Un hotel con 97 millones de habitaciones
David puede ser David, dvdsnake o quien le d¨¦ la gana. Puede ser un punk deslenguado o un chaval de lo m¨¢s t¨ªmido. Ahora no es eso lo que le importa.
-Hace fr¨ªo, ?no?
La brisa le da la raz¨®n a las siete y pico de la tarde. No hace calores en esta plaza de Santo Domingo, en el centro de Madrid, con una red wi-fi que se mezcla con el viento. El chico, m¨¢s callado que otra cosa, con su ordenador port¨¢til en el regazo, se hace un ovillo. Pero se ha empe?ado en darse un chapuz¨®n. Nada un rato y se sube al trampol¨ªn. Alguien grita: "C¨®mo me pone la chica del ba?ador rojo". Ni caso. David coge carrerilla. Hace unas piruetas en el aire y cae en plancha. ?Bum! El fr¨ªo. Levanta la mirada. Nadie en ba?ador. S¨®lo asfalto. Madrid.
Lo ¨²nico real es David, el fr¨ªo, la plaza y la red wi-fi. La piscina y el comentario imp¨²dico est¨¢n en otro mundo. Dentro del ordenador, en Internet, en Habbo Hotel, la comunidad virtual m¨¢s famosa entre los j¨®venes. ?Por qu¨¦? Porque es otra vida, simplemente. Los adolescentes se inventan all¨ª un personaje, lo visten, le compran muebles para decorar sus salas, van a discotecas, juegan al f¨²tbol, chatean con otros usuarios... As¨ª pasan el rato.
Es una vida virtual. Raz¨®n de m¨¢s para los 15 millones de usuarios espa?oles que se han lanzado a ella. La mayor¨ªa, un 68%, tiene entre 15 y 19 a?os. En todo el planeta son 97 millones de chavales repartidos en 32 comunidades. Pa¨ªses y m¨¢s pa¨ªses, redes y m¨¢s redes. En la comunicaci¨®n est¨¢ el asunto. Los usuarios hacen amigos que nunca podr¨¢n conocer en carne y hueso. La web podr¨ªa recordar en principio a los Sims, el videojuego que rompi¨® moldes en 2000 porque consist¨ªa en crear una vida de la nada. Habbo Hotel es m¨¢s real y m¨¢s social: aqu¨ª se interact¨²a con otros.
Y aqu¨ª david es dvdsnake, el punk de pelo cortado a cepillo. Un dise?o retro, como de los ochenta, nost¨¢lgico, pixelado, infantil, pero que se queda clavado en el cerebro. La se?a Habbo. El hotel est¨¢ en un paisaje urbano id¨ªlico donde el cielo es azul, las nubes se mueven como en procesi¨®n, el campo est¨¢ a tiro de piedra y todo es nuevo, brillante, de postal. Mientras David camina por una sala, asalta a alguien que ya conoce de otras veces:
-Hola, ?qu¨¦ pasa?
-Vamos a hacer el fiest¨®n del siglo.
Sin pensarlo, ha entrado en una discoteca que est¨¢ de bote en bote. Una chica quiere charlar con ¨¦l. Musitan algunas palabras, como si ya fueran conocidos, pero ¨¦l la despide pronto: "Hablamos luego, que estoy liadillo, je, je". ?Verg¨¹enza? Puede ser. Menos mal que el portal incluye la consola, esa m¨¢quina en la que se habla s¨®lo con amigos, las personas que cada uno incluye en su agenda de contactos. Igual que el Messenger. Un refugio.
El dinero tambi¨¦n suena en Habbo Hotel. No pod¨ªan tardar en salir los cr¨¦ditos, la moneda utilizada en este juego online para comprar furnis o muebles. Exacto: se compra y se vende. Y tambi¨¦n hay algunos que intentan enga?ar a los dem¨¢s. La vida. David no es de ¨¦sos. ?l ha montado una helader¨ªa desde la legalidad, consultando el cat¨¢logo y comprando las m¨¢quinas, las hamacas y las plantas. Cinco cr¨¦ditos, cada furni, que se pagan con un mensaje desde el tel¨¦fono m¨®vil o con una llamada. Normalmente, un euro son seis cr¨¦ditos y a veces existen ofertas 2¡Á1. El capitalismo, tan universal.
La obsesi¨®n por la fortuna:
-Quiero un cr¨¦dito, un regalo, por favor.
El mensaje irrumpe en la pantalla y a David se le escapa una mueca: "?Hay cada pesado!". Donde hay dinero hay trampas. Nightmare4, un usuario de alg¨²n punto de Andaluc¨ªa que prefiere no dar su nombre real, est¨¢ acostumbrado a encontrarse timadores. Concienciado con la honestidad, se dedica a dar consejos a los ne¨®fitos. "Explicamos las funciones del juego, c¨®mo hay que moverse, qu¨¦ puedes hacer y qu¨¦ no... Hay gente que intenta estafarte: te pide que le des un objeto para cambiar por otro y luego no te ofrece nada. Incluso te pide la contrase?a".
Cuesti¨®n peliaguda. Una de las primeras reglas de oro es no facilitar ning¨²n dato personal. El c¨®digo de buenas conductas del juego se denomina la Manera Habbo. Si se quebranta, adi¨®s. El usuario puede ser alertado, sacado moment¨¢neamente de una sala o, incluso, expulsado del hotel. Todas las zonas tienen un filtro que detecta las palabras ofensivas, los insultos, las coacciones, los comentarios racistas, sobre sexo, las direcciones de e-mail, los n¨²meros de tel¨¦fono? Los signos prohibidos se convertir¨¢n en una palabra: "Bobba". Al instante. Por tanto, es imposible contactar con un usuario en la vida real, su nombre real, su cara real y su personalidad real. Toda relaci¨®n se queda en comunicaci¨®n virtual. En anonimato y secretismo. La otra vida.
Cambio de escenario. Raquel ?lvarez, responsable del departamento de seguridad de Habbo Hotel, enarbola esos mandamientos desde su oficina en Madrid. Es uno de los 15 moderadores espa?oles que se turnan para pasar 24 horas al d¨ªa controlando los pasos de los usuarios. Nunca se ha dado, defiende, una situaci¨®n grave. El cat¨¢logo de penalizaciones es ¨¦ste: dos horas expulsado por comportamiento racista, una semana si alguien intenta llevar fuera de la web a otra persona para averiguar sus datos y 30 d¨ªas si pide su contrase?a. "Cibersexo, expulsi¨®n permanente", remata sin ambages.
"Ah, s¨ª, Raquel. Es la manager. Es muy exigente. Se encarga de moderar y eso", comentar¨¢ un d¨ªa despu¨¦s David. Le suena el nombre. Cuando alg¨²n famoso acude a la comunidad para charlar con los fans (han estado cantantes como Edurne, Hanna, Huecco y Carlos Baute o deportistas como el jugador de baloncesto Tun?eri), Raquel siempre est¨¢ presente en el teatro. Para que no se arme un guirigay. ?El teatro? "Vamos a verlo", grita David. Hoy no hay ning¨²n famoso, pero la gente est¨¢ ah¨ª. Por estar. No conoce a nadie y David se aburre. "Vamos a la sala de m¨²sica". Tch, tch, pum, paf, pum, tch, tch? La habitaci¨®n est¨¢ manga por hombro, con todos los CD por el suelo. "Estoy prisionero de tu amor", se oye una melod¨ªa machacona a ritmo de electr¨®nica naif.
La diversi¨®n est¨¢ en el aire. Aunque la educaci¨®n es otra de las patas de Habbo Hotel. El portal organiza proyectos con ONG. Por ejemplo, cuando el tsunami mat¨® a millones de personas en Tailandia y el sufrimiento sal¨ªa todos los d¨ªas en televisi¨®n, el director ejecutivo de Unicef dio una charla sobre la cooperaci¨®n. "Habbo es un juego social", enfatiza Epifan¨ªa Pascual, responsable de la empresa en Espa?a y Latinoam¨¦rica. "Cuidamos los contenidos y la publicidad. Es un entorno divertido y seguro para pasarlo bien". Con todo, aunque Pascual es gran defensora de las nuevas tecnolog¨ªas, cree que las relaciones personales "no se pueden reemplazar con personas virtuales". Personas que ni se ven ni se tocan.
El dedo en la llaga. Las sociedades de Internet pueden ser un arma de doble filo, apunta Javier Garc¨¦s, presidente de la Asociaci¨®n Nacional de Estudios Psicol¨®gicos y Sociales. "Contribuyen a reducir el c¨ªrculo real de los j¨®venes y reemplazan las relaciones directas por unas m¨¢s d¨¦biles", asegura. Preocupaci¨®n para muchos padres. Y se explaya desde el otro ¨¢ngulo: "A algunos j¨®venes, la pertenencia al grupo virtual les ha ayudado a desarrollar su personalidad y su comunicaci¨®n con los dem¨¢s. La soledad les lleva a sumergirse en un mundo diferente. Lo que la Red ofrece, anonimato y desinhibici¨®n, puede hacerles sentir m¨¢s seguros, liberados y aceptados en el grupo tal como son". En otras palabras, puede hacerles sentir personas.
Teletransportaci¨®n. David se mete en una cabina de tel¨¦fono y aparece, por arte de magia y arte de supervivencia virtual, en otra sala. Hasta ahora ha estado poco hablador, pero ya se ha arrancado. Le recibe Croki, su mascota, moviendo el rabo. "Es un cocodrilo con 1003 a?os", puntualiza. El chaval le dice: "Croki, salta". Y lo hace. Le acaricia, y se mueve. No es suficiente. Deber¨ªa darle m¨¢s cari?o, como evidencia ese cartel: "Felicidad: miserable". Le da igual. Se dirige a una sala para cambiar objetos. All¨¢ que va, con su furni nuevo, una alfombra para volar por la Luna. Pero este fin de semana, David se marcha de Madrid y le toca hacer el viaje en transporte p¨²blico. Cierra el ordenador y baja las escaleras del metro esquivando a la multitud garabateada por las prisas. Ay, vuelta a la vida real.
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