Sabor a ti
De vez en cuando salta a los medios: se ha presentado la disecci¨®n de una persona como "acci¨®n" art¨ªstica -?ser¨¢ porque el medi¨¢tico forense lleva cierto atuendo que recuerda al "disfraz de artista" del viejo Beuys?-.
Para muchos es una noticia con algo de leyenda urbana, intrascendente, de esas que rellenan los telediarios. Se pasa r¨¢pido, como los cientos de anomal¨ªas que escupe la televisi¨®n a diario -otros lo llamar¨ªan el mundo-. De pronto se ilumina con una luz vehemente porque abre un debate aburrido y reiterado sobre el arte actual y su obsesi¨®n hacia lo desagradable. Son sus detractores m¨¢s furibundos los que m¨¢s hablan de ese arte, qu¨¦ curioso. Quiz¨¢s incluso sean ellos los que se ocupan de expandir la leyenda: "Hasta muertos usan".
Pero tenga o no la noticia alguna verosimilitud, merece la pena recordar lo inocente que parece ahora Orlan, sometida durante los a?os noventa a innumerables operaciones de est¨¦tica -p¨®mulos en la frente, labios abultados, barbilla ins¨®lita...- que subvert¨ªan la consigna de la belleza de quir¨®fano entonces: que no se note. Y daba pie Orlan a debates sobre la pertinencia y hasta el derecho de someter el propio cuerpo a tantos vaivenes del bistur¨ª en nombre del arte. La prestigiosa Art Press dedicaba al fen¨®meno cultural, en 1995, un monogr¨¢fico en el que participaba Michel Onfray, quien acababa de publicar La raison gourmande, una historia de la filosof¨ªa a trav¨¦s del gusto, propuesta de un cuerpo l¨²dico recuperado.
El cuerpo y sus desbordamientos han ido acompa?ando a Onfray desde entonces, divididos los intelectuales franceses entre los arrobados y los detractores. Ap¨®stata de la academia y de la filosof¨ªa can¨®nica, el Zaratrusta del siglo XXI dicen los hiperb¨®licos, se lamenta en uno de sus ¨²ltimos libros, La fuerza del existir. Manifiesto hedonista (Anagrama, 2008) -muy curioso libro, por cierto- de la complacencia del arte contempor¨¢neo hacia "las taras de nuestra ¨¦poca", los "deshechos" -los llama- "escatol¨®gicos", "de la raz¨®n pura"...
No s¨¦ si entre las "taras de nuestra ¨¦poca" se hallar¨¢n las disecciones en scene del remedo forense de Beuys; si estar¨¢ pensando Onfray en ese interminable paseo urbi et orbi de un cad¨¢ver papal maquillado -que no se note-, traslado incongruente de lo at¨¢vico a la tecnolog¨ªa casera. O si habr¨¢ tenido en mente las nuevas taras de quir¨®fano que, habiendo superado la exageraci¨®n visionaria de Orlan, exhiben con naturalidad su artificio en el estanco, en el tinte... La cirug¨ªa est¨¦tica, desbordamiento de s¨ª misma.
Qu¨¦ obsesiones hacia los cuerpos y sus sobras y no s¨®lo en el arte contempor¨¢neo. Cada noche, miles de personas se sientan frente al televisor para ver series de hospitales, polic¨ªa forense, funerarias... Cuerpos pustulados, diseccionados, embalsamados, o supuestas bellezas homog¨¦neas que la pantalla devuelve sin olores ni sabores espec¨ªficos, anhelo de la realidad retocada en sus peculiaridades -otra suerte de deshecho al fin-.
Quiz¨¢s sea ese miedo el que proponen desenmascarar ciertas formas de arte contempor¨¢neo, m¨¢s all¨¢ de las leyendas urbanas que confunden producci¨®n art¨ªstica con curiosidad de barraca. No es relevante lo que se muestra, sino c¨®mo se exhibe. Por este motivo La se?ora picada de viruelas de Florence Henri -cara tatuada por la enfermedad, garganta resaltada por el collar de conchas- tiene poco de esp¨¦cimen para tratado dermatol¨®gico. Es otra de las mujeres modernas que conforman el maravilloso cat¨¢logo de la concertista de piano y creadora en el periodo de entreguerras. Esta foto de Henri puede verse en De lo Humano, junto con otros retratos fotogr¨¢ficos de la primera mitad del XX que hacen gala de las particularidades de cada anatom¨ªa. Ah¨ª debe radicar la belleza: en la variedad irrepetible de lo humano.
De lo humano. Fotograf¨ªa internacional. 1900-1950. Museo Picasso de M¨¢laga. Palacio de Buenavista. San Agust¨ªn, 8. M¨¢laga. Hasta el 25 de mayo.
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