Cuba en Catalu?a
Hoj¨¦e con impaciencia el libro Cuba a Catalunya, el llegat dels indians (Cosset¨¤nia Edicions), de la periodista Tate Cabr¨¦ (Reus, 1965), que se presentaba ayer en el Palau Moja de Barcelona, para ver si resolv¨ªa mi enigma particular a prop¨®sito de la primera noci¨®n que tuve sobre la relaci¨®n entre Cuba y Catalu?a. Corr¨ªan los primeros a?os setenta. Un domingo por la ma?ana los Escolapios de Sarri¨¤ se convirtieron en escenario del rodaje de una pel¨ªcula. Hab¨ªa coches de los a?os veinte, caballeros con traje de lino blanco y panam¨¢, y damas con generosos escotes y diademas con plumas, tipo charlest¨®n. Era invierno, hac¨ªa fr¨ªo y entre toma y toma los actores corr¨ªan a cubrirse. Nunca vi esa pel¨ªcula, si es que lleg¨® a estrenarse, ni supe qui¨¦n la dirig¨ªa (?acaso La gran esperanza blanca, de Martin Ritt?). Recuerdo que alguien coment¨® que hab¨ªan intentado rodar aquella misma escena en La Habana, pero que no hab¨ªan obtenido el permiso, por lo que hab¨ªan recurrido al colegio de la calle de las Escoles Pies, convertido a la saz¨®n en un hotel de lujo habanero.
Ayer, durante la presentaci¨®n del libro de Cabr¨¦ en el sal¨®n de baile del palacete de La Rambla, que perteneci¨® al comerciante, armador y banquero Antonio L¨®pez (1817-1883), cuya fortuna vino de Cuba, me volvi¨® preciso aquel recuerdo de la infancia. Y en la p¨¢gina 135, junto una foto a toda p¨¢gina de la torre del reloj del internado de Sarri¨¤, ven¨ªa la respuesta: aquella torre, construida en 1894 por Eduard Mercader, hab¨ªa sido donada por la comunidad escolapia de Guanabacoa, Cuba. De modo que el aire antillano del edificio no era una recreaci¨®n lejana, sino un mandato directo de los patrocinadores.
Apadrinaron ayer la presentaci¨®n del libro el subdirector de archivos de la Generalitat, Ramon Alberch; el historiador Josep Maria Ainaud de Lasarte -quien recorri¨® con soltura los vestigios cotidianos de nuestra cubanidad, desde el arroz hasta el ron, pasando por los palosantos, los cocoteros y tantas toponimias que recuerdan a la antigua colonia espa?ola-; Josep Colomer, presidente de Caixa Pened¨¨s, patrocinadora de la obra; el c¨®nsul de Cuba en Barcelona, y el editor del libro, Jordi Ferr¨¦. La verdad es que pocas palabras necesitaba un acto presidido por los bustos de Eusebi G¨¹ell y Antonio L¨®pez que se celebraba en la sala noble del palacete, adornada con pinturas alusivas al Descubrimiento de Am¨¦rica, junto a la capilla donde oficiaba Jacint Verdaguer, capell¨¢n de la Compa?¨ªa Trasatl¨¢ntica, propiedad del marqu¨¦s de Comillas. Menos a¨²n cuando, entre intervenci¨®n e intervenci¨®n, la soprano colombiana Patricia Caicedo, acompa?ada al piano por Pau Casan -biznieto de Conxita Badia-, desgranaba bellas canciones antillanas, empezando por las extraordinarias Cinco canciones negras, de Xavier Montsalvatge, y acabando con L¨¢grimas negras, que cantaba Rita Montaner -nacida precisamente en Guanabacoa en 1890, muerta en La Habana en 1958- y la gracios¨ªsima T¨² no sabe ingl¨¦, Jos¨¦ Manu¨¦, de Eliseo Grenet sobre un texto de Nicol¨¢s Guill¨¦n. (Entre par¨¦ntesis: Caicedo, afincada en la capital catalana e impulsora del Barcelona Festival of Song, es especialista en la canci¨®n de concierto latinoamericana, de la que ha reunido un repertorio de 2.500 piezas procedentes de 18 pa¨ªses).
?Hac¨ªa falta algo m¨¢s en aquella presentaci¨®n para empaparse de antillanismo? Pues hombre, atendiendo al hecho de que era mediod¨ªa, un mojito y unas tapas de ropa vieja o de yuca frita no iban a venir mal. Ah¨ª estaban, diligentemente servidas por el restaurante HBN BCN. ?Y el libro? Acorde con la presentaci¨®n: tiene buena pinta. Tate Cabr¨¦, autora de los textos y las fotos, ya public¨® en 2004 lo que Ainaud consider¨® como la primera parte de este volumen, Catalunya a Cuba, un amor que fa hist¨°ria (Edicions 62). Ahora, como los propios indianos, ha hecho el viaje de vuelta rastreando con pasi¨®n archivos, edificios, jardines y familias que emprendieron aquel viaje fabuloso y cuyos descendientes llenaban ayer el Sal¨® del Vigat¨¤ del Palau Moja.
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