"Matar a Hitler era una cuesti¨®n de honor"
Dos ¨¢guilas sobrevuelan la torre blanca del castillo de Kreuzberg. Es imposible no pensar en los altivos y audaces tiranicidas Georg y Philipp von Boeselager, los dos hermanos oficiales de la Wehrmacht que, h¨¦roes ambos de guerra, trataron de asesinar a Hitler y se implicaron en la conjura que condujo al atentado frustrado del 20 de julio de 1944, el mayor intento por liquidar al l¨ªder nazi. Georg von Boeselager, as de la caballer¨ªa alemana, muri¨® ese mismo a?o en acci¨®n contra los rusos. Pero Philipp, apenas dos a?os menor, sobrevivi¨® de manera casi milagrosa no s¨®lo a la II Guerra Mundial -durante la que se jug¨® ampliamente el tipo: cinco heridas-, sino a la terrible, despiadada y ciega venganza de Adolf Hitler. Tambi¨¦n ha resistido al tiempo: es, con sus 90 a?os, el ¨²nico superviviente del grupo de conjurados militares que desat¨® la Operaci¨®n Valquiria, y cuya figura emblem¨¢tica, su mano ejecutora, era el coronel Claus von Stauffenberg, el hombre que puso la bomba en la guarida del lobo nazi y al que va a encarnar en el cine Tom Cruise. El conde Philipp von Boeselager (Heimerzheim, Renania, 1917) vive aqu¨ª, en Kreuzberg (Monte de la Cruz), una peque?a poblaci¨®n entre bosques a media hora de Bonn en coche, al pie del castillo que es propiedad de su familia desde 1825 y en el que actualmente reside su hijo. La casa del viejo militar no destaca externamente de las dem¨¢s del pueblo, excepto en que el orgulloso lema de la familia est¨¢ inscrito en la fachada: "Etiam si omnes Ego non" ("Aunque los dem¨¢s [lo hagan o consientan], yo no"). Ante la puerta hay un viejo Mercedes color Afrika Korps y sobre el techo de pizarra se mueve una veleta de hierro en forma de jabal¨ª embistiendo. Von Boeselager, del que se publica ahora en Espa?a una biograf¨ªa centrada en la ¨¦poca de la conspiraci¨®n (Quer¨ªamos matar a Hitler, escrita por Florence y Jer?me Fehrenbach, editorial Ariel), recibe en un amplio y distinguido sal¨®n. Sobre una mesa, entre las fotos de familia, la de un cardenal saludando al papa Benedicto XVI. El viejo combatiente viste con patricia elegancia y exhibe la obsequiosa amabilidad de quien est¨¢ acostumbrado a mandar. Los ojos que una vez se clavaron con odio sobre Hitler son de un azul turbio, y destacan bajo unas cejas en forma de acento circunflejo en un rostro descolgado que sugiere poderosamente un noble, longevo y venerable b¨²ho. Von Boeselager responde a todas las preguntas con paciencia, sin humor ni sentimentalismo.
"El plan era que mi hermano y yo disparar¨ªamos a la vez contra Hitler"
"Nadie me denunci¨®. A los que tortur¨® la gestapo no dieron mi nombre"
"Todo fall¨® porque a la reuni¨®n con Hitler se llev¨® una sola bomba"
Como ayudante de campo del mariscal Kluge desde 1942, conoci¨® usted personalmente a Hitler. ?C¨®mo era? Le vi varias veces. No soy objetivo al hablar de ¨¦l. Normalmente era en el marco de las reuniones con Kluge en el Estado Mayor del Grupo de Ej¨¦rcitos Centro, en Rusia, en las que sol¨ªa haber fuerte controversia. Hitler quer¨ªa un ataque y Kluge no, y viceversa. Yo conoc¨ªa los argumentos del mariscal, estaba a su favor.
?Pero no le impresion¨® Hitler? Para nada. Era imponente el poder que le rodeaba, eso s¨ª; con los guardaespaldas de las SS a su alrededor, uno se sent¨ªa peque?o. Su habilidad para la manipulaci¨®n, de la que tuve muchas muestras, demuestra que psicol¨®gicamente era muy inteligente, astuto. Pero me resultaba profundamente antip¨¢tico.
?Dir¨ªa que Hitler ten¨ªa carisma? Para m¨ª, no. Yo no lo sent¨ª. Pero ya era esc¨¦ptico. Hitler no hab¨ªa respetado el concordato con la Iglesia, y los nazis hab¨ªan asesinado a mi primo Von Ketteler en Viena: la Gestapo le ahog¨® en una ba?era tras el Anschluss. Adem¨¢s, me hab¨ªa enterado de que las SS hac¨ªan cosas grav¨ªsimas. Al principio eran sospechas, pero luego, en la primavera de 1942, encontr¨¦ en uno de los mensajes que deb¨ªa resumir para el mariscal una frase que me intrig¨®. Era del obergruppenf¨¹hrer SS Erich von dem Bach-Zelewski, y ten¨ªa que ver con una acci¨®n en la retaguardia. Mencionaba "tratamiento especial para cinco c¨ªn?garos".
Tratamiento especial. Se lo dije al mariscal. Al cabo de unos d¨ªas, Kluge tuvo una entrevista con ¨¦l; yo estaba presente y lo escuch¨¦ todo. Le pregunt¨® qu¨¦ significa?ba la expresi¨®n. "?Eso? Que los fusilamos". "?Tras un juicio?", continu¨® el mariscal. "?Claro que no! ?A todos los jud¨ªos y c¨ªngaros que cogemos los liquidamos!".
No fue la ¨²nica revelaci¨®n que tuvo del exterminio sistem¨¢tico, del genocidio. Un amigo oficial comparti¨® una cabina de tren con gente de la SD y los oy¨® alardear, ebrios, del asesinato de 250.000 jud¨ªos. Y Von Tresckow lo sab¨ªa por el general Oster, de la Abwehr, la inteligencia militar, que estaba en contacto con Arthur Nebe, general de las SS y jefe de la Kripo, la polic¨ªa criminal. A trav¨¦s de ellos nos enteramos de los campos de exterminio; de cosas muy concretas como los trenes hacia el este, el gas?
?Ese conocimiento fue decisivo para que decidieran matar a Hitler? As¨ª es. Instig¨® a la resistencia. Fue un gran shock para m¨ª. Uno no se pod¨ªa imaginar que ten¨ªamos un gobierno de criminales. Quiz¨¢ alg¨²n ministro corrupto o tonto, pero aquello?
El general Henning von Tresckow, al que usted venera y que se suicid¨® con una granada tras el fracaso del complot del 20 de julio, fue el gran orquestador del grupo de resistencia de ustedes, el alma de la conspiraci¨®n. Von Tresckow era un gran hombre, un patriota, un soldado y un cristiano. Desde 1938 ten¨ªa claro que hab¨ªa que detener a Hitler. A partir de 1942 organiz¨® diversos complots en el seno del Grupo de Ej¨¦rcitos Centro, en Rusia, para matar a Hitler; todos fallaron por una causa u otra, hasta el 20 de julio.
A partir de un momento, ya no era una cuesti¨®n pol¨ªtica, sino moral. Exacto, solamente moral, hab¨ªa que evitar que siguiera muriendo gente. La guerra estaba perdida, nada iba a cambiar la exigencia de rendici¨®n incondicional de los aliados, Alemania iba a ser irremediablemente reducida y ocupada. ?bamos a hacer el atentado por acabar con los cr¨ªmenes, por amor a la patria y por el honor de oficiales. Era una cuesti¨®n de honor. Pens¨¢bamos que, aunque fracas¨¢ramos, al menos demostrar¨ªamos al mundo que hab¨ªa alemanes dispuestos a morir contra un r¨¦gimen indigno. En el futuro, eso ser¨ªa tenido en cuenta de alg¨²n modo. Von Tresckow hablaba de la intercesi¨®n de Abraham por Sodoma ante Yahv¨¦: "?Y si se hallasen all¨ª diez justos?". "Por los diez no la destruir¨ªa".
Era un sacrificio, pues. Un autosacrificio.
?No ten¨ªa miedo? Me preocupaban las consecuencias para mi familia. No tanto la muerte.
?No ten¨ªa dudas? Asesinar a sangre fr¨ªa al jefe del Estado, al que como oficial le hab¨ªa prestado juramento de fidelidad. Millones de compatriotas y de soldados cre¨ªan en Adolf Hitler, ?ten¨ªa yo m¨¢s raz¨®n que ellos? S¨ª, la ten¨ªa. Eso estaba claro. El juramento?, no representaba nada para m¨ª. Yo sab¨ªa que era un compromiso bilateral y que Hitler no hab¨ªa respetado su parte. Pero siempre es duro matar a alguien de cerca, no en un acto de guerra, asesinarlo. Primero se pens¨® en usar pistolas, durante una visita de Hitler al frente ruso. Algunos oficiales de Estado Mayor y de caballer¨ªa, entre ellos mi hermano y yo, nos levantar¨ªamos a una se?al y disparar¨ªamos a la vez. Hab¨ªa que tirar a la cara, porque Hitler llevaba siempre un fino chaleco antibalas y la gorra reforzada con metal. Finalmente se cancel¨® el plan.
Hubo varios intentos fallidos y luego usted consigui¨® aquellos explosivos. S¨ª, hab¨ªa tenido acceso a material tomado a los ingleses; eran mejores, porque los detonadores eran muy silenciosos. Mi hermano me dio orden de proporcionar a Von Stauffenberg una maleta con explosivos.
?Us¨® finalmente el coronel los suyos en el atentado del 20 de julio? Hay cierta controversia al respecto. S¨ª, es bastante seguro que eran los m¨ªos.
?Cu¨¢l era su papel en la Operaci¨®n Valquiria? Deb¨ªa mover mi unidad de caballer¨ªa, seis escuadrones, desde el frente hasta un punto a 200 kil¨®metros atr¨¢s, donde dejar¨ªamos los caballos, montar¨ªamos en camiones, nos desplazar¨ªamos hasta un aer¨®dromo en Polonia y volar¨ªamos a Berl¨ªn Tempelhof para unirnos al golpe. Nuestra misi¨®n all¨ª era ocupar los cuarteles 1 y 2 de las SS.
Un golpe de caballer¨ªa, suena rom¨¢ntico. ?Rom¨¢ntico dice? No mucho. Era una de las pocas unidades disponibles y que pod¨ªamos mover, porque la caballer¨ªa ten¨ªa cierta flexibilidad de movimientos para cubrir la retaguardia; eso nos permiti¨® ir hacia occidente sin despertar demasiadas sospechas. Fueron 36 horas a caballo, a toda marcha.
Al fracasar el atentado y el 'coup d'¨¦tat consiguiente'? S¨®lo deb¨ªamos volar si el atentado era un ¨¦xito. Al enterarnos de que Hitler segu¨ªa vivo, dimos la vuelta y regresamos. Pero, claro, yo estaba convencido de que nuestra cabalgada no pod¨ªa haber pasado inadvertida.
Pero tuvo suerte. Nadie me denunci¨®. Los compa?eros a los que tortur¨® la Gestapo tampoco revelaron mi nombre.
Sin embargo, vivi¨® usted un calvario hasta el final de la guerra. Estaba convencido de que me detendr¨ªan y acabar¨ªa colgado. Todo el mundo sab¨ªa que mi hermano y yo ¨¦ramos amigos de Von Tresckow, que yo hab¨ªa hecho esa marcha y contramarcha. Tiempo antes, cuando sol¨ªa volar en las avionetas Cig¨¹e?a sobre el frente, el mariscal Kluge me dio una c¨¢psula de cianuro, por si me cog¨ªan los rusos. A par?tir de entonces la llev¨¦ siempre en el bolsillo superior de la guerrera. Desde el atentado del 20 de julio dej¨¦ siempre abierto el bot¨®n del bolsillo. Cada d¨ªa pensaba que ser¨ªa el ¨²ltimo.
Hasta el final de la guerra no se deshizo de la c¨¢psula. S¨ª, fue el 9 de mayo tras atravesar el Moura, al sur de Graz, cuando con mi regimiento cubr¨ªamos la retirada de todo el cuerpo de caballer¨ªa. Detuve mi montura junto al pretil del puente y arroj¨¦ el veneno al r¨ªo. Luego hice volar el puente. Nos rendimos a los ingleses y en julio regres¨¦ a casa, con la pistola al cinto y mis dos caballos, que me acompa?aban desde 1939.
No s¨¦ qu¨¦ es m¨¢s raro, que sobreviviera usted o los caballos. Uno de los dos era Moritz, mi semi¨¢rabe. Ol¨ªa a los rusos por sus cigarrillos, muy fuertes, apestosos. No le gustaban y relinchaba as¨ª.
El conde imita extraordinariamente la voz del ¨¦quido, el efecto es asombroso. Por un momento, no encuentro qu¨¦ decir.
?Sigue montando? No, tengo mal las rodillas, de la guerra. ?Si lo echo en falta? Bastante suerte tengo ya de estar vivo.
As¨ª que volvi¨® con la pistola, con la que deb¨ªa haberle pegado un tiro a Hitler aquel d¨ªa en Rusia. Bueno, finalmente se lo peg¨® ¨¦l mismo. ?Conserva sus otras cosas de la guerra, su uniforme? El uniforme?, estar¨¢ por ah¨ª.
Usted gan¨® la Cruz de Caballero. ?C¨®mo fue? Me hirieron, pero me qued¨¦ con mis soldados. Destru¨ª algunos tanques y se mantuvo la posici¨®n.
Vaya, dicho as¨ª, hasta parece f¨¢cil. ?Siente nostalgia del ej¨¦rcito? Todos esos amigos que han ca¨ªdo, los del 20 de julio, y los de mi regimiento. Muchos buenos oficiales. Ayer vinieron a verme dos de los supervivientes de mi unidad.
?Se sinti¨® criticado por haber participado en la conspiraci¨®n? Durante mucho tiempo no se supo. Adem¨¢s, despu¨¦s de la guerra, toda la ¨¦poca nazi era tab¨². Aqu¨ª en el pueblo todos nos arremangamos para la reconstrucci¨®n. Nadie preguntaba qu¨¦ hab¨ªa hecho el otro. Era como si la historia hubiese acabado en 1930. Es la generaci¨®n de ahora la que pregunta, los nietos.
?No ha tenido problemas con las asociaciones de excombatientes? No.
?Amenazas? S¨ª, y calumnias. Los neonazis. Llevo veinte a?os dando conferencias sobre mi experiencia personal: c¨®mo me hice soldado, c¨®mo pas¨¦ a la resistencia. Para advertir a los j¨®venes. A veces aparece gente que me ataca, provocadores.
?Siente miedo? No forma parte de mi personalidad tener miedo.
En sus memorias habla mucho de su pasi¨®n por la caza, el urogallo y tal. He ca?zado toda mi vida. Me entusiasmaba cazar lobos.
Pues no consiguieron cazar al m¨¢s peligroso. ?C¨®mo era Von Stauffenberg? Lo vi varias veces, pero hablamos muy poco. Estaba prohibido contactar entre nosotros si no era estrictamente necesario para los planes. A Von Stauffenberg le admiro por su valor. No reun¨ªa las condiciones f¨ªsicas para encargarse del atentado: s¨®lo ten¨ªa una mano y ¨²nicamente con tres dedos. En esas circunstancias, armar la bomba era muy complicado. As¨ª, vea.
El conde Von Boeselager reproduce los movimientos del tullido Von Stauffenberg con los explosivos aquella ma?ana del 20 de julio de 1944 en la Wolfschanze. Resulta estremecedor verle montar la bomba con una sola mano. Por un momento contengo el aliento pensando que si hace un gesto equivocado vamos a volar por los aires. ?Con todas las porcelanas que hay en el sal¨®n! Atornilla el detonador. Acaba. La bomba est¨¢ lista.
Von Stauffenberg fall¨®. Tuvo que actuar de forma precipitada. Us¨® s¨®lo una bomba, en vez de las dos que ten¨ªa, y como yo hab¨ªa recomendado. Con las prisas no s¨®lo no mont¨® la segunda bomba, sino que ni siquiera se la llev¨®. De haberlo hecho, de haber explotado las dos bombas, nadie hubiera sobrevivido en la habitaci¨®n de la reuni¨®n con Hitler.
Todo el plan se aguantaba un poco por los pelos, si me permite que se lo diga. No es que me guste citar a Goebbels, pero no iba errado al tacharles de aficionados. Tiene raz¨®n. Von Stauffenberg ten¨ªa que entrar la bomba, montarla, dejarla junto a Hitler, salir de all¨ª y volar a Berl¨ªn, porque era fundamental para activar Valquiria. Quiz¨¢ fue una locura planearlo as¨ª, pero no parec¨ªa haber otra opci¨®n.
Deb¨ªa de ser un tipo impresionante Von Stauffenberg. Un oficial excelente.
Y bien colocado, con acceso al cuartel general del F¨¹hrer en Rastenburg, la Wolfschance, gracias a su puesto de jefe de Estado Mayor del ej¨¦rcito de reserva. ?sa era la clave. Muy pocos oficiales llegaban tan cerca de Hitler. Y Von Stauffenberg tuvo el valor de hacerlo, de intentar matarle.
La mayor¨ªa de ustedes, el grupo de conspiradores militares, eran arist¨®cratas. 'Von' por aqu¨ª, 'von' por all¨¢. Parece que los nazis, con su brutalidad y groser¨ªa, les inspiraban un disgusto especial. Hab¨ªa pocos gentlemen entre ellos. Eran proletariado. ?Si hubiera visto a Hitler comer! Con los codos en la mesa e inclinado sobre el plato.
Philipp von Boeselager imita grotescamente a Hitler comiendo. Lo hace con verdadero desprecio. La imagen es realmente desagradable, aunque a uno se le ocurre que hab¨ªa motivos m¨¢s relevantes para descalificar al l¨ªder nazi que por sus maneras de mesa.
?Qu¨¦ piensa de la nueva pel¨ªcula sobre la conspiraci¨®n, 'Operaci¨®n Valquiria'? Me alegro de que por primera vez se hable de la resistencia alemana en los pa¨ªses anglosajones. Hasta los a?os cincuenta no lo permitieron, para que no se pensara que las condiciones de paz deber¨ªan haberse arreglado de otra manera.
?Qu¨¦ le parece lo de Tom Cruise como Von Stauffenberg? Dicen que es un actor excelente. Espero que se esfuerce al hacer de Von Stauffenberg y que no haga propaganda de su secta.
?Vio la pel¨ªcula alemana sobre la conjura que dirigi¨® Jo Baier en 2004, y en la que el papel de Von Stauffenberg lo hac¨ªa Sebastian Koch? Era mediocre. Pero hay que reconocer que la situaci¨®n es muy dif¨ªcil de representar.
?Qu¨¦ opina de la revisi¨®n que se ha hecho en los ¨²ltimos a?os del papel real de la Wehrmacht en el genocidio? Libros como 'La Wehrmacht', de Wolfranm Wette [Cr¨ªtica], y la exposici¨®n inaugurada en Hamburgo en 1995 'Guerra de exterminio. Cr¨ªmenes de la Wehrmacht entre 1941 y 1945', han derrumbado el mito de un ej¨¦rcito limpio. La mayor¨ªa de los soldados no sab¨ªa de los cr¨ªmenes. Estaban en el frente y los asesinatos se comet¨ªan detr¨¢s. De seis millones de soldados, sin duda algunos cometieron cr¨ªmenes. Pero en general fueron las SS y las unidades de polic¨ªa.
?C¨®mo ve¨ªan ustedes a las Waffen-SS? Al principio eran 40.000; al final, 950.000. Muchos j¨®venes fueron a parar all¨ª atra¨ªdos por la propaganda, los uniformes, las armas?, sin tener ni idea de la ideolog¨ªa SS. ?Qu¨¦ le puedo decir? Que los 40.000 originales eran sin duda unos puercos.
He visto dos ¨¢guilas sobrevolando el castillo. En la torre ha anidado un halc¨®n.
Me han hecho pensar en usted y su hermano. ?ramos como gemelos. Fue terrible para m¨ª cuando muri¨®, el 29 de agosto de 1944.
Era un personaje rom¨¢ntico. No ten¨ªa nada de rom¨¢ntico mi hermano.
?No? Era un h¨¦roe que dirig¨ªa cargas de caballer¨ªa desarmado. Era un ¨ªdolo para todo el ej¨¦rcito, es cierto lo de ese ataque en el que se olvid¨® de coger su pistola. Y siempre iba con la gorra de oficial, pese a la orden que obligaba a llevar el casco de acero en combate. Los dos lo hac¨ªamos, as¨ª nuestros soldados siempre pod¨ªan identificarnos y ver d¨®nde est¨¢bamos. ?ramos los ¨²nicos en el ej¨¦rcito sin casco.
?Conoci¨® al mariscal Rommel? Lo vi una sola vez. A nivel pol¨ªtico no ten¨ªa ninguna importancia.
Pues Hitler le hizo suicidarse. S¨ª.
No se puede decir que hable de ¨¦l con mucho cari?o. No, la mayor¨ªa de los generales fracasaron a nivel pol¨ªtico, y yo he aprendido que un oficial tiene unas responsabilidades que no se limitan s¨®lo a lo militar. Von Tresckow trat¨® de unir a los mariscales para deponer a Hitler y no lo consigui¨®.
?No fue Von Manstein el que solt¨® aquello de "los mariscales de campo prusianos no se amotinan"? "De pol¨ªtica no entendemos", dec¨ªan. Era algo incre¨ªble.
Lo del lema familiar, ?se puede leer retrospectivamente a la luz de su participaci¨®n en la conjura? Siempre ha sido as¨ª, "ten¨¦is que pensar de forma independiente".
?Eso no es poco alem¨¢n? No, no lo creo. Tengo toda una serie de familiares que han actuado de acuerdo con ello. Lo otro es m¨¢s com¨²n, por supuesto, y m¨¢s f¨¢cil.
Es usted el ¨²ltimo de los conjurados. ?No es eso una carga? S¨ª, una responsabilidad enorme. Trato continuamente de explicar lo que hicimos y por qu¨¦ a los j¨®venes. Es muy cansado. Pero es mi deber.
Philipp von Boeselager ha perdido fuelle. Asegura poder seguir todo lo que haga falta, pero hace una hora ya -llevamos dos y media- que una asistenta ha entrado y ha dicho textualmente: "La se?ora llama a comer", y el quejido de su est¨®mago le traiciona. Antes de marcharme aprovecho para darle el soldadito de plomo, un h¨²sar, que le he tra¨ªdo de regalo -siempre es bueno quedar bien con los ex oficiales de caballer¨ªa de la Wehrmacht, especialmente los que valoran las buenas maneras-. Lo coloca en la repisa de la chimenea y entonces veo la vieja foto. "Es mi regimiento, el 15 ? de Caballer¨ªa de Paderborn, desfilando en Berl¨ªn el a?o 1938. Georg est¨¢ al mando y yo en la primera fila". Percibo una nota de melancol¨ªa en la voz del viejo jinete, o quiz¨¢ es hambre. Le miro ah¨ª de pie tratando de reflejarse en la fotograf¨ªa de esa hueste, esa Reiterverband, que cabalga hacia un destino de sangre y p¨®lvora, y el estr¨¦pito de los cascos de los caballos, la fanfarria de las cinchas y las armas, inunda la habitaci¨®n toda en este acerado d¨ªa en Renania. Es dif¨ªcil sentir afinidad con este seco, marcial y estirado reto?o de la m¨¢s rancia nobleza teutona que disfruta la violencia de la caza, parece incapaz de soltar una l¨¢grima y pronuncia con reverencia la palabra Wehrmacht. Pero Philipp von Boeselager, como el resto de los brave few del 20 de julio, tuvo los reda?os de empe?ar su vida y su nombre para acabar con el mayor monstruo de la historia. As¨ª que es inevitable que, si bien no simpat¨ªa, despierte al menos admiraci¨®n y respeto. Igual que las lejanas ¨¢guilas que, al salir, siguen clavadas en el cielo como dos bellas y crueles insignias.
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