"No s¨¦ de d¨®nde sali¨® tanto odio a Ingrid"
El cabo sanitario William P¨¦rez, convertido en un h¨¦roe nacional, relata los a?os de secuestro por la guerrilla y su relaci¨®n con la ex candidata presidencial colombiana
"Hice lo que ten¨ªa que hacer, lo que me ense?aron", afirma con una sonrisa de ni?o el cabo William P¨¦rez, convertido en h¨¦roe nacional. Se refiere a su actitud durante los 10 a?os y cuatro meses que dur¨® su cautiverio a manos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en una selva del sur, donde atendi¨® y ayud¨® a sus compa?eros de secuestro.
"Sin ¨¦l no estar¨ªa aqu¨ª", dijo Ingrid Betancourt cuando descendi¨® del avi¨®n que les devolvi¨® a la libertad tras un impecable operativo militar.
"All¨¢ (en la selva) fui m¨¦dico y hasta psiquiatra", explica el enfermero militar
Asumi¨® tan en serio su tarea con los secuestrados que no quiso escapar
"Es fuerte y valerosa, pero para ella esta experiencia fue 10 veces m¨¢s dura"
"Aprend¨ª mucha medicina natural de los guerrilleros que eran ind¨ªgenas"
William P¨¦rez, un hombre delgado y de grandes ojos negros, se alist¨® en el Ej¨¦rcito al terminar el Bachillerato para tener un sueldo. Nunca pens¨® en acudir a la Universidad. "Como no hab¨ªa posibilidad econ¨®mica, no me direccion¨¦ hacia all¨¢", dice. Escogi¨® la sanidad militar porque deb¨ªa estudiar en Bogot¨¢: "Me pareci¨® ch¨¦vere conocer la capital".
"Como auxiliar de enfermer¨ªa, siempre necesitaba la orden de un m¨¦dico para poder dar una pastilla, pero all¨¢ [en la selva] fui m¨¦dico y hasta psiquiatra", dice. Cur¨® paludismos, amagos de infarto, hipertensiones, leishmaniasis (par¨¢sito inoculado por la picadura de un zancudo -mosquito- que pudre la carne), depresiones...
Asumi¨® tan en serio su tarea con los secuestrados que desech¨® desde el inicio la idea de escapar. "Ten¨ªa que cuidar a mi gente", explica. Le pidi¨® en las cartas que puso a su familia -una madre que le sac¨® adelante con una m¨¢quina de coser y seis hermanos- que no le mandaran mensajes a trav¨¦s de la radio: "Pensar en ellos pod¨ªa minar mi fortaleza".
Su mayor orgullo -le brillan los ojos cuando habla de ello- es que los 10 soldados que fueron secuestrados el 3 de marzo de 1998 estando heridos y bajo su cuidado en la base selv¨¢tica de El Billar regresaron vivos a sus casas. Le cuesta compartir los detalles de aquella pesadilla, considerada una de las grandes derrotas del Ej¨¦rcito frente a las FARC.
Como enfermero del batall¨®n atacado en El Billar, se dedic¨® a socorrer a los heridos. Los reuni¨® en un lugar a salvo de las balas. Cuando lleg¨® la derrota se plant¨® ante los guerrilleros. Les dijo que se iba con ellos, llev¨¢ndose todos sus heridos. Ellos trataron de dejar a los m¨¢s graves, pero el cabo P¨¦rez se neg¨®. "La decisi¨®n fue m¨ªa; si los dejaba, los remataban".
Durante un mes caminaron por la selva hasta que alcanzaron un campamento en la zona desmilitarizada creada por el Gobierno de Andr¨¦s Pastrana para hablar de paz con las FARC. "Me tocaba caminar despacito, ayudarles a cargar y a pasar los r¨ªos. Les cur¨¦ a todos por el camino". A uno le salv¨® el brazo. La herida se le hab¨ªa llenado de gusanos. "Habl¨¦ con los guerrilleros, les ped¨ª antibi¨®ticos. Les dije: 'Si ma?ana no amanecen muertos los gusanos, pueden cortar el brazo como quieran".
Durante los 10 a?os y cuatro meses que pas¨® en la selva, el cabo P¨¦rez so?¨® con que un batall¨®n de soldados llegaba para rescatarle. "Uno queda muy herido en su orgullo militar cuando suceden esos fracasos... La ¨²nica forma de quitarse el fantasma, de quedar libre del karma, es un rescate. ?Que el Ej¨¦rcito nos rescatara en enfrentamiento!".
Se ilusionaba junto a sus compa?eros cuando escuchaba el vuelo de aviones y helic¨®pteros, cuando descubr¨ªa marcas del Ej¨¦rcito en la selva. "Papeles de raci¨®n de comida, cosas que uno sabe que son del Ej¨¦rcito y no de la guerrilla". En los ¨²ltimos siete meses los sinti¨® muy cerca: "Por donde ¨ªbamos, estaban. Si quer¨ªamos descansar, ah¨ª estaban, y nos tocaba seguir, seguir y dar vueltas...".
Cuando se le pregunta c¨®mo consegu¨ªan las medicinas en medio del acoso, responde: "A veces hay medicamentos y a veces no hay c¨®mo proveerse". Muchos de los guerrilleros que estaban con ellos eran ind¨ªgenas, y consigui¨® arrancarles algunos de sus secretos sobre remedios naturales: c¨¢scaras para atacar el paludismo, emplastos de cortezas para la leishmaniasis, aguas de ra¨ªces tasadas para... "?Aprend¨ª much¨ªsimo! Me era dif¨ªcil mirar los ¨¢rboles porque son todos iguales, pero ellos me dec¨ªan: 'Debe de mirar a las hojas, que son todas distintas". "Nunca tuve problemas con los medicamentos. Si era posible, me daban lo que necesitaba".
Pero sabe que no siempre fue as¨ª con los otros secuestrados. A Ingrid Betancourt le obligaban a trabajar a cambio de una pastilla o de un antibi¨®tico. "A ella le ten¨ªan mucha rabia porque los confrontaba. Yo tambi¨¦n los confrontaba, pero con uno se enojaban y ya estaba. No s¨¦ de d¨®nde sali¨® tanto odio con ella. Dec¨ªan: 'Si se quiere morir, que se muera".
A los secuestrados les cambian mucho de grupo, de acuerdo con los operativos militares. Estuvo junto a la doctora Ingrid, como le llama, cuando una depresi¨®n le retir¨® todo el apetito. Pero el cabo P¨¦rez se empe?aba y le obligaba a comer: una cucharada por cada uno de sus dos hijos, otra por su madre. As¨ª, con paciencia, como se alimenta a un ni?o. Pidi¨® reconstituyentes y antidepresivos para ella y los guerrilleros se los dieron. "Ella hizo lo mismo. Me reconfort¨® cuando muri¨® mi pap¨¢, y cuando me enfermaba y no me pod¨ªa mover me tra¨ªa alimentos. Todo eso estrech¨® la amistad. La veo en televisi¨®n y los ojos se me ponen con ganas de llorar. La veo en los peri¨®dicos y no me creo que est¨¦ libre. Todav¨ªa me alegro tanto que me acongojo. La quiero, la aprecio y estoy aqu¨ª por ella". Agacha la cabeza y se queda en silencio unos minutos. "Ella es fuerte y valerosa, pero sobre todo es una mujer. ?Para ella fue 10 veces m¨¢s dura esta experiencia!".
Muestra un cristo que le regal¨® Ingrid Betancourt el mismo d¨ªa de la liberaci¨®n. Lo lleva colgado al cuello. Tambi¨¦n tiene la Biblia que ella ley¨® mil veces en la selva para llenar las horas de los seis a?os que le robaron las FARC.
La doctora Ingrid "reforz¨® mi parte espiritual", dice el cabo P¨¦rez, que es evang¨¦lico. La Biblia se la entreg¨® durante las horas de angustia que pasaron en una finca a comienzos de la semana pasada, mientras esperaban a una supuesta comisi¨®n humanitaria, que era la trampa urdida por el Ej¨¦rcito. Los guerrilleros les hab¨ªan hablado de una visita m¨¦dica, de la posibilidad de enviar cartas a la familia. "De pronto la liberan a usted. Ellos buscan la pol¨ªtica y es posible que ahora que Francia asume la presidencia de la Uni¨®n Europea...", dijo el cabo a Betancourt. "?Ser¨¢?", contest¨® ella, y le pregunt¨® qu¨¦ deseaba que le dejara de regalo, y ¨¦l pidi¨® la Biblia. "No quer¨ªa nada m¨¢s, pero ella sac¨® de su morral bol¨ªgrafos, tijeras y un cortau?as", lo que salv¨® de la requisa de la noche anterior. "All¨ª pasamos dos d¨ªas. No com¨ªamos de la angustia, de pensar qu¨¦ iba a pasar".
Volver a la libertad no ha sido f¨¢cil. No ha podido comerse la hamburguesa ni el pan gigante con el que so?¨® durante tantos a?os. "Uno se acostumbra y se conforma con poco". No ha podido sentarse tranquilo en Riohacha ni acudir a ver un atardecer a la orilla del mar, como era su deseo. A esta ciudad, capital del departamento de la Guajira, lleg¨® el domingo al mediod¨ªa, pero todo ha sido tan intenso -una multitud de gente queri¨¦ndolo abrazar y pregunt¨¢ndole: ?te acuerdas de m¨ª?- que el lunes en la noche se enferm¨®. "Era demasiada bulla. Sent¨ª asfixia. Estaba desorientado con tanta pregunta. No reconoc¨ªa ni a mis hermanos. ?Les dej¨¦ peque?os y son hombres!". Le trasladaron al hospital con escalofr¨ªos, sudando y casi desvanecido. Desde esa noche, ¨¦l y su familia est¨¢n descansando en un cuartel de esta ciudad caribe?a.
All¨ª se ha dedicado a hablar de su pap¨¢, que muri¨® en mayo a los 62 a?os de infarto, justo el d¨ªa que ¨¦l cumpl¨ªa los 33. "Eso duele. Si hubiera aguantado un poquito m¨¢s...". Su mam¨¢, una mujer erguida como un roble, como las que habitan por los libros de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, le ha contado que su padre guardaba un malet¨ªn repleto de recortes de peri¨®dicos en los que se hablaba de William y de los otros canjeables. Su deseo era entreg¨¢rselo el d¨ªa de su regreso. Tambi¨¦n han hablado de la que fue su mayor preocupaci¨®n en los a?os en la selva: su casa. Pidi¨® que una parte del sueldo que sigui¨® cobrando del Ej¨¦rcito lo invirtieran en mejoras, y que la otra la dedicaran a la educaci¨®n de sus hermanos menores. Cuando le secuestraron, la casa apenas ten¨ªa dos habitaciones de paredes negras. Ahora ans¨ªa un piso limpio, con baldosas en el suelo y una tapia en el patio.
?Cu¨¢les son sus planes? ?Estudiar medicina (ya le han ofrecido tres becas)? ?Viajar a Par¨ªs como le ha ofrecido Betancourt? ?l antepone su vida militar, cumplir lo que digan sus superiores. "No me retirar¨ªa ni por ir a la China". "Todo este padecimiento fue por ser militar, y eso me ha ense?ado a amar m¨¢s mi uniforme". Sufre por los que quedaron en la selva. "S¨¦ lo desesperados que est¨¢n, y las ganas que tienen de que aparezca un soldado para salvarles". ?Novia? "No he sacado tiempo para eso", dice en medio de una sonrisa que le ilumina el rostro. Parece la de siempre, pero ¨¦l corrige: "No; es la sonrisa de la libertad".
M¨¢s informaci¨®n en la p¨¢gina 51
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