El taxi
Saliendo de un acto p¨²blico al cual ten¨ªa que asistir imperativamente, decid¨ª volver a mi casa en taxi. Era un viernes, a medianoche, y La Rambla de Barcelona estaba de bote en bote. "Ser¨¢ muy dif¨ªcil encontrar un taxi", pens¨¦, y efectivamente me qued¨¦ m¨¢s de 10 minutos de pie esperando ver pasar uno. Al final apareci¨®, pero por el lado de subida, y aunque ya sab¨ªa que el trayecto ser¨ªa mucho m¨¢s largo lo cog¨ª, ya que me expon¨ªa a estar largo rato esperando en el otro lado.
El taxista estaba dando un ¨²ltimo bocado a algo y hablando con su novia con su m¨®vil: "Me he tomado una hamburguesa de carne porque llevo toda la semana comiendo legumbres", le dec¨ªa, y as¨ª sigui¨® con su ch¨¢chara. Al cabo de un buen rato, al ver cruzar a un camarero, le dijo: "Te has perdido el pedazo de cop¨®n de cerveza que me est¨¢ pasando debajo de los morros". "Oye, oye, que abras el sof¨¢. ?No est¨¢ all¨¢ tu hija?, pues que te ayude a abrirlo. ?D¨ªselo, que te oiga yo, d¨ªselo a tu hija, que te oiga yo!". Cuando dej¨® de mandarla a grito pelado, pasaron a hablar de asuntos profesionales: "Que no t¨ªa, que no, que esos no tienen dinero, que aunque vayan de maricas y de lesbianas y de modernos no gastan en el taxi; que los sitios de ambiente no son sitios de dinero". Entonces, se ve que cansado de hablar con la chica (aunque sin colgar el m¨®vil), puso la radio a todo volumen. "Oiga", le dije yo entonces, "que me estoy enterando de su conversaci¨®n con su novia...", intentando decirle, de una forma educada, que parara de hablar. "Con todos los respetos", me contest¨®, "a m¨ª no me importa que usted lo escuche". O sea, que tanto le daba la pasajera como su novia: la cuesti¨®n era distraerse durante el curro y al acabar, llegar a una cama caliente y con ni?os lejos.
Dos taxis en dos ciudades: Barcelona y Par¨ªs. Dos pa¨ªses tan cercanos y tan diferentes
?l era un hombret¨®n, con el pelo rapado y una camiseta: la verdad, me daba un poco de miedo. Si nos enfad¨¢bamos, de un guantazo me hubiera podido dejar clavada con una costilla rota. Y yo no ten¨ªa alternativa; bajarme hubiera sido dram¨¢tico porque no hay ni un taxi de subida en La Rambla y caminar sola a medianoche no era lo m¨¢s recomendable.
"Que la Leticia est¨¢ pariendo", le dec¨ªa la novia (no s¨¦ c¨®mo se las arregalaba, pero yo pod¨ªa o¨ªr hasta lo que le dec¨ªa la novia). "Otro que mantener", le contest¨® ¨¦l, y yo pens¨¦, "de eso habla el pueblo", sin poder adivinar, claro, que aquello era un avance de este famoso desencuentro entre la realeza y una parte de sus s¨²bditos. Cost¨® tanto llegar -nos pasamos m¨¢s de media hora en La Rambla, a menos de 10 kil¨®metros por hora- que el importe fue alt¨ªsimo y el conductor a?adi¨® en el recibo: "tr¨¢fico lento", no fuera el caso de que yo me quejara.
Al llegar mir¨¦ los servicios y derechos del cliente del taxi por Internet. En una p¨¢gina muy bien hecha se informa de que "durante el viaje no se puede beber, comer ni fumar en el veh¨ªculo" y de que el veh¨ªculo "ha ser limpio y el conductor aseado" y, lo m¨¢s importante para el caso, que el usuario tiene derecho a "elecci¨®n y graduaci¨®n del volumen de sonido y de la temperatura interior". O sea, que me hab¨ªan explotado vilmente. Claro est¨¢ que yo ya me lo imaginaba , pero entre reivindicar y sin duda llegar a una bronca o callarme y llegar sana y salva a casa prefer¨ª lo segundo. Delicias de ser una mujer emancipada que sale sola por la noche.
Al cabo de un tiempo, en Par¨ªs, un taxista no me puso la maleta en el maletero (en Francia, sin embargo, aprend¨ª que es opcional), me dej¨® en una terminal del aeropuerto equivocada y me estaba dando mal el cambio. Demasiado, pens¨¦, e hice una queja por escrito adonde pon¨ªa el recibo.
Me lleg¨® un sobre color salm¨®n de la Pr¨¦fecture de Police con un membrete en donde se le¨ªa, bajo un logo muy moderno de su bandera tricolor : "Pr¨¦fecture de Police. Direction des Transports et de la Protection du public" y en el borde inferior: "R¨¦publique Fran?aise. Libert¨¦. ?galit¨¦. Fraternit¨¦". Mi caso era el n¨²mero 4.316, llevado por M. Terrasse, y la responsable del Bureau de taxis de Par¨ªs me escrib¨ªa lo siguiente, tras acusar recibo de mi queja: "Sra: Le informo de que el interesado, convocado por m¨ª, ha sido objeto de una severa amonestaci¨®n y ha sido invitado a respetar las reglas inherentes a su profesi¨®n. Esta medida debiera incitarlo a no reincidir". Se desped¨ªa con el respetuoso "je vous prie d'agr¨¦er, Madame, l'expression de ma consid¨¦ration distingu¨¦e" y adjuntaba un delicioso librito sobre los usos, derechos y deberes de los taxis parisienses.
Dos pa¨ªses tan cercanos y tan diferentes.
victoriacombalia@gmail.com
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