Tiempo l¨ªquido miedos s¨®lidos
Vivimos un tiempo l¨ªquido, le dijo desde las p¨¢ginas de su ¨²ltimo libro el fil¨®sofo polaco Zygmunt Bauman, en el que ya no hay valores s¨®lidos sino volubles; en el que los modelos y estructuras sociales ya no perduran lo suficiente como para enraizarse y gobernar las costumbres de los ciudadanos y en el que, casi sin darnos cuenta, hemos ido sufriendo transformaciones y p¨¦rdidas como la renuncia al pensamiento, la separaci¨®n del poder y la pol¨ªtica en un mundo en el que el verdadero Estado es el dinero y, entre otros dramas, la renuncia a la memoria, puesto que "el olvido se presenta como condici¨®n del ¨¦xito".
Y todo eso nos exige que seamos "flexibles", dice Barman, usando una palabra a la que si, en ese contexto, se le hiciera una radiograf¨ªa, se ver¨ªa que lleva dentro otra: c¨ªnicos.
Lo raro es que eso pase, que la desigualdad conviva con la democracia
Juan Urbano ley¨® atentamente esa obra, Tiempos l¨ªquidos (Vivir en una ¨¦poca de incertidumbre) y despu¨¦s, para probar sobre el terreno lo que hab¨ªa aprendido en ella, se fue a pasear por el centro de la ciudad.
Bauman dice que todas las ciudades de hoy son la capital del miedo, lo cual es una paradoja, puesto que los n¨²cleos urbanos se construyeron rodeados de murallas y fosos para protegerse de los peligros que ven¨ªan del exterior y hoy ya no son un refugio, sino la fuente esencial de esos mismos y otros peligros. Juan pens¨® que estaba de acuerdo y que las grandes ciudades tendr¨¢n nombres distintos, pero uno de sus apellidos siempre es el mismo: inseguridad.
Por eso ahora todas ellas parecen trincheras, o zonas de guerra, est¨¢n llenas de accesos infranqueables, guardas de seguridad armados, controles, arcos detectores de metales, puertas blindadas, alarmas, c¨¢maras...
Y todos nosotros, convertidos en ciudadanos "adictos a la seguridad pero siempre inseguros de ella", lo aceptamos como si fuera l¨®gico, o al menos inevitable, hasta tal punto que, en opini¨®n de Zygmunt Bauman, contribuimos a "normalizar el estado de emergencia".
Caminando por el barrio de Maravillas, Juan Urbano record¨® todo lo que hab¨ªa le¨ªdo en el libro y, al pasar por algunas plazas y calles a espaldas de la Gran V¨ªa, tambi¨¦n se acord¨® de que Bauman habla de una de las consecuencias de esa obsesi¨®n por defenderse del peligro, que es la creaci¨®n de mundos paralelos y ¨¢reas en sombra, que unas veces son lugares del extrarradio a los que deben ir a refugiarse las personas con menos medios, que autom¨¢ticamente son consideradas una amenaza, y otras son "barrios fantasma" en los que opera el lumpen.
Hace unos d¨ªas, cuando hubo una manifestaci¨®n m¨¢s en la que los vecinos de Maravillas protestaban contra la degradaci¨®n de sus calles, en especial a causa de la prostituci¨®n y de todos los males que la prostituci¨®n ejercida a la intemperie conlleva, uno de ellos le dijo a la Prensa: "Aqu¨ª no todo es la Gran V¨ªa, El Corte Ingl¨¦s y la Fnac", y de alguna manera, con esa frase resumi¨® desde la intuici¨®n lo que Bauman y otros te¨®ricos han pormenorizado desde la reflexi¨®n.
Juan Urbano y su chica, Ana, hab¨ªan visto hace poco la pel¨ªcula Promesas del Este, de David Cronemberg, y les hab¨ªa estremecido ese relato de la explotaci¨®n vergonzosa que sufren las mujeres secuestradas y prostituidas por las mafias. Algunos se refieren a todo eso como un "trabajo", el m¨¢s antiguo del mundo, y toda esa historia, pero a ¨¦l le pareci¨® que detr¨¢s de la palabra trabajo no puede haber otras como rapto, violaci¨®n, esclavitud, violencia...
?Cu¨¢ntos de esos sustantivos habr¨¢n llegado a mezclarse con las vidas de las mujeres que esperan a sus clientes en los rincones de la calle Montera, o junto a los cines Ideal, o en la Casa de Campo? Se hizo esa pregunta mientras miraba las luces navide?as, los escaparates llenos de tentaciones y su llamada luminosa: compre, regale, consuma, p¨®ngale precio a la felicidad de los suyos.
Tiene raz¨®n Zygmunt Bauman, y no es una casualidad que su libro se llame Tiempos l¨ªquidos, en plural, porque, efectivamente, lo singular yo existe, hay tiempos y realidades, no una, sino muchas, dependiendo, b¨¢sicamente, del dinero que uno tenga en su cuenta del banco.
Lo raro es que eso pase, que la desigualdad conviva con la democracia, que mientras por arriba se busca el futuro, abajo haya quienes viven en la Edad Media y, entre unos y otros, tanta gente que no quiere ver ni opinar, que mira para otra parte, que apela a la libertad de los desdichados para serlo, para malvivir en el fondo de un pozo oscuro.
Tiempos l¨ªquidos: no hay evidencia que no puedan llevarse las corrientes de opini¨®n, ni verdad que no pueda escaparse entre los dedos.
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