?De vuelta al anticlericalismo?
El distanciamiento de la agonizante dictadura franquista por la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica y su discreta adaptaci¨®n a los nuevos aires conciliares de Juan XXIII y Pablo VI, manifiestos en su conformidad al rumbo pol¨ªtico de la Transici¨®n y en la relaci¨®n fluida con el Gobierno de Felipe Gonz¨¢lez por el cardenal primado Enrique Taranc¨®n y una mayor¨ªa de los obispos, me indujeron a creer, con un exceso de optimismo, que mi anticlericalismo de juventud, forjado por la muy poco santa alianza de la Iglesia y el R¨¦gimen, pertenec¨ªa al pasado.
Nadie era ya anticlerical en el ¨¢mbito intelectual de la izquierda francesa en la que me eduqu¨¦ cuando dej¨¦ al fin la Espa?a franquista por un mundo mejor, menos maniqueo y m¨¢s vasto, por la sencilla raz¨®n de que, tras la tormentosa separaci¨®n entre la Iglesia y el Estado republicano en 1905 -objeto de la iracunda reacci¨®n de Maurras y de L'Action Fran?aise-, la primera se ocupaba de sus fieles y el segundo de los ciudadanos. Hab¨ªa, pues, dos espacios rigurosamente delimitados y sin interferencias rec¨ªprocas: los laicos conviv¨ªan con la Iglesia y ¨¦sta no se entromet¨ªa en los asuntos de la Rep¨²blica.
La jerarqu¨ªa episcopal manifiesta una clara nostalgia del nacionalcatolicismo
Pero Francia es Francia, y Espa?a, ay, Espa?a. La tenaz y corrosiva nostalgia del Episcopado actual de los buenos tiempos del nacionalcatolicismo y de la bendita Cruzada que nos salv¨® del laicismo republicano y de la conjura judeomas¨®nica y comunista se encarga de record¨¢rnoslo.
En los felices ochenta del pasado siglo no prestaba demasiada atenci¨®n a la involuci¨®n doctrinal que se gestaba en los pasillos y s¨®tanos del Vaticano desde la elevaci¨®n a la silla de Pedro de Juan Pablo II. Estratega eficaz -art¨ªfice esencial, como sabemos, de la ca¨ªda de los reg¨ªmenes prosovi¨¦ticos de la Europa del Este-, Wojtyla era un adepto intransigente de la doctrina consagrada por la Iglesia con anterioridad a sus dos predecesores. La evoluci¨®n democr¨¢tica de la sociedad hispana le inquietaba en extremo y, seg¨²n me refiri¨® un alto cargo de nuestra diplomacia, hab¨ªa pedido a un grupo de monjitas espa?olas, en v¨ªsperas de su entronizaci¨®n, que rezaran mucho por Espa?a porque su cardenal primado ?era comunista!
Si los ocho a?os de Gobierno de Aznar pusieron un b¨¢lsamo providencial a su desasosiego respecto a la paulatina dispersi¨®n del reba?o de creyentes en la Pen¨ªnsula, la elecci¨®n del actual presidente dispar¨® todas las alarmas. Pocas semanas antes de su fallecimiento, la prensa nos inform¨® de que el santo var¨®n preguntaba obsesivamente a sus visitantes:
"?Qu¨¦ hace Zapatero?". La ansiedad por la salvaci¨®n del alma de nuestros paisanos le acompa?¨® as¨ª, dolorosamente, hasta la tumba.
El giro a la derecha pura y dura se ha acentuado a¨²n tras la elecci¨®n de Ratzinger al solio pontificio. El retorno a las concepciones tradicionales del catolicismo m¨¢s carca, tanto en el ¨¢rea doctrinal -resurrecci¨®n del lat¨ªn y del infierno de Pedro Botero con el plus de una llamativa e inmisericorde desprogramaci¨®n del limbo- como en la sociedad -condena de anticonceptivos, aborto, divorcio, ley de parejas, matrimonio homosexual, etc¨¦tera-, ha abierto las compuertas de la frustraci¨®n acumulada por el sector m¨¢s reaccionario de la jerarqu¨ªa espa?ola desde que la Constituci¨®n espa?ola de 1978 dio fin a su intervencionismo opresivo en los asuntos p¨²blicos y a su monopolio en la gesti¨®n econ¨®mica y moral de las almas. No pudiendo perseguir a cuantos disienten de ella ni bendecir a quienes antes los fusilaban, asume el papel de perseguida en unas pastorales dignas de Radio Burgos y sus vociferantes consignas. Una asignatura tan anodina como la de la Educaci¨®n para la Ciudadan¨ªa suscita alarmas apocal¨ªpticas por parte de Rouco Varela, Ca?izares y de sus portavoces de la Cope. Tras el "Espa?a agoniza" la invitaci¨®n a orar por la descarriada Monarqu¨ªa y el imperturbable respaldo a los insultos y mentiras de la emisora episcopal, la beatificaci¨®n masiva por Benedicto XVI de 498 fieles asesinados por los extremistas del campo republicano durante la behetr¨ªa reinante en las primeras semanas de la Guerra Civil -mientras se excluye de tan divina gracia a los sacerdotes vascos ejecutados por el Ej¨¦rcito de Franco-, muestra la beligerancia santa de una Iglesia que no ha aprendido nada de los abusos y atropellos que cometi¨® a lo largo de su historia ni renunciado a unas pol¨ªticas que vulneran la legalidad y contradicen su presunto magisterio.
En unas andanadas contra una asignatura que homologa a Espa?a con los pa¨ªses democr¨¢ticos europeos, ni la Santa Sede de Benedicto XVI ni los cardenales integristas que son su punta de lanza, tienen en cuenta la diferencia existente entre educaci¨®n y adoctrinamiento. La Iglesia de Roma, como su envidiado y temido rival, el wahabismo isl¨¢mico, no muestra ning¨²n inter¨¦s por la primera y se vuelca del todo en el segundo: en ese lavado de cerebro del reba?o que apacienta y gu¨ªa con mano firme al redil, y sobre el que extiende un manto protector de la mort¨ªfera contaminaci¨®n laicista. Pues lo que se trasluce hoy tras el encubrimiento por la Cope y medios afines de todas las falsedades e insidias en torno al origen de los atentados del 11-M y la extravagante petici¨®n de Esperanza Aguirre a don Juan Carlos de "un tratamiento humano" a Federico Jim¨¦nez Losantos, es el af¨¢n irreprimible de volver a los tiempos de la alianza entre el Trono y el Altar, o entre el Caudillo y el Altar que la restablezca en la plenitud de su imperio y de sus privilegios mundanos.
Todo ello me inclinar¨ªa a recuperar el militante anticlericalismo juvenil si la reacci¨®n de muchos cat¨®licos de base y de algunos sacerdotes privados por la jerarqu¨ªa de la facultad de administrar los sacramentos no me permitiera establecer una distinci¨®n entre quienes se esfuerzan en mantenerse en sinton¨ªa con la sociedad y los que, como reza el reciente manifiesto de Redes Cristianas, han "emprendido una carrera para conquistar el poder a cualquier precio".
El anticlericalismo del siglo XIX y del primer tercio del siguiente, prolongado en Espa?a por la dictadura franquista, deber¨ªa pertenecer al pasado. Es lamentable que la conducta actual de la Iglesia nos empuje a volver a ¨¦l.
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