Vidas para lelos
A lo largo de un n¨²mero de a?os que no bajan de cinco, durante la ¨¦poca ya oscura en la que Fraga Iribarne impart¨ªa clases en la Facultad de Ciencias Pol¨ªticas de Madrid, fue materia de constante disputa (siempre ag¨®nica) el valor o m¨¦rito de los modos de bailar de Fred Astaire y Gene Kelly. La pugna, que en ocasiones llegaba a ser tan tensa como para provocar urgentes reuniones de aparatos de partido (muy peque?os partidos) o c¨¦lulas ejecutivas en las que se afanaban los comisarios siempre atentos al sosiego de los militantes, ten¨ªa un precedente relacionado con dos ¨®rganos cinematogr¨¢ficos, Nuestro cine, de una parte, y Film Ideal, de otra, que expon¨ªan una lucha similar, pero bajo armaduras distintas: Juan Antonio Bardem contra John Ford. El Partido Comunista, sost¨¦n oficioso de Nuestro cine, defend¨ªa la nobleza ideol¨®gica de Bardem, firmemente asentada sobre el materialismo dial¨¦ctico, en tanto que la otra revista, financiada por los jesuitas y pilotada en aquellos a?os por el marciano Guarner, consideraba de una m¨¢s alta moralidad la obra de John Ford, inspirada por el c¨®digo del honor de los caballeros de la Tabla Redonda. Los grup¨²sculos ultraizquierdistas estaban un¨¢nimes de parte de John Ford y contra el oscurantismo del Partido, m¨¢s clerical que los jesuitas.
?Qui¨¦n gan¨®? ?Fred Astaire o Gene Kelly? ?La duraci¨®n o la transformaci¨®n?
Ya no hay parejas como las de Chaplin y los Hermanos Marx o Kafka y Joyce
No obstante, en la disputa entre los estilos incompatibles de Fred Astaire y Gene Kelly, la matizaci¨®n era mucho mayor, ya que en ese caso no se discut¨ªa sobre c¨®digos individuales e ideolog¨ªas colectivistas, sino sobre algo tan inaprensible como el aspecto, la vestimenta, los movimientos, los gestos y la escenograf¨ªa de unos bailes que, sin embargo, constru¨ªan mundos completos y autosuficientes. La mayor sutileza de la disputa se advert¨ªa en que no hab¨ªa divisoria pol¨ªtica, ya que militantes de Bandera Roja, del Felipe, de Bandera Negra y de otros grup¨²sculos de la ¨¦poca pod¨ªan pertenecer a uno u otro bando sin problemas. La distinci¨®n mayor era que ning¨²n miembro del Partido Comunista interven¨ªa en la disputa, ya que el Partido consideraba igualmente imb¨¦ciles y sin duda imperialistas a ambos bailarines y a sus defensores. En materia de baile nadie sabe lo que defend¨ªa el Partido, exceptuando algunos aires folcl¨®ricos como los actualmente subvencionados por el m¨¢s esplendoroso caciquismo, lo que indica hasta qu¨¦ punto son embrionarios los estudios sobre el Partido.
Viendo el otro d¨ªa una versi¨®n remasterizada de Cantando bajo la lluvia, c¨²spide de Kelly y de Donen, reviv¨ª la disputa y de inmediato acud¨ª a un establecimiento especializado para alquilar unas cintas de Fred Astaire. El contraste no puede ser m¨¢s poderoso y uno se pregunta c¨®mo es posible que haya desaparecido de la creaci¨®n art¨ªstica esta particular divisi¨®n, a lo que me respondo de inmediato que por la defunci¨®n de la teor¨ªa, es decir, por la actual mensuraci¨®n de las obras de arte en t¨¦rminos moralizantes y ya no art¨ªsticos. Lo que aquilata el valor de la obra es hoy la adscripci¨®n del autor a un conjunto de reclamos identificables con propuestas medi¨¢ticas masivas. La obra puede ser cat¨®lica, solidaria, poscolonialista, federalista, antiglobalizadora, de minor¨ªa agraviada, o cualquiera de los restantest¨®picos, independientemente de la mayor sabidur¨ªa con la que se hagan materia tales t¨®picos.
Entre Fred Astaire y Gene Kelly las cosas iban en serio. El primero ostentaba el canon de la elegancia, como en otro tiempo aquel Beau Brummel que hab¨ªa logrado imponer la sobriedad en el h¨¢bito de los arist¨®cratas ingleses, alej¨¢ndolos de colorines y afeites. Los movimientos de Astaire respond¨ªan a una racionalidad extrema, m¨¢s pr¨®xima a la idealizaci¨®n del cuerpo animal (gacelas, panteras, delfines) que al brutal espasmo perist¨¢ltico del proletariado. Su clasicismo era tan s¨®lido, tan pericleo, tan eucl¨ªdeo, que no s¨®lo se distanciaba de cualquier debilidad rom¨¢ntica sino que las anulaba y arrasaba con una equis de pierna dise?ada a tiral¨ªneas. Como no pod¨ªa ser de otra manera, con su pareja, Ginger Rogers, mantuvo una f¨¦rrea imagen conyugal a pesar de la atonalidad sexual de todos conocida.
Por el contrario y como puede constatar cualquiera que revise la pel¨ªcula antes mencionada (una obra maestra muy parecida a Esperando a Godot), el estilo de Gene Kelly era un ataque salvaje, desalmado, ordinario, contra lo que a¨²n entonces se consideraba "elegancia" y "clasicismo", sin caer tampoco en el romanticismo que arruinaba toda la producci¨®n europea, obsesionada con los restos humeantes de la religi¨®n cristiana, especialmente entre los ateos. Disfrazado de payaso, de enano, de comparsa en un burlesque, de amante daliniano, de centro topol¨®gico en un aparatoso caleidoscopio a lo Busby Berkeley, o de Fred Astaire (a quien parodia en uno de sus innumerables bailes), Gene Kelly era siempre la vanguardia de todo lo que hab¨ªa defendido Nietzsche con su atropellada filosof¨ªa, la pura vitalidad destructiva, el dionisismo, la autoparodia, la astucia del m¨²sculo, el nihilismo que ama la ternura del caos. Su pareja no era Debbie Reynolds, una virgen de 19 a?os, sino el psic¨®pata autodestructivo Donald O'Connor.
Si Fred Astaire idealizaba al animal humano, Kelly lo elevaba por encima de cualquier melancol¨ªa zool¨®gica. El cuerpo que baila en los n¨²meros de Kelly es un cuerpo l¨²cido sobre su poder, sarc¨¢stico con la petulancia del poderoso, ir¨®nico con la vanidad del apol¨ªneo, despiadado con el grotesco espect¨¢culo de la bondad humana. No con la bondad, sino con el espect¨¢culo de la bondad.
Basta comparar el uso de la fotograf¨ªa de modas, especialmente las de Vogue y Vanity Fair, en las pel¨ªculas de Astaire, y la venenosa caricatura que les dedica Kelly en la ya tantas veces citada cinta, una sucesi¨®n de diab¨®licas groser¨ªas que anticipan lo que muchos a?os m¨¢s tarde, en su versi¨®n neo-neorrom¨¢ntica, refinar¨¢ Almod¨®var. En los n¨²meros de Kelly, el potente artefacto del baile incorpora todas las m¨¢quinas, las centrales el¨¦ctricas, el subsuelo hinchado de energ¨ªa de las grandes capitales, la fermentada savia de los lupanares, las heces que burbujean por los gigantescos conductos del alcantarillado. Astaire, por su parte, llega, en sus momentos sublimes (aunque no es poco), al vuelo del flamenco, el digno fluir del cisne y el salto de Nijinsky por la ventana del vac¨ªo. Pero el cisne s¨®lo puede mantener la dignidad mientras no pise la tierra y por esa raz¨®n Astaire no obedec¨ªa a la ley de la gravedad. Kelly era el hijo de la gravedad y no hay menos de 50 ca¨ªdas, traspi¨¦s y trompazos en la pel¨ªcula.
Esta disputa, que ahora podr¨ªamos ampliar a los contrapuestos modelos cristiano (Charlie Chaplin) y nihilista (Hermanos Marx), abarcaba entonces figuras tan hermosas como Kafka (el doliente) contra Joyce (el gozoso), en una gigantomaquia que escind¨ªa el mundo en dos sectores perfectamente delimitados: los partidarios de la duraci¨®n (y por tanto de la autoridad, el sacrificio y el colectivismo) y los partidarios de la transformaci¨®n (y por tanto de la imaginaci¨®n, el placer y el individualismo).
Busco en la actualidad alguna pareja que se enfrente de un modo claro y distinto, que elija partido con decisi¨®n y coraje entre la din¨¢mica y la estatuaria, que nos muestre el mundo en sus dos eternas posibilidades (aquellas a las que Hegel se?alaba cuando escribi¨®: "Yo soy el combate"), pero no la veo por ninguna parte. Signo inequ¨ªvoco de que ha vencido una de las dos.
No ser¨¦ yo, sin embargo, quien decida y publique cu¨¢l de las dos ha derrotado a la otra porque su victoria tiene como irremediable consecuencia el empobrecimiento, el hast¨ªo y la miseria espiritual que se instalan cuando un vencedor se ve en la obligaci¨®n de imitar al vencido, simulando haber vencido, para no aburrir a la clientela.
F¨¦lix de Azua es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
![F¨¦lix de Az¨²a](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2Fcabe018f-26cd-4f1e-9d12-471c82eab11b.png?auth=fd8cca5daeae0329183acefc3a539af2b67a96f6b2c631068b69f00c505a8752&width=100&height=100&smart=true)