Espiritualidad
Basta con darse una vueltecita por el centro de cualquier ciudad en estos d¨ªas para comprobar que la espiritualidad propia de las fiestas navide?as se mantiene intacta, al menos por lo que respecta al sujeto. Lo ¨²nico que ha cambiado es el objeto. Me explicar¨¦.
Despu¨¦s de 40 a?os de vagar por el desierto, el pueblo de Israel, aprovechando la ausencia de Mois¨¦s, construy¨® un becerro de oro y lo ador¨® como si fuera un dios. La Biblia reprueba esta inconstancia, pero la decisi¨®n, si se piensa, es razonable. Entre Egipto e Israel hay unos 500 kil¨®metros mal contados; a una media de cinco kil¨®metros diarios, que no es matarse, con un mapa y un poco de sentido com¨²n, los israel¨ªes habr¨ªan llegado a la tierra prometida en poco m¨¢s de tres meses. Cuando llevaban un retraso de cuatro d¨¦cadas, perdieron la confianza en su gu¨ªa y, sin renunciar a la fe, se buscaron un dios que les pareci¨® m¨¢s amable o, por lo menos, m¨¢s asequible.
Volviendo a mi razonamiento inicial, creo que hoy pasa algo similar. Despu¨¦s de tantos siglos de castigos divinos y promesas incumplidas, de tanto anatema y tanta prohibici¨®n, la gente no ha renunciado a la fe, pero se ha buscado otro destinatario, al que rinde el mismo culto con la misma convicci¨®n, la misma devoci¨®n, la misma esperanza y la misma entrega. Con la misma paciencia el creyente se aglomera en los grandes almacenes o entra arrodillado en la peque?a tienda, como antes entraba en la catedral o en la ermita, dispuesto a entregar cuanto posee a cambio de mucha luminotecnia, grandes palabras y, en resumidas cuentas, bien poca cosa. ?Falta de espiritualidad? Todo lo contrario. La misma o m¨¢s, siempre que redefinamos el concepto. Porque, al fin y al cabo, entre un cura atrabiliario de hisopo y trabuco y el atento y eficaz dependiente de El Corte Ingl¨¦s, ?usted con qui¨¦n se queda?
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