El ¨¦xito llama al fracaso
Crucen los dedos, toquen madera; es posible, aunque no es del todo seguro, que lo peor de la crisis financiera haya pasado ya. ?sta es la buena noticia.
La mala es que, a medida que van estabiliz¨¢ndose los mercados, se nos podr¨ªan estar escapando las oportunidades de realizar una reforma financiera esencial. Por consiguiente, es probable que la pr¨®xima crisis sea peor que ¨¦sta. Veamos c¨®mo se ha desarrollado la historia hasta el momento.
Tras la crisis financiera que se?al¨® el comienzo de la gran depresi¨®n, los impulsores de la reforma del new deal regularon el sistema bancario con el objetivo de proteger a la econom¨ªa de futuras crisis. El nuevo sistema funcion¨® bien durante medio siglo.
Si no arreglamos el sistema ya, hay buenas razones para creer que la pr¨®xima crisis ser¨¢ a¨²n mayor
Sin embargo, Wall Street termin¨® llevando a cabo una t¨¢ctica evasiva ante la regulaci¨®n, haciendo uso de complejos arreglos financieros para que la mayor parte del negocio de la banca quedara fuera del alcance de los reguladores. Washington podr¨ªa haber revisado las reglas para que cubrieran este nuevo sistema bancario en la sombra, pero eso habr¨ªa ido en contra de la ideolog¨ªa de la ¨¦poca del culto al mercado.
En lugar de eso, los principales responsables, empezando por Alan Greenspan y siguiendo por abajo, elogiaron la innovaci¨®n financiera y desde?aron las advertencias respecto a los riesgos cada vez mayores.
Y entonces lleg¨® la crisis. El pasado agosto, cuando los inversores empezaban a darse cuenta de la magnitud del desastre de las hipotecas, se derrumb¨® la confianza en el sistema financiero.
Creo que hemos tenido mucha suerte de tener a Ben Bernanke en la presidencia de la Reserva Federal (Fed) en estos tiempos dif¨ªciles. Puede que le falte el talento de Greenspan para hacerse pasar por el Mago de Oz, pero es un economista que ha reflexionado largo y tendido sobre la gran depresi¨®n y la d¨¦cada perdida de Jap¨®n en los a?os noventa, y comprende lo que est¨¢ en juego. Bernanke se percat¨®, m¨¢s r¨¢pidamente que otros, de que nos encontr¨¢bamos en una situaci¨®n que guardaba una semejanza muy grande con la gran crisis bancaria de 1930-1931. Su principal prioridad, por encima de cualquier otra preocupaci¨®n, deb¨ªa ser evitar una cascada de quiebras financieras que paralizar¨ªan la econom¨ªa.
Los planes de la Reserva Federal estos ¨²ltimos nueve meses me recuerdan a la antigua serie de televisi¨®n MacGyver, cuyo ingenioso h¨¦roe siempre se escapaba de situaciones complicadas montando ¨²tiles con unos cuantos objetos cotidianos y un poco de cinta adhesiva.
Como las instituciones en apuros no ten¨ªan el nombre de bancos, las herramientas habituales de la Reserva Federal para abordar los problemas financieros, dise?adas para un sistema centrado en los bancos tradicionales, resultaban en gran medida inservibles. Por eso ha improvisado unos arreglos provisionales para salir del paso. Estaban el TAF y el TSFL (no pregunten), y las l¨ªneas de cr¨¦dito para los bancos de inversi¨®n, y todo culmin¨® con el rescate sin precedentes y legal por los pelos de Bear Stearns en marzo, un rescate no del propio Bear, sino de sus contrapartes, todos aquellos que estaban en el otro lado de sus apuestas financieras.
A¨²n no est¨¢ nada claro si todas estas improvisaciones han resuelto la crisis, pero era lo que hab¨ªa que hacer y, por el momento, parece que las cosas se est¨¢n calmando.
As¨ª que dos hurras por Bernanke. Desgraciadamente, su propio ¨¦xito -si es que ha tenido ¨¦xito- presenta otro problema: le da al sector financiero la oportunidad de bloquear la reforma.
Ahora sabemos que las cosas que no se llaman bancos pueden, a pesar de ello, generar crisis bancarias y que la Reserva Federal tiene que llevar a cabo rescates parecidos a los de los bancos por su bien. Por consiguiente, los fondos de cobertura, los veh¨ªculos especiales de inversi¨®n y otras cosas por el estilo requieren una normativa similar a la de la banca. En concreto, se les tiene que exigir que tengan el capital adecuado.
Pero aunque el sistema financiero fuera de control ha sido negativo para el pa¨ªs, ha sido muy positivo para los trapicheros, que se llevan unos honorarios astron¨®micos cuando las cosas parecen ir bien y luego consiguen escapar ilesos -y, de hecho, normalmente con grandes indemnizaciones por despido- cuando las cosas se tuercen. Ellos no quieren normativas; estabilizar¨ªan la econom¨ªa, pero les cortar¨ªan las alas.
Y ahora que los nubarrones financieros se han disipado un poco, el viento contra una regulaci¨®n razonable sopla con fuerza. Incluso la muy modesta propuesta de la Reserva Federal de limitar las hipotecas abusivas con nuevas normas est¨¢ en la l¨ªnea de fuego y hay signos alarmantes de que la Reserva podr¨ªa echarse atr¨¢s.
A lo mejor una victoria arrolladora de los dem¨®cratas en noviembre consigue revivir la causa de la reforma financiera, pero ahora mismo parece que no vamos a tardar en volver a lo de siempre.
El paralelismo que me preocupa es el que se puede establecer con lo que pas¨® hace 10 a?os, despu¨¦s de que quebrara el fondo de cobertura Long-Term Capital Management (LTCM), a ra¨ªz de lo cual se congel¨® temporalmente todo el sistema financiero.
Gracias a la suerte y a la astucia se pudo contener esa crisis, pero en lugar de servir de advertencia, dicho episodio aliment¨® la creencia err¨®nea de que la Reserva Federal contaba con todas las herramientas que necesitaba para resolver las crisis financieras. As¨ª que no se hizo nada para remediar las vulnerabilidades que puso de manifiesto la crisis de LTCM y que son las mismas que dan origen a la crisis actual, la cual es mucho m¨¢s grave.
Y si no arreglamos el sistema ya, hay buenas razones para creer que la pr¨®xima crisis ser¨¢ a¨²n mayor y que la Reserva Federal no tendr¨¢ suficiente cinta adhesiva para remendar las cosas.
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