"Ideolog¨ªas y religiones engendran violencia"
En la familia de Martin Amis, los ¨²ltimos tiempos les han hecho testigos de un vuelco genuino y natural. Es algo que suele pasar cuando alguien hereda el talento de un progenitor de referencia y lo desarrolla brillantemente.
El caso es que de ser el hijo de Kingsley Amis en un principio, con todo lo que esto supon¨ªa en las letras brit¨¢nicas, ha pasado a que este buen hombre, que fue referente en la literatura inglesa de posguerra, sea ahora el padre de Martin. M¨¢s cuando el autor de la contundente Experiencia, una obra autobiogr¨¢fica en la que su relaci¨®n con el patriarca y toda su familia, con su dentadura y sus amantes, queda completamente exorcizada, no hace otra cosa que meterse en l¨ªos y participar en escaramuzas p¨²blicas.
No es Martin Amis de esos escritores que permanecen mudos y ausentes, ni de los que se muestran cr¨ªpticos ante lo que sucede a su alrededor. Al contrario. M¨¢s bien le gusta, le excita y le motiva bajar a la arena a batirse, como un gladiador de la provocaci¨®n consecuente y nada gratuita, como una voz inc¨®moda de conciencias colectivas. Aunque se vea obligado a hacerlo en tiempos de pocos matices y posiciones extremas, Amis est¨¢ siempre dispuesto a abrir un debate mientras prepara su nuevo libro sobre el atentado del 11 de septiembre de 2001, fiel a otra de sus obsesiones: el an¨¢lisis permanente de lo que ocurre en Estados Unidos como viento preventivo de lo que le espera al resto del mundo.
Hace poco, en un acto p¨²blico, se le ocurri¨® soltar: Que levanten la mano quienes se sientan moralmente superiores a los talibanes. En fin, la que se mont¨® en su pa¨ªs por haber metido el dedo en esa llaga, se lo pueden imaginar. Le llamaron racista, le atacaron por todos los frentes. Desde peri¨®dicos en los que ¨¦l colabora asiduamente como The Guardian hasta por parte de colegas en otros foros. No se ha dedicado a responder ¨¦l, un poco harto de andar por varios altercados, pero s¨ª lo han hechos sus amigos, desde Chris?topher Hitchens hasta Ian McEwan, que han salido en su defensa sin reservas.
Son pocos los principios y las certezas que uno puede sostener dignamente en estos tiempos difusos. Pero aquellos por los que merece la pena hacer bandera resultan irrenunciables para Amis. Con raz¨®n dice este autor que los poetas est¨¢n entre el cielo y el infierno, pero que los novelistas deben permanecer en la tierra. Como trata de hacer ¨¦l en obras narrativas, y a caballo entre el reportaje y el ensayo, ya legendarias de este tiempo para sus lectores, como La informaci¨®n, Dinero, Campos de Londres, Perro callejero o en una joya descatalogada como The moronic inferno, uno de sus viajes apasionantes por EE UU. Certero, ir¨®nico, comprometido, cr¨ªtico, agud¨ªsimo y siempre con la mirada abierta, Amis jam¨¢s se mostrar¨¢ dispuesto a negociar ciertas cosas. No s¨®lo su pasi¨®n por Vlad¨ªmir Nabokov, Saul Bellow o Philip Roth, sino algunas de las cosas que ¨¦stos le han ense?ado, como montar guardia ante desviaciones poco aconsejables de la memoria.
Siempre suele aparecer firme ante el horror del pasado. Radical y determinante cara a esa hipocres¨ªa esquizofr¨¦nica con la que la izquierda ha mantenido relaciones escandalosas respecto al estalinismo, por ejemplo. Ya fue un asunto con el que sald¨® deudas pendientes en Koba, el terrible, un libro muy documental sobre la verg¨¹enza de aquel r¨¦gimen. Pero ahora regresa a ese tiempo oscuro, fr¨ªo y deshumanizado con La casa de los encuentros (Ana?grama), una novela bella y triste sobre aquellos lugares en los que se permit¨ªa a los presos del Gulag pasar una noche con sus esposas.
Amis comenta sus l¨ªos abiertamente, sin prisas y con un tono m¨¢s que amigable. Encantador, dir¨ªa uno. Es m¨¢s, el gesto duro que se gasta en las fotograf¨ªas, se diluye de inmediato en la distancia corta. Su aire de gentleman airado se evapora r¨¢pido.
Quiz¨¢ porque en Espa?a siempre parece m¨¢s relajado. Es uno de sus escondites alternativos. Su madre vive en Ronda y pas¨® muchos veranos en Andaluc¨ªa y Mallorca, lugares donde acud¨ªa toda la tribu Amis a pasar temporadas en verano junto a la familia del escritor Robert Graves, un eminente compa?ero de generaci¨®n de su padre. Hace poco recogi¨® el Premio Leteo en Le¨®n y tuvo hueco para conversar ampliamente. Se present¨® con tiempo. Tom¨® un t¨¦ hacia las cinco y poco despu¨¦s se pas¨® al vino blanco.
Para empezar, ?qu¨¦ ocurre en su pa¨ªs para que le ataquen por todos los frentes? Me da pereza volver a explicar estas cosas. Har¨¢ cosa de a?o y medio me hicieron una entrevista despu¨¦s de aquel intento de atentado en aviones. Era la tercera tentativa en un a?o, quer¨ªan matar a 3.000 occidentales, los mismos que cayeron en las Torres Gemelas. Vine a decir que urg¨ªa tomar medidas contra todo eso, no relajar la guardia en ciertos barrios; pero se malinterpret¨®, y un profesor empez¨® a contar que yo lo hab¨ªa escrito en un ensayo hace nada. Es decir, tres mentiras en la primera frase. Lo he mantenido varias veces desde entonces, en muchos sitios; no como una recomendaci¨®n, sino como una exigencia, y de repente me he convertido en una especie de ser caricaturizado, Martin Amis el racista. Titulares en los que me dicen: Deber¨ªa darte verg¨¹enza. Apareci¨® en The Guardian, que tiene una tradici¨®n
?De qu¨¦? De piedad multicultural hacia cada etnia que no sea la nuestra, o Estados Unidos, o Israel. Hace poco, en una intervenci¨®n que tuve en un museo, pregunt¨¦ al p¨²blico: Que levante la mano quien se sienta moralmente superior a los talibanes. Y m¨¢s o menos un tercio de los presentes lo hizo. Si no te sientes moralmente superior a los talibanes, que arrojan ¨¢cido a la cara de las mujeres, que masacran a ni?os y perros por la calle, que encierran a sus esposas en sus casas; si no te sientes superior a eso, no te sientes superior por nada. Quien no alz¨® la mano tambi¨¦n se sent¨ªa, en lo m¨¢s profundo; pero esas cosas son las que no nos permite hacer la ortodoxia de esa piedad multicultural, esa pose. ?se es el ethos propio de The Guardian un peri¨®dico en el que colaboro y que es estupendo, con firmas muy buenas, pero en el que se cree que nadie con piel oscura puede hacer nada malo. Y si lo hacen es por nuestra culpa. Es la fuerza que va adquiriendo la correcci¨®n pol¨ªtica, el relativismo en ciertas cosas. Creo que cualquier ideo?log¨ªa lleva algo de violencia dentro, la engendran. O las religiones. ?Qu¨¦ son? Nada m¨¢s que un sistema de creencias que se muestra posibilitado a responder cualquier cosa. Y no existe nada que tenga todas las respuestas, as¨ª que los que proponen eso lo convierten en delirio, irracionalidad. No puedes defender cada religi¨®n o cada ideolog¨ªa doctrinaria con sentido com¨²n, ni con racionalidad. As¨ª que, en alg¨²n momento, necesitas los pu?os para hacerlo. Por eso se vuelven violentos; en cuanto consideras algo sagrado, te topas con violencia para defenderlo.
Ya En The Guardian siguen apostando por esa inocencia racional sobre el is?lamismo. Mi primera reacci¨®n sobre el 11-S fue preguntarme por qu¨¦, por qu¨¦ lo hicieron. Y llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que hab¨ªa una rabia nihilista en esa acci¨®n, esencialmente violenta, que no tiene nada que ver con la raz¨®n, con causas hist¨®ricas, ni con el mal que se le ha hecho a nadie Pues ellos siguen pensando seis a?os despu¨¦s que s¨ª, que hay explicaciones de ese tipo.
?Para usted, entonces, se van implantando nuevas coartadas con eso que los neocon han dado en llamar buenismo? ?Corren malos tiempos para buscar matices? S¨ª, pero es que yo tampoco creo que haya que ir por ah¨ª a medias tintas. Existe la superioridad moral, que viene de la b¨²squeda, del progreso.
Convendr¨ªa que lo explicara, porque en eso s¨ª que hay matiz y puede ser muy confuso lo que dice. Es la palabra moral la que empa?a su perspectiva, ?no cree? Son superioridades que nadie puede medir. Si me lo preguntan con respecto al fundamentalismo isl¨¢mico, yo les respondo que s¨ª, que de largo, a a?os luz. Si lo miramos desde el punto del feminismo, nos parecen primitivos. El desarrollo de nuestra moral occidental es algo que se encuentra en constante cambio.
Tambi¨¦n debemos sentirnos moralmente superiores a quienes torturan en Abu Ghraib, sin ir m¨¢s lejos. De los talibanes, de acuerdo; pero de quienes abusan en nuestro sistema, tambi¨¦n. Por supuesto. La condena ha sido total, debe serlo. Abu Ghraib es un ejemplo de mala planificaci¨®n en la guerra de Irak. Es un lugar en el que no hab¨ªa ni traductores preparados para interrogar a los detenidos.
?Hay algo que no sea un ejemplo de mala planificaci¨®n en esa guerra? Desde luego. La guerra misma. Pero es que ese ejemplo de mala traducci¨®n es b¨¢sico. Si uno no puede entenderse
Lo de los traductores tambi¨¦n cost¨® caro en Espa?a. La polic¨ªa interceptaba conversaciones de los islamistas y no hab¨ªa nadie para interpretarlas. ?C¨®mo nos ha cogido todo esto de improviso? Todos est¨¢bamos fuera de juego. Por eso necesitamos prepararnos a fondo para volver a enfocarlo de nuevo.
Volviendo a la superioridad moral. ?No se han pasado de la raya nuestros l¨ªderes comport¨¢ndose as¨ª en cierta forma? Lo suyo no ha sido superioridad moral, sino arrogancia moral.
Diferente. Eso es un pecado en pol¨ªtica. S¨ª, claro. De ah¨ª viene que muchos crean que la democracia es el sistema natural para todo el mundo. Todos lo esperamos as¨ª, es cuesti¨®n de tiempo, pero todav¨ªa no lo es para muchos sitios. Hay que prepararles para ello.
De hecho, en cuesti¨®n de tiempo, de medida de civilizaci¨®n, el islam est¨¢ en la ¨¦poca en la que Occidente andaba por la Edad Media. Cierto, pero con armas de destrucci¨®n masiva. Lo m¨¢s preocupante en estos tiempos es el f¨¢cil acceso y la capacidad que muchos Estados pueden tener para la violencia, para conseguir armas poderosas. Los Estados siempre han tenido ese monopolio, pero ahora causa mucha inquietud.
La violencia que ejercen los Estados sobre los ciudadanos siempre le ha servido de materia literaria. Sobre todo el estalinismo, al que vuelve ahora con Casa de encuentros despu¨¦s de Koba, el terrible. ?Le sigue obsesionando ese periodo? Creo que ya se me ha pasado. Ocurre a menudo que si te enfrentas a un tema como periodista o analista y escribes algo, al cabo de los a?os descubres que se te ha quedado en el subconsciente, que tienes m¨¢s que decir y que no puedes hacerlo en un ensayo, sino que s¨®lo puedes abordarlo en la libertad absoluta de la ficci¨®n, sujeto a la intuici¨®n y no a la argumentaci¨®n.
Pero parece que esa necesidad de seguir hurgando en ciertas cosas le viene de su talento natural para la pol¨¦mica. ?Le gusta batirse? Bueno, mi pr¨®ximo libro ser¨¢ pol¨¦mico. Estoy escribiendo sobre el 11 de septiembre de 2001 un libro que se titular¨¢ The second plane. No es que tenga ansia de pol¨¦mica, pero sale. No podr¨ªa dedicarme a la pol¨ªtica, eso seguro. Cuando hice de cerca un reportaje a Tony Blair, me di cuenta. Entrar en una habitaci¨®n y darle la mano a todo el mundo, ?qu¨¦ agon¨ªa! Pero la pol¨¦mica tambi¨¦n agota.
En Espa?a dar¨ªa juego. Por cierto, viene mucho por aqu¨ª. Es mi segunda patria europea. Ni Italia, ni Francia; Espa?a. Mi madre vive en Ronda. La naturaleza espa?ola me es muy pr¨®xima; ese sentido de la vida de comedia cruel me pega.
Pero si ha escrito usted que no le gusta el Quijote, que lo encuentra aburrido. Lo es.
?No ser¨¢ porque quiz¨¢ es usted demasiado ingl¨¦s para entenderlo? Porque, por poner otro ejemplo, Jane Austen, cuyas novelas tratan m¨¢s de dinero que de amor, es genuinamente inglesa y le fascina. Bueno, me atrae la crueldad del Quijote. Nabokov, que escribi¨® sobre ella, de?testaba su sa?a. Le dice al lector: si te gusta ver a los perros pateados por la calle, lee este libro. A m¨ª me fascina eso, lo que no me gusta es el relleno, la paja. Vamos a ver, es un gran libro. Lo considero la primera novela moderna. La segunda parte es una maravilla.
Pero si Cervantes hubiera prescindido de algunos cientos de p¨¢ginas, le parecer¨ªa perfecta. Pues s¨ª.
Luego dice que no le gusta la pol¨¦mica. Y ahora, entonces, se mete en el 11 de septiembre. ?De qu¨¦ manera? Es un ensayo. La tesis es que nunca llegaremos a entender por qu¨¦ ocurri¨®. Es ininteligible. Vamos capt¨¢ndolo poco a poco, por partes; desde luego no lo entienden quienes ven en ello un acto de intenci¨®n pol¨ªtica. Para m¨ª no fue m¨¢s que una acci¨®n sumida en la locura del culto a la muerte. No es agradable darse cuenta de que en nuestros d¨ªas existe una cultura de la muerte, de quienes buscan reducir a nada el valor de la vida humana por motivos apocal¨ªpticos, no pol¨ªticos ni estrat¨¦gicos. Debemos vivir con eso.
En sus libros existen esos personajes moralmente arrasados. En La casa de los encuentros el protagonista, sin ir m¨¢s lejos. Abundan en la literatura de nuestro tiempo. Cierto, pero es dif¨ªcil admitir que nos han hecho eso. Es horrible, alienante y da pena. Por eso no entendemos tampoco esa cultura de la muerte. Los totalitarismos han atacado la raz¨®n. Cuando Hitler, Lenin o Stalin se refer¨ªan a ella, la equiparaban a la cobard¨ªa. Cuando arrojas la raz¨®n a los perros, como los talibanes, cualquier atrocidad es posible. Eso hace sentir poder, es hasta sexualmente atrayente, te invade una infalibilidad tam?bi¨¦n que dura un momento; pero des?pu¨¦s, ?qu¨¦ quedan? Las ruinas.
Eso afecta a la Rusia moderna, sin ir m¨¢s lejos. Donde sigue vigente la ley del polonio 20 y el asesinato de Estado. Usted es duro con el panorama. Todo lo supeditan a la gloria del Estado, a nadie le interesa la gente. Pero ha ocurrido a lo largo de toda su historia. Ahora, igual. El 50% de los hospitales no tiene agua corriente. Cuando te concentras en hacerte temer por los dem¨¢s y tienes una democracia da?ada, donde cierras peri¨®dicos, intimidas a la oposici¨®n, algo no funciona. Una democracia construye ciudadanos libres.
?Hasta qu¨¦ punto le ha influido Vida y destino, de Vasily Grossman, para esta nueva novela? Usted la define como la Guerra y paz de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Es la novela de la gente com¨²n, de las vidas corrientes en la Uni¨®n Sovi¨¦tica. La volv¨ª a leer hace poco, y es un libro no s¨®lo sobre el sistema, va mucho m¨¢s all¨¢. Grande, pero tremendamente sovi¨¦tico.
Me interesa mucho su relaci¨®n con su padre, Kingsley Amis. ?Lo zanj¨® todo sobre ¨¦l en Experiencia? Era un gran hombre, gran padre. Pero nuestra relaci¨®n era muy rara, muy poco com¨²n. Mis amigos ten¨ªan grandes problemas con sus padres.
No creo que a sus amigos les compraran condones como a usted. Efectivamente, y ¨¦sa era la clave de nuestra relaci¨®n. Tiene que ver con la revoluci¨®n sexual de las costumbres. Los dem¨¢s padres, a ra¨ªz de aquello, se dieron cuenta de lo que hab¨ªan perdido en sus juventudes y de lo que sus hijos iban a aprovechar.
Envidia cochina. Y comprensible. Lo ¨²nico a lo que pod¨ªan aspirar era a una cana al aire. El m¨ªo hab¨ªa sido tan ad¨²ltero que no nos envidiaba nada. Para su generaci¨®n, la parte salvaje de su vida lleg¨® despu¨¦s de casarse. No exist¨ªa entre nosotros ese peso del sexo, fue muy natural. Su idea era que anduvi¨¦semos con cuidado, pero que lo pas¨¢ramos en grande As¨ª que los condones fueron una clave. Tuvimos grandes diferencias literarias; pero personales, jam¨¢s. Nunca. Con mi hermano, tampoco. Fue mi hermana la que le sufri¨® m¨¢s. La permisividad estaba bien para los chavales, pero no funcionaba con la ni?a. Quiz¨¢ por eso luego tuvo tantos problemas.
Ahora usted tampoco es muy autoritario con sus hijos, me imagino. No, no. Para eso tienes que ser alguien aburrido. Hombre, si mi mujer me obliga, me pongo estricto, pero no me toman en serio. Para las cosas serias nos dividimos bastante. Las madres controlan mejor el territorio de las ni?as, y yo, el de los chicos. Pero voy viendo que las din¨¢micas emocionales han cambiado. Los ni?os ya no necesitan aquello de matar al padre.
Otro de sus temas recurrentes es Estados Unidos y Am¨¦rica en general. Va y viene. Su vida es un viaje de ida y vuelta constante hacia all¨¢. Cierto, he vivido dos a?os y medio en Am¨¦rica Latina tambi¨¦n. Pero son dos mundos diferentes, el norte y el sur. Es producto, en gran parte, de sus procesos de colonizaci¨®n. En el norte, nosotros los ingleses primero viol¨¢bamos a los nativos y despu¨¦s les mat¨¢bamos; ustedes, los espa?oles, les violaban y despu¨¦s se casaban con ellos. Era mejor.
Sobre Estados Unidos, usted describe una gran feria ecl¨¦ctica en The moronic inferno. Todo ha cambiado much¨ªsimo desde el 11-S. Estados Unidos se ha convertido en una especie de enorme m¨¢quina de puro poder Y tratar con eso es muy complejo; las cosas se salen de madre, es dif¨ªcil mantener el equilibrio. Al poder, ?qui¨¦n se le resiste? Aunque lo ten?ga un ex alcoh¨®lico tejano que hasta que no cumpli¨® 45 a?os no sab¨ªa qui¨¦n era, como ¨¦l mismo ha admitido. Que el poder corrompe no es una met¨¢fora, es algo muy real. Todos lo sabemos cuando nos ascienden. As¨ª que nos estamos readaptando a ese monstruo.
?Monstruo? S¨ª, pero con matices. Todav¨ªa conf¨ªo en la fuerza de muchos de sus valores, porque ?a usted le gustar¨ªa que en vez de Estados Unidos se colocase Arabia Saud¨ª en esa posici¨®n?, ?o Rusia?, ?o China? Preferir¨ªa cualquier pa¨ªs europeo. Gran Breta?a, Polonia, ?Espa?a?... Bueno. Francia, no. Italia del norte, bien; N¨¢poles, definitivamente no. Aunque, ?no es maravilloso N¨¢poles? Pura anarqu¨ªa, pura vida, pero no podr¨ªamos fiarnos de N¨¢poles como gran poder mundial Bromas aparte.
?Y el recelo hacia Estados Unidos no va m¨¢s hacia gobernantes concretos? ?La cosa no ser¨ªa diferente si gobernara Gore o cuando Clinton era presidente? Claro, ha sido un desastre. Es de una arrogancia terrible gobernar as¨ª, el unilateralismo entendido as¨ª. S¨®lo hay que pensar la cercan¨ªa, la solidaridad que inspir¨® el 11 de septiembre de 2001, c¨®mo lo han derrochado, c¨®mo se ha evaporado. Han generado impotencia en muchos pa¨ªses. No han manejado en absoluto la diplomacia y han perdido legitimidad y fiabilidad.
Gran Breta?a sin Blair, ?cambiar¨¢ mucho? Con respecto al resto del mundo, si Estados Unidos es el gran Sat¨¢n, e Israel el peque?o, nosotros somos el Sat¨¢n mediano. De puertas adentro, es un pa¨ªs m¨¢s o menos pr¨®spero. Aparte de lo que dicen algunos cabrones, es una floreciente sociedad multirracial, aunque con muchos problemas. No me diga que no es un espec?t¨¢culo caminar por el centro de Londres y observar todas esas lenguas, esos colores. Seguimos con la moral algo baja despu¨¦s de haber perdido nuestro peso, nos enfurece. Despu¨¦s de haberse desmoronado el imperio, nos hemos dedicado a decirnos a nosotros mismos que no nos gustaba ser el pa¨ªs m¨¢s poderoso del mundo, que no lo quer¨ªamos. Si te dices eso mu??chas veces, como si te tomaras una aspirina, causa efecto. Es algo un poco masoca.
Su generaci¨®n de escritores m¨¢s o menos lo refleja. ?Qu¨¦ m¨¢s cree que ha aportado? La inmigraci¨®n en s¨ª misma. Con escritores que vinieron de otras partes, el caso de Salman Rushdie, y no s¨®lo de India, sino de toda la Commonwealth. Llegaron y aportaron color, variedad, libertad. La novela inglesa era muy aburrida, gris, con esas preocupaciones de las clases medias, y de repente irrumpieron ellos con esa magia, esos milagros, y todo lo llenaron de vida. Revitalizaron todo. Necesit¨¢bamos a esos novelistas como el comer. Pas¨® en los a?os setenta con la literatura hispana, cuando la periferia llega al centro y lo revuelve todo, cuando llegan de las fronteras adentro, con otra sangre.
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