Leyendo la vanguardia (un chiste f¨¢cil)
?Qu¨¦ queda hoy de las vanguardias? Como tales, hace tiempo que desaparecieron. Fueron necesarias para romper una escena sociocultural muy espesa, entendiendo que esa ruptura pasaba por bautizarse y cristalizar como "ismos". Para noticiarlo, la cr¨ªtica (que, aunque no lo parezca, trabaja a favor del arte) us¨® ese bonito t¨¦rmino militar que, en la hora actual, sirve hasta para dar nombre a un diario conservador de Barcelona. El t¨¦rmino ha quedado inservible a efectos cr¨ªticos, pero no por eso van a dejar de existir artistas en primera l¨ªnea del pensamiento y la crepitaci¨®n intelectual. El adjetivo "vanguardista", por tanto, sigue siendo operativo, pleno de sentido y comunicativo mientras que el sustantivo ya no nos enriquece intelectualmente en nada. Ahora bien, no por eso pueden negarse los rastros que dej¨®: el punk y la nueva ola tuvieron un claro rasgo dada¨ªsta, primigenio; la psicodelia quiso enlazar en sus mejores momentos con las preguntas m¨¢s interesantes del surrealismo. Pero, claro, a partir de 1956: ?qui¨¦n necesitaba "ismos" si ya ten¨ªamos el rock and roll?
Esta herencia y ese proceso pueden comprobarse en la interesante biograf¨ªa del compositor Serge Gainsbourg escrita por Sylvie Simmons y publicada aqu¨ª por Mondadori. M¨¢s all¨¢ del morbo de su curiosa vida entre muslos y gargantas (de la Bardot o la Birkin), la parte interesante del libro es su amistad con Salvador Dal¨ª y las huellas que esto le deja. De joven, frecuenta la casa del pintor en Par¨ªs e incluso all¨ª conoce carnalmente a su primera esposa. Se empapa del ambiente daliniano y, luego, abraza el pop y el rock cuando le parecen eficaces y operativos. Lo mismo hace Dal¨ª cuando le contratan para apadrinar un perfume al que bautiza "rock'n'roll". Se dir¨¢ que abrazan lo popular, pero es innegable su rendimiento. Frente a eso, la vanguardia subvencionada termina no incidiendo en nada, no animando a nadie. Es inofensiva y discurre en un planeta paralelo de ingresos econ¨®micos para chicos bien que afecta muy poco al conjunto de la sociedad. Quiz¨¢ haya que buscar ah¨ª las razones por las que, tras ?gor Stravinski, ha sido legi¨®n la gente inquieta que se ha desplazado hacia el jazz, el rock, el flamenco o el pop. Goldberg sabe a poco para enfrentarse a un Keith Jarret, un Paco de Luc¨ªa, al Rocky Horror Picture Show, o al propio Gainsbourg. Lo superfluo en la actualidad de las vanguardias es lo que las ha hecho morir. Hoy, de una manera efectiva, es m¨¢s revulsivo un periodista que airea corrupciones que escandalizar al burgu¨¦s. As¨ª lo demostraron gentes como el ya va para dos a?os fallecido F¨¦lix Bay¨®n, periodista, que escribi¨® vibrantes p¨¢ginas sobre corrupci¨®n. En otros tiempos, esos seres ten¨ªan vidas trist¨ªsimas y muertes miserables. Bay¨®n, en cambio, falleci¨® c¨®modamente sentado en la butaca de un cine, como el escritor Boris Vian. Y es aqu¨ª donde envuelvo mi pirueta-homenaje con un lazo se?alando que Vian fue tambi¨¦n el primer valedor de Gainsbourg en Francia. Escribi¨® la primera cr¨ªtica que lo ensalzaba y tambi¨¦n gustaba de Dal¨ª. Qu¨¦ menos merecen los esp¨ªritus visionarios e inquietos. Disgregar la conciencia en la sala oscura de los sue?os. ?sa es la mejor vanguardia. A partir de ah¨ª, cualquier hip¨®tesis sobre ellos quedar¨¢ siempre aparte de lo que un buen narrador llama este punto. -
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