El t¨¦cnico y el sentimental
Como cont¨¦ ya una vez, suelo fiarme de las cr¨ªticas de CD de m¨²sica cl¨¢sica que los s¨¢bados publica mi hermano ?lvaro en el suplemento cultural de Abc. No le pido recomendaciones directas porque, como buen m¨²sico que es ¨¦l a su vez, suele hablarme poco y, cuando le hago una consulta, no es raro que me conteste con un monos¨ªlabo ("S¨ª", "No"), o con suerte un tris¨ªlabo displicente ("Depende"), o incluso que no conteste y sea su paciente mujer, Marga, quien me traduzca sus silencios. Me f¨ªo por costumbre, pero tambi¨¦n porque cuando otorga cinco estrellas a un CD en sus rese?as, nunca quedo defraudado. As¨ª que me fui corriendo a comprar un disco de Chopin, que no es de mis favoritos, ante los elogios que dedicaba a un joven pianista polaco, Rafal Blechacz, vencedor de la Competici¨®n Internacional de Chopin de 2005, y me puse a o¨ªr sus Preludios, a ver si me gustaban m¨¢s en esta ocasi¨®n. La verdad es que s¨ª, pero al llegar al ¨²ltimo sufr¨ª una especie de conmoci¨®n, y, con esa capacidad evocadora de la m¨²sica -s¨®lo comparable a la del olor y el sabor-, me vi trasladado, qui¨¦n sabe, dieciocho o veinte a?os atr¨¢s, a la casa de Juan Benet en Madrid.
El noventa por ciento de las veces que yo fui a esa casa, Benet ten¨ªa m¨²sica puesta, en el tocadiscos primero, luego en el reproductor de CD, y lejos de quitarla al llegar yo -normalmente a la ca¨ªda de la tarde, la jornada ya concluida, con la idea de salir a cenar con un peque?o grupo de amigos m¨¢s o menos fijo-, la manten¨ªa y se dedicaba a perorar un rato sobre lo que sonaba, en la mano su whisky. Como nos ocurre a muchos aficionados a la m¨²sica, ten¨ªa la tendencia a escuchar la misma pieza una y otra vez durante d¨ªas o durante una temporada. Eso es f¨¢cil ahora, pero no lo era con los tocadiscos, y recuerdo que cuando escribi¨® su novela Un viaje de invierno, en la que aparec¨ªa el brev¨ªsimo Vals Kupelwieser de Schubert, de apenas minuto y medio, se las ingeni¨®, no s¨¦ por qu¨¦ procedimiento, para o¨ªrlo incesantemente mientras avanzaba en su libro. Benet ve¨ªa en la m¨²sica, y si le describ¨ªa a uno c¨®mo se iba concentrando un ej¨¦rcito al pie de una ladera, al amanecer, mientras sonaban las Metamorfosis de Richard Strauss, uno ya no pod¨ªa volver a o¨ªr esa composici¨®n sin imaginarse el lento avance de la caballer¨ªa para colocarse en formaci¨®n. Y al escuchar ese vig¨¦simocuarto preludio del Opus 28 de Chopin tocado por el joven prodigio Blechacz, me vi transportado a una tarde en que Benet lo o¨ªa insistentemente -poco m¨¢s de dos minutos cada vez- y me dec¨ªa con excitaci¨®n: "Mira, esta es la lucha entre el t¨¦cnico y el sentimental, ?no la oyes? La mano izquierda es el t¨¦cnico, que toca imperturbable y mon¨®tono, y la derecha es el sentimental, completamente desenfrenado, son puro combate, pura contradicci¨®n".
El 5 de enero se cumplieron quince a?os de su muerte, y el pasado 7 de octubre ¨¦l habr¨ªa cumplido ochenta si no hubiera muerto. Siempre cuesta imaginarse a las personas con la edad que no llegaron a alcanzar, todas quedan fijadas en la de su terminaci¨®n. Pero no es s¨®lo la edad, y quiz¨¢ una de las razones por las que hoy tenemos menos presentes a los muertos, o convivimos menos con ellos que en cualquier otra ¨¦poca conocida, es por la aceleraci¨®n del tiempo, o por la sensaci¨®n de que todo se aleja pronto. Hoy nos sorprendemos diciendo a menudo: "De eso hace ya un a?o", cuando anta?o dec¨ªamos: "S¨®lo hace un a?o de eso". Esa distancia enorme con la que vemos los acontecimientos que en s¨ª son a¨²n cercanos, nos lleva a relegar m¨¢s de la cuenta a los que ya no est¨¢n. El mundo cambia a tal velocidad que cualquiera que de ¨¦l se apee es convertido en pasado con m¨¢s celeridad que nunca, quiero decir en pasado remoto. "Claro", piensa uno, "si Benet muri¨® en 1993, de cu¨¢ntas cosas no se enter¨®. No vio los m¨®viles, ni utiliz¨® el ordenador, ni conoci¨® el DVD. A¨²n gobernaba Felipe Gonz¨¢lez, no conoci¨® ni padeci¨® a Aznar, ni a Zapatero, ni supo que Su¨¢rez est¨¢ retirado sin apenas memoria de cuanto hizo y vivi¨®. No tuvo idea de Berlusconi, ni casi de Blair, ni de Putin, Bush o Sarkozy (suerte en ese aspecto). No supo del 11-S ni de la repugnante Guerra de Irak ni de los atentados del 11-M en su ciudad. Y para ¨¦l la ca¨ªda del Muro de Berl¨ªn era algo a¨²n reciente, muri¨® menos de cuatro a?os despu¨¦s. Jam¨¢s pudo ver tales pel¨ªculas ni leer tales libros, ni desde luego o¨ªr al pianista Blechacz". Y uno se pregunta c¨®mo es posible que alguien a quien a¨²n siente cercano y tiene presente a diario empiece a no ser su contempor¨¢neo, y se extra?a de que ya no coincidan las vivencias, cuando coincidieron tantos a?os, y de que su tiempo haya dejado de ser el de ¨¦l. Ya s¨¦ que uno no debe citarse a s¨ª mismo, pero no encuentro mejor manera de expresarlo: "A nuestro muerto m¨¢s querido no podemos evitar mirarlo un poco de arriba abajo, m¨¢s al cabo del m¨¢s tiempo que va haci¨¦ndolo m¨¢s caduco, no s¨®lo con pena sino con l¨¢stima, sabedores de que no se ha enterado -oh, fue un iluso- de cuanto sucedi¨® tras su marcha, mientras que nosotros s¨ª estamos al tanto ? ?l no vio ni oy¨® nada. Muri¨® en el enga?o como todo el mundo, sin saber nunca lo bastante, y es eso precisamente lo que nos lleva a compadecerlos a todos y a considerarlos pobres hombres y pobres mujeres, pobres ni?os adultos, pobres diablos".
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