Salto sin red
Dec¨ªa el escritor austriaco Wolf Haas, a trav¨¦s de un ¨¢lter ego, en su nueva novela El clima desde hace quince a?os, que hab¨ªa dejado de escribir novelas policiacas porque nunca faltaba un cr¨ªtico imprudente que desvelara el argumento. En este delito literario se puede caer con facilidad, sobre todo si la novela que se rese?a no ofrece nada m¨¢s que m¨¦dula argumental. ?ltimamente se han publicado excelentes novelas de g¨¦nero. Novelas que intentan ofrecer algo m¨¢s que el trillado circuito de comienzo-nudo-desenlace. La avalancha de detectives que se han incorporado a la tripleta cl¨¢sica de los Sam Spade, Phillip Marlowe y Lew Archer es variada y cada uno de ellos arrastra una caracter¨ªstica distintiva que los hace r¨¢pidamente tan identificables como c¨®mplices de sus lectores. Desde detectives ¨¢vidos consumidores de diccionarios hasta aquel noruego que no puede vivir sin su pez de colores, todos tienen un rasgo entra?able, adem¨¢s de alguna pena intransferible con la que apechugan en su diaria responsabilidad indagatoria. Pero a veces da la impresi¨®n de que el g¨¦nero ya no tiene salidas, que tendremos, a los que nos gusta leer de vez en cuando alguna novela policiaca o negra, que resignarnos a la estructura formularia de rigor, al desenlace inesperado pero falto totalmente de alma. Por suerte siempre hay alguien dispuesto a ciertas renovaciones tem¨¢ticas y formales. Mankell ayud¨® bastante, Fred Vargas no menos con su renovada novela de enigmas, en espa?ol yo no dejar¨ªa de leer a Guillermo Mart¨ªnez (sobre todo La muerte lenta de Luciana B.) y Karin Fossum, que escribe una profunda indagaci¨®n en Una mujer en tu camino.
Balas de plata
?lmer Mendoza
Tusquets. Barcelona, 2008
254 p¨¢ginas. 17 euros
Si menciono todo ello es porque tiene bastante que ver con Balas de plata, el nuevo libro del escritor mexicano ?lmer Mendoza, y reciente Premio Tusquets de Novela. Tiene que ver con su aire de riesgo asumido. Ese salto sin red hacia un lector que tendr¨¢ que fijar su mirada no s¨®lo en su trama sino en su propuesta estil¨ªstica y no menos tambi¨¦n en su reformulaci¨®n de algunos mitos cl¨¢sicos de la novela negra. Edmund Wilson no entend¨ªa que la novela negra le interesara tanto a T. S. Eliot (como tambi¨¦n interes¨® a Sartre, Gide y, entre nosotros, al gran poeta Luis Cernuda). Sobre todo teniendo en cuenta que entonces -en 1944- el c¨¦lebre cr¨ªtico ya consideraba la novela negra totalmente muerta, y para ello remit¨ªa a sus lectores al fracaso para ¨¦l de El halc¨®n malt¨¦s, de Dashiell Hammett. A Wilson, tan amante de Poe, le molestaba de Hammett precisamente su descripci¨®n de "la fr¨ªa brutalidad del hampa". Yo creo que Wilson no supo ver en este g¨¦nero sus posibilidades po¨¦ticas, que sin embargo s¨ª percibi¨® en la novela de espionaje, sobre todo en Graham Greene.
Balas de plata es una novela negra como la hubiera concebido Hammett. Con ese n¨²cleo filos¨®fico que llevan consigo las mejores novelas de este g¨¦nero: la b¨²squeda, antes que de un culpable, de la verdad. Y con esas posibilidades po¨¦ticas que Wilson les negaba. La violencia (rep¨¢rese c¨®mo comienza: "La modernidad de una ciudad se mide por las armas que truenan en sus calles"), la corrupci¨®n son dos ingredientes demasiados apetecibles como para no transformarlos en materia narrativa. ?lmer Mendoza no escatima ciertos lugares comunes: un detective (Edgar Mendieta, funcionario de la Polic¨ªa mexicana, no demasiado inmune a las corruptelas que lo rodean, que adem¨¢s consume ansiol¨ªticos), una bella mujer gracias a la cual se sufre un enamoramiento fatal, una red de empresarios corruptos y narcotraficantes con el poder suficiente para poner y deponer candidatos presidenciales, y en medio de todo ello, una serie de cr¨ªmenes tras los cuales se cierne el peligro (muy de nuestro tiempo) de someterlos a la impunidad. (Un ¨²nico y min¨²sculo reproche: las dos o tres recetas culinarias). Balas de plata bebe, con personal¨ªsimo criterio, de Hammett: Cosecha roja y El halc¨®n malt¨¦s. De una es el paisaje de una violencia casi metaf¨®rica. Y de la otra, la amarga desilusi¨®n sentimental. Pero la novela de ?lmer Mendoza es sobre todo algo m¨¢s. Es su lenguaje, su estructura sint¨¢ctica, su potencia el¨ªptica, su v¨¦rtigo estil¨ªstico. Y es la convivencia de registros y c¨®digos mediante los cuales el relato omnisciente, soberbiamente neutral, pr¨¢cticamente no tiene que indicarnos los m¨²ltiples caracteres humanos que pueblan esta intensa y luminosa historia. -
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