como ha se?alado Alfonso Saiz Valdivielso, "el enfrentamiento entre dos ideas, dos peri¨®dicos y dos hermanos que se quieren entra?ablemente".
Meabe, m¨¢s all¨¢ de su labor period¨ªstica y pol¨ªtica, fue un intelectual de gran hondura. Hablando de Meabe y de Unamuno, Indalecio Prieto, que conoci¨® y trat¨® a ambos, destaca la mayor originalidad ideol¨®gica y profundidad po¨¦tica del primero. Las dudas y los temores respecto de la muerte que tanto atenazaron el ¨¢nimo del Rector de Salamanca nunca sobrecogieron el esp¨ªritu de Meabe. Los dos escribieron buena parte de su obra teniendo como motivo la muerte y el sentido de la vida. Ambos proven¨ªan de una cultura religiosa tradicional y ambos, no cabe duda de ello, sufrieron la crisis de su fe. Si acaso, cabe rese?ar como diferencia que, mientras que para Unamuno el hecho de la muerte era una desasosegante certeza abstracta, para Tom¨¢s, la muerte era una realidad a la que se enfrentaba a cara de perro. Tom¨¢s se estaba muriendo cuando escrib¨ªa: "Yo, estando tan enfermo como estoy, me siento por lo menos tan fuerte como cualquier otro que dentro de un instante va a morir, o sea, tan fuerte como cualquier otro ser humano".
De esta conciencia hizo una ocasi¨®n m¨¢s, si no la principal, de continuar una lucha que ten¨ªa a los dem¨¢s por objetivo y a su propio honor de ser humano como bandera. "Los que dan por un ideal no solo la vida en un d¨ªa y de una vez, sino que dan la vida de todos los d¨ªas y la muerte y todo, esos hay que contarlos con los dedos".
As¨ª, con un coraje inimaginable en un cuerpo tan quebrantado, abandon¨® a un tiempo raza, patria y religi¨®n: "Todos mis actos son los del que, despu¨¦s de terribles crisis del alma, crey¨® humildemente que el Dios de los cat¨®licos no es para ¨¦l un ideal moral". Su ideal, como escribe a su hijo Le¨®n, es "que digan de m¨ª los trabajadores: es un compa?ero".
Meabe se apaga en el oto?o de 1915. Llega a El Escorial, volviendo del exilio franc¨¦s, herido de muerte. Por m¨¢s que Julia Iruretagoyena, su mujer, intenta el hospedaje, es imposible. Nadie quiere cobijar al pobre tuberculoso. Termina en una chabola del barrio de La Guindalera de Madrid, de donde lo rescatan Indalecio Prieto y los amigos pintores, Arr¨²e, Arteta, Maeztu. Al fin, el 3 de noviembre, v¨ªsperas de unas elecciones comprometidas cuyo triunfo no llegar¨¢ a ver, se despide de Prieto y de Jos¨¦ Madinabeitia y esa misma noche fallece. Su ¨²ltimo deseo: "Morir mir¨¢ndote y con el sol en la cara, Julia m¨ªa".
A modo de testamento dej¨® escrito: "J¨®venes socialistas, si me hacen entierro, vosotros quisiera que me llevarais y que, luego, saludarais al humo de mis restos haciendo un voto solemne de trabajar m¨¢s por nuestros ideales (...). No quiero l¨¢pida, todo lo m¨¢s un cristal (...) a ser posible en Bilbao, mi pueblo".
Uno de estos j¨®venes ser¨¢ Juli¨¢n Zugazagoitia, asesinado a?os despu¨¦s, como tantos otros, en las tapias del cementerio del Este de Madrid el 9 de noviembre de 1940, tras haber sido detenido en Par¨ªs por la Gestapo y entregado a las autoridades de la dictadura franquista junto con Lluis Companys, quien hab¨ªa sido presidente de la Generalitat.
Un h¨¢lito de humildad personal, generosidad, ideales profundos y verdadero amor a la humanidad -de aquella filantrop¨ªa machadiana del hombre bueno- puede detectarse enseguida en la peripecia vital y en los escritos de Juli¨¢n y Tom¨¢s. Zugazagoitia, que lleg¨® a ser ministro en los gobiernos de Juan Negr¨ªn durante la Guerra Civil, puesto desde el que contribuy¨® no poco a la salvaci¨®n de vidas y a la humanizaci¨®n del trato dado a los prisioneros, tuvo el tiempo justo de escribir en Francia, entre los a?os 1939 y 1940, antes de su detenci¨®n, un testimonio fundamental para conocer, desde el rigor y la sinceridad no exenta de amargura, buena parte de las claves de la guerra civil espa?ola. Se trata de Guerra y Vicisitudes de los Espa?oles, de donde extraigo: "Prefiero pagar a la maledicencia las alcabalas m¨¢s penosas y ser cobarde para quienes me disciernan ese dicterio, renegado para los que por tal me tengan, esc¨¦ptico, traidor, ego¨ªsta..., que todo me parecer¨¢ soportable antes que envenenar, con un legado de odio, la conciencia virgen de las nuevas generaciones espa?olas".
Ahora que tanto se habla de memoria, de historia y de m¨¢rtires, he aqu¨ª, en nuestra propia casa, el ejemplo de dos bilba¨ªnos laicos, honrados y buenos que esperan, tal vez, un poco de reconocimiento, a cambio de un legado moral de inmenso valor. Son, digo yo, algo as¨ª como beatos civiles.
Rafael Iturriaga Nieva es consejero del Tribunal Vasco de Cuentas.
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