"?Qui¨¦n nos ayudar¨¢ cuando nos maten?"
Zimbabue, bajo la bota de Mugabe, agoniza sin alimentos, maestros y m¨¦dicos
Encontrar algo para comer es una odisea diaria. No hay maestros en las escuelas ni m¨¦dicos en los hospitales. La esperanza de vida ha ca¨ªdo de 60 a 35 a?os, pero se ha expulsado a las ONG. La econom¨ªa se ha colapsado hasta l¨ªmites nunca vistos en ning¨²n lugar del mundo en tiempo de paz, con una inflaci¨®n de 14.000.000%. Y el viernes hubo una mascarada de elecciones en las que un dictador de 84 a?os se hizo reelegir por aclamaci¨®n tras una ola terrible de violencia que pretende hacer olvidar que la oposici¨®n ya gan¨® hace tres meses. Y, sin embargo, ayer amaneci¨® soleado y nadie tom¨® las calles para protestar.
Esto es Zimbabue, un pa¨ªs que agoniza en silencio.
"?Vendr¨¢ tu pa¨ªs a ayudarnos cuando nos manifestemos y nos masacren? Aqu¨ª arriesgas la vida s¨®lo con protestar", dice Sydney, de 50 a?os, que malvive con su familia en South Mall, un barrio elegante de Bulawayo, la segunda ciudad del pa¨ªs, 400 kil¨®metros al oeste de la capital. "Tenemos muchos a?os de experiencia: el que protesta es secuestrado y su cuerpo suele aparecer mutilado. Prefiero quedarme en casa", a?ade.
"Todo est¨¢ lleno de esp¨ªas, no puedes hablar", explica un opositor
Una barra de pan cuesta el salario mensual de un maestro
"El r¨¦gimen ya rob¨® las elecciones de 2002 y de 2005", cuenta una mujer
Los simpatizantes de la oposici¨®n est¨¢n exhaustos s¨®lo con sobrevivir
La casa de Sydney es grande y con jard¨ªn. Disfruta de televisi¨®n y los muebles -comprados en los buenos tiempos, hace muchos a?os- hubieran triunfado en Espa?a hace una generaci¨®n. Lo que Sydney y su familia no tienen es comida porque su salario como ferroviario se lo traga la hiperinflaci¨®n. "Al final siempre encontramos alguna cosa que comer", a?ade su resignada esposa.
Bulawayo es la capital de la oposici¨®n en Zimbabue. Desde siempre fue un lugar hostil al presidente, Robert Mugabe, que gobierna el pa¨ªs con pu?o de hierro desde 1980. El viernes casi nadie fue a votar e incluso lo reconoc¨ªa a su manera la prensa oficial: bajo titulares que subrayaban la "extraordinaria participaci¨®n", hab¨ªa textos en los que se reconoc¨ªa entre l¨ªneas que muy pocos acudieron a las urnas. Aqu¨ª palpita el orgullo anti-Mugabe. Pero en casa, con la puerta cerrada.
Nada indicaba ayer en el centro de la ciudad, de un mill¨®n de habitantes, que la situaci¨®n sea tan explosiva. La gente caminaba, se miraba y segu¨ªa pululando. "Todo est¨¢ lleno de esp¨ªas: no puedes hablar salvo que est¨¦s muy seguro de con qui¨¦n hablas", explica Robert, vinculado a la oposici¨®n. La mayor¨ªa se pasa el d¨ªa -tambi¨¦n ayer- haciendo cola en el banco: son largu¨ªsimas; algunas, de centenares de personas, y ocupan varias manzanas. Pero no hay otra opci¨®n: o se saca hoy el dinero o ma?ana lo habr¨¢ devorado la hiperinflaci¨®n. Una barra de pan costaba en abril 40 millones de d¨®lares zimbabuenses. La semana pasada, 800 millones. Y ayer, 5.000, el salario mensual de un maestro. El drama es que del banco s¨®lo pueden sacarse 25.000 millones por d¨ªa -suponiendo que no se haya acabado el efectivo tras horas de cola-, con lo que casi todo se lo acaba comiendo la inflaci¨®n.
Todo el mundo parece aceptar esta situaci¨®n incre¨ªble con resignaci¨®n. "Los zimbabuenses tienen todav¨ªa muy fresco el recuerdo de la guerra de liberaci¨®n [acab¨® en 1979 y llev¨® a Mugabe al poder] y lo que m¨¢s temen es otra guerra", explica el padre Luis, soriano que lleg¨® a Zimbabue en los a?os sesenta y que ahora ejerce de p¨¢rroco en Dete, 200 kil¨®metros al oeste de Bulawayo. Si alguien lo ha olvidado, el r¨¦gimen se lo recuerda continuamente: ayer la televisi¨®n oficial reproduc¨ªa im¨¢genes de la guerra de independencia. Y la c¨²pula militar y el propio Mugabe han advertido que prefieren la guerra antes que abandonar el poder.
Bulawayo es adem¨¢s la capital de Matabeleland, la regi¨®n rebelde que Mugabe masacr¨® con ayuda norcoreana en los a?os ochenta, cuando todav¨ªa era una figura respetada en medio mundo. C¨¢lculos independientes estiman que la represi¨®n caus¨® 20.000 muertos. Y los mismos que la dirigieron entonces -el ministro Emmerson Mnangagwa, el Hijo de Dios, mano de derecha de Mugabe, y el mariscal Perence Shiri- han liderado ahora la ola de violencia contra la oposici¨®n tras las elecciones de marzo: la campa?a, perfectamente planificada, ha provocado 100 muertos -una respetada ONG local eleva la cifra a 500-, miles de personas vejadas y torturadas en campos de reeducaci¨®n y 200.000 desplazados.
"El r¨¦gimen ya rob¨® las elecciones de 2002 y las de 2005. En marzo, qued¨® claro que hab¨ªan perdido, pero nunca lo van a aceptar", cuenta Ellen, que no quiere ver a sus hijos morir en otra guerra. ?Entonces c¨®mo se puede poner fin a una situaci¨®n tan desesperada como ¨¦sta? "No lo s¨¦. Pero tengo la esperanza de que alguien encontrar¨¢ la soluci¨®n", responde encogi¨¦ndose de hombros. Y a?ade: "Conf¨ªo en Dios". El comedor de su casa, cerca de Nketa, un suburbio donde un r¨ªo de agua pestilente pasa junto a las calles llenas de baches, est¨¢ adornado con cuatro retratos de Jesucristo y otros tantos de la Virgen Mar¨ªa.
Algunos conf¨ªan en una intervenci¨®n internacional: "Si no nos ayudan de fuera, nunca pasar¨¢ nada, y ya hemos sufrido bastante", opina Jacob. Otros parecen decididos a aceptar un pacto con el diablo -una gran coalici¨®n entre el partido del r¨¦gimen y la oposici¨®n-, sobre todo al constatar que ¨¦sta es la opci¨®n preferida por el presidente surafricano, Thabo Mbeki, y la Uni¨®n Africana, que ma?ana supuestamente acoger¨¢ a Mugabe en su cumbre en Egipto. Todo apunta a que el dictador asumir¨¢ hoy su nuevo mandato presidencial.
Mugabe tambi¨¦n ha insinuado que aceptar¨¢ la v¨ªa de la gran coalici¨®n para romper su aislamiento internacional. El presidente George Bush dijo ayer que pedir¨¢ a la ONU que imponga sanciones a Zimbabue que incluyan un embargo de armamento y la prohibici¨®n de viajar al exterior para los representantes del r¨¦gimen. Mugabe est¨¢ dispuesto a tender la mano a la oposici¨®n, s¨®lo como ganador de las elecciones ama?adas del viernes, cuyos resultados probablemente se anunciar¨¢n hoy, junto con la investidura de Mugabe para su nuevo mandato presidencial.
La opci¨®n de la gran coalici¨®n dirigida por un presidente ileg¨ªtimo tiene un precedente reciente: Kenia. En diciembre, el Gobierno keniano -aliado de Occidente- falsific¨® los resultados electorales, que le fueron adversos, lo que desencaden¨® una terrible ola de violencia que super¨® los 1.000 muertos. Pese al fraude, la comunidad internacional aval¨® que siguiera en la presidencia tras aceptar a su rival como primer ministro con poderes muy limitados.
Los simpatizantes de la oposici¨®n est¨¢n exhaustos, lo cual condiciona mucho la capacidad de maniobra de su l¨ªder, Morgan Tsvangirai, refugiado en la Embajada de Holanda. Tras su triunfal primera vuelta, el Gobierno retuvo casi cinco semanas los resultados. Ante el silencio oficial, Tsvangirai llam¨® a la huelga general, pero nadie le sigui¨®. "Estamos agotados: no pueden pedirnos que vayamos al matadero. Nuestra preocupaci¨®n cotidiana es sobrevivir", concluye Sydney, que ni en estas circunstancias pierde el humor: "Pese a esta situaci¨®n seguimos haciendo historia: ?ahora pulverizamos todos los r¨¦cords de inflaci¨®n! Nunca se vio nada igual y estamos obligando a reescribir los libros de econom¨ªa".
Los que no agonizan en silencio han optado por marcharse: casi cuatro millones de zimbabuenses -el 25% del total- han huido del pa¨ªs desde 2000.
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