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Reportaje:POL?TICA

El cetro y la cruz

Juan Luis Cebri¨¢n

Pese a que los principales candidatos a las elecciones se han enroscado en la man¨ªa de lanzarse mutuos reproches, las campa?as electorales deber¨ªan ser m¨¢s una oferta de futuro que un reconcomio del pasado. Cuando hablo de ofertas no me refiero a las rebajas que hemos padecido este enero, en el que cada ma?ana el Gobierno nos regalaba algo que no esper¨¢bamos y la oposici¨®n promet¨ªa hacerlo en cuanto se encaramara al poder. Eso s¨®lo demuestra que los tintes populistas que asolan el ejercicio de la democracia en muchas latitudes han llegado hasta la nuestra. El populismo no es de izquierdas ni de derechas, sino de las dos clases, y de todas las imaginables. Aunque en Europa hayan sido formaciones conservadoras las que, fundamentalmente, se han subido al carro de la demagogia, en Am¨¦rica Latina ¨¦ste se ha escorado del lado de las revoluciones pendientes, peronistas o bolivarianas. Nos hallamos ante una enfermedad de la democracia cuyo mejor diagn¨®stico lo he o¨ªdo de boca del polit¨®logo germano-brit¨¢nico Ralph Dahrendorf: el populismo es simple y la democracia es compleja. El populismo es la plaza p¨²blica, la arenga militar y el p¨²lpito, incluidas sus acepciones modernas entre las que sobresalen los medios de comunicaci¨®n; la democracia es el parlamento, la representaci¨®n pol¨ªtica, el debate y la reflexi¨®n. No hay democracia moderna que perviva, que atraiga a los ciudadanos y les convoque solidariamente, si no incorpora algunos elementos populistas en su teatro cotidiano. Pero no hay democracia que funcione, ni gobernanza posible, ni desarrollo, ni progreso, si no existen instituciones fuertes, respetadas por la mayor¨ªa y fundamentadas en la ley. Por eso, me voy a referir prioritariamente a dos cuestiones. Una institucional, relacionada con la Constituci¨®n cuyo aniversario celebramos, y otra general, que tiene que ver con los procesos de globalizaci¨®n en que nos hallamos inmersos.

Las campa?as electorales deber¨ªan ser m¨¢s una oferta de futuro que un reconcomio del pasado
Las incertidumbres sobre el futuro de la Corona son menores, pero no tanto que no hayan generado alarma
Hay razones objetivas para proceder al menos a un lavado de cara del T¨ªtulo 8, referente al Estado de las autonom¨ªas
Es grave el sistema de listas cerradas para el Congreso, ya que deja un fabuloso poder en las c¨²pulas de los partidos
?sta es una crisis global del capitalismo de Occidente, y la respuesta, sea la que sea, debe ser tambi¨¦n global
La p¨¦rdida de peso del Estado-naci¨®n es un hecho irreversible en la nueva organizaci¨®n mundial
Ratzinger y los suyos creen qeu hay valores predemocr¨¢ticos que emanan de la naturaleza de la convivencia social
El di¨¢logo de religiones y culturas, de civilizaciones y formas de pensar preocupa m¨¢s que el precio de las patatas

LA REFORMA CONSTITUCIONAL

Han sido ya tantos los que han solicitado o sugerido la reforma de la Constituci¨®n que esta demanda se parece m¨¢s a una cantinela que a otra cosa. Pero muchas de las tensiones que agobian innecesariamente a la vida pol¨ªtica encontrar¨ªan alivio, y algunas de ellas hasta soluci¨®n estable, si finalmente alguien pusiera manos a la obra. Las propuestas de reforma constitucional fueron, como digo, abundantes en el pasado, pero un par de ellas merecen especial atenci¨®n. Por una parte, la elaborada, con pretensiones teorizantes, por Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar que en 1994 ya propon¨ªa "la conveniencia de reformar el Senado", sobre la que "existe", se?alaba, "una gran coincidencia entre las fuerzas pol¨ªticas, pero la necesidad de modificar la Constituci¨®n ha frenado hasta ahora la soluci¨®n de propuestas concretas". "En mi opini¨®n", a?ad¨ªa, "esta reforma tendr¨ªa que integrar definitivamente a las comunidades aut¨®nomas en la estructura del propio Estado en sentido estricto, entendido ¨¦ste como suma y conjunto de las instituciones generales". Este p¨¢rrafo, y muchos m¨¢s de la misma obra, ponen de relieve (?podr¨¦ utilizar la palabra ahora maldita?) las estupideces dichas por algunos l¨ªderes del Partido Popular cuando aseguran que el futuro de los estatutos de autonom¨ªa es algo que no interesa a la gente. Se trataba de una cuesti¨®n inscrita en la agenda del partido de la derecha que durante ocho a?os de gobierno no supo o no quiso abordarla. Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero se mostr¨® m¨¢s activo y resuelto. En marzo de 2005 encarg¨® un dictamen al Consejo de Estado, indicando que su reforma constitucional afectar¨ªa a la sucesi¨®n de la Corona, a la identificaci¨®n de las comunidades aut¨®nomas, al Senado y a las relaciones con Europa. Las reformas sobre la sucesi¨®n mon¨¢rquica ata?en a la discriminaci¨®n que por raz¨®n de sexo existe en la ley, ya que el art¨ªculo 57.1 establece la prevalencia del var¨®n sobre la mujer. Si los Pr¨ªncipes de Asturias tuvieran un hijo var¨®n en el futuro, y la Constituci¨®n no se hubiera reformado para entonces, ¨¦ste ser¨ªa el heredero del trono, por delante de sus hermanas. Algunos temen, adem¨¢s, que si se cambiara la llamada Carta Magna en ese sentido, las infantas Elena y Cristina pudieran reclamar sus derechos frente al Pr¨ªncipe. Los juristas m¨¢s solventes estiman que eso est¨¢ descartado, pues la ley no tendr¨ªa car¨¢cter retroactivo, pero los m¨¢s insidiosos no dejan de resaltar que la historia de los Borbones en Espa?a est¨¢ llena de sobresaltos din¨¢sticos, despu¨¦s de que los vaivenes entre la Ley S¨¢lica y la Pragm¨¢tica Sanci¨®n llevaran a este pa¨ªs a un rosario de guerras civiles cuya huella hist¨®rica permanece en cierta forma. Naturalmente, ¨¦ste no ser¨ªa el caso en nuestros d¨ªas, pero el temor a que una consulta popular acerca de la reforma del art¨ªculo 57 pudiera interpretarse como un refer¨¦ndum sobre la instituci¨®n mon¨¢rquica, o sobre el heredero en concreto, ha hecho prevalecer el prop¨®sito de que dicho cambio venga acompa?ado por otros y se ofrezca a la decisi¨®n de los ciudadanos un conjunto de medidas reformadoras.

Estas incertidumbres sobre el futuro de la Corona son menores, pero no tan peque?as que no hayan generado alguna alarma. Se sumaron, adem¨¢s, a diversos ataques contra el monarca, incluida la quema de algunos retratos de la familia real por grupos de disidentes republicanos. Que hubo nerviosismo lo puso de relieve el hecho de que el mismo Rey saliera en defensa propia, como indicando que nadie lo hac¨ªa por ¨¦l, y se dedicara en un discurso una especie de autoelogio bastante extempor¨¢neo; o tambi¨¦n su intervenci¨®n en Santiago de Chile frente a Chaves, que si por una parte sirvi¨® para decirle a ¨¦ste lo que muchos ansiaban sin atreverse a hacerlo, por otra arruin¨® el protocolo de las cumbres y perjudic¨® la imagen de rey prudente que don Juan Carlos siempre ha tenido.

La popularidad personal de don Juan Carlos es muy superior en este pa¨ªs al prestigio institucional de la monarqu¨ªa. El papel del Rey durante la Transici¨®n pol¨ªtica result¨®, en muchos aspectos, crucial. La democracia no es obra suya, o no s¨®lo suya, pero su acci¨®n ayud¨® a facilitar las cosas, para satisfacci¨®n de los partidos de origen y tradici¨®n republicanos y desesperaci¨®n de los mon¨¢rquicos a la violeta. Como el propio don Juan Carlos ha comentado en ocasiones, mientras ¨¦l y su familia sean ¨²tiles (a la convivencia nacional, se entiende), su papel se mantendr¨¢ vigente y la instituci¨®n perdurar¨¢. Pero para que lo haga es preciso fijar constitucionalmente las normas y perfilar algunos comportamientos. La unidad nacional espa?ola se ha fundado durante siglos en su majestad cat¨®lica, y la alianza del trono y el papado sirvi¨® para desfigurar el ejercicio de la soberan¨ªa por parte de los ciudadanos. Desde el triunfo de las revoluciones liberales, y tras la amarga experiencia de la guillotina en Francia, las casas reales europeas se esforzaron porque sus miembros tendieran puentes con los burgueses, asumiendo y simbolizando sus valores y formas de vida. El matrimonio del pr¨ªncipe heredero con una plebeya divorciada y la ruptura conyugal de una de las infantas son indicios de que nuestra familia real comprende y asume los est¨¢ndares morales de la sociedad en que se mueve. Son tambi¨¦n calladas denuncias frente a los intentos de demolici¨®n democr¨¢tica protagonizados por la Conferencia Episcopal. La laicidad del Estado, consecuente con nuestra Constituci¨®n, requiere algunas reparaciones est¨¦ticas. Ning¨²n s¨ªmbolo religioso debe presidir los actos oficiales y es preciso insistir en que las propias creencias de los reyes, aun si se muestran p¨²blicamente, pertenecen a su dominio privado.

La segunda reforma constitucional demandada por tirios y troyanos es la que afecta al T¨ªtulo 8, referente al Estado de las autonom¨ªas. Tiene que ver tambi¨¦n con la del Senado, e incluso con la de las leyes electorales, y es, desde luego, una cuesti¨®n m¨¢s candente y preocupante para los ciudadanos que el futuro de la ni?a de Rajoy. Por un lado existen razones objetivas, del todo pragm¨¢ticas y no ideol¨®gicas, para proceder al menos a un lavado de cara de este t¨ªtulo, eliminando cuestiones obsoletas y fijando el n¨²mero y nombre de las comunidades aut¨®nomas en la propia Constituci¨®n. Pero no se trata solo de eso, sino de procurar una mejora del sistema que impida el permanente chalaneo entre las comunidades hist¨®ricas tradicionales, provistas siempre de amenazas separatistas y sue?os de independencia, y el poder central. Hace ya tres a?os que vengo insistiendo en que la definici¨®n de la Espa?a plural de Zapatero, que merece mi apoyo, es un concepto literario antes que jur¨ªdico o pol¨ªtico. Se precisa una definici¨®n de poderes y atribuciones del Gobierno central y de las comunidades aut¨®nomas en el ¨²nico marco viable para hacerlo: un Estado federal. No discuto la oportunidad hist¨®rica del Estado de las Autonom¨ªas, en un momento de la Transici¨®n pol¨ªtica amenazado por la intervenci¨®n del Ej¨¦rcito y en el que el federalismo ten¨ªa resonancias claramente republicanas. Pero la ¨²nica manera de cerrar esta discusi¨®n perenne sobre el ser de Espa?a o el de Catalu?a es aplicar t¨¦cnicas pol¨ªticas conocidas y probadas que han funcionado en la mayor¨ªa de los pa¨ªses donde se han puesto a prueba.

El futuro de la monarqu¨ªa y la construcci¨®n de un federalismo moderno, que supere o defina el marco auton¨®mico, son temas fundamentales para mejorar la gobernanza de este pa¨ªs. El Gobierno saliente ten¨ªa un programa preciso al respecto, que deb¨ªa haber culminado a finales de la legislatura con un refer¨¦ndum sobre la reforma incoada. Todo eso se ha ido al garete, pero los problemas siguen ah¨ª. Esperemos que el que salga de las urnas cuente con la autoridad moral y la mayor¨ªa suficiente para abordarlos.

Por ¨²ltimo, conviene echar una ojeada a nuestro modelo electoral. Inicialmente dise?ado como proporcional, est¨¢ sometido a severas correcciones que provienen de la aplicaci¨®n de la ley de Hondt y su combinaci¨®n con la provincia como distrito. El bipartidismo, deseable o no, se ve potenciado por el propio sistema, y s¨®lo corregido por la presencia de los partidos nacionalistas, fundamentalmente en Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco, lo que les otorga al final un protagonismo exagerado en las posibles coaliciones parlamentarias o de gobierno. Pero m¨¢s grave a¨²n que esta circunstancia es el hecho de que las elecciones al Congreso tengan lugar mediante listas cerradas y bloqueadas, depositando de este modo un fabuloso poder en las c¨²pulas directivas de los partidos, por lo que los militantes que aspiran a entrar en pol¨ªtica no tienen otro remedio que estar a bien con los dirigentes, so pena de verse expulsados de los comicios. Las peripecias en torno a la presencia o no de Alberto Ruiz-Gallard¨®n en el listado del PP nos hablan de la importancia que la configuraci¨®n de candidaturas adquiere en tiempo electoral. La democracia interna de los partidos se resiente enormemente de este singular sistema de votaci¨®n, que facilita tambi¨¦n otra perversi¨®n de nuestra representaci¨®n democr¨¢tica: la existencia de numerosos diputados cuneros, sin conocimiento ni arraigo en el distrito por el que resultan elegidos. La conjunci¨®n de estos peque?os o grandes desprop¨®sitos hace que al final no sea el Parlamento el que controla al Gobierno, sino m¨¢s bien el Gobierno quien controla la mayor¨ªa parlamentaria. El panorama se completa con la existencia de un Senado desprestigiado y desprovisto de funciones.

Las intenciones de Rodr¨ªguez Zapatero de solucionar al menos en parte este estado de cosas -de la ley electoral no se hablaba- le llevaron a ejercer la consulta aludida ante el Consejo de Estado. ?ste tard¨® diez meses en elaborar un dictamen favorable a las tesis del Ejecutivo, que cont¨® con la agria oposici¨®n del ex presidente Aznar. Han pasado m¨¢s de dos a?os desde entonces, pero las promesas de que dicha reforma constitucional sellar¨ªa el broche de la legislatura cayeron en el olvido. Sin duda, el motivo fundamental es la cerraz¨®n de la derecha a elaborar ning¨²n tipo de pacto con el PSOE mientras ¨¦ste se encuentre en el poder. Eso no solo responde a una t¨¢ctica pol¨ªtica, sino a la convicci¨®n profunda, demostrada con declaraciones y con hechos, de que Espa?a le pertenece, y de que los espa?oles decentes, o buenos, como a veces han sido calificados por Aznar y Rajoy, son quienes les votan a ellos. La presencia de los socialistas en el Gobierno resultar¨ªa, desde ese punto de vista, una anormalidad con la que es preciso acabar, pues es, dicen, germen de desuni¨®n y causa de destrucci¨®n de cualquier idea de Espa?a. Es ya imperiosa la necesidad de que nuestro pa¨ªs cuente con una derecha moderna, y no con esta llena de cazurrer¨ªa y sentimientos predemocr¨¢ticos, a la que incluso el templo doctrinal del capitalismo, el Financial Times, tachaba de franquista esta misma semana.

LA GLOBALIZACI?N

COMO PARADIGMA

Pero de nada nos servir¨ªa proceder a las reformas estructurales citadas si no tuvi¨¦ramos en cuenta el nuevo marco en el que se desenvuelven la actividad pol¨ªtica y econ¨®mica y en el que nuestro pa¨ªs debe perfeccionar su andadura. Hace treinta a?os, la globalizaci¨®n, en su actual concepto, apenas exist¨ªa. Son muchas las cosas, por cierto, que no hab¨ªa hace treinta a?os y que hoy marcan con rotundidad la vida cotidiana de las gentes y el progreso material de los pa¨ªses. En el momento de aprobaci¨®n de nuestra Constituci¨®n no exist¨ªan en el mundo los computadores personales, ni Internet, ni los tel¨¦fonos celulares, ni el euro. Tampoco hab¨ªa una amenaza global por parte del terrorismo suicida de los sectores fundamentalistas del islamismo. Pero en Espa?a las carencias resultaban a¨²n mayores: no exist¨ªa televisi¨®n en color, ni privada, ni por sat¨¦lite, ni de pago; no est¨¢bamos en la NATO ni en el Mercado Com¨²n, y todav¨ªa no se hab¨ªan promulgado las leyes sobre divorcio y aborto, ni los estatutos de autonom¨ªa; la gente apenas pagaba impuesto sobre la renta, y tampoco hab¨ªa cinco millones de inmigrantes ni cerca de un mill¨®n de musulmanes viviendo en nuestro pa¨ªs. A¨²n choca m¨¢s lo que hab¨ªa y ya no hay: ten¨ªamos la Uni¨®n Sovi¨¦tica, el muro de Berl¨ªn, la guerra fr¨ªa, el eurocomunismo, el terrorismo del IRA, la deuda del Tercer Mundo, el ecumenismo religioso, la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, las fronteras en Europa... y, entre nosotros, el servicio militar obligatorio, la mayor¨ªa de edad a los veinti¨²n a?os, la amenaza militar, la peseta, la prensa del Movimiento...

En los recientes debates televisados entre los candidatos a la presidencia del Gobierno, el t¨¦rmino globalizaci¨®n no ha aparecido para nada, pese a ser la realidad m¨¢s inmediata con la que tienen que enfrentarse los pol¨ªticos. Ninguno de los problemas a los que el nuevo Gobierno tendr¨¢ que hacer frente se pueden solventar si se pierde la referencia planetaria. A comenzar por la econom¨ªa, pues la crisis que afrontamos es en gran medida importada o, por mejor decir, es una crisis global del capitalismo de Occidente, cuyas respuestas, sean cuales sean, tienen que ser tambi¨¦n globales. Una de las armas esenciales para defenderse de un eventual colapso financiero, la pol¨ªtica monetaria, ya no est¨¢ en manos de nuestras autoridades nacionales. La soberan¨ªa se ha transferido por completo en este punto al Banco Central Europeo, cuyas decisiones, buenas o malas, vienen justificadas por su atenci¨®n conjunta a todas las econom¨ªas de la zona euro. No puede haber recetas ni soluciones aisladas del conjunto de Europa. Y desde nuestra concepci¨®n de dem¨®cratas debemos estar alertas, adem¨¢s, ante la admiraci¨®n creciente que suscitan los modelos de desarrollo asi¨¢tico, capaces de combinar crecimiento econ¨®mico y bienestar -incluso opulencia- con autoritarismos pol¨ªticos y ausencia de libertades individuales.

La p¨¦rdida de peso espec¨ªfico del Estado-naci¨®n es un hecho irreversible en la nueva organizaci¨®n mundial. Resulta imposible pretender un orden global basado en maquinarias pol¨ªticas cada d¨ªa m¨¢s inservibles. Eso no significa que el Estado-naci¨®n vaya a desaparecer, no en un futuro previsible, pero sus funciones se han transformado en algunos casos hasta la desfiguraci¨®n. Parad¨®jicamente, cuanto m¨¢s se debilita el propio concepto, mayor es la proliferaci¨®n de nuevos Estados independientes, y en el ¨¢rea de influencia europea se han creado, en las ¨²ltimas d¨¦cadas, una veintena de ellos. El ¨²ltimo, Kosovo, que tiene un territorio y una poblaci¨®n equivalentes a los de la provincia de Zamora. En realidad, Kosovo no ha obtenido la independencia de los serbios, sino s¨®lo la separaci¨®n, a base de constituirse en un protectorado de Occidente. Es de elogiar la actitud del Gobierno de Madrid mostr¨¢ndose reticente al reconocimiento de ese nuevo mini-Estado, aunque no s¨¦ si en las declaraciones procedentes del palacio de Santa Cruz ha pesado alguna preocupaci¨®n a?adida acerca del futuro de Catalu?a o el Pa¨ªs Vasco. Se trata de cuestiones y situaciones completamente diferentes, aunque hay una reflexi¨®n que puede ser com¨²n para todas ellas: la escalada de los sentimientos nacionalistas y la configuraci¨®n de estos en torno a etnias, culturas, lenguas o religiones.

No nos hallamos ante simples an¨¦cdotas ni eventuales errores coyunturales. Desde la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn y el fin de la guerra fr¨ªa asistimos a una disputa creciente entre los valores emanados de la Ilustraci¨®n y aquellos que reivindican los que se desprenden del reconocimiento de la propia identidad. Este reclamo de la identidad, personal o colectiva, que se concreta en una especie de derecho a la diferencia, es algo muy actual y viene siendo utilizado por los populismos al uso. Basar los derechos de nadie en una ¨²nica y supuesta identidad concreta, ignorando la variedad de identidades que confluyen en una persona o comunidad, y la intensidad tambi¨¦n variable que adquieren en cada momento, significa enfrentarlos a los que provienen de la identidad ajena. No se trata de construir sociedades homog¨¦neas. La democracia se nutre y fortalece con la diversidad, pero no puede dar lugar a una simple confederaci¨®n de tribus. Por eso es necesario el establecimiento de valores y reglas comunes que permitan que funcione el sistema, y me atrever¨ªa a afirmar que todas ellas se resumen en una sola: el ejercicio de la libertad.

Entre las identidades que muestran mayor fortaleza y presencia est¨¢n las que emanan de las religiones organizadas. El creciente papel de ¨¦stas en la vida pol¨ªtica de los pueblos no es una exclusiva del islam. La deriva reaccionaria de los llamados neocons norteamericanos tiene que ver con el aumento de influencia y militancia de las iglesias evangelistas. El papa Wojtyla fue, entre otras cosas, un activo hombre de Estado, capaz de involucrarse en la lucha contra el comunismo en Polonia y de devolver los favores que la CIA le prest¨® desarticulando los movimientos de la teolog¨ªa de la liberaci¨®n que apoyaban revoluciones como la sandinista. El Vaticano se hizo presente en las demandas por la independencia de Croacia y torci¨® el gesto ante el primer Bush con ocasi¨®n de la guerra del Golfo. El conflicto secreto declarado a partir de entonces entre la Casa Blanca y la sede de la Iglesia termin¨® con la visita del Sumo Pont¨ªfice a Fidel Castro. Pero ahora resulta que los neocons del segundo Bush y los defensores de las nuevas corrientes doctrinales de la Iglesia romana tienen al menos una cosa en com¨²n (probablemente muchas m¨¢s): son gentes de principios, enamorados de su concepci¨®n de la verdad y dispuestos a imponerla a los dem¨¢s, en su propio bien, seg¨²n proclaman. Wolfowitz y compa?¨ªa han pretendido la exportaci¨®n de su modelo democr¨¢tico a los pa¨ªses no amigos del Cercano Oriente, incluso si para llevarla a cabo ten¨ªan que imponer su criterio a sangre y fuego. Ratzinger y los suyos operan desde el convencimiento de que existen unos valores predemocr¨¢ticos (previos a la democracia misma) que emanan de la propia naturaleza de la convivencia social y que deben informar, precisamente, la posterior construcci¨®n del consenso. El propio Papa lo describe as¨ª: "El Estado debe aprender que existe una base de verdades que no est¨¢ sometida al consenso, sino que lo anticipa y lo hace posible". Neocons y neorreaccionarios se muestran en ambos casos como idealistas, pues todo ellos han le¨ªdo a Plat¨®n. Lo explic¨® muy bien Hegel en su libro El concepto de religi¨®n: "En lo referente a la Constituci¨®n hay dos sistemas: el moderno, seg¨²n el cual la libertad y su ordenaci¨®n son mantenidas en pie sin tener en cuenta la forma de pensar [l¨ªneas antes hab¨ªa definido la forma de pensar como lo interior, que constituye precisamente la base de la religi¨®n], y el otro sistema es, precisamente, el de la forma de pensar, el principio griego que encontramos desarrollado en la Rep¨²blica de Plat¨®n". "Seg¨²n ¨¦ste", contin¨²a el fil¨®sofo, "la forma de pensar y la Constituci¨®n formal son inseparables y no pueden prescindir una de la otra". "Pero en los ¨²ltimos tiempos", concluye, "ha salido a la luz una postura unilateral en el sentido de que la Constituci¨®n debe mantenerse en pie a s¨ª misma, y la forma de pensar, la religi¨®n, la conciencia, deben ser dejadas a un lado como indiferentes, dado que a la Constituci¨®n pol¨ªtica no le interesa qu¨¦ forma de pensar o qu¨¦ religi¨®n compartan los individuos". No es el caso de Espa?a, cuya Constituci¨®n, en su art¨ªculo 16, especifica que "los poderes p¨²blicos tendr¨¢n en cuenta las creencias religiosas de la sociedad espa?ola y mantendr¨¢n las consiguientes relaciones de cooperaci¨®n con la Iglesia Cat¨®lica y las dem¨¢s confesiones". Esta redacci¨®n es fruto de presiones formidables de los obispos que exig¨ªan una menci¨®n al catolicismo como religi¨®n ampliamente extendida entre nuestros ciudadanos. La sombra del nacionalcatolicismo se cierne as¨ª sobre la proclama constitucional.

Los conflictos Iglesia-Estado se inscriben en los muchos m¨¢s amplios entre Identidad e Ilustraci¨®n. Desde el punto de vista de ¨¦sta, la separaci¨®n entre Iglesia y Estado debe ser total, y el laicismo es un bien preciado e irrenunciable de las democracias. En la Constituci¨®n espa?ola, la confusi¨®n aumenta si se combina lo dicho sobre la libertad religiosa con el art¨ªculo 27, dedicado a la libertad de ense?anza. En su p¨¢rrafo 3 se establece que "los poderes p¨²blicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formaci¨®n religiosa y moral que est¨¦ de acuerdo con sus propias convicciones". Y en el 4, que "la ense?anza b¨¢sica es obligatoria y gratuita". Puede deducirse, entonces, que es obligaci¨®n de los centros p¨²blicos de ense?anza impartir clases de religi¨®n en las confesiones que los padres demanden. Semejante pretensi¨®n ha generado no pocos conflictos a la hora de redactar las diferentes leyes educativas y nos remite, en este caso, al modelo brit¨¢nico para la educaci¨®n (todas las religiones en las escuelas), opuesto al que podr¨ªamos llamar modelo franc¨¦s o norteamericano (fuera la religi¨®n de las aulas). Este ¨²ltimo es fruto de ese laicismo radical que conllevan las revoluciones liberales y que provoca enorme desagrado al arzobispo de Valencia.

En el contexto de la globalizaci¨®n, la amenaza del terrorismo fundamentalista y la complejidad de las relaciones de los pa¨ªses occidentales con los ¨¢rabes, junto con los movimientos migratorios en masa, merecen tambi¨¦n una reflexi¨®n leal y no demag¨®gica por parte de nuestros l¨ªderes. Lament¨¦ o¨ªr c¨®mo en los debates televisados Rajoy, tan aparentemente preocupado por la inmigraci¨®n, menospreciaba el programa de Alianza de Civilizaciones lanzado por Zapatero; pero mucho m¨¢s a¨²n sent¨ª que ¨¦ste no defendiera con la vehemencia debida una idea que fue feliz aunque su desarrollo haya sido lamentable. El di¨¢logo entre religiones y culturas, entre civilizaciones y, como dir¨ªa Hegel, formas de pensar, preocupa hoy a los ciudadanos de a pie bastante m¨¢s que el precio de las patatas. Son ellos los que conviven, en el trabajo, en la calle, en los comercios y en la vida cotidiana, con individuos pertenecientes a culturas hasta ahora extra?as para nosotros y que muchas veces se nos han explicado desde la hostilidad, la discriminaci¨®n y el desprecio. El futuro de Europa depende en gran medida de la comprensi¨®n de este problema y de la integraci¨®n que la democracia pueda hacer de esas culturas sin traicionar los principios b¨¢sicos sobre los que la democracia misma se ha construido.

Esta es una tarea especialmente necesaria porque hay identidades m¨¢s letales y peligrosas que las simplemente ideol¨®gicas, aunque se nutran de ellas. Me refiero a las nuevas formas de terrorismo suicida que han desencadenado adem¨¢s respuestas alocadas y criminales por parte de los poderosos de la Tierra. Los dem¨®cratas tenemos que hacer un esfuerzo de comprensi¨®n sobre lo que sucede. No se trata de transigir con la vulneraci¨®n de los derechos humanos en nombre de tradiciones o creencias que reclaman respetabilidad. Se trata m¨¢s bien de regresar a los valores de la Ilustraci¨®n, fruto del raciocinio y el di¨¢logo. Por eso es tan injusta, y tan peligrosa, la identificaci¨®n frecuente entre islam y violencia que en los medios de comunicaci¨®n occidentales tiende a establecerse. Hoy d¨ªa, el terrorismo internacional es una amenaza constatable y seria para la seguridad de nuestros ciudadanos, pero esta sociedad no vive amedrentada ni obsesionada por ello como, durante a?os, lo ha estado la norteamericana, tras el horrendo atentado contra las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono. Tampoco puedo asumir sin m¨¢s la relevancia que otorgan las encuestas al terrorismo en general, y quiz¨¢ al vasco en particular, en la lista de preocupaciones de los electores. Creo que la permanencia del terrorismo etarra -cada d¨ªa m¨¢s debilitado, aunque es preciso no cantar victoria, pues matar sigue siendo muy f¨¢cil- es un hecho manipulado, lo mismo que el dolor de las v¨ªctimas, por quienes no reparan en m¨¦todos a la hora de conquistar el poder. Nos encontramos ante una cuesti¨®n grave, pero no se trata s¨®lo, y quiz¨¢ no se trata tanto, de la amenaza terrorista en s¨ª como de la anormalidad de la vida en el Pa¨ªs Vasco, de la tendencia a identificar en ¨¦l ciudadanos de distinta categor¨ªa, buenos y malos vascos, como otros quieren definir a los buenos y malos espa?oles, y de la permanente indefinici¨®n en la construcci¨®n del Estado. Por ¨²ltimo, el terrorismo, dom¨¦stico o internacional, no puede ser vencido solo con acciones policiales y militares y desde la decisi¨®n unilateral -y tantas veces torpe- de quienes mandan. Los problemas pol¨ªticos, incluso en su versi¨®n criminal, exigen tambi¨¦n una comprensi¨®n de este g¨¦nero por parte de quienes pretendan solventarlos.

Todas estas son cuestiones que merecen respuestas afinadas, material de trabajo para estadistas, como se?alaba hace bien poco en EL PA?S Juan Antonio Ortega y D¨ªaz Ambrona. Espero y deseo que el pr¨®ximo presidente del Gobierno, sobre cuyo nombre no me caben dudas, pero tambi¨¦n el jefe de la oposici¨®n, exhiban en adelante el temple que distingue a todo hombre de Estado. Pues, adem¨¢s de gobernar durante esta legislatura, es preciso construir para las pr¨®ximas generaciones.

El presidente Zapatero y el l¨ªder de la oposici¨®n, Mariano Rajoy, entran en La Moncloa.
El presidente Zapatero y el l¨ªder de la oposici¨®n, Mariano Rajoy, entran en La Moncloa.ULY MART?N
Vista de la entrada principal del Senado, con la bandera espa?ola y las auton¨®micas.
Vista de la entrada principal del Senado, con la bandera espa?ola y las auton¨®micas.EFE

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