Insuficiente adaptaci¨®n de Philip Roth
La directora Isabel Coixet muestra en 'Elegy' abusivas secuencias de enamorados
Ignoro cu¨¢l ha sido el proceso de producci¨®n para que el cine norteamericano decidiera que Isabel Coixet pose¨ªa la sensibilidad y el pulso adecuados para trasladar al cine el mundo de Philip Roth en su novela El animal moribundo. Imagino que ha influido el tono intimista y la eterna afici¨®n de esta directora a narrar amores desgarrados y l¨ªricos entre gente herida que atraviesan situaciones emocionales al l¨ªmite.
De entrada, me sorprende que una autora tan personal como ella no firme el gui¨®n, ya que lo hace Nicholas Meyer, y tampoco veo la menor relaci¨®n tem¨¢tica entre el t¨ªtulo literario, que desprende agon¨ªa y devastaci¨®n, y eso tan pretendidamente po¨¦tico de Elegy. Ser¨¢ para no espantar de la taquilla a los espectadores con esp¨ªritu delicado.
Al igual que en su novela La mancha humana, se deduce al leer El animal moribundo que hay mucho y transparente material autobiogr¨¢fico de Philip Roth en ellas, de ese escritor tan original en sus planteamientos como demoledor en sus conclusiones, del due?o de una prosa apasionante y una capacidad profunda para escarbar en los dolores, incertidumbres, enga?os y miedos que aquejan al cuerpo y al alma.
El protagonista de El animal moribundo es un hombre cercano a la vejez, culto y refinado, c¨ªnico y solitario, profesor y cr¨ªtico con prestigio acad¨¦mico y televisivo, con un curr¨ªculo sexual que le acredita como voraz seductor de hembras y con una enorme habilidad para huir de los compromisos sentimentales duraderos, que cuando siente que se le est¨¢ acercando el ¨²ltimo tren, consigue liarse con una alumna suya de 26 a?os.
Recuerdo que esa l¨²cida, desesperada y espl¨¦ndida novela me provoc¨® turbaci¨®n y piedad, inquietud y emoci¨®n. Tambi¨¦n la asocio con una descripci¨®n obsesiva, abrasiva y necesaria de la carnalidad y del deseo, de c¨®mo un cuerpo gastado puede reencontrarse con el v¨¦rtigo ante la sensualidad de una carne joven y enamorada.
Cuando al ver en Elegy el ambiente externo e interno en el que vive este hombre, su casa, sus atormentadas relaciones con el hijo al que abandon¨®, la fluida comunicaci¨®n de sus inseguridades y sus temores ante esa relaci¨®n amorosa de final previsible que establece con el ¨ªntimo amigo de toda su vida, sus intentos por ocult¨¢rsela a su c¨®moda y permanente amante, la presencia y la expresividad de Ben Kingsley y de Pen¨¦lope Cruz encarnando a esos personajes metidos en un volc¨¢n cuya salida exigir¨¢ factura de depresi¨®n, tengo la seguridad de que Isabel Coixet comprende a Roth y lo traduce con im¨¢genes cinematogr¨¢ficas muy correctas, pero nunca encuentro la identificaci¨®n emocional, la garra, la sexualidad, que me transmit¨ªa la novela.
No tengo nada en contra de esta pel¨ªcula pero tampoco nada que me remueva o que me apasione, no me deja poso sentimental, no me altera ninguna fibra, la observo todo el rato desde fuera y con frialdad.
Conociendo los antecedentes estil¨ªsticos de Isabel Coixet y su sabidur¨ªa en la publicidad de lujo, no me sorprenden algunas cosas. Cuando veo a ese hombre desolado y roto asomado melanc¨®licamente a la ventana, s¨¦ que la fotograf¨ªa va a ser sombr¨ªa, pretendiendo ilustrarnos sobre su sufriente y a?orante estado de ¨¢nimo. S¨¦ que va a sonar la m¨²sica triste y l¨ªrica de Erik Satie. Tengo la molesta sensaci¨®n de que la puesta en escena de los lacerados sentimientos es continuamente previsible. Y tambi¨¦n me cargan un poquito, me recuerdan a la est¨¦tica relamida de los anuncios con afanes po¨¦ticos, las abusivas secuencias de los enamorados descubriendo el para¨ªso en sus id¨ªlicos paseos por la playa.
Si Elegy no me otorga ni fr¨ªo ni calor, la pel¨ªcula norteamericana Fireflies in the garden, cr¨®nica de los tormentos y los traumas que acompa?ar¨¢n en su existencia de adulto a un ni?o al que su padre agred¨ªa y humillaba, y el reencuentro con esos fantasmas cuando la familia se re¨²ne en el entierro de la madre me provoca directamente grima. Es un ejercicio de seriedad forzada, una catarsis fofa, un tedioso rosario de t¨®picos psicologistas con pretensiones de tragedia.
Ante tanta sobredosis de intensidad dram¨¢tica, uno casi agradece el tono na?f de la tan leve como costumbrista pel¨ªcula iran¨ª The song of sparrows. En cuatro d¨ªas de proyecciones de la Berlinale todav¨ªa no he conseguido que una pel¨ªcula me haga sonre¨ªr o re¨ªr. Qu¨¦ alergia ancestral la de los festivales solemnes a programar algo con un m¨ªnimo sentido del humor, qu¨¦ fatigosa resulta su exclusiva adicci¨®n a la tragedia.
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