La revoluci¨®n er¨®tica de Auguste Rodin
Una exposici¨®n muestra el lado m¨¢s sensual de la obra del artista
Todo parec¨ªa estar te?ido de sexo en la Europa de finales del XIX y comienzos del XX. De erotismo de alto voltaje. En aquel tiempo y en este lugar arrasaban las teor¨ªas del inconsciente de Sigmund Freud; todos miraban embobados a las mujeres de Gustav Klimt y sus compa?eros vieneses y Courbet escandalizaba con su m¨¢s que expl¨ªcito Origen del mundo. Es en ese entorno de transgresi¨®n permanente donde Auguste Rodin (1840-1917) se embarca en la radical transformaci¨®n de la escultura como se conoc¨ªa hasta entonces. Rompe con los c¨¢nones cl¨¢sicos y propone todo un mundo marcado por, lo han adivinado... el sexo. Esta tendencia se acent¨²a en los ¨²ltimos a?os de su actividad creativa. La Fundaci¨®n Mapfre (www.fundacionmapfre.com) abre ma?ana al p¨²blico una retrospectiva en la que por primera vez se pueden ver en Madrid 33 esculturas (12 bronces, 3 m¨¢rmoles y 18 yesos) y 90 dibujos pertenecientes a las colecciones del Museo Rodin de Par¨ªs. La edad de bronce, El beso, Manos de amantes, La avaricia y la lujuria o Balzac son algunas de las piezas m¨¢s impresionantes y justamente c¨¦lebres. La exposici¨®n se centra en la obra del escultor dedicada expresamente al cuerpo desnudo.
Pablo Gim¨¦nez Burillo, comisario de la exposici¨®n, explica que con su trabajo ha pretendido mostrar dos discursos paralelos: uno relatado a trav¨¦s de las esculturas y otro a partir de los dibujos. "Son dos historias diferentes, inevitablemente conectadas, que cuentan c¨®mo un gran artista transform¨® para siempre la representaci¨®n del cuerpo humano". Los dibujos, aclara, pertenecen a los ¨²ltimos a?os de la vida del creador. "No son bocetos preparatorios de sus esculturas, como podr¨ªa pensarse. Est¨¢n hechos de una manera muy r¨¢pida, mirando directamente a la modelo y no al papel. Despu¨¦s los calca, los siluetea y los colorea. Hizo much¨ªsimos y son piezas muy delicadas. Es tambi¨¦n la forma de expresi¨®n en la que se habla del erotismo de una manera m¨¢s expl¨ªcita".
El desnudo titulado La edad de bronce (1877) recibe al visitante. La humanidad del cuerpo masculino es tal, que Rodin tuvo problemas para convencer a la cr¨ªtica de que era un trabajo tomado del natural y no un molde realizado a partir de una persona. "Elimin¨® todas las referencias hacia lo que hasta entonces hab¨ªa sido algo indiscutible: el canon cl¨¢sico. Con Rodin, las esculturas pasan a ser de carne y hueso, se humanizan", explica el comisario.
En origen, el escultor present¨® esta pieza sin t¨ªtulo, como si rehusase bautizarla. A lo cual, la cr¨ªtica tambi¨¦n puso pegas. Un periodista escribi¨® que se asemejaba a la figura de alguien a punto de terminar con su vida y la bautiz¨® como El suicida. No le hizo demasiada gracia a Rodin, a juzgar por el hecho de que la titul¨® inmediatamente La edad de bronce.
Tras esta embriagadora experiencia aguarda Manos de amantes, obra de 1904. Esculpidas en m¨¢rmol blanco, las dos manos se acarician con gran sensualidad. Con ellas, Rodin alcanza la m¨¢xima depuraci¨®n formal. Las manos eran uno de los temas favoritos del artista. Cuentan que ten¨ªa montones de ellas en su taller. De todos los tama?os y de ambos sexos. En esta escultura se puede apreciar la influencia de Miguel ?ngel en el tipo de bases que utiliza para sus piezas. Son soportes que dan una idea de inacabado. "Es", dice el comisario, "una forma de decir: ah¨ª lo dejo. No lo acabo porque el mundo termina cuando yo lo decido". El non finito de Miguel ?ngel es especialmente evidente en Fugit amor, una obra en la que un hombre y una mujer est¨¢n fundidos en un abrazo. Una escultura que es necesario rodear totalmente para poder aprehenderla en todos sus detalles.
Desde el territorio confortable de la escultura, la exposici¨®n propone un salto al lado m¨¢s oculto de Rodin. Es en sus dibujos donde volc¨® sus mayores obsesiones sexuales. La Europa oficial desarrollaba campa?as contra el amor extraconyugal, la prostituci¨®n y la pornograf¨ªa, las madres solteras y todo lo que escapase a la moral m¨¢s estricta. Pero Rodin nunca se ahorr¨® la expresi¨®n de sus pasiones. Sus much¨ªsimas modelos se convierten en amantes ocasionales. Amigo de Gustav Klimt, pod¨ªan haber rivalizado en n¨²mero de hijos ileg¨ªtimos. Aunque si el austriaco acced¨ªa a cederles su apellido, Rodin nunca lo hizo. Ya se sabe que insaciable apetito sexual no suele corresponderse con la responsabilidad.
Todas esas modelos le inspiraron obras que saben ser t¨®rridas al mismo tiempo que delicadas. Las protagonistas parecen a veces en poses relajadas, como de celebraci¨®n, y otras, con rostros tan dram¨¢ticos que recuerdan a los de Egon Schiele o Edvard Munch. Todas ellas son mujeres desnudas de cuerpo y alma.
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