Idea Vilari?o
Lo que mejor recuerdo de Montevideo es la mirada de Idea Vilari?o. Alrededor de la mesa en la que los comensales hablaban con el fervor rioplatense por discutirlo todo s¨®lo ella permanec¨ªa en silencio y observaba, una mujer de setenta y tantos a?os con la piel lisa y brillante y los rasgos afilados, con unos ojos en los que permanec¨ªa intacto el fuego fr¨ªo de la juventud. Hay personas que nos miran desde una cercan¨ªa inmediata; Idea Vilari?o miraba como emboscada en el interior de s¨ª misma, y rodeada de gente parec¨ªa tan a solas como en esa habitaci¨®n que es el espacio visible o impl¨ªcito de casi todos sus poemas: la habitaci¨®n del insomnio, la de la soledad al mismo tiempo orgullosa y desgarrada, la del amor furioso y sobre todo la de la ausencia y la rememoraci¨®n pasional y desenga?ada del amor, la habitaci¨®n de no esperar nada y sin embargo seguir esperando unos pasos en la escalera y unos golpes en la puerta, debajo de la cual se ha encendido a deshoras la luz del descansillo.
Miraba como emboscada en el interior de s¨ª misma, y rodeada de gente parec¨ªa tan a solas como en esa habitaci¨®n que es el espacio visible o impl¨ªcito de casi todos sus poemas
Garc¨ªa Lorca escribi¨® en una carta que quer¨ªa escribir una poes¨ªa "de abrirse las venas": exactamente eso es lo que uno siente leyendo algunos de sus poemas de amor, una celebraci¨®n simult¨¢nea de la ebriedad y de la desgracia
En un viaje anterior a Montevideo yo hab¨ªa descubierto los poemas de Idea Vilari?o pero no me hab¨ªa encontrado con ella. Entre la gente cordial y conversadora de esa ciudad ella era una sombra poderosa, como la de Onetti, que a¨²n viv¨ªa, omnipresente y a la vez lejano, muy enfermo, en Madrid. Idea Vilari?o era el nombre inscrito en la dedicatoria de Los adioses y una leyenda dibujada ambiguamente entre la literatura y el chisme de capital peque?a, densa de vapores intelectuales y sentimentales. Hablaban de ella, pero Idea Vilari?o no aparec¨ªa. Contaban que ten¨ªa la salud fr¨¢gil y que no era muy frecuente verla en p¨²blico. En la exposici¨®n de homenaje a Onetti su cara seria y su mirada de cuarenta a?os atr¨¢s estaba en los m¨¢rgenes de algunas fotograf¨ªas. Fotos de escritores j¨®venes, urgidos por una cierta vocaci¨®n de posteridad, con el cosmopolitismo extremado y un poco melanc¨®lico de quien se sabe muy lejos de las capitales veneradas del mundo; fundadores de revistas de vida corta y difusi¨®n escasa, muy buscadas al cabo de muchos a?os por investigadores obstinados; acompa?ante de alg¨²n viajero eminente al que agasajan con temerosa devoci¨®n y junto al que posan en las fotos como exponi¨¦ndose al resplandor solar de su celebridad. En la foto de la visita de Pablo Neruda a Montevideo Idea Vilari?o est¨¢ entre los literatos j¨®venes que lo acompa?an: tambi¨¦n en otra junto a Juan Ram¨®n Jim¨¦nez y a Zenobia Camprub¨ª, los dos afables y viejos, cansados de destierro.
Querida Idea enlutada con verde mirar lento, le escribi¨® Juan Ram¨®n en una carta. En esas fotos antiguas que yo ve¨ªa antes de conocerla Idea Vilari?o tiene, a diferencia de quienes la rodean, una conciencia muy clara de estar posando, una actitud de mirada intensa y presencia ensimismada y let¨¢rgica que parece aprendida de Virginia Woolf o Greta Garbo o Juliette Gr¨¦co: la musa distinguida y p¨¢lida que toma de pronto las riendas de su propia vida imponiendo su presencia en un c¨ªrculo de hombres, escribiendo poemas que al cabo de muy poco tiempo ya se han despojado de cualquier rastro de ret¨®rica y de musicalidad evidente, han adquirido una mezcla de desbordamiento imp¨²dico y rigor expresivo que lo deja a uno sin respiro desde la primera lectura. Volv¨ª de mi primer viaje a Montevideo sin haber conocido a Idea Vilari?o, pero en el largo vuelo de regreso vine leyendo sus poemas de amor, en el avi¨®n casi a oscuras, a la luz de esa peque?a l¨¢mpara que sigue encendida para el viajero insomne cuando a su alrededor todo el mundo duerme y por la ventanilla s¨®lo se distingue una noche sin estrellas al fondo de la cual uno sabe no sin aprensi¨®n que est¨¢ la gran negrura oce¨¢nica. Garc¨ªa Lorca escribi¨® en una carta que quer¨ªa escribir una poes¨ªa "de abrirse las venas": exactamente eso es lo que uno siente leyendo algunos de sus poemas de amor, igual que los mejores de Luis Cernuda o de Pedro Salinas, una celebraci¨®n simult¨¢nea de la ebriedad y de la desgracia, sin complacencia, sin t¨¦rmino medio, con una capacidad de iluminaci¨®n y de estremecimiento que probablemente no puede alcanzarse sin renunciar a la verg¨¹enza, y que tal vez s¨®lo se encuentra en estado puro en algunas formas de canci¨®n popular, en el bolero y en el tango.
Ese es el mundo en el que uno queda atrapado como en un cepo al leer los poemas de Idea Vilari?o. Su respiraci¨®n es sincopada, con algo de los heptas¨ªlabos de Pedro Salinas, o con las cadencias todav¨ªa m¨¢s quebradas de William Carlos Williams, como un aliento que se ahoga a causa de la excitaci¨®n y de la impaciencia y de la imposibilidad de decir. No hay paisaje exterior, ni explicaciones, ni adornos, ni nombres, s¨®lo los amantes encerrados en esa habitaci¨®n que ser¨¢ tambi¨¦n la de la soledad y la espera, y la de un dolor demasiado cruel como para que lo designe la blanda palabra a?oranza: Por qu¨¦ / a¨²n / de nuevo / vuelve el viejo dolor / me rompe el pecho / me parte en dos / me cubre de amargura. / Por qu¨¦ / hoy / todav¨ªa. El pudor expresivo multiplica el efecto de la falta de verg¨¹enza: en un poema titulado Seis la mujer cuenta las veces que su amante ha gemido al correrse; en otro se est¨¢ viendo en un espejo al arrodillarse delante de ¨¦l.
Guard¨¦ y rele¨ª durante a?os aquel libro que hab¨ªa tra¨ªdo de Montevideo, y que ten¨ªa algo de revelaci¨®n clandestina. Hace unos d¨ªas, inesperadamente, en una librer¨ªa de Madrid, encontr¨¦ una edici¨®n flamante de la poes¨ªa completa de Idea Vilari?o, publicada en uno de esos vol¨²menes hermosos y austeros de Lumen. Y al mismo tiempo y tambi¨¦n por sorpresa me llega un libro de homenaje a ella editado por Ana In¨¦s Larre Borges para la Academia Nacional de Letras de Uruguay, lleno de fotos, de cartas, de fragmentos de diarios, de tajantes afirmaciones pol¨ªticas inmunes al descr¨¦dito de la realidad y no mitigadas por el paso del tiempo.
Las fotos, los poemas le¨ªdos de nuevo, me han devuelto el recuerdo preciso de la mirada de Idea Vilari?o, en un segundo viaje a Montevideo del que ya va haciendo demasiados a?os. Hay ciudades que se le quedan a uno tan presentes que pierde la conciencia del tiempo que lleva sin volver a ellas. Onetti hab¨ªa muerto y yo hablaba de su literatura en una sala donde estaban mir¨¢ndome, sentadas en la primera fila, la mujer que hab¨ªa vivido con ¨¦l m¨¢s de cuarenta a?os y la que hab¨ªa escrito para ¨¦l esos poemas de amor descarado y clarividencia sin consuelo. En uno de ellos cuenta las noches que pasaron juntos: no m¨¢s de nueve. En otro, escrito en 1958, profetiza lo que ocurrir¨¢ en 1994: No te ver¨¦ morir. El "verde mirar lento" que hab¨ªa visto Juan Ram¨®n Jim¨¦nez manten¨ªa su fulgor muchos a?os despu¨¦s del final de la juventud: la atenci¨®n afilada en la cara muy seria, la furia nunca apaciguada que traspasa como una herida cada uno de esos poemas.
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