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Entrevista:Alfonso Guerra

"No soy un personaje, soy una persona"

Es el diputado m¨¢s antiguo de la C¨¢mara, pero quiz¨¢ sea arriesgado afirmar que sea el m¨¢s viejo. Sobre todo si se tiene la mala suerte de comprobar que sus colmillos son todav¨ªa afilados, si intuye la provocaci¨®n. Finge dudar que sea el m¨¢s sabio, aunque se complace en comprobar que su entorno no resiste la comparaci¨®n ("? cuando veo cu¨¢n poco saben muchos que creen saberlo todo?").

Es Alfonso Guerra. Socialista andaluz de la primera hora, constructor de los cimientos y las vigas de la Constituci¨®n, sombra fiel de Felipe Gonz¨¢lez, fustigador implacable del felipismo. Pero, sobre todo, fundador de la obediencia guerrista, de la que renegar¨¢ siempre, que le divierte tanto provocar la estupefacci¨®n de quien le escucha. Porque ¨¦l sabe que durante mucho tiempo guerrismo y socialismo fueron una misma cosa. Que Alfonso Guerra fue el PSOE y el PSOE fue Alfonso Guerra, mientras Felipe confiaba y se aburr¨ªa del partido, y dejaba hacer, "que esas cosas internas las lleva Alfonso", dicen que dec¨ªa.

Ha estado en el medio de todo lo que se ha movido en la pol¨ªtica espa?ola. En la m¨¢s grande y en la m¨¢s peque?a, en la de los grandes consensos y en la pelea a muerte con la derecha. Una derecha que le soplaba el aliento en el cogote y que supo esperar su ca¨ªda. La misma derecha que ahora le alaba y le busca como referente de una Espa?a que resiste las turbulencias de los tiempos nuevos del nuevo socialismo. Las malas lenguas dicen que ¨¦l "se deja", aunque asegure que detesta ese momento, que ¨¦l ha conocido tan bien en sus tiempos de poder y temor.

Jacobino confeso, m¨¢rtir de aquella renovaci¨®n del PSOE de aquellos economistas que hablaban ingl¨¦s, v¨ªctima de s¨ª mismo, amado hasta el fanatismo por gentes de pelo en pecho, odiado por sus temblorosos enemigos, Alfonso Guerra lo fue todo. Due?o del partido y de medio Gobierno, controlador de los votos m¨¢s decisivos de la ¨²ltima historia del poder del PSOE, incluida la de Zapatero. Todo, lo fue todo, lo control¨® todo. Todo menos lo que m¨¢s le importaba, la clave del futuro de entonces: la sucesi¨®n de Felipe Gonz¨¢lez. Quiz¨¢ por todo eso, hoy s¨®lo le queda el poder que se mide en los cent¨ªmetros que mide su esca?o. Una medida en verdad peque?a, desde donde Alfonso Guerra observa c¨®mo la pol¨ªtica de las grandes cosas se va reduciendo sin remedio.

Nadie, nunca, ha conseguido quitarle la m¨¢scara a su personaje, ese otro que ¨¦l interpreta de forma magistral. Ni siquiera aquella quinta columna de su propio partido que, finalmente, le dobl¨®. Porque la m¨¢scara va pegada a su piel, incluso de noche. Por eso resulta dif¨ªcil percibir las heridas. O no tan dif¨ªcil.

Me imagino que despu¨¦s de treinta a?os de vida parlamentaria a sus espaldas, algo habr¨¢ aprendido, ?no? Naturalmente, he aprendido muchas cosas. En el ¨¢mbito de la vida pol¨ªtica y en el de las relaciones con las personas. Estoy absolutamente seguro de que he sufrido un proceso de incremento de la tolerancia. Cada d¨ªa me cuesta menos esfuerzo colocarme en la posici¨®n del otro, de entender. Creo que en estos treinta a?os he pasado de la actitud de juzgar mucho a intentar comprender m¨¢s; me interesa menos el juicio y m¨¢s la comprensi¨®n de las circunstancias pol¨ªticas y de las personales, incluso. Y en pol¨ªtica he aprendido much¨ªsimo. Son muchas cosas las que uno ha podido ver y vivir en todo este tiempo.

Le faltaba por ver y vivir algo tan singular como o¨ªr a Jos¨¦ Bono dirigirle, desde la Presidencia de la C¨¢mara, aquellas encendidas frases de elogio a su persona y a su trayectoria. Desde su esca?o, usted se sonre¨ªa. Y yo hubiera dado algo por saber qu¨¦ pensaba. Si aquel personaje le parec¨ªa sincero o si por debajo de las palabras o¨ªa usted el silbido de la serpiente. En esa sesi¨®n hice alguna reflexi¨®n. All¨ª estaban tres de las cuatro personas que se hab¨ªan disputado el liderazgo del PSOE: Zapatero, Bono y Rosa D¨ªez; s¨®lo faltaba Matilde Fern¨¢ndez. Y me resultaba inevitable reflexionar sobre cu¨¢ntos caminos tan diversos ha tenido que recorrer en los ¨²ltimos tiempos un partido que ha sido tan s¨®lido. En cuanto a aquellos elogios que me estaba haciendo Bono? Mi sonrisa de aquel momento era porque estaba pensando: "Realmente es largo el personaje". Lo pensaba en el sentido de que tiene largueza, porque la verdad es que no estaba obligado a hacer aquello que estaba haciendo. ?l llega all¨ª, a ese puesto, el primer d¨ªa e intenta lanzar cables en todas las direcciones. Creo que aquello estaba perfectamente medido, con mucha largura, pero quiz¨¢ tambi¨¦n pensando en "bueno, busquemos la paz aqu¨ª". Dice la gente que cuando se llega a una edad se quiere buscar la paz con todos con los que se han tenido problemas y, bueno, pudo haber tambi¨¦n algo de eso. Pero que aquello estaba medido, seguro. Lo de buscar la paz es probable.

Pero aquel cambio de Bono desde la fidelidad incondicional a la enemistad encarnizada? Usted siempre ha hecho de Alfonso Guerra, el personaje curtido en las batallas pol¨ªticas, pero no s¨¦ si heridas como aqu¨¦lla, tan profundas, se le han secado ya. Siempre que alguien me ha hecho preguntas sobre si tal amigo me traicion¨® o no, he dicho: "La traici¨®n en el amigo no cabe, es imposible". Puede haber simulaci¨®n, en el sentido de que alguien ha podido simular que estaba cerca de m¨ª y no lo estaba. Pero le aseguro que yo no tengo ninguna cicatriz de ninguna herida, tampoco de aquella circunstancia. Mi vida ha estado organizada por dos principios. De rodillas, nunca, y no hay nadie que consiga introducir en mi coraz¨®n ni un gramo de amargura, porque con amargura no se puede vivir. Las cosas m¨¢s terribles se me olvidan, aunque tenga muy buena me?moria.

Pues yo no le creo. Pienso que su forma de venganza es precisamente ese gesto de magnanimidad, cargada de desprecio, que desconcierta al otro, al objeto de su desmemoria. Pues cr¨¦ame, la venganza verdaderamente gratificante es la que ejerce otro, sin que usted tenga ninguna intervenci¨®n. ?sa es la venganza verdadera, porque no mancha.

Pero usted siempre ha sabido esperar. Tambi¨¦n mantuvo una abierta distancia, una confrontaci¨®n muy dura con los sectores del partido que le hicieron frente. O fueron ellos los que se confrontaron conmigo. Lo que sostengo es que la dictadura deform¨® la aplicaci¨®n de la vida pol¨ªtica a la realidad. De manera que como en la dictadura todo el que no se sometiera era considerado un peligroso rojo de izquierdas, pues expuls¨® a algunos de sectores conservadores hacia la izquierda. Y ah¨ª puedo citar a Boyer, Solchaga, Tamames?Uno acaba en el Partido Comunista; otros, en el Partido Socialista. Pienso que ¨¦stos eran los que en una sociedad como Francia, como Inglaterra, habr¨ªan representado una derecha moderna. Pero, claro, la dictadura los lanz¨® hacia donde no les correspond¨ªa. Y al final todo acaba volviendo a su sitio, como es natural.

O no. Porque usted tuvo todo el poder en el partido y, en buena parte del Gobierno, mucha gente lo ve¨ªa como algo natural, y luego lo perdi¨® todo. Siempre he querido saber c¨®mo se sinti¨® entonces. Y c¨®mo se siente ahora en una situaci¨®n en la que la adulaci¨®n de Bono es gratuita porque usted ya no puede darle ni quitarle nada, porque est¨¢ usted desnudo de poder. No he tenido tanto poder como usted dice. ?se es un clich¨¦, pero que no responde a la realidad. A lo mejor me daban un cierto poder las personas que cre¨ªan que ten¨ªa tanto poder, pero no lo ten¨ªa. Y, adem¨¢s, no lo he ejercido. No he tomado nunca decisiones para afirmar un poder, he hecho lo que cre¨ªa que ten¨ªa que hacer. Tengo una ventaja, que es un inconveniente en s¨ª mismo: los dem¨¢s interpretan que yo hablo muy seguro de lo que digo. Y no es verdad, tengo muchas dudas. Y me hace mucha gracia porque ha habido gente que ha reaccionado interpretando que yo le he incitado a hacer eso que estaba haciendo cuando yo no sab¨ªa ni que lo estaba haciendo. Como aquella historia de las gafas, de la que yo me enter¨¦ al cabo del tiempo. Resulta que cuando yo me quitaba las gafas era la se?al de que el que estaba conmigo ten¨ªa que marcharse. Yo no lo sab¨ªa, pero cuando me lo dijeron, pues lo utilizas.

Pero lo cierto es que en la memoria de mucha gente ha quedado la idea de que usted ejerci¨® el poder con mano de hierro, que fue dur¨ªsimo con la disidencia interna, que dej¨® un armario lleno de cad¨¢veres. No es verdad. En el partido, cuando he tenido responsabilidades, ?he cre¨ªdo que la disciplina era un elemento importante? ?Desde luego!, y lo sigo sosteniendo. El sistema democr¨¢tico est¨¢ perfectamente definido: se expresan con libertad todos, se acuerda por mayor¨ªa cu¨¢l es la posici¨®n y la minor¨ªa puede intentar cambiar esa posici¨®n, pero tiene que cumplir con la posici¨®n de la mayor¨ªa. Ahora bien, eso se ha utilizado por determinadas gentes que dec¨ªan: "Es que es muy f¨¦rreo". Y llegan unos que dicen de s¨ª mismos que van a renovar todo y afirman: "No, no, esto es una cosa f¨¦rrea, esto es una imposici¨®n, hagamos algo con los cargos, hagamos primarias". Y cuando llegan a estar en el poder, quitan las primarias. ?En qu¨¦ quedamos? ?No, hombre, no!

?A lo mejor es que nunca hubo 'guerrismo'! Por supuesto que el guerrismo nunca existi¨®. Ahora, que yo soy referente para muchas personas, sin duda que es cierto, y de eso me siento orgullos¨ªsimo. Adem¨¢s, lo soy para gente sencilla que creen que les represento a ellos m¨¢s de lo que les puedo representar. Eso es algo extraordinario.

Le preguntaba antes c¨®mo se siente usted que lo ha tenido todo, c¨®mo se siente ahora, tan desnudo de poder como est¨¢. Pues exactamente igual que me sent¨ªa entonces. Yo la capa pluvial no la he llevado nunca.

Pero debe de ser muy duro saber que ya no decide, que ya no cuentan con usted. En absoluto. Tengo una capacidad de influir en la sociedad espa?ola equis. Pero me siento igual de ¨²til o de in¨²til que hace veinticinco o treinta a?os. Quiz¨¢ sea m¨¢s ¨²til porque cuando uno ve que mis posiciones son acogidas desde la derecha y desde la izquierda? Yo recibo cartas de gente que me dice que cuando me ven en el Parlamento ahora les da confianza.

Usted es consciente de que cuando ten¨ªa todo el poder despertaba mucho miedo en los sectores que no le eran fieles, entre los renovadores. ?Miedo? En una docena de personas puede ser. Pero tambi¨¦n ha sido un t¨®pico perfectamente elaborado, organizado por la derecha que decide en una reuni¨®n de responsables de siete bancos, en alg¨²n Consejo de Administraci¨®n importante. Mire, el anuncio que hizo Felipe Gonz¨¢lez en 1989, en contra de mi criterio, de que ya no se iba a presentar m¨¢s gener¨® una aceleraci¨®n de tensiones en torno a lo que iba a suceder en el futuro. Y todo lo que ven es que "la piedra que impedir¨¢ que el PSOE se incline hacia las posiciones que les interesan se llama Alfonso Guerra". Y es ah¨ª donde comienza toda una estrategia.

?Est¨¢ sugiriendo que hubo una estrategia de eliminaci¨®n contra usted para que no siguiera siendo el poder del PSOE? De eliminaci¨®n pol¨ªtica, claro, no de otra ¨ªndole. ?Es que cabe alguna duda de eso? El que no lo vea es que no quiere verlo.

D¨ªgame personajes, fechas, circunstancias de esa trama. No he dicho trama; trama es una cosa diferente. Pero s¨ª que hay reuniones en las que se trata el tema, reuniones de directores de bancos, Consejos de Administraci¨®n muy importantes, de grupos muy importantes, en los que se trata el tema y m¨¢s de una vez.

Pero a estas alturas puede dar nombres y apellidos concretos, puede decir? A estas alturas puedo decir lo que quiero. No quiero entrar en una batalla de desmentidos que no nos llevar¨ªan a ninguna parte.

Pero lo que s¨ª es cierto es que su nombre y su personalidad estar¨¢n siempre unidos a la leyenda del miedo que usted inspiraba en el interior de su partido. Del temor que pudieron sentir una media docena de personas, ya le he dicho que s¨ª. Ellos sabr¨¢n decirle por qu¨¦.

Cuenta el hoy presidente del partido, Manuel Chaves, c¨®mo reci¨¦n aterrizado en Sevilla, como candidato a la Junta de Andaluc¨ªa, con el 'caso Juan Guerra' encima, usted le conmin¨® a elegir entre la fidelidad a Felipe o a usted mismo. Yo no tuve esa conversaci¨®n jam¨¢s con Manuel Chaves. Eso es mentira.

Pues ¨¦l lo ha contado, me lo ha contado. ?Que ¨¦l lo ha dicho? Pues si lo ha dicho, ha mentido. Yo nunca he puesto a nadie en la disyuntiva de elegir entre tal o cual. Yo tengo mis ideas, que son pocas, pero que mantengo con mucha convicci¨®n y no est¨¢n ligadas a personas, ni a m¨ª mismo, ni a los dem¨¢s tampoco. Tengo la conciencia clara de que la vida es muy corta. ?Para qu¨¦ envenenarla? Ya le he dicho que pretendo vivir sin rencores, sin sombras de inquietud.

Quiz¨¢ ser¨ªa de otra naturaleza bien distinta, pero me gustar¨ªa saber si la Constituci¨®n hoy vigente le produjo alguna sombra de inquietud, tal y como al final qued¨® redactada. Sobre todo en los incipientes riesgos soberanistas. Nosotros cre¨ªmos resolver el tema para siempre. ?Fuimos ingenuos? Desde luego, no tuvimos en cuenta un fen¨®meno que se ha producido al construir el Estado de las comunidades aut¨®nomas, que aparecer¨ªan unas ¨¦lites pol¨ªticas regionales cuya afirmaci¨®n est¨¢ siempre en el desaf¨ªo al poder del Estado. Ese desaf¨ªo permanente, nosotros no fuimos capaces de verlo, ¨¦sa es la verdad. Ahora nos salen los nacionalismos desde todas partes, pero eso no puede poner en cuesti¨®n la realidad de Espa?a. Lo que hace falta es una reconducci¨®n del problema hacia la racionalidad de las cosas.

Reconozca que a usted nunca le gust¨®, como buen jacobino, ese desmadre de las autonom¨ªas. Pero ?qu¨¦ dice usted? Si soy uno de los art¨ªfices del Estado de las autonom¨ªas con Fernando Abril Martorell. Los que dicen que soy espa?olista y no s¨¦ qu¨¦, ¨¦sos no estar¨ªan en los Gobiernos auton¨®micos si nosotros no hubi¨¦ramos hecho la Constituci¨®n que hicimos. ?De qu¨¦ hablan? Ahora, que eso haya derivado en que se hayan hecho nacionalistas en Murcia, Andaluc¨ªa, La Rioja? y de todos los partidos. Cuidado, porque aqu¨ª no hay ning¨²n partido que pueda lanzar acusaciones contra otro. Se est¨¢ cambiando ideolog¨ªa por territorios, se ponen de acuerdo los partidos enfrentados para estar frente a los de otro territorio. Y yo no concibo as¨ª la creencia pol¨ªtica; uno debe tener una solidez en las ideas y, sobre todo, cuidar la democracia, que creo que se est¨¢ adelgazando. En fin, que yo debo estar muy anticuado porque no quiero una democracia vac¨ªa. Y la verdad es que eso de enfundarme en banderas no es lo m¨ªo. A m¨ª me interesa la gente.

Supongo que le parecer¨¢ especialmente escandaloso que ese cambio de ideolog¨ªa por territorios tambi¨¦n se est¨¦ produciendo entre los socialistas. Naturalmente. Me preocupa mucho m¨¢s que ese vaciamiento que les lleva a ese cambio de ideolog¨ªa por el poder en los territorios, pueda producirse entre responsables socialistas. Y la clave est¨¢ en la aparici¨®n de unas ¨¦lites en las que su falta de altura en la visi¨®n de las cosas les lleva, les reduce, a la bandera y al himno.

?Sabe? Habr¨ªa dado algo por saber qu¨¦ pensaba en su fuero interno respecto a ese turbulento proceso que fue el de la Espa?a plural de Zapatero, y m¨¢s concretamente sobre el Estatut de Catalu?a. Pues la verdad es que en todo eso yo he sido muy claro. Creo que todo surge cuando el se?or Aznar se dedic¨® a colocar en posici¨®n contraria a todo a los nacionalistas, y los nacionalistas les respondieron diciendo: "Vamos a hacer un Estatuto de respuesta". Y tanto Ibarretxe como Maragall iniciaron un proceso de elaboraci¨®n de un Estatuto fuera de los m¨¢rgenes de la Constituci¨®n. Y cuando en el a?o 2004, en lugar de ganar el Partido Popular gana el Partido Socialista, la obligaci¨®n pol¨ªtica y ¨¦tica de los dos gobernantes habr¨ªa sido decir: "Meto el Estatuto en un caj¨®n y empiezo a hablar porque ¨¦ste no es el entorno que me llev¨® a hacer esto". No lo hicieron y siguieron como si no hubiera pasado nada. Di la se?al de alarma cuando vi los textos y percib¨ª que aquello no cab¨ªa en la Constituci¨®n. Se?al¨¦ los art¨ªculos que hab¨ªa que modificar, y que luego se modificaron, aunque yo habr¨ªa cambiado otros diez m¨¢s. Pero no pude, no fue posible.

?Por qu¨¦? Porque yo no decid¨ªa. Yo era el presidente de la Comisi¨®n Constitucional, pero los diputados votan. Hice la presi¨®n que pude y se cambiaron 168 art¨ªculos.

Me consta que en el interior del partido todo aquello se vivi¨® con un gran desconcierto y que muchos no entend¨ªan hacia d¨®nde conduc¨ªa aquel empe?o. ?Qu¨¦ responsabilidad cree usted que tuvo Zapatero en aquella situaci¨®n tan cr¨ªtica para el PSOE? La verdad es que aquello fue muy duro para muchos de nosotros. En cuanto a la responsabilidad de Zapatero?Aquella afirmaci¨®n, en un mitin, de que aceptar¨ªa el Estatuto que viniera de Catalu?a fue desafortunada, sin duda. Eso alent¨® la idea de que "aqu¨ª, hagamos lo que hagamos, lo van a aprobar". Como m¨¢ximo representante del Gobierno de la naci¨®n siempre tuvo una responsabilidad, aunque fuera indirecta, en todo aquello.

Y ?usted cree que ¨¦l fue consciente de la gravedad de la situaci¨®n? No lo s¨¦. Desde luego, algunos que tuvimos esa inquietud la comunicamos.

No con mucho ¨¦xito. Al final s¨ª, porque el Estatuto que sali¨® no se parece al que lleg¨®. Y tengo que decir, porque es la verdad, que Zapatero me llam¨® para darme las gracias y felicitarme por mi trabajo.

Un trabajo arduo, sin duda. Supongo que ser¨ªa un desahogo que usted no se privara del placer de decir "le hemos pasado el cepillo al Estatut". La verdad es que aquello sent¨® mal incluso a 'los suyos'. Fue como echar sal a la herida. Vamos a ver. O sea, que se puede hacer pero no se puede decir. Ser¨ªa una hipocres¨ªa. No dije nada m¨¢s que lo que hab¨ªamos hecho. Lo contrario ser¨ªa puro farise¨ªsmo.

Alguien le reproch¨® su af¨¢n de protagonismo, de hacer de Alfonso Guerra. Es que algunos son unos pusil¨¢nimes. O sea, se pueden cambiar 168 art¨ªculos, pero no se puede decir. Si se tiene ¨¦tica, hay que decirlo. Lo que pasa es que decir lo que dije les estropeaba el negocio a quienes les interesaba decir que no se hab¨ªa cambiado nada. O sea, ?que me ten¨ªa que preo?cupar m¨¢s de que algunos no pasaran un mal rato que de que aqu¨ª nos trajeran un Estatuto que se escapaba de la Constituci¨®n? Yo soy de otra madera. ?Qu¨¦ le vamos a hacer!

Me pregunto si no le produjo una cierta repugnancia aquella oleada de halagos que recibi¨® entonces de la derecha y que, seg¨²n algunos, le complac¨ªan. Mire: yo soy una persona que intenta tener conciencia clara de lo que pretenden los unos y los otros. Y s¨¦ muy bien cu¨¢ndo coincidir conmigo es para no coincidir con otro. Ahora, si alguien que es mi adversario pol¨ª?tico toma el argumento que yo utilizo, ?evi?dentemente, no voy a cambiar de argumento! Si la derecha viene al campo en el que yo estoy, ser¨¢ que les he convencido o que les interesa instrumentalizar ese argumento. Y eso de que me complac¨ªan porque me daban la raz¨®n son bobadas.

Me imagino que ni siquiera en esos momentos de la adulaci¨®n interesada pudo usted olvidar aquellos otros, cuando era vicepresidente del Gobierno, y esa derecha, que hab¨ªa sabido esperar, se pudo cobrar la pieza. Me estoy refiriendo a aquella comparecencia suya sobre el caso de su hermano Juan que result¨® ser un juego de ni?os comparado con? ?Juego de ni?os, dice? De juego de ni?os nada. Fueron 18 procesos y ni una sola condena. ?Vaya con el juego de ni?os!

Quer¨ªa decir que aquello fue nada comparado con todo lo que vino despu¨¦s con la corrupci¨®n. Lo que le planteo es una reflexi¨®n sobre algo que muchos recordamos como doloroso. Porque fue la primera vez que le vimos desarmado. Pues no se enter¨®, no se enter¨®.

?Por qu¨¦? Porque la derecha no pudo conmigo. Si no hay quinta columna, no sucede lo que sucede. Ya he dicho bastante y no digo m¨¢s.

Pero quiz¨¢ lo de esa quinta columna explique muchas cosas. Porque lo cierto es que Felipe Gonz¨¢lez lo defendi¨® apasionadamente, pero luego lo dej¨® caer y su relaci¨®n se disolvi¨® como un azucarillo en el agua. ?Por qu¨¦ cree usted que cambi¨® Felipe? No s¨¦. Quiz¨¢ por eso que llaman el abrazo aristocr¨¢tico. Y luego, que la gente que rodea a los dirigentes pol¨ªticos comete el error de no decirles no a nada y llega un momento en el que te confundes, claro. Un personaje como Fidel Castro, que era la representaci¨®n de la ruptura hacia la bondad cuando hace la revoluci¨®n en Cuba, se pasa cuarenta a?os con un grupo de gente que le dicen "eres guapo, eres listo", pues al final acaba mal. Y es que la gente que act¨²a as¨ª, por muy inteligente que sea, termina perdiendo el norte de sus propias ideas.

?Usted cree que a Felipe le pas¨® algo de eso, que no quer¨ªa o¨ªr lo que usted le dec¨ªa? No s¨¦ si eso sucedi¨® as¨ª. Creo que al final mi voz era una voz no grata. Es m¨¢s grato que te digan s¨ª a todo. Y yo no lo entend¨ª as¨ª. Quiz¨¢ porque soy una rara avis, porque acepto muy mal la adulaci¨®n. Me irrita profundamente.

D¨ªgame hasta qu¨¦ punto le han irritado algunas cosas de Zapatero, su pol¨ªtica territorial, por ejemplo. Hay gente que piensa que ha estado jugando con las cosas de comer. S¨ª, es verdad que hay gente que lo piensa. Creo que ¨¦l hace su papel, las generaciones tienen derecho a poner en pie su propio proyecto. La verdad es que yo he hablado con ¨¦l sobre pol¨ªtica territorial, le he dado mi punto de vista y, al final, el resultado es que hemos logrado arreglar lo que se hab¨ªa desarreglado.

?Usted cree que ha aprendido despu¨¦s de una experiencia tan traum¨¢tica de cara al futuro? Creo que, inevitablemente, habr¨¢ tenido que aprender. Mire, cuando ¨¦l llega en el a?o 2004 al Parlamento con su discurso de investidura dice que quiere cambiar la Constituci¨®n. Inmediatamente yo dije: "No se va a cambiar". Algunos de los suyos se revolvieron contra m¨ª y yo insist¨ª diciendo que le faltaban votos. Y ahora esa idea de cambiar la Constituci¨®n ya no la ha llevado al discurso de investidura. Todos aprendemos.

?Habr¨¢ aprendido tambi¨¦n en la cuesti¨®n del terrorismo? Bueno. Quiz¨¢ ah¨ª la publicidad fue excesiva. Yo creo que esas cosas hay que hacerlas con mucha discreci¨®n. Vamos, en secreto.

Recuerdo un pleno en el que Zapatero informaba sobre la cuesti¨®n de la negociaci¨®n y todo el Grupo Socialista le aplaudi¨®. Usted no. Yo no soy muy aplaudidor. Pero le dir¨¦ que al presidente del Gobierno le he dicho que no se negocia con los terroristas en la plaza p¨²blica. Porque no sale. Y cuando adem¨¢s tienes a una oposici¨®n en una actitud completamente cafre, pues no es posible.

Ha sobrevivido usted a casi todo en la vida pol¨ªtica. No s¨¦ si esa m¨¢scara que lleva de su propio personaje, que le protege, se la quitar¨¢ para dormir o ni siquiera. No soy un personaje. Soy una persona y, adem¨¢s, bastante sencilla. Pero soy duro. Soy como esos cristales que son fr¨¢giles pero duros. Son muy resistentes y les ponen peso y peso y aguantan, pero a lo mejor les das as¨ª y los rompes. Y, en fin, s¨¦ que hay cuatrocientas mil personas en Espa?a que se han sentido muy dolidas por mi manera de hablar. Pero tambi¨¦n s¨¦ que hay unos cuantos millones de personas que han sentido que el coraz¨®n se les disparaba con mis palabras.

Si usted tuviera que valorar lo m¨¢s serio, lo m¨¢s s¨®lido que ha hecho en estos treinta a?os, ?qu¨¦ se?alar¨ªa por encima de cualquier otra cosa? Lo m¨¢s importante que he hecho, sin duda, en mi vida pol¨ªtica es contribuir a elaborar la Constituci¨®n. Porque era cerrar un cap¨ªtulo de dos siglos, era un armisticio final de una guerra de doscientos a?os. Pero hay algo m¨¢s importante que yo he hecho en mi vida, aunque no tiene nada que ver con la pol¨ªtica.

?Qu¨¦ es? Sin duda alguna, mis hijos.

JORDI SOC?AS

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