N¨¢ufrago de su propia inteligencia
Bobby Fischer ha muerto, ahora hay que preguntarse d¨®nde van los hombres sin patria ni fe cuando mueren. Tambi¨¦n cabe preguntarse si el que muchos consideran el m¨¢s grande jugador de ajedrez de todos los tiempos estuvo alguna vez vivo fuera de los m¨¢rgenes de madera de su propio juego.
Seguramente hay mil maneras de perder la raz¨®n, y la raz¨®n misma es una de ellas.
Para quienes no somos sino aficionados a la poes¨ªa de este juego de locos, Fischer ser¨¢ siempre una inc¨®gnita. Me temo que para quienes saben mucho m¨¢s no ser¨¢ muy diferente. La leyenda de este n¨¢ufrago de su propia inteligencia esta adornada por ¨¦picos combates, deportivos y extradeportivos, absurdos castigos pol¨ªticos (su naci¨®n se volvi¨® en su contra por jugar al ajedrez durante un embargo o, por asi decirlo, por ignorar la justicia de las guerras para imponer a cambio la belleza de un juego), continuas desapariciones y apariciones teatrales, aderezadas por disparatados pensamientos, m¨¢s que irracionales uno dir¨ªa que suicidas, posiblemente m¨¢s encaminados a terminar con ¨¦l mismo que con sus enemigos imaginarios.
Un personaje, en suma, que recuerda al Celine terminal, enrolado entre los nazis en su siniestra huida a ninguna parte.Pero, antes de ser un profeta del vac¨ªo, y un hombre congelado en las tierras de Islandia, Fischer tuvo la audacia de pensar, de intuir el lugar exacto de todas las c¨¢rceles y las trampas que se ciernen sobre todas las posiciones posibles y, tambi¨¦n, la elegante derrota de todas las piezas, obedeciendo a la tiran¨ªa de su propia naturaleza.
Tratar de imaginar a Bobby Fischer es un trabajo tan in¨²til como en su d¨ªa fue tratar de encontrarlo. De su muerte no se sabr¨¢ m¨¢s que de su vida y de este d¨ªa de despu¨¦s no se sabr¨¢ nada. Puede que ¨¦l llegase a intuir algo tan aterrador sobre los limites de la inteligencia y el coraje que decidiese, con gran sensatez, que su silencio era precisamente su mejor legado, tal vez su ¨²nico regalo.
De tanto tratar de adivinar lo que piensa el hombre que piensa como yo, es de suponer que el gran campe¨®n terminarse por cazarse a s¨ª mismo. De la tristeza y la gloria de su lucidez nos queda esa ¨²ltima imagen de hombre digno y loco y solo. La hermosa dignidad de quien no ha so?ado nunca con ser rey, sino que ha preferido entregar una vida a so?ar la mejor manera de vencerlo.
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