Un valle de l¨¢grimas
Las fechas tienen su propio centro de gravedad. 1968 no s¨®lo fue el a?o del nacimiento de la revoluci¨®n estudiantil en Par¨ªs, tambi¨¦n enterr¨® a Marcel Duchamp, el m¨¢s destructivo y audaz de todos los artistas de la historia, despu¨¦s de Picasso. El mismo a?o se testific¨® una nueva revisi¨®n muse¨ªstica del minimalismo y el comienzo organizado del arte conceptual, cuyo n¨²cleo duro lo formaba el grupo del cr¨ªtico y m¨¢nager neoyorquino Seth Siegelaub: Lawrence Weiner, Joseph Kosuth, Robert Barry, Douglas Huebler y Dan Graham llevaron un paso m¨¢s all¨¢ la idea de reproducci¨®n y distribuci¨®n nacida del movimiento pop. La llamada "desmaterializaci¨®n" del arte hab¨ªa nacido de las discrepancias en la consideraci¨®n del ready-made, como un acto enunciativo ("declaro que este urinario es una obra de arte"), o como la anulaci¨®n de dicha elecci¨®n que, en palabras de Duchamp, llevar¨ªa a la "reacci¨®n de indiferencia visual, la anestesia absoluta".
Desde que el arte es 'oficialmente' revolucionario, se ha transformado en un evento de vida muy corta
Duchamp fue al arte lo que la velocidad al tiempo. Su coraje fue extraordinario. Invent¨® la idea de la "copia original" en 1935, el mismo a?o en que Walter Benjamin y Andr¨¦ Malraux contemplaron el destino del arte en manos de la reproducci¨®n. La poes¨ªa de Duchamp es inconcebible sin su trabajo con y a trav¨¦s de la banalidad. Fue un posrom¨¢ntico revolucionario, un presituacionista. Un error afortunado en la Historia del Arte.
Las aventuras de la Modernidad se cuentan como momentos ef¨ªmeros seg¨²n el cociente de su caracterizaci¨®n formal y de los pliegues en los que desigualmente se invierte. Para el fil¨®sofo Jacques Ranci¨¨re, el arte como "la vida de las formas", en el sentido aut¨®nomo, debe oponerse al arte como "vida real" y (posiblemente) aut¨¦ntica revoluci¨®n. ?sta fue la astucia de los integrantes de la Internacional Situacionista (1957-1972) al enfrentarse al ascenso de la sociedad de consumo mediante la creaci¨®n de "situaciones" y derivas subversivas. Promover la lucha de clases mediante "la batalla del tiempo libre" fue una de sus proclamas. Pero antes que art¨ªstica, la situacionista fue una vanguardia pol¨ªtica que intent¨® hacer realidad sus estrategias cr¨ªticas en intervenciones en la calle. En 1966, cuatro a?os despu¨¦s del cisma que llev¨® al movimiento a abandonar sus estrategias culturales, el n¨²cleo duro particip¨® en la primera revuelta estudiantil en Francia, en la Universidad de Estrasburgo, que estuvo orientada por el op¨²sculo escrito por Mustapha Khayati, Sobre la miseria en el mundo estudiantil. Un a?o m¨¢s tarde vieron la luz sus dos cr¨ªticas m¨¢s importantes de la cultura capitalista, La revoluci¨®n de la vida cotidiana, de Raoul Vaneigem, y La sociedad del espect¨¢culo, de Guy Debord, dos textos decisivos para que se produjera el levantamiento de Mayo del 68.
Desde que el arte es oficialmente revolucionario, se ha transformado en un evento de vida muy corta, inocentes sabotajes que acaban dando sentido a la continuidad de la Historia. Como consecuencia, se ha ido creando toda una industria de la nostalgia (este mismo art¨ªculo) que acaba siendo c¨®mplice de la amnesia y la par¨¢lisis del pensamiento de una sociedad fr¨ªgida que s¨®lo se siente estimulada por los artificios del consumo y la moda. Que un individuo como Thomas Krens, quien hasta hace unas semanas fue el ide¨®logo de la llamada marca Guggenheim, haya afirmado en este mismo peri¨®dico que en Abu Dabi se propone hacer "algo grande, fara¨®nico" sin que cr¨ªtico alguno desenvaine su espada, quiere decir que El Sistema ha dejado el globo bien barrido y despejado para las manipulaciones de los grandes visionarios corporativos. Vivimos en una historia estandarizada en perpetuo cambio que nos devuelve peque?os fragmentos de revueltas que suenan a la imagen del Che estampada oportunamente en la sudadera de un joven universitario.
En este sentido, la noci¨®n de "revoluci¨®n" tiene hoy un aparente car¨¢cter anacr¨®nico. Desde la Comuna de Par¨ªs, en 1871, hasta el movimiento activista alem¨¢n de la primera d¨¦cada del siglo, la citada Internacional Situacionista, el Activismo Vien¨¦s, la ca¨ªda del muro en 1989 y hasta, posiblemente la ¨²ltima manifestaci¨®n revolucionaria, en 2001, con las masivas protestas en la cumbre de los G8 en G¨¦nova, el largo siglo XX ha sido una concatenaci¨®n de arte y revoluci¨®n, si bien esta uni¨®n ha sido resbaladiza, llena de momentos de fragilidad y ca¨ªdas. Un valle de l¨¢grimas. Una de las tesis situacionistas, Sobre la Comuna de Par¨ªs (1962) anuncia: "El ¨¦xito aparente del movimiento revolucionario se halla, en realidad, en sus fracasos esenciales, mientras que sus fracasos son sus ¨¦xitos m¨¢s notables".
Por lo que se refiere al arte de las dos ¨²ltimas d¨¦cadas, los deseos ut¨®picos empiezan y acaban en "formas de resistencia" encadenadas en un sinf¨ªn de conexiones micropol¨ªticas. Artistas como Hans Haacke, Adrian Piper, Martha Rosler, Leon Golub, Nancy Spero, Krzysztof Wodiczko, Zoe Leonard, Andrea Fraser o las actividades de colectivos y guerrillas neosituacionistas nacidos en los ochenta con la crisis del sida (los grupos ACT-UP, Grupo Material, General Idea, Gran Fury, Border Art Ensemle, RePo History) se resistieron a la regresi¨®n ideol¨®gica del arte. Estos movimientos han tenido que convivir con el giro reaccionario en pol¨ªtica, acompa?ado por otro en est¨¦tica, como se evidenci¨® con la resurrecci¨®n de formatos considerados "viejos", como la pintura al ¨®leo y la estatuaria en bronce. Entonces, y a¨²n hoy, el mundo del arte se hab¨ªa entregado al mercado como nunca antes.
El tiempo en el arte, como en una novela de Proust, tiene sus eclipses. Leemos nuestros deseos, nuestra subjetividad, en las demoliciones de la Utop¨ªa. Y cuando uno camina por el paseo del Prado, siente que la revoluci¨®n descansa en las salas de El Bosco, Goya, Manet. Y que el cansancio pol¨ªtico y la desmoralizaci¨®n adoptan las gigantescas formas de los torsos yacentes de Igor Mitoraj. -
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.