'Perros de guerra' y elefantes vengadores
Zimbabue ha entregado a Guinea al 'golpista' ingl¨¦s Simon Mann. Se teme por su vida
La antigua colonia espa?ola de Guinea Ecuatorial es un pa¨ªs en el que las caricaturas m¨¢s surreales de ?frica se hacen realidad. Un ejemplo, entre muchos, lo da una historia contada por diplom¨¢ticos extranjeros que han estado asignados all¨ª.
El primer presidente del pa¨ªs, un brujo de carrera llamado Francisco Mac¨ªas Nguema, asesin¨® a decenas de miles de personas (en un pa¨ªs de medio mill¨®n de habitantes) durante sus 11 a?os en el poder. En 1979 fue derrocado por su sobrino, el actual presidente, Teodoro Obiang. Hubo un juicio y fue condenado a muerte. Todo se complic¨® cuanto Mac¨ªas Nguema advirti¨® de que despu¨¦s de su muerte un elefante destruir¨ªa los hogares de los miembros del pelot¨®n de fusilamiento encargado de llevar a cabo su ejecuci¨®n. Obiang organiz¨® un conclave de los brujos m¨¢s eminentes del pa¨ªs para estudiar qu¨¦ hacer. La soluci¨®n fue la siguiente: que los miembros del pelot¨®n cocinaran una sopa con los test¨ªculos del fusilado presidente y se la comiesen. As¨ª hicieron, y funcion¨®. El elefante nunca apareci¨®.
Mann pens¨® que unos cien antiguos soldados surafricanos bastar¨ªan para derrocar a Obiang. Se equivoc¨® por completo
Nick du Toit, compinche de Mann en la intentona golpista, muri¨® en 2004 en la c¨¢rcel de Playa Negra, tras ser torturado
Tras veinticinco a?os de tirana tranquilidad, la sombra del elefante vengador volvi¨® a planear sobre el r¨¦gimen de Obiang. Esta vez se manifest¨® en la forma corp¨®rea no de un paquidermo, sino de un perro de la guerra. El mercenario Simon Mann, multimillonario ex coronel de las fuerzas especiales del ej¨¦rcito brit¨¢nico, fue el cabecilla de un intento de golpe de Estado en septiembre de 2004. Mann, proveniente de la clase social m¨¢s privilegiada de Inglaterra, pens¨® que unos cien antiguos soldados surafricanos bastar¨ªan. Contaba, adem¨¢s, con el apoyo financiero de su amigo Mark Thatcher, el hijo de la ex primera ministra brit¨¢nica.
Pero, una vez m¨¢s, la fuerza estuvo con Obiang. Detuvieron a Mann con su tropa en el aeropuerto de Harare (Zimbabue) cuando estaban a punto de despegar para la capital guineana de Malabo. Mann, que entre muchas cosas m¨¢s en su descabellada vida aventurera ha sido actor de cine, pas¨® casi cuatro a?os en una c¨¢rcel zimbabuense y la semana pasada fue extraditado a Guinea Ecuatorial, donde le espera un juicio por "atentar contra la vida del presidente, la forma de gobierno, terrorismo y tenencia de explosivos".
M¨¢s all¨¢ de la poca probabilidad de que el proceso contra Mann se lleve a cabo con un m¨ªnimo de respeto a las normas de la justicia internacional, Mann, su familia y sus abogados temen que lo torturen a muerte en la "infernal" c¨¢rcel de Playa Negra, denunciada por la ONU y Amnist¨ªa Internacional como un f¨¦tido pozo de abusos a los derechos humanos. Pese a la insistencia del Gobierno de Obiang en que se le tratar¨¢ de forma "humana", esta semana diputados del Partido Conservador brit¨¢nico se han estado movilizando para provocar un debate parlamentario sobre el peligro que consideran que corre Mann.
Que un compinche de Mann en el fallido complot, un surafricano llamado Nick du Toit, haya muerto en Playa Negra en 2004 a causa de torturas no inspira mucha confianza en los que temen por el ingl¨¦s. Tampoco el hecho de que, nada m¨¢s llegar a Malabo, Mann fue triunfalmente paseado frente a las c¨¢maras locales de televisi¨®n con las manos esposadas y los tobillos encadenados. As¨ª permanece, y permanecer¨¢, en Playa Negra, porque as¨ª es como se acostumbra tratar a los presos all¨¢.
Lamentablemente para Mann, las quejas internacionales no suelen tener mucho impacto en Guinea Ecuatorial. Por varias razones. Primera, que el pa¨ªs africano utiliza una f¨®rmula que le ha servido bien a Arabia Saud¨ª para que nadie interfiera en sus asuntos de pol¨ªtica interna. Posee una gran riqueza petrolera (m¨¢s por habitante que los saud¨ªes), lo cual ha creado un cierto grado de dependencia de parte de Estados Unidos, cuyas empresas petrol¨ªferas abundan en Malabo. La otra mitad de la f¨®rmula saud¨ª consiste en mantener una actitud de respetuoso silencio (a diferencia de Venezuela y el Irak de Sadam Husein) hacia las grandes potencias occidentales. Por eso, el hecho de que Obiang utiliza el terror como principal instrumento de gobierno en un pa¨ªs en el que el 90% de la poblaci¨®n vive en la extrema pobreza, mientras ¨¦l y su familia disfrutan de un permanente despilfarro fara¨®nico (Obiang es el octavo jefe de Estado m¨¢s rico del mundo), sencillamente no se considera motivo de denuncia ni en el Gobierno de Estados Unidos, ni en el de Espa?a, ni (entre otros muchos) en el de Argentina, donde Obiang acaba de estar: el primer jefe de Estado extranjero que la flamante presidenta Cristina Kirchner ha recibido en la Casa Rosada.
Otro motivo por el cual Mann lo tiene dif¨ªcil lo insinu¨® el peri¨®dico oficial del Gobierno de Robert Mugabe, el Zimbabwe Herald. Bajo el titular "Mann no merece ninguna compasi¨®n", el diario afirmaba esta semana que, si Mann no estuviese detenido en Playa Negra, "ser¨ªa un buen candidato para estar en otro notorio centro de detenci¨®n, la bah¨ªa de Guant¨¢namo".
No se sabe el destino que le espera a Mann, aunque, como afirma un ex diplom¨¢tico ingl¨¦s con muchos a?os de experiencia en ?frica, "se puede estar seguro que no saldr¨¢ vivo de ah¨ª". Pero parece que, por ahora, podr¨ªa estar peor. Seg¨²n el embajador de Estados Unidos, que le ha ido a ver en Playa Negra, goza de razonable salud y no hay se?ales de que le hayan tratado especialmente mal. No se puede decir lo mismo de Sami al Hajj, camar¨®grafo de Al Yazira Televisi¨®n, que lleva m¨¢s de seis a?os en Guant¨¢namo, y que, seg¨²n sus abogados estadounidenses, le han "golpeado, congelado, sometido a examenes anales en p¨²blico para humillarle y se le han denegado alimentos". The New York Times denunci¨® esta semana que Al Hajj, en huelga de hambre desde hace m¨¢s de un a?o y que ahora los militares norteamericanos le obligan a comer por un tubo que le meten a la fuerza por la boca, es incapaz de doblar las rodillas debido a los golpes que ha recibido. El mismo art¨ªculo citaba a fuentes militares que dicen que a Al Hajj nunca le consideraron un terrorista suicida y a abogados que dicen que se le ha ofrecido la libertad a cambio de que esp¨ªe para Estados Unidos.
Mann, en cambio, ha sido acusado formalmente, y con muchas pruebas en su contra, de terrorismo y de intento de derrocar un gobierno. A diferencia de Al Hajj, ten¨ªa la intenci¨®n de matar a personas. Lo cual, como ironizaba el Zimbabwe Herald, dificultar¨¢ cualquier posible intento de los brit¨¢nicos, aliados de los que llevan a cabo las actividades surrealistas de Guant¨¢namo, de argumentar que Mann deber¨ªa recibir justicia seg¨²n las normas civilizadas de Occidente.
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