Alquimia provenzal
Luberon, al sureste de Francia, una traves¨ªa entre pueblos y campo
Pl¨¢tanos de Indias, juegos de petanca y mercados que huelen a jab¨®n de espliego. Y una 'tapenade' regada con una copa de vino. Gordes, Bonnieux y M¨¦nerbes, en una ruta a espaldas de la Costa Azul.
Francia (la dulce Francia en el ep¨ªteto de los cantares de gesta) es hermosa en su conjunto; a¨²n m¨¢s, la Provenza, l¨ªrica en las canciones de los trovadores; la regi¨®n de Vaucluse, en ella, una de sus zonas m¨¢s seductoras, y dentro de ¨¦sta, el Luberon, parque natural regional, meta que no defraudar¨¢ a nadie. Apropiado para el senderismo y los deportes al aire libre, tambi¨¦n lo es para el paseo sosegado y el disfrute de sus escarpados pueblos. Son como un mundo dentro del mundo estos parajes: el norte y el sur, a ambos lados de la cadena de colinas del Peque?o y el Gran Luberon, entre los que se interpone la carretera que comunica Bonnieux con Lourmarin como una espina dorsal que requerir¨ªa alguna educaci¨®n postural, tan sinuosa.
Cavaillon, en la ruta de Avi?¨®n, delimita su extremo occidental, y Manosque, el oriental, donde ya se mira a los Alpes. Laxos l¨ªmites podr¨ªan fijarse en el correr del r¨ªo Durance, por la banda meridional, y en la localidad de Sault y sus vistas al monte Ventoso, al norte, donde retumba el eco de Petrarca.
Son pueblos con pl¨¢tanos de Indias u olmos en sus plazas, donde en alguna explanada se ve a los lugare?os jugar a la petanca o perderse en sus mercadillos semanales. Como en Gordes, de estrechas callejas que suben y bajan caprichosamente, a la par que serpean. La notable iglesia de Saint Firmin y un macizo castillo son los hitos de la villa, pero tambi¨¦n en s¨ª mismas las calles que los provenzales denominan calades, pavimentadas con piedras colocadas de canto, sin olvidar, a orillas de ellas, las pintorescas tiendecillas que sacan sus mercader¨ªas: botellas de vinos de la tierra y aceites, cester¨ªa, loza, jabones de espliego, hierbas y especias en saquitos de arpillera, botellas de sif¨®n de cristales tintados... Gordes, que es una competici¨®n del ocre hacia la altura, tendr¨ªa un aspecto algo desolado y polvoriento de no poseer esas cenefas, ribetes, medallones de verde que aqu¨ª y all¨¢, en el ascenso, ponen una parra, un cipr¨¦s, un seto que arborecen su monta?a. Al pie, acumulaciones de casas trogloditas, los llamados bories que hablan de los antiguos pobladores prerromanos.
No lejos de Gordes, el coche enfila hacia la abad¨ªa cisterciense de S¨¦nanque, a la que se baja por un sendero y a la que se accede por un campo que, a finales de julio y comienzos de agosto, es un oc¨¦ano bonancible de lavanda florecida, sembrada en hileras. Los castillos terrenales aspiran siempre a estar en alg¨²n altozano, una eminencia del terreno que domine un vasto territorio alrededor. Esta abad¨ªa, castillo celestial, por el contrario, busca su ser en la hondura, en una nava, que para murallas ya est¨¢n las que la naturaleza ha dispuesto alrededor. Junto a ella, tres cipreses hurtados a un cuadro de Van Gogh, que vino buscando el sol de la Provenza, y olivos que compiten con ellos en altura, m¨¢s pr¨®speros que sus hermanos del agro andaluz, por ejemplo.
Pero regresando a los pueblos encaramados, ah¨ª est¨¢ M¨¦nerbes, con forma de nav¨ªo sobre la cresta y su museo del sacacorchos y el de la trufa y el vino, cosas todas muy tel¨²ricas y que casan bien las unas con las otras. Alza junto al Ayuntamiento uno de esos campanarios de hierro forjado que rematan con sus veletas las torres de piedra de por aqu¨ª y que son como jaulas en las que cantan, cuando los ponen a repicar, los badajos. Las campanas se oyen mejor en un cielo despejado y azul como ¨¦ste. Algunas de estas estructuras, m¨¢s peque?as, se pueden hallar en mercados y puestos de chamarileros, como los que se api?an en L'Isle sur le Sorgue.
El castillo del marqu¨¦s de Sade
Roussillon y Lacoste, con sus respectivos cat¨¢logos de tonos rojizos y sangrientas haza?as que sacan los colores, son pueblos donde se extraen pigmentos (el primero) y donde se hunde en ruinas el castillo del marqu¨¦s de Sade (el segundo). Ambos lugares merecen una visita y pueden recorrerse una misma tarde.
O Bonnieux, con el Museo de la Panader¨ªa, y a las afueras, el bosque de cedros y un alojamiento de ensue?o, la Bastide Capelongue de ?douard Loubet, que acoge hu¨¦spedes y tambi¨¦n comensales en un restaurante de dos estrellas de la Gu¨ªa Michelin. Son las bastidas las casas de labranza tradicionales de la Provenza, como las mas¨ªas, de menor tama?o, y juntas salpican el valle, quiero decir, lo salpimentan, le dan sabor, lo hacen a¨²n m¨¢s apetecible, y piensa uno (fantasea) que no s¨®lo es un hermoso paisaje el que lo rodea, sino que podr¨ªa habitarlo una temporada, incluso hacer su propio vino aqu¨ª, fermentar su queso de cabra, o llevar sus aceitunas a que se opere la vieja alquimia en una almazara. Son casas de piedra vista, contraventanas azules o celestes, o tambi¨¦n de un verde p¨¢lido, y en derredor, vi?edos...
Algo m¨¢s al norte, en terrazas que cuelgan de su monte, llegamos a Saint-Saturnin-l¨¨s-Apt, donde tampoco faltan tiendas de anticuarios en las que siempre alg¨²n objeto gui?a al curioso, y donde damos cuenta de una exquisita tapenade (pasta de aceitunas negras y alcaparras untada en pan), pero sin entusiasmarnos demasiado con el vino, que son ¨¦stas tierras en las que hay que conducir a todas partes, pues es la ¨²nica forma de llegar a los lugares m¨¢s hermosos, que no son grandes monumentos hist¨®ricos ni museos imponentes, sino rincones, oteros, una aldea.
Como Lourmarin, sin ir m¨¢s lejos, que, s¨ª, tiene un castillo y una bonita iglesia, es cierto, pero sobre todo, unas cuantas calles que se enroscan como un caracol y nos recuerdan la filosof¨ªa del saber vivir de las ciudades lentas.
Lo bueno de este remanso de paz que es el Luberon es que, cuando se desea, a s¨®lo una hora se tienen la papal Avi?¨®n, junto al R¨®dano, u Orange, con sus ruinas romanas, o Arl¨¦s, o Nimes, o la se?orial Aix-en-Provence. O se puede, todo en el mismo d¨ªa, pasear por el puerto de Saint Tropez, encelarse del azul del paseo de los Ingleses, en Niza, y volver, a la tarde, al canto de la ubicua chicharra y cenar bajo las otras estrellas, de verdad, de las constelaciones.
Antonio Rivero Taravillo es autor de Viaje sentimental por Inglaterra (Almuzara) y traductor de Nadan dos chicos, de Jamie O'Neill
GU?A PR?CTICA
Datos b¨¢sicos- Situaci¨®n: Gordes se encuentra a unos 100 kil¨®metros de Marsella y a 38 kil¨®metros de Avi?¨®n.- Prefijo telef¨®nico: 0033.Visitas- Hotel Bastide Capelongue (490 75 89 78; www.capelongue.com). Habitaciones, desde 160 euros.- Museo del Pan (490 75 88 34). Rue de la R¨¦publique, 12. Bonnieux.- Casa de la Trufa y el Vino de Luberon (www.vin-truffe-luberon.com; 490 72 38 37). M¨¦nerbes.Informaci¨®n- Parque natural del Luberon (490 04 42 00; www.parcduluberon.com).- Oficina de turismo de Luberon en Bonnieux (490 75 91 90; www.tourisme-en-luberon.com).- www.provence-luberon.net.- www.franceguide.com.
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