El laboratorio de la regresi¨®n
La derecha italiana se ha soltado el brazo. Berlusconi, fiel a sus bravuconadas, ha hablado del retorno de las falanges a Roma, como si el fascismo fuera un episodio divertido de la historia de Italia. Alcaldes de la nueva mayor¨ªa -el de Treviso, en una entrevista en este mismo peri¨®dico- alardean de que su pol¨ªtica sigue los valores del fascismo y del catolicismo. El saludo fascista irrumpe en las celebraciones de los vencedores. El desprecio a la libertad de expresi¨®n y a la separaci¨®n de poderes es el pegamento que une a los diversos grupos de la mayor¨ªa berlusconiana. El odio a los perdedores -sea la gente del Sur, sean los inmigrantes- es el alpiste espiritual con el que la Liga y los posfascistas motivan a sus ciudadanos. Con todo este repertorio no hay ninguna duda de que el culto al dinero y la insolencia se han adue?ado de Italia. Lo m¨¢s grave, sin embargo, es la impunidad. A?os atr¨¢s estos pol¨ªticos gritones que creen que el mundo es una pelea de machos no habr¨ªan osado dejar rienda suelta a sus ocurrencias racistas, xen¨®fobas y fascistas. Sab¨ªan que la opini¨®n p¨²blica lo hubiera rechazado: la memoria del fascismo y del nazismo estaba viva. El antifascismo era el lugar com¨²n contra el que se hab¨ªan construido los reg¨ªmenes de posguerra. El fascismo s¨®lo ten¨ªa sitio al margen del sistema. Ahora, en una Europa en la que la globalizaci¨®n toma, entre otras, la forma de inmigraci¨®n masiva, el racismo, la xenofobia y el fascismo son los materiales con los que se teje el discurso populista. La izquierda y la derecha liberal tienen buena parte de culpa, por tener demasiado miedo a los miedos de la gente. Y por encogerse a la hora de defender los valores b¨¢sicos de respeto igual a todos y de reconocimiento al otro.
La ley no la hace el ¨²ltimo que llega, sino todos los que est¨¢n aqu¨ª. Y todos tienen la obligaci¨®n de cumplirla
Sarkozy no tuvo reparo en la campa?a electoral francesa en pisar todas las l¨ªneas rojas del fascismo y la xenofobia. La coartada era el lepenismo: se trataba de dejarle sin discurso. Mal negocio si para liquidar al lepenismo se tiene que asumir su miserable cultura del odio al extranjero. En Espa?a, la derecha ense?¨® los dientes al hablar de inmigraci¨®n en la campa?a electoral, con exigencias no por rid¨ªculas menos preocupantes sobre las costumbres de los inmigrantes. Su rechazo a la ley de memoria hist¨®rica no pod¨ªa disimular un intento de blanquear el franquismo e igualar la legalidad fascista y la legalidad republicana. Algunos dir¨¢n que en una sociedad democr¨¢tica no hay espacio para los tab¨²es. Y que es bueno que la gente diga lo que piensa. Al fin y al cabo, el racista s¨®lo se perjudica a s¨ª mismo, porque, como dec¨ªa Aim¨¦ C¨¦saire, al querer reducir a la animalidad a una parte de la especie humana no hace m¨¢s que animalizarse a s¨ª mismo. Pero una sociedad democr¨¢tica requiere un m¨ªnimo de valores compartidos y entre estos no caben el racismo ni la xenofobia, que son contrarios al reconocimiento mutuo en que se funda una sociedad en la que todos deber¨ªamos tener iguales derechos.
M¨¢s bien a lo que estamos asistiendo es a una perversi¨®n de la democracia, que sit¨²a las opiniones de los ciudadanos por encima de los valores que la hacen posible. La derecha y parte de la izquierda justifican sus desvar¨ªos populistas con el argumento de que es lo que la gente piensa. ?Cu¨¢l es la funci¨®n de un l¨ªder o un partido democr¨¢tico: difundir los valores democr¨¢ticos a asumir las bajas pasiones de la ciudadan¨ªa? Seg¨²n una encuesta de las Cajas de Ahorros, en 1990 s¨®lo el 8% de los espa?oles sent¨ªa rechazo por los extranjeros, hoy lo siente el 32%. Naturalmente, es el contacto con el otro el que despierta las pulsiones racistas. ?Cu¨¢l es la funci¨®n de los gobernantes: dar gusto a este 32% o demostrar que los problemas de convivencia pueden resolverse sin detrimento de los valores democr¨¢ticos b¨¢sicos?
?Por qu¨¦ una parte de la ciudadan¨ªa reacciona as¨ª? Por miedo y por la legitimaci¨®n del etnicismo (con la correspondiente exaltaci¨®n del multiculturalismo), que ha sido aceptado por la comunidad internacional como v¨ªa de resoluci¨®n de conflictos, por ejemplo, en la ex Yugoslavia. Hace tiempo que el miedo viene siendo alimentado desde muchos ¨¢mbitos de poder. La inmigraci¨®n y el terrorismo islamista han sido utilizados sistem¨¢ticamente -y a veces entrelazadamente- para sembrar inseguridad en la ciudadan¨ªa. Los ciudadanos temerosos son m¨¢s f¨¢ciles de dominar. El etnicismo es la fantas¨ªa arcaica de la sociedad homog¨¦nea como estado natural del hombre, un sue?o imposible en sociedades que ya siempre ser¨¢n heterog¨¦neas, que s¨®lo pretende excluir del poder a unos muchos. Resultado: la calidad de la democracia est¨¢ en juego. El estallido de la desverg¨¹enza neofascista en Italia coincide con las noticias sobre un plan de la Uni¨®n Europea para deportar a ocho millones de ilegales. El presidente Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, reci¨¦n llegado al poder, hizo una regulaci¨®n masiva de los muchos inmigrantes irregulares que hab¨ªa en Espa?a. Era a la vez un acto de realismo -mejor un inmigrante legal que uno ilegal, es decir, con derechos y obligaciones- y de reconocimiento. Desde entonces la presi¨®n de las derechas europeas ha convertido las regularizaciones en tab¨². Y Zapatero se ha puesto a la defensiva. Ocho millones de personas devueltas a su pa¨ªs es el sacrificio que los gobernantes europeos han decidido celebrar en el altar de los miedos de los ciudadanos europeos. Tiene algo de segunda vuelta de tuerca del colonialismo. Los ciudadanos de las antiguas colonias han alcanzado el coraz¨®n de las viejas metr¨®polis. La respuesta son muros y expulsiones; ?eso es todo lo que Europa tiene que ofrecer? ?No hay nadie ni a derecha ni a izquierda capaz de defender la raz¨®n democr¨¢tica?
Siempre me he manifestado contrario al multiculturalismo. Ciertamente, la ley no la hace el ¨²ltimo que llega, sino el conjunto de los que estamos aqu¨ª. Y a ella tenemos, todos, la obligaci¨®n de someternos. Las barreras que impiden la entrada son muchas y algunas de ellas ignominiosas -como las vallas de Ceuta y Melilla. Expulsar masivamente a los que consiguen entrar y hacer de ello bandera s¨®lo puede entenderse desde una idea equivocada de la democracia que da carta de naturaleza a la demagogia, desde el recurso innoble al populismo, desde la miserable especulaci¨®n con el miedo de la gente, que disimula mal la incapacidad de dar soluciones concretas a problemas concretos. El panorama es desolador: con la Uni¨®n Europea dispuesta a hacer un ejercicio de expulsi¨®n masiva propio de un sistema totalitario, lo que ocurre en Italia no es ninguna anomal¨ªa: ?ser¨¢ el laboratorio de la nueva regresi¨®n europea?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.