Francia: la "pipolizaci¨®n"
Francia se cuestiona. La naci¨®n se asombra. El pa¨ªs se desconcierta. ?Qu¨¦ es la pipolizaci¨®n? ?Una moda? ?Una plaga? ?Un hecho pasajero? ?Un nuevo determinante de la vida pol¨ªtica y social? La palabra misma es una galificaci¨®n de la palabra inglesa people, la "gente" en general pero m¨¢s espec¨ªficamente, quienes aparecen en la revista People dedicada a celebrar, escrutinar y a veces censurar a las "celebridades" del entretenimiento, la moda, el deporte en general, los favorecidos de la fortuna.
Francia, en particular, ha distanciado a sus gobernantes de la frivolidad y la far¨¢ndula privilegiando la formalidad. En un c¨¦lebre debate electoral de 1988 entre el entonces presidente, Fran?ois Mitterrand, y su opositor Jacques Chirac, candidato a la presidencia pero tambi¨¦n primer ministro en el r¨¦gimen de cohabitaci¨®n, Chirac le pidi¨® a Mitterrand: -Seamos menos formales. No me trate de primer ministro y yo no lo tratar¨¦ de se?or presidente. Aligeremos el debate. Usted es Fran?ois Mitterrand y yo soy Jacques Chirac.
Hasta Sarkozy, los gobernantes franceses se distanciaban de la far¨¢ndula
El nuevo presidente exhibe en p¨²blico su vida privada. Eso s¨®lo es entretenimiento
A lo que Mitterrand, el m¨¢s zorro de todos los zorros, contest¨®: -Tiene usted toda la raz¨®n, se?or primer ministro.
En la Quinta Rep¨²blica, el formalismo pol¨ªtico franc¨¦s se presentaba, con ritmos diversos, como una herencia de la autoridad estatal que Francia, antes que cualquier otro pa¨ªs europeo, conquist¨® desde la creaci¨®n del servicio civil por Felipe Augusto en 1180, formando una burocracia de funcionarios burgueses.
El estatismo franc¨¦s sobrevivi¨® a la revoluci¨®n de 1789, al r¨¦gimen bonapartista y a las guerras -victoriosas o perdidas- de los siglos XIX y XX. El Estado franc¨¦s se reclut¨® entre los alumnos de "las grandes escuelas" y rar¨ªsima vez entre la clase obrera, verdadero contrapoder de la Francia industrial. El Estado encuentra ¨¦lites, forma ¨¦lites, las recupera.
La humillaci¨®n de Francia por Hitler en 1940 oblig¨® a De Gaulle a rechazar la derrota, conducir el movimiento de la Francia Libre y, al cabo, inaugurar la Quinta Rep¨²blica con una mezcla de br¨ªo imperial, cazurroner¨ªa pol¨ªtica y fe en el destino de la naci¨®n ("la particularidad francesa") f¨¢cil de caricaturizar.
De Gaulle ante el Consejo de Ministros: "He decidido arrojar la bomba at¨®mica sobre Mosc¨²".
Un ministro: "?Dios m¨ªo!"
De Gaulle: "No exageremos".
Quiero decir que la dignidad cuasi-imperial de la presidencia francesa ha sido cultivada y protegida por los sucesores del general con grados diversos de ¨¦xito. El mayor fue el de Mitterrand, presidente durante catorce a?os, a partir de 1981 y despu¨¦s de dos derrotas electorales en 1965 y en 1974. La dignidad presidencial de Mitterrand no era, sino en parte, asunto de tradici¨®n. Lo era, sobre todo, de inteligencia. Era un verdadero hombre de Estado y su vida personal -su enfermedad, su casa chica, su hija fuera de matrimonio- pertenec¨ªan (y all¨ª se quedaron) a su vida privada.
Es ¨¦sta la tradici¨®n con la que, ruidosamente, ha roto Nicolas Sarkozy. El nuevo presidente exhibe en p¨²blico su vida privada. Las tensiones con su mujer, C¨¦cilia, culminan en el divorcio. La se?ora parece acusar a su ex-marido de taca?o, ego¨ªsta, mal esposo, y mal padre. Sarkozy se l¨ªa y acaba cas¨¢ndose con una mujer bella y vivida, Carla Bruni. Los dos se embarcan en giras por el Mediterr¨¢neo seguidos por ej¨¦rcitos de periodistas y fot¨®grafos. Sarkozy y Bruni ingresan de lleno en la pipolizaci¨®n. La presidencia discreta, lejana, intocable, ha muerto. En Egipto, a Napole¨®n lo contemplaron cuatro siglos. En Egipto, a Sarkozy, lo retratan cuatrocientos fot¨®grafos.
Bruno le Maire ha escrito un libro titulado Des hommes D'Etat (Hombres de Estado) protagonizado por el presidente Jacques Chirac, el ministro del Interior y luego primer ministro Dominique de Villepin y el ministro del Interior y al cabo presidente de la Rep¨²blica Nicolas Sarkozy. El autor fue consejero y director de gabinete de Villepin, de manera que se esfuerza por equilibrar el retrato que hace de los tres protagonistas. Es explicable que, a pesar de todo, sus simpat¨ªas se inclinen hacia Villepin. Resulta claro que su semblanza de Chirac oscila entre la admiraci¨®n hacia el viejo pol¨ªtico experimentado, astuto y mal-hablado, y la constataci¨®n de que el presidente es un hombre cansado, enfermo y dado a bostezar, pero capaz aun de imponerse tanto por su conocimiento de la agenda interior como de la internacional. Personaje "intuitivo, autoritario, persuasivo e inquieto", Chirac supera sus debilidades avanzando siempre, sin complejos, provocando, proclamando.
La sinton¨ªa de Chirac con Villepin se dio sobre todo en pol¨ªtica exterior. Es ¨¦sta la pol¨ªtica que Villepin le explica a Sarkozy como deber ¨¦tico y pragm¨¢tico de Francia: no darle apoyo incondicional a la diplomacia norteamericana. Es s¨®lo uno de muchos intercambios entre los dos funcionarios estrella del Gabinete a la luz de la sucesi¨®n presidencial. Evento plagado de problemas porque, como advierte Villepin, "lo m¨¢s dif¨ªcil en pol¨ªtica, es irse con dignidad", receta que, al cabo, debe aplicarse a s¨ª mismo.
Chirac, en espera de un ocaso que quisiera retrasar, recomienda a sus allegados: "No se ocupen de Sarkozy. Es un hombre imposible de dominar. La mejor manera de dominarlo es no hacerle caso". El n¨²cleo duro del libro de Le Maire es la rivalidad mortal entre Villepin y Sarkozy, "dos rivales ligados por el odio, el miedo, la admiraci¨®n y el respeto". La pavana que ambos bailan es primero una "lucha verbal, brillante, asesina y amarga", en la que Villepin lleva todas las de perder. En el fondo, sin antecedentes electorales, sabe que no basta una brillante carrera burocr¨¢tica para ser candidato. Acaso su enfrentamiento a Sarkozy es un deber. El de limitar a un pol¨ªtico que fluct¨²a entre la autocompasi¨®n ("Estoy solo. Me hice solo. Seguir¨¦ solo") y la auto-exaltaci¨®n ("Soy libre. S¨®lo yo soy libre"). Villepin, el intelectual, el historiador, el hombre de cultura, confronta a un Sarkozy que se dice movido por el instinto. "No soy intelectual. Soy animal". La convicci¨®n de Villepin es la tradici¨®n. La convicci¨®n de Sarkozy es el cambio.
Y Le Maire se pregunta: "?c¨®mo pueden dos hombres que se han prometido una admiraci¨®n real, ceder, poco a poco, bajo el peso de los acontecimientos, al odio?".
Provocador, brillante y seductor, Nicolas Sarkozy insulta a Villepin cuando le propone al primer ministro ser su "pati?o": mero presentador de Sarkozy en la Asamblea del partido golista, UMP, Villepin le advierte a Sarkozy: "No acabes en el papel del buitre". Sarkozy gana la elecci¨®n en mayo del 2007, habiendo declarado que con su victoria, desaparecer¨¢n "los pilares del mundo antiguo", es decir, las ¨¦lites que mencion¨¦ al principio de este art¨ªculo.
Ahora, Sarkozy se enfrenta a la dura prueba de un pa¨ªs con antiguas y s¨®lidas tradiciones que, acaso, no tolere el exhibicionismo y la frivolidad del presidente de la Rep¨²blica. Pero la Rep¨²blica misma ha cambiado y se pregunta si el viejo Estado nacional franc¨¦s ya no es sino el ¨¢rbitro entre el inter¨¦s p¨²blico y el inter¨¦s privado y si ¨¦ste, el mundo privado, no es ya un mundo p¨²blico que, por v¨ªa de la globalizaci¨®n, se le impone por arriba al Estado mientras que, por debajo, una ciudadan¨ªa inteligente, educada y alerta asume la vigilancia abandonada por una oposici¨®n de izquierda peleonera, fracturada, m¨¢s enemiga de s¨ª misma que del Gobierno.
Sea como sea, la agenda pendiente de Francia est¨¢ a la vista. El desempleo ha sido y sigue siendo la plaga de la econom¨ªa francesa. ?En qu¨¦ condiciones entrar¨¢n los j¨®venes al mercado de trabajo? ?A qu¨¦ edad y en qu¨¦ condiciones debe jubilarse un trabajador? ?C¨®mo establecer con equidad y oportunidad el horario semanal de trabajo? ?C¨®mo dinamizar la funci¨®n p¨²blica, al empresariado y al trabajador en la era global? ?C¨®mo conciliar crecimiento y justicia? ?C¨®mo ajustar el progreso social a la econom¨ªa global? Previsi¨®n social. Pol¨ªtica de familia. Consenso de clases e intereses gracias a la mediaci¨®n del Estado.
?stas -y muchas m¨¢s- son cuestiones que el Gobierno de Sarkozy no podr¨¢ evadir, so pena de dejar a Francia en estado de retraso frente a una realidad global que no est¨¢ fijada, que fluye y que nos obliga a pensar, actuar e influir. Globalidad no es fatalidad, puede ser oportunidad.
Lo dem¨¢s, la pipolizaci¨®n, Sarkozy y sus mujeres, s¨®lo es, como dice un viejo y sabio franc¨¦s y muy querido amigo, "entretenimiento": "C'est amusant".
Carlos Fuentes es escritor mexicano.
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