Hombres y mujeres valientes
Un pu?ado de concejales y cargos socialistas amenazados por ETA acude al funeral de Isa¨ªas Carrasco en Mondrag¨®n. Su historia es tambi¨¦n la del Pa¨ªs Vasco
Su madre se llamaba Agustina y su hijo Adei, y ya s¨®lo con esos dos nombres se sabe mucho de Isa¨ªas Carrasco. Se sabe de d¨®nde ven¨ªa y tambi¨¦n ad¨®nde quer¨ªa ir. Pero ahora va dentro de un ata¨²d, por medio de la plaza de Mondrag¨®n, a hombros de socialistas llegados de todo el Pa¨ªs Vasco y de m¨¢s lejos, algunos con el pu?o levantado, otros cantando la Internacional, muchos llorando. Porque Isa¨ªas, ya lo sabe todo el mundo, fue asesinado el viernes por un pistolero de ETA. Lo que tal vez no se sabe es que, entre la muchedumbre, est¨¢ su amigo Pedro, y que fue ¨¦l quien comparti¨® la ¨²ltima ronda con Isa¨ªas. Fue al filo de la una de la tarde, en el bar Toki Eder, que en euskera significa lugar bonito.
El ex concejal fue llevado a hombros por socialistas de Euskadi y m¨¢s lejos
Las ¨²ltimas palabras de Isa¨ªas a su mujer: "Ah¨ª te dejo al ni?o, me voy al trabajo"
Poco antes de recibir los cinco disparos tom¨® algo con su amigo Pedro
Acaba la homil¨ªa y los pol¨ªticos de Madrid se van con grandes medidas de seguridad
Cuando terminaron, Isa¨ªas cogi¨® de la mano a su hijo Adei, de cuatro a?os, y se encamin¨® hacia su casa, en la calle Navas de Tolosa del barrio de San Andr¨¦s. Le dio un beso a Adei, puls¨® el 2? C en el telefonillo y le dijo a su mujer:
-Ah¨ª te mando al ni?o, que me voy al trabajo.
Fueron cinco disparos. De rev¨®lver. Del calibre nueve. Pero eso tambi¨¦n se sabe.
Lo que tal vez no se sepa es que el funeral por un socialista asesinado es una convenci¨®n de hombres y de mujeres valientes. Es curioso que el obispo Uriarte, plantado ante todos ellos, delante del ata¨²d de Isa¨ªas, diga: "Hay que tener libertad de esp¨ªritu, coraje para ejercerla en este momento pol¨ªtico decisorio, sin que ninguna coacci¨®n que pretenda amedrentarnos o doblegarnos encuentre el eco m¨¢s m¨ªnimo en nuestra voluntad". S¨®lo hace falta girarse un poco para ver a Ana Urchuegu¨ªa, la alcaldesa de Lasarte, para quien ETA ya ten¨ªa fecha de muerte. O a Eduardo Madina, a quien le quitaron una pierna pero no fueron capaces de arrebatarle la alegr¨ªa. O a Jos¨¦ Morcillo, atacado decenas de veces en la Casa del Pueblo de Hernani. O a Izaskun G¨®mez, ex alcaldesa de Pasajes, a la que los amigos de Batasuna le quemaron la cafeter¨ªa despu¨¦s de conseguir ahuyentar a toda su clientela. O a...
Pero el obispo sigue con su homil¨ªa, no muy larga, no demasiado cari?osa. Habla de "la esperanza de paz de este pueblo, construida entre todos y para todos, que no quiere ni puede resignarse a la presente situaci¨®n y exige a ETA su definitiva desaparici¨®n".
La "presente situaci¨®n" es un hombre metido en un ata¨²d.
Un hombre de 43 a?os, cuya madre se llamaba Agustina y cuyo padre, Isa¨ªas, se pas¨® 17 a?os niquelando cadenas en una empresa de Mondrag¨®n. Hab¨ªan llegado de un pueblo de Zamora. Como casi todos los que viven en el barrio de San Andr¨¦s, con una mano delante y otra detr¨¢s. Extreme?os, andaluces, gallegos. Su idea era ganar algunas perras y volverse al calor de su tierra, pero fue pasando el tiempo y tuvieron hijos, y pas¨® m¨¢s tiempo y tuvieron nietos. Y Agustina -como muchas de las mujeres mayores de este y de tantos otros pueblos de aluvi¨®n- se encontr¨® con que ten¨ªa un nieto que se llamaba Adei y que iba a una escuela en la que se habla un idioma que ella jam¨¢s conseguir¨ªa descifrar. Y, roto el sue?o de volver, decidieron quedarse, y se integraron, y consiguieron hacer del humilde barrio de San Andr¨¦s -edificios id¨¦nticos de cinco plantas sin ascensor- un buen lugar para vivir. E Isa¨ªas padre consigui¨® ser el representante de Seguros Ocaso, e Isa¨ªas hijo cobraba los recibos por todos los portales del barrio, cinco pisos para arriba y cinco pisos para abajo. Y luego se integr¨® en un equipo de f¨²tbol, y hasta se meti¨® en pol¨ªtica.
-En pol¨ªtica no -tercia su primer entrenador- en pol¨ªtica no. A ¨¦l le gustaba ayudar, y por eso se puso a organizar esto y lo otro, y luego vinieron las cosas rodadas.
Las cosas rodadas quiere decir que ser socialista y de UGT en Mondrag¨®n no es lo mismo que serlo en C¨¢diz. Que te miran, que te se?alan. Que un d¨ªa Isa¨ªas sale elegido concejal y le ponen escolta. Y entonces por el barrio de San Andr¨¦s se ve a un obrero saliendo y entrando del bar -del Toki Eder sin ir m¨¢s lejos- con dos guardaespaldas detr¨¢s.
-Pero yo te digo a ti que en San Andr¨¦s nadie lo miraba mal.
Pero alguien -eso lo saben todos, por eso nadie quiere prestar su nombre- tuvo que ser. Alguien que dijera a la hora que entraba a trabajar en el peaje de la autopista, alguien que pasara la matr¨ªcula de su coche. Alguien. Siempre hay alguien. Y eso es lo que -a los vecinos reunidos esta tarde lluviosa en la plaza de Mondrag¨®n- les trae de cabeza. "Si yo te contara de esta mafia, pero no te puede contar". Donde no hay siempre hay alguien es en las ventanas. Cerradas. S¨®lo en algunas se adivina alguien detr¨¢s de los visillos. Y en otras, la bandera que pide el acercamiento de los presos. Esas son las ¨²nicas ense?as visibles en Mondrag¨®n. Los trapos blancos que piden el acercamiento de los presos de ETA y los carteles morados que exigen la abstenci¨®n en las elecciones de hoy.
Cuando Uriarte termina de hablar, los pol¨ªticos llegados de Madrid se van entre grandes medidas de seguridad. Varias parejas de francotiradores de la polic¨ªa vasca vigila su marcha desde los balcones. S¨®lo se quedan los concejales socialistas vascos. Hablando entre s¨ª. Reconfort¨¢ndose los unos a los otros, como no queri¨¦ndose ir de all¨ª, porque irse significa volver al miedo, a un miedo conocido, trillado, el de no poder bajar la basura, un miedo que ETA -m¨¢s d¨¦bil que nunca pero igual de asesina que siempre- quiere extender m¨¢s y m¨¢s.
-Yo me vine cuando los padres de ¨¦l. Har¨¢ 40 ¨® 50 a?os. Mi marido estuvo alojado de pupilo en una de esas casas.
A la puerta del n¨²mero 6, donde viv¨ªa Isa¨ªas, se llega ahora por una vereda de rosas rojas, decenas, cientos de rosas rojas, algunas pisoteadas. Las mujeres mayores como Agustina se paran y se santiguan, encienden una vela y luego se van, arrebujadas en sus abrigos, tristes, llorando, como aves enfermas que no pudieron emigrar.
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