NUNCA
?Hemos de sacrificar a la doncella
en el altar de un dios que reclama su sangre
para confirmar su poder sobre nosotros,
y comprobar que su grandeza
no sufre menoscabo con el paso del tiempo?
R¨®mpase la grandeza del dios en mil pedazos,
que la lepra corroa la p¨²rpura que cubre
su soberbia figura,
y que su eternidad se reduzca a ceniza.
Y prevalezca la sencilla gracia
de la doncella viva, fugaz, irrepetible,
su sonrisa tan clara,
su alegr¨ªa
que ella no sabe ef¨ªmera, y por tanto
es en su ser presente inmortal un instante.
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