H¨¦roes de la patria
Los pol¨ªticos, los estadistas, los hombres de poder, suelen verse obligados a reprimir sus pulsiones m¨¢s b¨¢sicas. El 11 de julio de 1804, Alexander Hamilton y Aaron Burr vivieron un instante liberatorio.
Aaron Burr, h¨¦roe de la guerra de independencia y abogado prestigioso, era vicepresidente de Estados Unidos. Alexander Hamilton, tambi¨¦n h¨¦roe militar y abogado, hab¨ªa sido ayudante de George Washington, primer secretario del Tesoro y fundador del Partido Federalista, la fuerza de oposici¨®n a los republicanos-dem¨®cratas de Burr y del presidente Thomas Jefferson. Talleyrand, el gran diplom¨¢tico de la ¨¦poca, dijo que s¨®lo Hamilton pod¨ªa rivalizar con Napole¨®n.
Burr rebosaba amargura. En las elecciones presidenciales de 1800 obtuvo tantos compromisarios como Jefferson, pero la C¨¢mara de Representantes, despu¨¦s de 36 votaciones y bajo la presi¨®n de Hamilton, decidi¨® finalmente en su contra. Burr, condenado a una vicepresidencia inefectiva (Jefferson, por razones obvias, no quer¨ªa ni verle), intent¨® ser elegido gobernador de Nueva York. Hamilton volvi¨® a utilizar su poderosa influencia y Burr volvi¨® a ser derrotado.
Jackson fue el Napole¨®n americano y modelo de gente tan distinta como John F. Kennedy y George W. Bush
Ambos h¨¦roes de la patria se odiaban profundamente. Ambos h¨¦roes odiaban a Jefferson. Ambos h¨¦roes coqueteaban con la idea de romper la Uni¨®n, desgajando el noreste y Nueva York, mercantiles y angl¨®filos, y creando un nuevo pa¨ªs aliado con la antigua potencia colonial. Ambos se sent¨ªan marcados por el destino.
El 11 de julio de 1804, al amanecer, Hamilton y Burr se encontraron cara a cara en la orilla occidental del Hudson, frente a la costa sur de Manhattan. Cargaron las armas, apuntaron y dispararon casi al mismo tiempo. La bala de Hamilton pas¨® unos cent¨ªmetros por encima de la cabeza de Burr. La bala de Burr se aloj¨® en la columna vertebral de Hamilton, despu¨¦s de romperle el h¨ªgado. Fue una herida mortal. Pol¨ªtica pura, libre de tab¨²es.
Burr tuvo que huir, por poco tiempo, a Filadelfia, donde recibi¨® otra inspiraci¨®n: su destino no era la presidencia del noreste, sino el imperio. Decidi¨® crear una milicia personal, invadir M¨¦xico y Florida (colonia espa?ola), y absorber los territorios del sur y el oeste norteamericanos. ?se fue el plan que propuso al Gobierno brit¨¢nico y a su principal aliado, el gobernador de Luisiana, James Wilkinson.
Mientras se ajustaban algunos detalles, volvi¨® a la reci¨¦n fundada ciudad de Washington para concluir su vicepresidencia y presidir con impecable correcci¨®n el impeachment de Samuel Chase, miembro del Tribunal Supremo. En 1806 emprendi¨® viaje hacia el sur con 60 soldados de fortuna para construir su imperio. El gobernador Wilkinson, sin embargo, le denunci¨®. No por fidelidad a su pa¨ªs o a su presidente, sino por fidelidad a su sueldo: Wilkinson estaba en la n¨®mina secreta del imperio espa?ol bajo el nombre de Agente 13.
Burr fue acusado de alta traici¨®n, juzgado y absuelto por razones t¨¦cnicas: el testimonio de Wilkinson fue considerado insuficiente. Quiz¨¢ el juez John Marshall ten¨ªa conocimiento del pluriempleo del gobernador.
Aaron Burr se traslad¨® a Europa, donde asisti¨® al vendaval napole¨®nico. En 1812 regres¨® a Nueva York y volvi¨® a dedicarse a la abogac¨ªa con moderado ¨¦xito. En los ¨²ltimos a?os de su vida vio pasar su destino del brazo de otro hombre: el general y presidente Andrew Jackson, fundador del Partido Dem¨®crata, semianalfabeto, inflexible, genocida, con dos balas alojadas en el cuerpo en recuerdo de dos antiguos duelos. Jackson fue el Napole¨®n americano. Y un presidente extraordinario, adoptado como modelo por gente tan distinta como John F. Kennedy y George W. Bush.
Aaron Burr muri¨® el 14 de septiembre de 1836 en un hotel de Staten Island. Vivi¨® una ¨¦poca de grandes transformaciones, grandes incertidumbres y grandes maniobras secretas. Dej¨® para la historia un solo momento, un solo gesto liberatorio: el disparo, en el campo del honor, contra su rival pol¨ªtico.
Seguimos viendo s¨®lo gestos. O fugaces intercambios verbales, de escasa potencia liberatoria, como el de una reciente cumbre americana. Los sue?os napole¨®nicos, la talla de los h¨¦roes de la patria y los Wilkinson de turno se descubren con el tiempo, cuando ya no importan. -
Duel. Thomas Fleming. Basic Books, 1999. 446 p¨¢ginas.
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