Ser narrador en Colombia
Mario Vargas Llosa escribi¨® que los escritores somos como gallinazos: nos alimentamos de la carro?a. Por desgracia, carro?a es lo que sobra en Colombia. Y no es una figura metaf¨®rica. Hace ya d¨¦cadas que vivimos en un clima de violencia enloquecida, donde proliferan los secuestros, las desapariciones, los desplazamientos masivos y las masacres, muchas de ellas cometidas con la mayor sevicia.
En medio de esa circunstancia atroz ejercemos nuestro oficio los escritores colombianos, pregunt¨¢ndonos c¨®mo enfrentar tales realidades. Eludir el tema de la violencia es una decisi¨®n totalmente leg¨ªtima pero no siempre sencilla. Flaubert escribi¨® a Turgu¨¦nev: "Siempre he tratado de vivir en una torre de marfil, pero una marea de mierda golpea sus muros y amenaza con minarla". Pero Brecht dijo: "Cuando est¨¢s de mierda hasta el cuello, lo ¨²nico que te queda es cantar". Y s¨ª, Colombia canta, hasta el punto de haber convertido ya en lugar com¨²n la idea de que sus reservas espirituales se manifiestan por la v¨ªa del arte. Sin embargo, el panorama cultural en gran parte del pa¨ªs es desolador. Y la gente asiste masivamente a o¨ªr poes¨ªa pero los libros de poes¨ªa no se venden; las funciones del festival se abarrotan de p¨²blico, pero el teatro nacional sobrevive de milagro. Se publica bastante, pero no se lee casi nada; y en la gran mayor¨ªa de los hogares colombianos no existen libros.
El panorama de la creaci¨®n literaria no es, sin embargo, desalentador. Hay abundancia, diversidad y -como es natural- buena y mala literatura. La cr¨ªtica literaria se ha incrementado un tanto, animada por las revistas culturales, pero sigue dejando mucho que desear, entre otras cosas porque las p¨¢ginas culturales de los grandes peri¨®dicos privilegian la far¨¢ndula, muy en la onda comercial que hoy impera.
La violencia sigue siendo una tem¨¢tica fundamental. La poes¨ªa traz¨® unos caminos muy interesantes en su abordaje, de una manera sutil y con grandes logros, con maestros como Juan Manuel Roca y Jos¨¦ Manuel Arango. En la narrativa la cuesti¨®n es m¨¢s compleja. Una investigadora de Columbia University, Camila Segura, ha mostrado c¨®mo algunos autores contempor¨¢neos de la novela de la violencia, en su af¨¢n de hacer inteligible el fen¨®meno y llevados por un deseo de interpretaci¨®n moral, han optado por el lenguaje del melodrama, el cual, dentro de una tradici¨®n muy latinoamericana -que incluye la telenovela- cumple, seg¨²n Monsiv¨¢is, con "la funci¨®n muy ¨²til y no menospreciable de permitir la asimilaci¨®n de un paisaje tr¨¢gico". El problema es que este tipo de novela -Satan¨¢s, de Mario Mendoza, es un buen ejemplo, pero hay muchas m¨¢s y muy conocidas- cae en estereotipos, manique¨ªsmos, "simpleza argumentativa" y aburridas moralejas. En el otro extremo estar¨ªa el Vallejo de La virgen de los sicarios -a mi manera de ver tambi¨¦n un moralista-, quien con mucha garra apela a la iron¨ªa, al cinismo y a la diatriba para renegar de la patria (palabra, por dem¨¢s, sometida ¨²ltimamente por los gobernantes de la regi¨®n al m¨¢s repugnante manoseo) y develar la podredumbre.
Otro fen¨®meno curioso es el remozamiento de la novela de tema hist¨®rico, que constituye una de las vertientes m¨¢s ricas de la producci¨®n actual. Al menos una docena de escritores destacados ha incursionado en el g¨¦nero en los ¨²ltimos a?os, abarcando los m¨¢s distintos registros: William Ospina, Andr¨¦s Hoyos, Evelio Jos¨¦ Rosero, Enrique Serrano, Juan Gabriel V¨¢squez son algunos de ellos. Este florecimiento de un g¨¦nero tan interesante como problem¨¢tico (nada m¨¢s aburrido que una novela hist¨®rica mediocre) creo que obedece, entre otras cosas, a un inter¨¦s por interpretar los problemas del pa¨ªs, pero eludiendo el inmediatismo.
En la relaci¨®n ya vieja entre literatura y periodismo se est¨¢n dando fen¨®menos muy particulares, que no son, hasta donde entiendo, propios s¨®lo del pa¨ªs. Por una parte, escritores de prestigio y acusado poder cr¨ªtico, como ?scar Collazos, H¨¦ctor Abad y William Ospina, entre otros, tienen la oportunidad de ejercer cabalmente como intelectuales desde columnas de opini¨®n que permiten ahondar en la reflexi¨®n sobre la crisis de una manera novedosa. Por otro, un n¨²mero significativo de periodistas se ha lanzado a escribir novela, algunos con bastante ¨¦xito editorial. La buena acogida de sus libros obedece, en ocasiones, a la calidad de la escritura -es el caso del ¨²ltimo libro de Abad-, pero en muchos casos -la mayor¨ªa, dir¨ªa yo- m¨¢s al apoyo medi¨¢tico o a razones comerciales que a otra cosa. El gran problema de estas novelas, cuando son malas, es que se escriben desde el mismo lugar que sus cr¨®nicas o sus reportajes: el lenguaje period¨ªstico. Se privilegia ante todo la trama, y se persigue la fidelidad a la realidad, en total desentendimiento de las nuevas propuestas de la literatura mundial.
Algo similar ocurre con la relaci¨®n entre literatura y cine. Muchos j¨®venes escritores se formaron como guionistas, y como tal proceden a la hora de escribir sus novelas. El escritor Nahum Montt dec¨ªa en un reportaje reciente que hab¨ªa escrito su novela Lara tratando de que "sus personajes no reflexionen mucho" y en ella haya mucha acci¨®n, "como en el cine". Aunque su afirmaci¨®n parece dirigida contra la exacerbaci¨®n de la interioridad, sin querer pone el dedo en la llaga: a menudo se olvida que la literatura es lenguaje, y que la "acci¨®n" en la novela de hoy no es, ni mucho menos, definitiva.
Hay, por supuesto, mucha tela que cortar. No he hablado de un supuesto realismo sucio, de la llamada novela urbana, de los caminos experimentales de algunos escritores, y de ese gran incomprendido que es el cuento. Rematar¨ªa, tan s¨®lo, con una afirmaci¨®n que espero no se interprete como cinismo: un escritor en Colombia puede morirse de cualquier cosa -incluso de una bala perdida- pero jam¨¢s de aburrimiento. -
Piedad Bonnett (Antioquia, Colombia, 1951). Su poes¨ªa est¨¢ en Lo dem¨¢s es silencio (Hiperi¨®n) y su ¨²ltima novela es Para otros es el cielo (Alfaguara)
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