L¨ªder a su pesar
Nos ve de lejos y viene de frente. Es un gitano bien plantado. Alto, s¨®lido, elegante. Con las hechuras propias de su casta y de sus a?os de futbolista bregado en el centro del campo. Tiene el gesto muy digno, el pelo muy negro y la camisa muy blanca. Tiende la mano y mira a los ojos. Los suyos, trist¨ªsimos, ganan el pulso. Los del pr¨®jimo claudican ante la mirada doliente de un espectro. Porque Juan Jos¨¦ Cort¨¦s Fern¨¢ndez, este hombre de 38 a?os en la flor de la edad, est¨¢ muerto por dentro.
Su vida se detuvo a media tarde del 13 de enero de 2008. Ese domingo de perros se apag¨® su estrella. Mari Luz, su hija de cinco a?os, sali¨® de casa a comprar palomitas en el quiosco de la esquina y no volvi¨®. Despu¨¦s vinieron 54 d¨ªas con sus noches busc¨¢ndola debajo de las piedras. Pregonando su nombre a los micr¨®fonos. Mostrando su carita guapa a todas las c¨¢maras que le pon¨ªan delante para que nadie olvidara que la ni?a de sus ojos faltaba de casa. Hasta que apareci¨®.
Flotando en la bocana del puerto de Huelva. Muerta desde el d¨ªa que falt¨®. Vestida con la faldita vaquera y el chaleco de estrellas que le puso su madre esa ma?ana. A 13 kil¨®metros de su portal de la plaza Rosa en el barrio de El Torrej¨®n. En la mism¨ªsima manzana donde viv¨ªa tambi¨¦n su presunto asesino, Santiago del Valle. Un pederasta reincidente condenado por abusar de su propia hija y que estaba libre por una indignante serie de errores judiciales y la intolerable lentitud de la justicia. Eso lo remat¨®.
Saber que su hija "podr¨ªa estar viva si ese criminal hubiera estado en la c¨¢rcel" fue la puntilla. El gitano sensato y elocuente que emocion¨® a todos con la b¨²squeda de su hija, el padre deshecho que enterr¨® a su peque?a arropado por todo el pa¨ªs, el carism¨¢tico pastor evangelista que logr¨® apaciguar la sed de venganza de los suyos, clama justicia.
Se ha impuesto una misi¨®n. Quiz¨¢ la ¨²ltima. "Reunir hasta octubre tres, cuatro millones de firmas a favor de la cadena perpetua para los pederastas asesinos y de un registro donde se consignen los nombres de esos miserables sin misericordia". Para que ning¨²n otro padre sepa lo que es vivir muerto en vida. Porque desde hace seis meses, a pesar de los kilovatios de los focos que iluminan su calvario, Juanjo Cort¨¦s Fern¨¢ndez, el primog¨¦nito de Juan el de Algeciras y Mari Luz la extreme?a, vive a oscuras.
-Ha pasado usted su tragedia cara al p¨²blico desde el primer d¨ªa. ?Cu¨¢ndo llora?
-A solas. Tengo que llevar el dolor atroz de haber perdido a mi ni?a sin dejar la batalla para que se le haga justicia. Primero fue el tiempo de buscar a mi hija; despu¨¦s, el de encontrar al asesino, y ahora es el de luchar. Ya llegar¨¢ el tiempo de llorar, que es el lamento de los cobardes. Comprendo a quien no entiende mi lucha. La vida se puede mirar con las luces cortas o largas. A m¨ª me ha tocado pasar esto tan grande y he puesto las largas.
-Llorar es humano.
-Tambi¨¦n controlar los sentimientos. Si no, ser¨ªamos animales. Ahora no me puedo permitir el lujo de hundirme, ser¨ªa un fraude a mis otros dos hijos. Protegi¨¦ndoles a ellos me protejo a m¨ª. Estoy preparando mi casa, porque puede llegar un d¨ªa en que me quiebre y tengan que cuidar de su padre.
-Salta a la vista que est¨¢ muy deprimido. ?Cu¨¢ndo se retirar¨¢ a pasar su duelo?
-No s¨¦. Me alivia la gente que me agradece mi esfuerzo por buscar justicia. Pero va a ser muy dif¨ªcil. Paso cada d¨ªa por el filo de la navaja. Veo desde mi ventana el sitio donde ese hombre mat¨® a mi hija. A mi mujer y a m¨ª nos destroza vivir aqu¨ª, pero mis hijos no quieren irse. Tienen sus amigos, su colegio, su vida. Es m¨¢s f¨¢cil hacer el sacrificio que ped¨ªrselo. Siempre hemos vivido por ellos.
Juan Jos¨¦ ha ofrecido su casa. Un segundo piso de un bloque cualquiera de El Torrej¨®n. Las calles llevan nombres de flores, pero no se ve un triste ¨¢rbol en este barrio creado en los setenta para realojar a los chabolistas de la ciudad. Hay m¨¢s gitanos que payos. Infinitamente m¨¢s vendedores ambulantes, operarios o alba?iles que yonquis, camellos o delincuentes. Pero algunos rodales de sordidez -una torre con un cad¨¢ver viviente asomado a cada ventana, alg¨²n fantasma vagando sin rumbo bajo el sol, cierto trasiego de coches a determinada hora punta- justifican la reputaci¨®n del barrio. Para muchos onubenses, El Torrej¨®n es territorio comanche. Paro, drogas y Camar¨®n.
Cruzando la avenida de Andaluc¨ªa refulgen las facultades de la Universidad de Huelva. No hay alambradas, sino una sucesi¨®n de pasos de cebra reci¨¦n pintados cada cien metros. Pero un muro invisible separa dos mundos que muy pocos cruzan ni en una ni en otra direcci¨®n. Aqu¨ª, en esta cuadr¨ªcula de calles donde lo mismo se ve planear un halc¨®n amaestrado que una oxidada moto n¨¢utica amarrada a una farola, naci¨®, creci¨® y muri¨® Mari Luz Cort¨¦s Su¨¢rez. Vino de repente, sin esperarla, como se fue. Ya hab¨ªa dos ni?os en la casa. Juanjo hijo, que ahora tiene 14 a?os, y Daniel, que ha cumplido 10. Irene Su¨¢rez, esposa de Juan Jos¨¦ desde los 16, desde que ¨¦ste la hiciera su mujer por la fuerza de los hechos y de la ley gitana, estaba "en planificaci¨®n familiar". Pero la ni?a lleg¨® de todos modos. "Fue un regalo de Dios", dice su padre, y no hay m¨¢s que hablar.
La primera hija, la primera sobrina, la primera prima, la primera nieta. El nombre estaba escrito. La princesa de los Cort¨¦s se iba a llamar como su abuela. Mari Luz. La hermosa gitana extreme?a que escogi¨® su abuelo Juan cuando ambos ten¨ªan 15 a?os y que pari¨® a su padre a los 16 a?os en el Muro de Santa Luc¨ªa. Un poblado de casas bajas que antes fueron chozas en la marisma del Odiel con una cortina como tabique entre la cama de los mayores y la de los ni?os que vendr¨ªan, y una nube de mosquitos como hidroaviones zumbando del ocaso al amanecer.
"?Miseria?", Juan Jos¨¦ se sorprende. "No lo recuerdo as¨ª. Era lo que hab¨ªa, nunca pas¨¦ hambre, viv¨ªamos en la calle, nos ayud¨¢bamos los unos a los otros. Era una vida sencilla, fui un ni?o feliz".
Mari Luz nieta naci¨® con habitaci¨®n propia. El ¨²nico segundo en que a Cort¨¦s se le quiebra la voz es al mostrar el cuarto de su hija. Una pieza diminuta colonizada por un tropel de peluches y pilas de peri¨®dicos que cuentan su triste historia. "Mira, su bolsito rojo. Esto es muy duro, a¨²n la esperamos". El bloque hace esquina con el de los abuelos Juan y Mari Luz. Esta pareja que lleva treinta a?os vendiendo ropa en los mercadillos de Huelva fue una de las familias realojadas con sus ni?os en El Torrej¨®n en 1977. El negocio fue para arriba, los chicos tambi¨¦n, y cuando lleg¨® la hora, "el manejo" les dio para regalarle la entrada de un piso en el barrio a cada hijo que se les casaba. "Hemos trabajado como mulos toda la vida, todo ha salido de nuestros pulmones", dir¨¢ luego el patriarca.
La casa de Juan Jos¨¦ es espartana. Sal¨®n, cocina, ba?o y tres dormitorios en sesenta metros. Muebles de batalla. Los trofeos futbol¨ªsticos de Juanjo padre y Juanjo hijo -actual promesa, como lo fue su padre, de los alevines del Recreativo de Huelva- constituyen el ¨²nico adorno de la vitrina. Un aparato de aire acondicionado para soportar la solanera que fr¨ªe la fachada, el ¨²nico lujo. Es mediod¨ªa y los chicos est¨¢n en el colegio. Juanjo y Daniel, dos "buenos hijos, sanos, buenos estudiantes", est¨¢n levantando cabeza. Haci¨¦ndose a la idea de que su hermana chica no va a volver. Los mayores est¨¢n peor cada d¨ªa.
Juan Jos¨¦ ha hecho caso del m¨¦dico y toma una pastilla por la ma?ana y otra por la noche. Da lo mismo. No duerme. "S¨®lo alg¨²n rato, d¨ªa s¨ª y d¨ªa no", cuando le vence el cansancio. Irene est¨¢ peor. No habla ni mucho ni poco. Baja los ojos y sonr¨ªe sin ganas cuando alguien se le dirige. "Est¨¢ fatal. Una madre es una madre", la disculpa Juan Jos¨¦. Ella no replica. Pone a cocer unos macarrones, ahueca mec¨¢nicamente los cojines del sof¨¢ y pasa el pa?o por la mesa del comedor mientras su marido atiende a la visita. Mira sin ver. Va descalza. Tiene 30 a?os. Aparenta 50.
S¨®lo ella sabe lo que le pasa por la cabeza cuando ve a su hombre en la min¨²scula tele de su sal¨®n. En enero a¨²n no hab¨ªa cesado la resaca del hurac¨¢n Madeleine, la ni?a brit¨¢nica desaparecida en mayo de 2007 en el Algarve portugu¨¦s, y el caso Mari Luz vino a sustituirlo en los programas de informaci¨®n-espect¨¢culo. El Torrej¨®n se convirti¨® en un plat¨®. Las c¨¢maras y los micros se enamoraron desde el principio de aquel hombre sereno que ped¨ªa ayuda para encontrar a su hija primero, dar con su asesino despu¨¦s y, finalmente, dejar actuar a la justicia y renunciar al ojo por ojo que ansiaban los suyos. Cort¨¦s, curtido en la ret¨®rica de los sermones evangelistas, domina la escena. Es un tipo apuesto, templado, convincente. Con un verbo amplio y florido que maneja con pericia y estilo. Un ca?¨®n para los medios.
?l se percat¨® de su tir¨®n. Y lo explot¨® en beneficio propio. Entraba en todas las radios, iba a todas las televisiones, su m¨®vil era de dominio p¨²blico. "Pens¨¦ que los medios lo ¨ªbamos a devorar, pero fue ¨¦l quien nos conquist¨®. En la ¨²ltima rueda de prensa lloramos todos", recuerda un periodista que cubri¨® el caso. Juanjo no reniega de aquel idilio. A¨²n hoy contesta a todo el que le llama. Lo considera un cruce de favores. "Los medios me ayudaron a que no se olvidara a mi Mari Luz y ahora me ayudan a hacerle justicia". Eso s¨ª, ya no hay fotos de su ni?a. Ha descolgado del sal¨®n un retrato de la peque?a. Un cerco blanco delata su ausencia. "Hay que dejarla descansar en paz".
Irene siempre estuvo en segundo plano. Llorando. Derrotada. Ida. Hab¨ªa que ver su cara sentada con su marido en el mismo sof¨¢ del palacio de la Moncloa donde Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, el presidente del Gobierno en persona, le presentaba en mayo sus respetos y le promet¨ªa un paquete de medidas contra la pederastia. Eso fue d¨ªas antes de que el Parlamento aprobara por ins¨®lita unanimidad una reforma para endurecer las penas por abusos sexuales a menores y sus se?or¨ªas expresaran su consideraci¨®n al gitano de la tribuna de invitados. La semana anterior a que el ministro del Interior le recibiera para anunciarle un nuevo protocolo de actuaci¨®n urgente en caso de desaparici¨®n de ni?os.
Nadie, nunca, ha conseguido un reconocimiento de tal calibre despu¨¦s de sufrir una tragedia personal. Juan Jos¨¦ Cort¨¦s se ha convertido en un l¨ªder a su pesar. Lo constata Pedro Rodr¨ªguez, alcalde de Huelva. "Es un fuera de serie. Tiene influencia, personalidad, mesura, valores. De ¨¦l es todo el m¨¦rito de que no haya habido m¨¢s violencia. Un alcalde necesita l¨ªderes sociales, y Juan Jos¨¦ es uno de los pies a la cabeza", dice el regidor. A Rodr¨ªguez, del Partido Popular, se le pusieron los vellos de punta sentado al lado de Cort¨¦s en el Congreso. "Est¨¢ recogiendo lo que ha sembrado. Con su conducta ante una situaci¨®n tan extrema, este hombre nos ha dado una lecci¨®n a los pol¨ªticos. A veces nos olvidamos de lo importante. Ese d¨ªa, en el Parlamento hab¨ªa alma".
Cort¨¦s no es ning¨²n ingenuo. Sabe que los poderosos que le agasajan le est¨¢n agradeciendo su templanza ante la tr¨¢gica evidencia del sonrojante funcionamiento de la justicia. Pero la gente que firma su propuesta apoya a un hombre que ha transformado su sufrimiento en acci¨®n. El p¨²blico reconoce la categor¨ªa moral de un gitano puro? en un pa¨ªs en el que el 40% de sus habitantes confiesa que no le gustar¨ªa tener como vecino a un gitano. Y su gente le saluda como un primero entre pares. Empezando por su padre.
"Cuando detuvieron a Santiago y o¨ª a mi hijo decir a las c¨¢maras que no le deseaba al asesino de su hija ni una hora como las que ¨¦l estaba pasando, me puse a gritar, ?pero de d¨®nde ha salido mi Juan Jos¨¦?". Juan Cort¨¦s es un gitano de Algeciras echado para adelante. Un tipo carism¨¢tico, guapo a¨²n a sus 56 a?os, con un talento narrativo que ya quisieran muchos novelistas. Ves lo que te cuenta. No puede decirse que no ha sabido buscarse la vida.
Reci¨¦n nacido Juanjo, Juan dej¨® a Mari Luz con el ni?o, se embarc¨® a pescar gambas en Senegal y volvi¨® cuando el cr¨ªo ya andaba. A¨²n no hab¨ªa cumplido los 18 a?os. Aprendi¨® a leer descifrando letreros y fue uno de los primeros gitanos con carn¨¦ de conducir de Huelva. Con su primer seiscientos emigr¨® a Matar¨®. Estuvo un par de a?os cavando zanjas para Catalana de Gas por la ma?ana, boxeando por la tarde y cantando en los tablaos de Lloret de Mar por la noche antes de sucumbir a la nostalgia del sur. Entonces llen¨® hasta la baca su nuevo 1430 con una partida de bragas que hab¨ªa comprado a tres pesetas el par, acomod¨® a su mujer, a Juanjo y a Diego -sus dos primeros churumbeles-, y puso morro hacia Huelva. Al llegar, amonton¨® las bragas y se puso a vocear: "Ni?as: tres, cinco duros". Desaparecieron. Empezaba a rodar el modesto emporio de venta ambulante que ha dado de comer a tres generaciones de Cort¨¦s.
Con tanto trote, Juan Jos¨¦ no fue al colegio hasta los nueve a?os, en El Torrej¨®n. Su padre lo mand¨® al Diocesano, el mismo donde sigue vac¨ªo el pupitre de Mari Luz. Juanjo siempre era el mayor de la clase. Pero sacaba las mejores notas. "Le exig¨ªa much¨ªsimo", confiesa su padre. "Ahora me arrepiento de no haberle hecho tantas caricias como a sus hermanos, pero era porque ve¨ªa que ¨¦l pod¨ªa, que era el mejor, esperaba mucho de ¨¦l". Cort¨¦s hijo estudi¨® a trompicones. Ten¨ªa que cuidar de sus tres hermanos
-Diego, Antonia y Valent¨ªn, al que le saca 14 a?os- mientras sus padres iban a los mercadillos, y no quer¨ªa dejar el f¨²tbol, su "sue?o". Le faltaban horas. "Nunca dorm¨ª la siesta, me parec¨ªa una p¨¦rdida de tiempo", dice hoy. Dej¨® el colegio. Se sac¨® el graduado escolar por libre. El puesto familiar era un seguro, un colch¨®n donde caer si ven¨ªan mal dadas, pero ¨¦l quer¨ªa volar. En Huelva no nieva. Pero ¨¦l hab¨ªa visto en las l¨¢minas de la escuela "una preciosa capa de nieve rosa" cubriendo el pico de una monta?a y quiso saber si era real.
Subi¨® algunos pelda?os. Hizo un surtido de cursos de formaci¨®n profesional. Buscaba su sitio sin hallarlo: automoci¨®n, fotograf¨ªa, inform¨¢tica, animaci¨®n cultural. "Ten¨ªa una inquietud, una necesidad por formarme, por tener una vida regular, por ser un ciudadano normal". Pas¨® del Florida, el equipo del barrio, a los juveniles del Recreativo de Huelva. Lleg¨® a debutar con la primera plantilla en la Copa de Feria de 1989. Con el 5 a la espalda, el joven Juanjo Cort¨¦s era un defensa central con recursos, creativo, con un estilo a Maceda que no pas¨® inadvertido a ciertos ojeadores.
Pero la realidad es terca como una mula. "Desde chico he visto que la vida no es tan bonita ni tan perfecta como uno quiere creer o algunos te quieren hacen pensar. Es una utop¨ªa. La vida te devuelve siempre al mundo real". Llegaron las decepciones. Los sinsabores. No encontraba trabajo en lo suyo. Los que sal¨ªan se frustraban. "Estuve ense?ando a chicos rebotados del colegio. Quer¨ªa que se enamoraran de la educaci¨®n, como yo, y no lo lograba, me torturaba la responsabilidad. Luego, la Junta cort¨® el programa. Otra utop¨ªa". En el Recre le com¨ªa la moral ver c¨®mo los fichajes monopolizaban la gloria -y el jornal- que se le escatimaba a la cantera. Un d¨ªa, despu¨¦s de una lesi¨®n que le quebr¨® las mu?ecas, alg¨²n primo le llev¨® al culto de la Iglesia Evangelista. Vio la luz.
"Ten¨ªa dentro un vac¨ªo imposible de llenar. Me dec¨ªa: '?De qu¨¦ sirve todo esto?'. El impacto de la palabra del predicador, la m¨²sica, el sentimiento de comunidad, esa vida social tan pura, esa sinceridad y honradez, me colmaron". Tambi¨¦n encontr¨® a Irene. Una ni?a de 15 a?os que iba a ser la madre de sus hijos. As¨ª fue como Juan Jos¨¦ Cort¨¦s, un solter¨®n de 24 a?os, se dio cuenta de que la nieve era blanca, estaba helada y pod¨ªa uno despe?arse antes de poder siquiera tocarla. Se cas¨®, fue padre, puso puesto en el mercadillo. Volvi¨® al redil.
Juan Cort¨¦s tiene para s¨ª que fue el culto el que le cort¨® las alas a su hijo. "?l fue siempre as¨ª: bienhablado, responsable, santurr¨®n. Eso no se lo debe a la Iglesia, le viene de naturaleza. Es el deporte el que lo ha forjado. Si no hubiese sido por el culto, habr¨ªa llegado lejos con el f¨²tbol. Pero es su vida. Ya le rega?¨¦ alguna vez y me dijo: 'Padre, ¨¦sta es mi felicidad'. ?Qu¨¦ dice uno ante eso?". Y se quiebra: "Yo sab¨ªa que mi hijo era noble, pero con esta desgracia me ha sorprendido. Esa ni?a era la luz de mi casa. Sujetarnos como lo ha hecho ¨¦l es lo m¨¢s grande que he visto. Le veo asomado a su ventana y se me parte el alma. Qu¨¦ persona m¨¢s buena y qu¨¦ mala suerte ha tenido en la vida".
Los lunes al caer la tarde hay culto en El Torrej¨®n. La contigua parroquia cat¨®lica est¨¢ desierta, pero el peque?o local de la Iglesia Evangelista de Filadelfia bulle de almas. El credo sencillo y el estilo gregario de esta fe cristiana han hecho fortuna entre los gitanos. Ellos son mayor¨ªa entre los m¨¢s de 100.000 fieles que dicen tener en Espa?a. Las mujeres se sientan a un lado y los hombres al otro. Todos, viejos, j¨®venes y ni?os, van de punta en blanco. Un coro de ocho mujeres, varias guitarras, dos ¨®rganos y un caj¨®n flamenco saluda al Se?or. Tiembla el templo. ?ngel Borja, el pastor titular, da la palabra a Juan Jos¨¦ Cort¨¦s. El pastor herido quiere predicar.
-En el bombo de la vida ha salido mi bola. Soy como aquel guerrero al que hirieron de muerte pero luch¨® hasta ganar. Aunque a Juanjo se le ha acabado la vida, sigue enfundado en el traje de batalla del d¨ªa a d¨ªa contra el enemigo. Soy un guerrero de Dios.
-?Aleluya! -jalea un espont¨¢neo.
-Por eso os pido que or¨¦is por nosotros.
-?Gloria!
-Tarde o temprano las cosas volver¨¢n a su sitio. Irene y yo os damos las gracias por vuestro apoyo. Dios os bendiga.
-Am¨¦n, s¨ª se?or.
La salida del culto es lo mejor del d¨ªa. Hombres, mujeres y ni?os se quedan en la calle pegando la hebra. Hoy ha habido mercadillo en Niebla. Los piratas y las batitas frescas est¨¢n arrasando, aunque este a?o el calor se ha hecho esperar. Los cr¨ªos compran chucher¨ªas en el quiosco que ha salido en los peri¨®dicos. Morenas de rompe y rasga y gallitos emplumados se miden desde sus corros. Da gusto verlos. Dentro de nada empezar¨¢n a ronear. No es ins¨®lito ver parejas de 16, amarraditos los dos. ?l en los huesos, ella lastrada por un bombo de ocho meses.
Juan Jos¨¦ se rezaga charlando con su mejor amigo. Aunque s¨®lo se llevan tres meses, Jos¨¦ Fern¨¢ndez es, adem¨¢s, su t¨ªo carnal. El hermano peque?o de su madre. T¨ªo y sobrino han llevado vidas paralelas. "Una existencia sencilla, basada en la familia, el deporte y la Iglesia", dice Fern¨¢ndez, vendedor ambulante, padre de dos chicos de 15 y 14 a?os, y de Yanira, una preciosidad de seis que corretea por ah¨ª. "Mari Luz y ella eran u?a y carne. Pero desde que falt¨®, mi ni?a no pregunta por su prima. Se ha blindado, es m¨¢s lista que los mayores", dice su padre.
Jos¨¦ s¨ª que ha visto llorar a Juan Jos¨¦. Aullar de dolor. "La primera noche se?al¨® la casa de Del Valle y dijo: 'Este hombre se ha llevado a mi hija, ¨¦ste la tiene'. Supo desde el principio que estaba muerta". Juanjo y Jos¨¦ se entienden sin hablar. S¨®lo han estado separados a?o y medio. Fue cuando Jos¨¦ se fue a la mili a Badajoz y Juanjo se qued¨® en Huelva. Hab¨ªa objetado conciencia. "La violencia no es necesaria. ?De qu¨¦ te sirve tener un arma en la mano si no la vas a usar?", dice Cort¨¦s. Hizo el servicio social sustitutorio en la ONCE. Fabricando callejeros de Huelva en braille y dando clase a gu¨ªas para discapacitados. "Aquello s¨ª que ten¨ªa un sentido. Siempre he querido ayudar a los dem¨¢s".
Fue por eso, "por echar una mano", por lo que se afili¨® al PSOE en 2003. Su otro amigo Jos¨¦ Fern¨¢ndez -un payo de 37 a?os, defensa con ¨¦l en los tiempos de los infantiles del Florida- se presentaba a las municipales y le fich¨® para su campa?a. "Lo volv¨ª a encontrar 20 a?os despu¨¦s y retomamos la amistad", recuerda el viceportavoz de la oposici¨®n socialista en el Ayuntamiento de Huelva. Fern¨¢ndez, hijo de un trabajador del Polo Qu¨ªmico, s¨ª ha tenido su parte de nieve rosa. Vio que no iba a comer del f¨²tbol y se fue a Sevilla a estudiar psicolog¨ªa con una beca. De vuelta a Huelva se top¨® con Juanjo Cort¨¦s de traje y corbata. "Era presidente de la Asociaci¨®n de Vendedores Ambulantes. Le convenc¨ª y se vino al partido", dice el edil. "Le falta ambici¨®n para ser un pol¨ªtico convencional, pero es una persona comprometida y con mucha influencia en su entorno. Siempre tuvo ese carisma y esa capacidad intelectual. Ahora se ha visto que es un referente positivo de su etnia y un activo de toda la sociedad".
Cae la noche en El Torrej¨®n. Empieza el desfile de cochazos frente a ciertos portales. Juan Jos¨¦ sabe ad¨®nde van y qu¨¦ quieren.
-Ha crecido en un barrio dif¨ªcil y cr¨ªa aqu¨ª a dos hijos adolescentes. ?Teme al futuro?
-Cuando te pasa lo que a m¨ª, te das cuenta de que la vida es lo m¨¢s importante. Soy un padre exigente. Conmigo lo fueron mucho, ahora me planteo para qu¨¦. Claro que hay droga. He visto morir a amigos m¨ªos. Pero se intenta convivir con ello. Mis hijos ven limpieza en su casa. En ellos est¨¢ protegerse.
-?Lo ha tenido m¨¢s dif¨ªcil por ser gitano?
-No exactamente. No he sufrido marginaci¨®n. A lo mejor ¨¦ramos nosotros mismos quienes nos margin¨¢bamos.
Entonces interviene el t¨ªo Jos¨¦: "Puede que seamos nosotros los que nos encerramos en nuestro ambiente. Mira estos ni?os", dice, se?alando a Jos¨¦ y Dani, sus propios hijos adolescentes, que tontean con las ni?as a unos metros, "¨¦sta es nuestra manera de vivir, abierta, social, en la calle. Nos gustan nuestra cultura y costumbres; nos cuesta vivir de otra forma. Reconozco que no nos bastamos. Que el trabajo y la vida pueden estar fuera. Ojal¨¢ mis hijos estudien. Quiero que sean felices, pero me gustar¨ªa que no se fueran de mi vera".
Juanjo asiente en silencio. El t¨ªo Jos¨¦ siempre ha tenido la facultad de leerle el pensamiento.
-Los suyos le reconocen como l¨ªder. Los poderosos le alaban. ?Le tienta la pol¨ªtica?
-No. S¨®lo pido justicia. El objetivo de un pol¨ªtico no siempre es noble, porque busca el poder. Yo no. Mi idea de la pol¨ªtica es luchar por los dem¨¢s. Por eso sigo.
-Usted sabe que la cadena perpetua es anticonstitucional. El presidente la descart¨® cuando le recibi¨® en Moncloa.
-Detr¨¢s de un cargo hay una persona, pero los pol¨ªticos tienen que medir sus palabras. Yo s¨¦ lo que es el perd¨®n, pero hay criminales que rompen vidas sin misericordia, y no podemos dejarles en la calle. S¨¦ de lo que hablo, ahora les toca a ellos mover ficha.
En el desvencijado local de la asociaci¨®n gitana de El Torrej¨®n reposan 12 torres de papel. Ciento veinte mil folios uno encima de otro. Cada tarde, media docena de mujeres, maridos y ni?os abren el correo y a?aden cent¨ªmetros a los bloques. Son hojas llenas de firmas solicitando cadena perpetua para los pederastas. El grueso lo recogi¨® el abuelo Juan al volante de un coche que recorri¨® Espa?a de punta a punta. Pero siguen llegando sobres. Se ven matasellos de Tailandia, Alemania, Estados Unidos, Australia. Hay r¨²bricas individuales, como la de un anciano de 90 a?os y exquisita caligraf¨ªa inglesa. Y colectivas, como la resma de firmas de 1.000 de los 1.400 reclusos de la Prisi¨®n Provincial de Huelva. A finales de junio se hab¨ªan contado casi un mill¨®n y medio de adhesiones a la causa de un padre roto. A la llamada de un l¨ªder que nunca quiso serlo.
Los gitanos no llevan luto por los ni?os chicos. Juan Jos¨¦ e Irene quisieron sepultarse bajo ropones negros cuando se fue Mari Luz. Pero los patriarcas hablaron. Los ni?os son sagrados. Seres puros, ¨¢ngeles que vuelven al cielo antes de la cuenta. Desde entonces, Juanjo cambi¨® el ch¨¢ndal del Recre que abrig¨® la b¨²squeda de su ni?a por una camisa blanca. Inmaculada, como la justicia que reclama.
Mientras, una Volkswagen Transporter acumula polvo en la plaza Rosa. En la trasera duerme un cargamento de ropa de invierno condenada a pasarse de moda. Es el g¨¦nero que Juan Jos¨¦ e Irene llevaron al mercado de Mazag¨®n la ma?ana del domingo 13 de enero de 2008. Pero ese d¨ªa, a media tarde, se puso el sol en sus vidas. Se lo llev¨® Mari Luz.
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