Directos del hambre a la obesidad
El sobrepeso se convierte en epidemia tambi¨¦n en los pa¨ªses emergentes - El estilo de vida urbano y la comida basura alteran la dieta tradicional
En los pa¨ªses pobres ya no s¨®lo se muere de hambre, sino tambi¨¦n por comer demasiado. En un planeta donde cada dos minutos la falta de comida mata a un ni?o, la obesidad evitable se est¨¢ convirtiendo en una pandemia.
Hay 300 millones de enfermos por sobrepeso. El triple sufre hambre
Las comidas llenas de grasa y az¨²cares vienen acompa?adas de gran publicidad
Algunos africanos presumen de kilos para alejar la imagen de delgadez del sida
El hombre del siglo XXI sigue encerrado en un cuerpo que data del paleol¨ªtico
Desde diversos organismos internacionales se ha lanzado una voz de alarma que advierte de que ya no se trata s¨®lo de un problema sanitario de los pa¨ªses ricos, sino que tambi¨¦n en los llamados emergentes el n¨²mero de obesos aumenta sin freno. Mientras unos 300 millones de personas en todo el globo sufren graves problemas de salud debido al excesivo sobrepeso, a otros 815 millones les pasa lo mismo pero por falta de alimento. Y lo peor es que muchas veces ambos grupos conviven dentro de las mismas fronteras. El fen¨®meno comienza a ser conocido como "la obesidad de la escasez".
No hay que enga?arse ni estigmatizar. Obesos habr¨¢ siempre porque se trata de una caracter¨ªstica gen¨¦tica. Una situaci¨®n que m¨¢s all¨¢ de las consideraciones est¨¦ticas, pasajeras seg¨²n las ¨¦pocas, afecta a la esperanza de vida y a su calidad. La obesidad fatiga el sistema vascular y a algunos ¨®rganos, lo que produce su deterioro prematuro. Hasta aqu¨ª el problema. El esc¨¢ndalo llega cuando esa obesidad aparece en personas que no deber¨ªan serlo y llegan hasta ello por lo que parece la aplicaci¨®n sistem¨¢tica de un r¨¦gimen destinado a acortar su vida. Sobrealimentaci¨®n y sedentarismo est¨¢n en la base del fen¨®meno, y a estos dos factores se unen, dependiendo de la regi¨®n del mundo, otros de car¨¢cter sociocultural.
El Organizaci¨®n para la Agricultura y la Alimentaci¨®n (FAO), el organismo de Naciones Unidas encargado de luchar contra el hambre, detect¨® a finales de los a?os noventa un alarmante aumento de personas con sobrepeso -que estrictamente no es obesidad pero s¨ª el paso previo- en los pa¨ªses en v¨ªas en desarrollo, en los que hay zonas donde existe la subalimentaci¨®n. As¨ª, en China en s¨®lo tres a?os el sobrepeso aument¨® en un 15%, y en Brasil hasta en un 40%. El mismo fen¨®meno se repet¨ªa en los pa¨ªses del ?frica subsahariana donde abunda el hambre. La FAO constat¨® adem¨¢s que la enfermedad de la obesidad avanzaba a medida que aumentaba el nivel de ingresos: afectaba sobre todo a mujeres de zona urbanas y formaci¨®n escolar. Por el contrario, en lugares como Latinoam¨¦rica las personas de clase acomodada son m¨¢s delgadas que las de menores ingresos.
La FAO lo dice claro: lo primero es combatir el hambre en el mundo. Pero no por ello considera un riesgo menor el sobrepeso y la obesidad, que en algunas zonas como Oriente Pr¨®ximo y el norte de ?frica afecta casi al 50% de las mujeres.
Una de las razones que se apuntan para este desequilibrio no es s¨®lo la introducci¨®n en los pa¨ªses emergentes de estilos de vida propios de los pa¨ªses desarrollados, sino tambi¨¦n de alimentos producidos en estos ¨²ltimos o seg¨²n sus est¨¢ndares: comidas sobresaturadas de grasas o az¨²cares con abundante empleo de otras sustancias como hormonas de crecimiento r¨¢pido, antibi¨®ticos o estabilizantes, colorantes y saborizantes. Todo ello adem¨¢s promocionado de manera avasalladora. Baste como ejemplo que la industria alimenticia gasta al a?o en torno a los 40.000 millones de d¨®lares en publicidad. Una cifra superior al total de los ingresos del 70% de los pa¨ªses del mundo y 500 veces m¨¢s de la cantidad que todos los Estados juntos gastan en promover programas para convencer a la poblaci¨®n de que siga una dieta sana.
Y a ello hay que unir la tradici¨®n en unos casos y la necesidad en otros. En la cultura mediterr¨¢nea siempre se ha considerado que la gordura de los ni?os es s¨ªntoma de salud. De hecho, donde hay m¨¢s ni?os con sobrepeso es en Portugal, Espa?a, Grecia, el sur de Italia y Oriente Pr¨®ximo.
Seg¨²n la Asociaci¨®n Internacional para el Estudio de la Obesidad, de los 75 millones de menores que viven en la Uni¨®n Europea, 22 millones presentan sobrepeso y m¨¢s de cinco millones sufren obesidad. Cada a?o, unos 300.000 j¨®venes ingresan en las estad¨ªsticas del sobrepeso sin que exista ninguna iniciativa a escala comunitaria para hacer frente al problema. Hay veces en que la excesiva gordura viene marcada por la tradici¨®n centenaria. En el Pac¨ªfico Sur la obesidad es indicio de nobleza y son famosas las an¨¦cdotas de los monarcas de las islas Tonga y sus asientos especiales para aguantar su peso.
Pero hay otros ejemplos m¨¢s dram¨¢ticos. En ?frica el subconsciente colectivo ha decidido combatir una pandemia con otra. Ante el avance imparable del sida que est¨¢ diezmando poblaciones, muchas mujeres y hombres optan por estar obesos como s¨ªmbolo no s¨®lo de prosperidad econ¨®mica sino sobre todo de salud. En lo que constituye un dram¨¢tico y peligroso enga?o, se considera que una mujer o un hombre obesos no pueden tener el sida porque esta enfermedad es identificada con personas extremadamente delgadas, algo real ¨²nicamente en los ¨²ltimos a?os de vida de los enfermos pero no cuando son seropositivos y pueden contagiar el virus VIH.
El problema afecta pr¨¢cticamente a todos los pa¨ªses del mundo, pero se hace especialmente parad¨®jico en aquellas naciones donde existe la desnutrici¨®n. En el norte de Argentina, en la regi¨®n de Chaco, los profesores salieron a las calles hace menos de un a?o para denunciar que los ni?os se dorm¨ªan en clase de hambre y que las escuelas estaban cambiando su papel de ser lugares de ense?anza por el de comedores donde los peque?os en muchas ocasiones ingieren su ¨²nico alimento diario. En paralelo, el Congreso se encuentra tramitando una ley para que la obesidad sea considerada una enfermedad por la seguridad social, y por tanto su tratamiento quede sujeto a ¨¦sta. La iniciativa parlamentaria que se discute establece como "de inter¨¦s nacional" la prevenci¨®n y control de los trastornos alimenticios.
En M¨¦xico, el Instituto Mexicano del Seguro Social ha optado por editar millones de copias de un recetario contra la obesidad. Las autoridades estiman que si no se modifican los h¨¢bitos de alimentaci¨®n en dos a?os, el pa¨ªs azteca puede tener hasta 14 millones de obesos mayores de 35 a?os. El prop¨®sito del Gobierno es evitar que sus ciudadanos se entreguen a la comida basura, all¨ª denominada comida chatarra.
Y la luz roja tambi¨¦n se ha encendido en otro pa¨ªs emergente como Per¨², donde el Gobierno ha constatado c¨®mo la poblaci¨®n pobre cada vez es m¨¢s obesa pero no precisamente por una buena alimentaci¨®n, sino por el abuso de grasas saturadas y poco consumo de agua.
De esta manera abrupta, las administraciones p¨²blicas de los pa¨ªses emergentes que tienen que dedicar un importante porcentaje de sus recursos a tratar de sacar a importantes sectores de su poblaci¨®n de la pobreza -por ejemplo, de los 180 millones de brasile?os el 23% son pobres- se ven obligadas a hacer frente a un problema de salud p¨²blica de primer orden que, lejos de apagarse, va in crescendo.
Y en las televisiones y diarios ya no se comentan en tono de broma iniciativas como la adoptada por el Gobierno japon¨¦s de multar a las empresas que contratan empleados con sobrepeso. El Ministerio de Sanidad, que tiene que realizar ingentes esfuerzos para lograr que la atenci¨®n primaria llegue a toda la poblaci¨®n, se pregunta de d¨®nde sacar¨¢ los recursos para hacer frente al estallido de diabetes que la Organizaci¨®n Mundial de la Salud augura en todo el planeta para 2020 por culpa del sobrepeso.
La receta contra esta situaci¨®n es repetida una y otra vez desde todos los estratos acad¨¦micos y gubernamentales: alimentaci¨®n equilibrada sin abusar de grasas y az¨²cares y ejercicio moderado. El problema es c¨®mo acomodar esta teor¨ªa a un modo de vida cada vez m¨¢s sedentario, con menos tiempo para preparar los alimentos y con la tentaci¨®n siempre a mano de una comida r¨¢pida, barata, al alcance de todos, aunque no sea sana. Eso, y lo que aseguran cada vez m¨¢s autores y estudiosos del tema: el hombre del siglo XXI est¨¢ encerrado en un cuerpo del paleol¨ªtico y uno de los dos no est¨¢ preparado para aguantar la combinaci¨®n tal y como se est¨¢ estableciendo en las mesas de todo el mundo hoy d¨ªa.
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