Seductor
En el momento oportuno cumpl¨ª con todos los ritos de la modernidad. En Nueva York acud¨ª regularmente al hotel Carlyle los lunes por la noche para sorprender a Woody Allen tocando el clarinete con sus amigos de la New Orleans Jazz Band. El camarero de turno siempre me dec¨ªa: "Lo siento, se?or, tiene usted mala suerte, Woody esta noche tampoco vendr¨¢". Mi decepci¨®n se vio compensada al saber que en ese hotel de lujo, situado en el upper east side, en su tiempo entraba Marilyn Monroe por la puerta lateral para verse con John Kennedy, ambos enmascarados. En Nueva York me extasiaba ante los escaparates de las tiendas de vitaminas, cruzaba a pie el puente de Brooklyn hasta el River Caf¨¦ para tomar un martini al atardecer frente al Sky Line mientras sonaban las oscuras sirenas de las gabarras. Ser neur¨®tico, estar flaco, usar gafas de pasta, llevar pantalones de pana marrones y camisa a cuadros bajo un jersey abierto muy ancho, caminar con zapatones por Central Park con una botella de agua mineral y una manzana, devorar ensaladas de apio en el Soho y soltar intelectualidades alrededor de una escultura abstracta en una galer¨ªa de Chelsea acompa?ado de una chica con gafitas redondas, era la l¨ªnea del horizonte que hab¨ªa que alcanzar para ser un seductor. De pronto un d¨ªa se produjo el desencanto m¨¢s all¨¢ de la ideolog¨ªa. Se trataba de la ca¨ªda del mito que durante una ¨¦poca aliment¨® mi imaginaci¨®n. Me hab¨ªa parecido maravilloso que Woody Allen fuera invisible, hipocondriaco, un animal psicoanal¨ªtico y que dijera aquello de que el cerebro era su segundo ¨®rgano favorito. Las cosas comenzaron a torcerse cuando vino a Espa?a y se mostr¨® p¨²blicamente partidario de la tortilla de patatas. El asunto fue enseguida a peor. Resulta que Woody Allen, en Oviedo, com¨ªa fabada con tocino, morcilla y chorizo y no le sentaba mal. Empec¨¦ a sospechar. La tortilla de patatas y la fabada son manjares fabulosos, por supuesto. Pero algo no encaja, me dije. Hay que elegir. Una de dos: tortilla de patatas o clarinete, fabada o psicoan¨¢lisis, porque ambas cosas a la vez son incompatibles. Se acab¨® la seducci¨®n. El gen espa?ol es siempre dominante y destruye cualquier clase de glamour all¨ª donde se encuentre.
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