"Con 104 a?os y tras ver la Expo podr¨¦ morir tranquilo"
Guillermo Herrera acaricia la taza del descafeinado con cari?o y con ella se calienta las manos en una fr¨ªa ma?ana zaragozana. Ha llegado al centro de la capital, en plena plaza de Espa?a, despacito. No tiene prisa. Es lo que ocurre cuando uno ya ha cumplido 104 a?os. Este ma?o de adopci¨®n y guadalajare?o de nacimiento tiene el honor de ser el voluntario de Expo Zaragoza con mayor edad de los 6.000 que sirven ya. "Fue por casualidad. Paseaba por el centro de Zaragoza cuando se acerc¨® una azafata y me dio informaci¨®n. No lo dud¨¦ y me apunt¨¦ de inmediato", recuerda con satisfacci¨®n.
Herrera es de poco comer y mucho hablar. Se puede pasar delante de un caf¨¦ horas y horas. Y con una lucidez que llega a asombrar. Recuerda coplas, nombres de su infancia y todo tipo de an¨¦cdotas. "Las chicas del voluntariado me cuidan muy bien. A veces es muy cansado por la cantidad de horas que dura un acto, pero reconozco que es muy divertido".
Es el voluntario m¨¢s anciano de los 6.000 que preparan la cita de Zaragoza
Herrera ha trenzado su vida al ritmo de la historia: tuvo una f¨¢brica de jab¨®n hasta la Guerra Civil, pero los productos qu¨ªmicos le da?aron el est¨®mago y le dejaron fuera de juego. Mont¨® una granja en la posguerra. Y acab¨® su vida laboral, hace ya tantos a?os, vendiendo piensos en seis tiendas.
Hoy, su jornada sigue empezando a las ocho y media de la ma?ana. ?l mismo se prepara un zumo de naranja con dos o tres piezas. Lo acompa?a con 12 almendras. Tras asearse y afeitarse, el caf¨¦ con leche y dos tostadas. Despu¨¦s se va a andar dos o tres horas, si no tiene ninguna actividad de voluntariado. Come tarde y "poco", seg¨²n reconoce. Tras una siesta de dos horas, se dedica a escribir coplas o a montar en una bicicleta est¨¢tica. "Y los d¨ªas que estoy mucho tiempo delante de la m¨¢quina de escribir hago ejercicio a las once, antes de ir a dormir".
Hoy en Zaragoza bebe despacio, saborea el caf¨¦, que intercala con alg¨²n bocado a un pincho de pastel de pescado. Seg¨²n pasa el camarero, con gran desparpajo, le pide una servilleta. "Tengo unas ganas inmensas de que se inaugure la exposici¨®n. Ya queda menos. Cuando he ido a ver las obras, me han sorprendido much¨ªsimo. Despu¨¦s de verla, creo que ya me puedo morir tranquilo". Pero este voluntario tiene una salud de hierro: "Mi yerno, que tiene 80 a?os, me dice de broma que va a cambiar su testamento y que me va a poner como beneficiario a m¨ª", r¨ªe de forma picarona. Es el marido de su ¨²nica hija, de la que tiene tres nietos y cinco bisnietos.
En la Expo, ¨¦l acompa?ar¨¢ a otros mayores y les ense?ar¨¢ los pabellones m¨¢s llamativos. Ser¨¢n pocas horas al d¨ªa y en las fechas que ¨¦l mismo elija, dada su edad. Su paso por ah¨ª le ha tra¨ªdo gratas sorpresas. Herrera se tuvo que separar de su hermana cuando ten¨ªa siete a?os. Desde entonces nunca supo m¨¢s de ella. Ahora ha podido conocer a sus dos sobrinas gracias a que ha salido en televisi¨®n un par de veces. "Vieron que los apellidos coincid¨ªan y empezaron a investigar hasta que dieron conmigo. Han venido a Zaragoza y ya nos conocemos. Ha sido muy emotivo", reconoce mientras sus ojos se enrojecen ligeramente.
Ha pasado una hora desde que Guillermo Herrera se sent¨® en la mesa de madera. Tras apurar el caf¨¦, recoge las servilletas y la cucharilla junto a la taza. La conversaci¨®n contin¨²a.
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