Sexo en Nueva York
Cada esc¨¢ndalo sexual en Estados Unidos viene a confirmar a los ojos europeos el puritanismo de un pa¨ªs que es capaz de destituir a un gobernador por haber utilizado los servicios de una prostituta, pero ni se plantea la destituci¨®n de un presidente por el error de una guerra que est¨¢ a punto de costarle 4.000 vidas. Planteado as¨ª, nada que objetar. La desproporci¨®n es tan descomunal que sobra toda explicaci¨®n. Pero, como suele ocurrir, eso es s¨®lo un ¨¢ngulo de esta historia, que tiene m¨¢s y m¨¢s complejas interpretaciones.
Fuera de peque?as faltas que no conllevan habitualmente procesamiento judicial, el gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, no ha cometido m¨¢s delito, por lo que se sabe hasta ahora, que el de pagar (mucho) por sexo. Eso ha sido suficiente como para que la oposici¨®n le amenazase con abrir un proceso de destituci¨®n (impeachment) si no renunciaba en 48 horas. Convencido de que sus propios compa?eros de partido votar¨ªan contra ¨¦l, Spitzer se fue.
El hecho de que el gobernador sea dem¨®crata y la oposici¨®n republicana no tiene ning¨²n valor en este caso porque hubiera ocurrido lo mismo a la inversa. La condena a Spitzer se extiende por todo el abanico imaginable de edades, razas, ideas o condici¨®n social.
El conflicto que aqu¨ª se plantea no es ideol¨®gico, es moral y, en cierta medida, pol¨ªtico. Spitzer no es castigado por haber practicado sexo con una prostituta. No se castiga al cliente n¨²mero 9, se castiga al pol¨ªtico en el que los neoyorquinos hab¨ªan depositado su confianza para acabar con el crimen y la corrupci¨®n. Nueva York no est¨¢ escandalizada por la narraci¨®n er¨®tica de los informativos, est¨¢ deprimida por la ca¨ªda de un h¨¦roe.
Por lo general, cuando los europeos eligen a un cargo p¨²blico saben que eligen a un ser humano, a un pecador, que si no est¨¢ pecando ahora, ha pecado o pecar¨¢. Aqu¨ª no, aqu¨ª se eligen h¨¦roes. Spitzer gan¨® con m¨¢s del 60% de los votos y era un adalid de rectitud y limpieza. Su voz hac¨ªa temblar a Wall Street, al crimen organizado y a las redes de prostituci¨®n tanto como el vuelo de Superman. Spitzer se hab¨ªa convertido en un h¨¦roe. Como un h¨¦roe fue en su d¨ªa Rudy Giuliani.
Observar el actual panorama electoral norteamericano es como recorrer una galer¨ªa de h¨¦roes. ?Qui¨¦n duda en reconocerle esa distinci¨®n a John McCain, el soldado capturado por el enemigo que prefiri¨® el sufrimiento de la tortura antes que abandonar a sus compa?eros! Heroica es tambi¨¦n la trayectoria de Barack Obama, el joven negro surgido de la pobreza y la discriminaci¨®n. Y, aun siendo la m¨¢s mortal, tambi¨¦n Hillary Clinton destaca como la hero¨ªna que soport¨® el acoso de la extrema derecha y salv¨® a su familia de la deshonra y el olvido.
Cualquier lector en Europa puede hacer el ejercicio de buscar entre sus pol¨ªticos locales similares rasgos de hero¨ªsmo a ver si los encuentra. Aqu¨ª, desde Eisenhower, Kennedy o Reagan hasta el m¨¢s modesto dirigente del condado presenta credenciales de divinidad. Por eso, luego no se le perdonan debilidades humanas. ?Alguien puede imaginarse el shock que sufrir¨ªa este pa¨ªs si ma?ana se supiese que Obama enga?a a su mujer?
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